viernes, 26 de febrero de 2021

Los vetos del Partido Popular

 


Parecía que el Partido Popular se serenaba un poco y bajaba del monte ocupado por la ultraderecha. Parecía que después de las elecciones catalanas, había tenido una caída del caballo, al igual que San Pablo, y volvía a la senda de partido democrático y responsable, capaz de anteponer los intereses del país a los suyos propios, y alejándose de “ese partido del que usted me habla”, del que su presidente renegaba, por tres veces, hace unos días, esta vez al igual que San Pedro.

Pero, desgraciadamente, todo ha sido un espejismo en el desierto de la derecha española, empeñada en convertirse en eremita de la política, eso sí ahíta de adoradores fanatizados. Y volvemos a estar en la casilla de salida, al negarse a cumplir sus obligaciones de renovación de los órganos constitucionales. Curioso, para quienes se reclaman defensores a ultranza de una norma en la que no creen, salvo que se les acomode como un guante a sus intereses.

Dicen que se agarra antes a un mentiroso que a un cojo, y al final al Partido Popular no sé si ya le hemos atrapado por cojo o por mentiroso; o a lo mejor por las dos cosas. Y no es porque seamos muy avispados, sino porque ellos son tan soberbios y burdos que acaban poniendo las cartas bocarriba de sus verdaderas intenciones sobre la mesa. Primero con la negativa cobarde de renovar órganos constitucionales, no fuera a ser que los compañeros de la foto de Colon les comieran la merienda; además, para qué asumir riesgos, si los miembros actuales de CGPJ  y otros altos tribunales los pusieron ellos y han dado sobradas muestras del lealtad al dedo que les colocó. Bien, para un partido que se erige como defensor a ultranza de la independencia de la judicatura.

Pero el rizo de su desinterés y la poca capacidad para entender cómo funciona una sociedad democrática viene cuando aceptan negociar la renovación de las instituciones y ponen vetos irrenunciables. Muestra de que su vuelta a la senda negociadora es un trampantojo, un ni contigo ni sin ti, sino todo lo contrario, es el veto a dos jueces propuestos por el gobierno, que en principio  no deberían ser un obstáculo, pero que para el PP son la excusa perfecta para no seguir negociando.

El problema es que los rechazados no son del gusto del PP porque consideran que son enemigos suyos. Y lo que pretenden es lanzar un aviso a otros jueces, de que si se atreven a no satisfacer  sus intereses en algún momento de su carrera profesional, estarán vetados de por vida para ocupar puestos de mayor relevancia en la judicatura.

¿Pero quiénes son estos dos jueces?:

En el caso de José Ricardo de Prada fue uno de los jueces de la Audiencia Nacional que aceptaron la recusación de Concepción Espejel y Enrique López, porque entendían que eran demasiado afines al PP, como miembros del tribunal del Caso Gürtel y dictó sentencia. Dos jueces vitales para el que el PP pudiera salir indemne del juicio. Concepción Espejel, que siempre será Concha para María Dolores de Cospedal, amiga y gran mujer; Enrique López, la estrella emergente del PP madrileño, que tiene justas pendientes con De Prada. Ambos asiduos colaboradores de FAES, es decir de Aznar, el gran padrino de Casado. Cómo para permitir que este juez entre como miembro en el CGPJ.

Victoria Rosell. La jueza enemiga pública de José Manuel Soria. ¿Se acuerdan? Aquel  ministro de los Papeles de Panamá, que mentía dos veces cada vez que abría la boca. El mismo que apoyado en su amigo el juez Alba, la acusaron de prevaricación en una sentencia, lo que obligó a la jueza a tener que renunciar a su escaño en el Congreso, para poder defenderse y acabó con el juez Salvador Alba condenado por cohecho, falsedad y prevaricación a seis años de cárcel y dieciocho de inhabilitaciones. Del ministro de Rajoy ya saben ustedes lo que pasó.

En síntesis un juez y una jueza que han tenido enfrentamientos con el Partido Popular en el pasado y a los que quieren ahora pasar factura. Más allá de que representan un sentido de la democracia y de la justicia en las antípodas de lo que les gusta al PP.       

lunes, 22 de febrero de 2021

¡¡Se sienten, coño!!

 


Todos los años volvemos a girar la cabeza hacia atrás en el tiempo, para intentar recordar, con un poco más de luz, lo sucedido aquel día aciago para la decencia política, la democracia y la historia de este país, en la tarde del 23 de febrero de 1981, lunes de frío invernal en Madrid y gélido ambiente en el resto de España. Miramos al pasado y tratamos de recordar qué hacíamos cuando atronó, como un estallido de miedo en nuestra conciencia, aquel grito que nos heló el alma y aceleró el pulso. Porque el “quieto todo el mundo”, el silencio posterior, los  nuevos gritos de “al suelo todo el mundo” y los tiros, seguido de un silencio aterrador, con amenazas de te mato a un cámara de televisión, nunca abandonarán nuestra memoria. El pánico de no saber qué estaba pasando en un joven contestatario, sindicalista e inconformista hizo que las piernas empezaran a temblarle durante toda la tarde y el miedo se instalara en todos los pliegues de su cerebro con una idea machacona: a ver si al final van a tener razón los que dicen que vamos camino de una nueva guerra civil. Todas esas emociones, el bando de Milans del Bosch en Valencia (ese sí que era un auténtico toque de queda, de los que el meten miedo en el cuerpo; lo digo como observación a los que ahora se quejan de que el gobierno está cercenando sus libertades porque los manda a las diez a casa); la ausencia de noticias, la tardanza de la declaración del rey y la cabeza dando vueltas sobre qué hacer y cómo hacerlo. Las comunicaciones no eran como ahora con teléfonos móviles, etc., entonces era todo más simple y nada podía evitar una sensación de desamparo y soledad ante el peligro.

 Desde entonces, todos los años recordamos ese día en esta fecha, que la ironía del destino ha hecho coincidir un golpe de estado militar, con el entierro de Antonio Machado en el exilio, como una metáfora de que la historia siempre se puede repetir. Todos los años recordamos, este con especial interés por el culto que nuestra sociedad tiene a los números redondos, y todos los años nos enfrentamos a la duda de si sabemos la verdad de aquel infausto acontecimiento. La sospecha de que una vez más el relato de la historia es el que interesa al poder, planea sobre nuestros recuerdos.

Se han escrito muchos artículos, ensayos y novelas. Se han filmado películas, series de TV, documentales, grabado entrevistas, y siempre nos queda la misma sensación en forma de pregunta: ¿lo que pasó es lo que nos cuentan? No digo esto por acusar a quienes han trabajado durante años, desde diferentes campos, el 23-F, porque ellos tendrán también un conocimiento fragmentario de lo sucedido y sus causas y sus protagonistas. En una cosa están  todos los investigadores de acuerdo: la información de la que se dispone es parcial y  mucha de ella está sometida a secreto de Estado.

¿Pero por qué después de cuarenta años sigue estando calificada de secreto o como confidencial o como reservada? El poder, sea el que sea, y no me refiero a los gobiernos de turno, sabe muy bien que una manera de evitar el cuestionamiento de su ser reside en la protección de sus miembros y la ocultación de la historia, para, como he escrito más arriba, ofrecernos el relato de la historia que a ellos les interesa. Para eso se inventaron la Ley de Secretos Oficiales, una ley que en España data de  1968, reformada en 1978, es decir, es del franquismo y la predemocracia.

En este cuarenta aniversario, la mejor conmemoración que se podría hacer es desclasificar todos los documentos que están relacionados con el 23-F y dejar que los historiadores hagan su trabajo. Sería la mejor manera de acabar con las especulaciones, las dudas, las sospechas y el terraplanismo. Porque ya todo está dicho y los que sufrimos aquella tarde noche del 23 de febrero de 1981, nos merecemos una explicación, que vaya más allá de la “autoridad competente, por supuesto militar” y el “elefante blanco”. Algo, a lo que por cierto, nunca le pudimos poner cara.

jueves, 18 de febrero de 2021

Pablo Iglesias, el chivo expiatorio de la derecha

 



En los últimos días se ha intensificado la campaña de acoso y derribo contra Pablo Iglesias, en la que están participando, activamente, los medios de comunicación, desgraciadamente no solo los de derecha; la izquierda giratoria y recauchutada en defensa de los privilegios de los privilegiados; tertulianos que hablan al dictado de quienes les coloca en las tertulias y paga; la judicatura, que no cesa de buscar debajo de las alfombras algún motivo para que su partido siga siendo carne de tribunales; y, como no, las redes sociales a saco. Todo vale, si de lo que se trata es de desprestigiar al vicepresidente del gobierno y convertirle en un cadáver político.  

No voy a negar yo aquí que su incontinencia verbal y la dificultad para asumir que ahora no es un activista social, sino todo un vicepresidente del gobierno, no estén dando munición a toda la caverna, antes citada, para activar la cacería. Pero tengo la sospecha de que no es Pablo Iglesias lo que les importa. ¿Lo hacen porque sea un pérfido comunista que pretende sovietizar bancos, medios de comunicación y la frutería de la esquina? ¿Es porque se trata de un agente infiltrado por la masonería en el poder para destruir los valores tradicionales de Dios, Patria y Rey que guían, desde hace siglos, a las clases dominantes en España? ¿Acaso es porque tiene un antepasado judío, y ya saben ustedes desde el domingo, que los judíos son los culpables de todo?

A mí me parece que en el fondo, Pablo Iglesias, aparte de tocarles las narices con algunas verdades como puños, les importa un pimiento. Porque el objetivo de toda esta campaña despiadada es otro más importante.

Desde que el gobierno actual tomó posesión, la derecha y la izquierda recauchutada, solo han tenido un objetivo: hacer que caiga. En ello han derrochado sus energías, sus fake news, sus insultos y su falta de empatía hacia los graves problemas de los españoles, como hemos podido ver durante la pandemia, que como muestra bien vale un botón. Y no han encontrado mejor resquicio que asediar al vicepresidente del gobierno, con la esperanza de que Pedro Sánchez no tenga más remedio que cesarlo, y provocar la salida de Podemos del ejecutivo.

Saben que si esta situación se diera, el gobierno de Pedro Sánchez tendría los días contados; ya se encargarían ellos de que la presión fuese insoportable, para que tuviera que convocar nuevas elecciones y si Dios lo quisiese, tuviéramos en el gobierno de la nación la repetición de los gobiernos de la vergüenza apoyados en la extrema derecha, cada vez más orgullosa de reivindicar el fascismo.  

Qué mejor manera de acabar con la política social que está poniendo en marche este gobierno, y restablecer en el poder a quienes consideran que les pertenece por derecho divino o de pernada o de bolsillo.      

 

lunes, 15 de febrero de 2021

Las elecciones catalanas no son un triunfo del independentismo

 


Está muy contento el independentismo catalán por el resultado de las elecciones, por lo menos de puertas para afuera. Sacan músculo por haber superado el 50% de los votos y el aumento en 3 de sus diputados. Es lógico que se sientan eufóricos, si miramos el resultado desde una perspectiva exclusivamente electoral. Aunque yo no lo estaría tanto si lo hacemos con otra mirada más sociológica. Aquí la fiesta ya no daría para tanto, y eso en ERC lo saben; en Junts no lo tengo tan claro, instalados, como lo están, en una especie de realismo mágico nacionalista, con su druida oficiando desde la lejanía.

De forma muy breve voy a exponeros dos motivos por los que yo pienso que no hay tanto margen para la alegría independentista:

El primero se refiere a la ley electoral de Cataluña. Mejor dicho a la ausencia de una ley electoral que hace que las elecciones se rijan por la ley estatal, la LOREG, y por el reparto que se estableció en el Estatuto de Autonomía en 1979. Una distribución que ya en aquel momento penalizaba a Barcelona y su área metropolitana extendida, que viene a sumar, actualmente, unos cinco millones de habitantes, sobre un total de siete millones y medio que tiene la Comunidad. Es decir, un voto en Lleida vale el triple que uno de Barcelona. No voy a contarles, que en toda esa Cataluña no industrializada el voto mayoritario iba a parar al nacionalismo de Convergencia, motivo suficiente para que Pujol y compañía, se negara durante décadas a presentar una ley que acabara con ese dislate electoral. Posteriormente, cuando el nacionalismo giró hacia el independentismo, por motivos que no vamos a analizar aquí, el sostenimiento de esa distribución de escaños obsoleta ha sido su modus subsistendi electoral de los últimos años. Si tenemos en cuenta que la izquierda no independentista ha ganado sobradamente en ese cinturón urbano próximo a Barcelona, una distribución más equitativa de los votos, con toda seguridad daría un resultado muy diferente al actual. El independentismo, sobre todo ERC, tiene que ser consciente de eso, de que sociológicamente no tiene tanto fuelle en las ciudades industriales y/o dormitorio que circundan, metafóricamente, Barcelona. No hay tanto motivo para lanzar las campanas al vuelo, y sí para repensar qué se piensa hacer en el futuro.

El segundo motivo se refiera a la alta abstención: 46,44% del electorado, para lo que estábamos acostumbrados en los últimos años, que hace pensar que los resultados de las elecciones están bastante adulterados, al no participar casi la mitad de los potenciales votantes. Además, si como  coligen muchos analistas, esta abstención ha golpeado más fuerte en el electorado no independentista, mucho menos motivado que el independentista, por el miedo a la pandemia, entre otras razones, -siempre el fanatismo político se siente más motivado a participar, como estamos viendo, también, en el crecimiento de Vox, azuzado por un fanatismo nacionalista español, que solo entiende de banderas y supremacía sobre el otro; vamos, como cualquier nacionalismo echado al monte-, cabría pensar que con una mayor participación el resultado de estas elecciones habría sido otro no tan complaciente con el independentismo.

Como ven, más allá de las manifestaciones grandilocuentes de una noche electoral, el resultado no visible de las autonómicas catalanas, debería hacer pensar que no hay tal triunfo de las ideas independentistas, a pesar de que la brecha sigue abierta como un tajo en el centro de la sociedad catalana. Ahora toca a los partidos que realmente crean que el bienestar se alcanza con políticas de tolerancia y progreso, transversales a toda la sociedad, mover ficha y olvidarse de  banderas y soflamas que solo conducen al enfrentamiento y la parálisis política y social.      

 

 

jueves, 11 de febrero de 2021

Democracia imperfecta

 


¿Qué significa eso de una democracia plena? Miro los pliegues de las democracias del mundo y no veo plenitud por ningún  lado. Donde no cuecen habas, se rompen las nueces. Y es que buscar la plenitud en algo tan racional como una democracia es querer encontrar la perfección en un olivo, y mira que hay algunos preciosos. La plenitud solo se puede alcanzar cuando tu equipo de fútbol gana la Champions, aunque juegue rematadamente mal, o después de una noche mítica, en la que de repente te das cuenta de que has echado el polvo de tu vida, y lo reconoces porque tienes las emociones a flor de piel y la cabeza tan llena de felicidad que no cabe nada más.  Y es que lo único que nos puede llenar, como sociedad o como individuos, son las emociones, tan irracionales ellas. La belleza está en el caos, aunque sea geométrico, porque los humanos somos caóticos, por mucho que nos empeñemos en demostrar lo contrario. Por eso se inventaron las leyes, para que no nos comamos unos a otros y pueda haber unas pautas mínimas de convivencia.

El sueño de la razón produce monstruos, pintó Goya, augur que supo ver como querer ordenar la vida desde la racionalidad perfecta es imposible y acaba provocándonos pesadillas o en el mejor de los casos dejarnos llevar por la ficción de una realidad artificial, que nada tiene que ver con el mundo que nos rodea, devorado por el caos.

Claro que la democracia en España no es plena y está plagada de imperfecciones; a fin de cuentas, es una construcción humana, y como todo lo que construyen hombres y mujeres se queda corto y nunca los satisface.  Para eso inventamos la crítica, aunque a veces es tan destructiva que solo alimenta nuestra necesidad de caos, como una forma de alcanzar la plenitud emocional, o como respuesta a lo que nos parece mal y no somos capaces de cambiarlo o mejorarlo por los caminos de la imperfección de la razón. Eso exige demasiado esfuerzo empático y no siempre estamos dispuestos a ello.

 Si pensamos por qué nuestra democracia no es plena me puedo imaginar de golpe una docena de casos que corroborarían la afirmación, lo que  nos tendría que conducir a mejorarla; a veces se intenta y se consigue cuando entendemos que algo tan irracional como la utopía es posible, y emociona intentar alcanzarla.

No hagamos entonces del asunto un drama social, en el que aprovechemos para tirarnos a la cara unos a otros los dardos de la culpabilidad, lo que implica que si tú eres culpable yo soy inocente y entonces empieza la guerra de los reproches y la caza de brujas. Porque al final, lo que nos devorará será la irracionalidad emocional de la victoria, aunque sea machacando al otro. Un caos oscuro cómo las pinturas negras de Goya. Un agujero negro, que acabará engulléndolo todo.

Dicho esto, querido Pablo, tienes toda la razón cuando dices que España no es una democracia plena. La prueba más evidente es que has desatado a las fieras que llevan tiempo esperando tu linchamiento público y convertido unas afirmaciones, que deberían ser objeto de reflexión, en un Auto de Fe, oficiado por aquellos que prefieren verte con el capirote expuesto al escarnio público, simplemente porque les estropeas la placidez de sus mentes tan vacías, que ya ni siquiera ven monstruos cuando intentan razonar, porque hace mucho tiempo que no son felices, ni siquiera en la irracionalidad de su vacuidad. Inquisidores, que habrían cumplido fielmente su papel en otro tiempo de monstruos reales.

Nuestra democracia es manifiestamente mejorable, pero siempre será imperfecta. Lo que no debemos hacer es caer en el sueño de la razón, porque los monstruos nos paralizarían. Mejor creer que es imperfecta y dejarnos llevar por la emoción del caos, única fuerza capaz de cambiar las cosas y admitir sueños tan irracionales como la utopía.

martes, 9 de febrero de 2021

Pablo Casado. El hombre que cayó del cielo

 


Por enésima vez, un dirigente del Partido Popular reniega del pasado de este para salvarse de la quema de corrupción sistémica habida en su partido desde aquellas famosas conversaciones del Caso Naseiro, allá por 1990, en las que Vicente Sanz, por aquellas fechas secretario general del PP de Valencia y más adelante presidente de RTVV, dijo: “Estoy en política para forrarme”, a lo que un Eduardo Zaplana, entonces presidente del PP en Alicante, contestaba: “Me tengo que hacer rico, porque estoy arruinado”, y a ciencia cierta que lo consiguió.  

Ahora, en esta historia interminable de corrupción en y del Partido Popular, el último que se apunta  a renegar del pasado es su actual presidente, queriéndonos hacer ver que eso ya está superado y que él no tiene nada que ver, como si de un marciano recién aterrizado en los pasillos de la calle Génova se tratase. No es de extrañar, porque cualquier comportamiento corrupto ajeno al PP, que haberlos los ha habido, palidece en la comparación con estos.

De lo que Pablo Casado no quiere hablar es que él llegó a la presidencia del Partido aupado por los que han delinquido durante años, robando a diestro y siniestro para su mayor beneficio personal y político. Entre otros nombres, siempre con la sospecha de la corrupción encima o ya hundidos por el peso de esta, están: Esperanza Aguirre, José María Aznar, Alfredo Prada (exvicepresidente segundo y exconsejero de Justicia del gobierno madrileño en época de Aguirre), Rafael Catalá, Juan Ignacio Zoido, etc. No parece que el actual presidente de los populares esté muy desvinculado a un pasado fundamentado en los comportamientos corruptos, los sobres de dinero negro y los grandes gastos electorales financiados por empresarios de todo tipo.

 Un Pablo Casado que ha sido:

·         Presidente de Nuevas Generaciones entre 2005 y 2013

·         Diputado en la Asamblea de Madrid entre 2007 y 2009

·       Portavoz del Comité de Campaña para las elecciones autonómicas y municipales en 2015

·         Vicesecretario General de Comunicación del PP en 2015

Como verán, no ha habido ningún adviento, sino más bien una carrera política apadrinada por unos dirigentes corruptos en un partido corrupto, del que ahora Pablo Casado pretende hacernos ver que él no tiene nada que ver. A no ser que su paso por ese PP del que quiere desmarcarse haya sido tan poco presencial como su master en la Universidad de Harvard (Aravaca). Conclusión, o no se entera o nos miente, lo que no sé qué es peor.


lunes, 8 de febrero de 2021

España y Cataluña juntas, pero no revueltas

 


Una de las cosas buenas que nos está dejando la pandemia es que Cataluña no está siendo el monotema en los medios de comunicación, a pesar de que al nacionalismo de ambas orillas del Ebro les gustaría que fuera de otra manera, y eso es de agradecer. No es que no se tenga que hablar de sus elecciones, ya que su importancia transciende al propio territorio catalán, en la medida que tienen de condicionar toda la política española para bien y para mal; aunque yo pienso que Cataluña, limada del frenesí independentista siempre ha aportado más cosas buenas que malas al resto de los españoles, por más que les pese a aquellos que llevan años tratando de convertirla en un don Tancredo de sus intereses electorales.

 Lo que sería deseable de estas elecciones, es que se llegara a una normalización de la vida política para buscar, desde el sosiego y la voluntad de acuerdo, una solución al problema del encaje de Cataluña en España, que los siglos han demostrado no es la opción centralista, salvo que esta se sustente en la represión y la imposición de un modelo territorial fracasado desde que la Guerra de Sucesión de 1700 elevó al poder a la dinastía borbónica, trasponiendo las leyes castellanas a la nueva España que empezaba con una monarquía centralista y poco proclive al reconocimiento de la diversidad territorial peninsular. Una imposición, que acabó con siglos de convivencia en un país con dos estados; mejor dicho, en una monarquía con dos países en la Península Ibérica: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón.

 No voy a reivindicar yo aquí el modelo descentralizado y confederal propio de los siglos XVI y XVII, lo que hubo anteriormente, en la Edad Media, ni siquiera fue un modelo confederal, simple y llanamente Aragón y Castilla eran dos países distintos, como podían serlo Francia e Inglaterra. Pero sí sería bueno que se exploraran fórmulas de encaje más federal o incluso confederal, para dar por terminado un episodio de  nuestra historia que solo ha traído problemas. En definitiva, buscar una solución propia del siglo XXI en una democracia avanzada, que debería estar más pendiente de solucionar los problemas de los ciudadanos que de enrocarse en disputas territoriales, que solo tienen como fin el sostenimiento o acceso al poder de élites políticas de ambos bandos.

Desgraciadamente, la polarización interesada de la sociedad catalana y la española por parte de las élites antes mencionadas, hacen muy difícil que el resultado de estas elecciones abra una vía de diálogo encaminada a solucionar el conflicto catalán. Eso si no lo enreda todavía más, a tenor de lo que estamos escuchando en campaña electoral por aquellos que  no tienen  ningún interés en solucionarlo. Una lástima, porque Cataluña no es nada sin España y España no es nada sin Cataluña. Demasiados siglos de convivencia las contemplan, si no como una unidad de destino en lo universal, sí como dos territorios que se aman y se necesitan.   

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...