¿Y
ahora qué hacemos? confinados en nuestras casas, cuando llegue el momento de
estar hartos de tanta tele, tanto Internet y tanto móvil y nos encontremos a un
paso de descubrir el placer del aburrimiento. Sí, sí, como lo digo: EL PLACER
DEL ABURRIMIENTO. De no hacer nada, de sentirnos indolentes, abúlicos, sin nada
que agitar en nuestro horizonte vital. A lo mejor, empezamos a pensar que ese
pánico al aburrimiento, a no estar constantemente haciendo cosas (ni siquiera
paramos cuando estamos de vacaciones); a no ser esclavos de estrés permanente
por hacer algo, es una condena. A lo mejor, nos damos cuenta de que en el
aburrimiento desplegamos una enorme capacidad de pensar, de reflexionar sobre
la vida, de lo que nos rodea, de la familia, del trabajo, de la propia indolencia del aburrimiento, y nos
damos cuenta de que hay un mundo propio, nuestro, que está por descubrir, una
vez perdido en la vorágine que nos impone la vida moderna hiperconectada e
hiperactivada. A lo mejor, detrás del aburrimiento, miramos con otros ojos
menos ciegos a nuestra pareja, a nuestros hijos, a nuestros vecinos, amigos y
compañeros; incluso, gracias al aburrimiento nos podemos dar cuenta que tenemos
capacidad de empatizar con los demás y salir de la burbuja de yoísmo que nos
envuelve. Incluso, a lo mejor, cogemos un libro y descubrimos que todo lo que
nos pasa ya está escrito, y en muchos casos de una manera mucho más divertida y
sugerente que nuestra vida.
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