Parecía que el Partido Popular se serenaba un poco y bajaba
del monte ocupado por la ultraderecha. Parecía que después de las elecciones catalanas,
había tenido una caída del caballo, al igual que San Pablo, y volvía a la senda
de partido democrático y responsable, capaz de anteponer los intereses del país
a los suyos propios, y alejándose de “ese partido del que usted me habla”, del que
su presidente renegaba, por tres veces, hace unos días, esta vez al igual que San
Pedro.
Pero, desgraciadamente, todo ha sido un espejismo en el
desierto de la derecha española, empeñada en convertirse en eremita de la
política, eso sí ahíta de adoradores fanatizados. Y volvemos a estar en la
casilla de salida, al negarse a cumplir sus obligaciones de renovación de los órganos
constitucionales. Curioso, para quienes se reclaman defensores a ultranza de
una norma en la que no creen, salvo que se les acomode como un guante a sus
intereses.
Dicen que se agarra antes a un mentiroso que a un cojo, y al
final al Partido Popular no sé si ya le hemos atrapado por cojo o por mentiroso;
o a lo mejor por las dos cosas. Y no es porque seamos muy avispados, sino porque
ellos son tan soberbios y burdos que acaban poniendo las cartas bocarriba de
sus verdaderas intenciones sobre la mesa. Primero con la negativa cobarde de renovar
órganos constitucionales, no fuera a ser que los compañeros de la foto de Colon
les comieran la merienda; además, para qué asumir riesgos, si los miembros
actuales de CGPJ y otros altos
tribunales los pusieron ellos y han dado sobradas muestras del lealtad al dedo
que les colocó. Bien, para un partido que se erige como defensor a ultranza de
la independencia de la judicatura.
Pero el rizo de su desinterés y la poca capacidad para
entender cómo funciona una sociedad democrática viene cuando aceptan negociar
la renovación de las instituciones y ponen vetos irrenunciables. Muestra de que
su vuelta a la senda negociadora es un trampantojo, un ni contigo ni sin ti,
sino todo lo contrario, es el veto a dos jueces propuestos por el gobierno, que
en principio no deberían ser un
obstáculo, pero que para el PP son la excusa perfecta para no seguir
negociando.
El problema es que los rechazados no son del gusto del PP
porque consideran que son enemigos suyos. Y lo que pretenden es lanzar un aviso
a otros jueces, de que si se atreven a no satisfacer sus intereses en algún momento de su carrera profesional,
estarán vetados de por vida para ocupar puestos de mayor relevancia en la
judicatura.
¿Pero quiénes son estos dos jueces?:
En el caso de José Ricardo de Prada fue uno de los jueces de
la Audiencia Nacional que aceptaron la recusación de Concepción Espejel y Enrique
López, porque entendían que eran demasiado afines al PP, como miembros del
tribunal del Caso Gürtel y dictó sentencia. Dos jueces vitales para el que el PP pudiera salir indemne
del juicio. Concepción Espejel, que siempre será Concha para María Dolores de
Cospedal, amiga y gran mujer; Enrique López, la estrella emergente del PP
madrileño, que tiene justas pendientes con De Prada. Ambos asiduos colaboradores
de FAES, es decir de Aznar, el gran padrino de Casado. Cómo para permitir que
este juez entre como miembro en el CGPJ.
Victoria Rosell. La jueza enemiga pública de José Manuel
Soria. ¿Se acuerdan? Aquel ministro de los
Papeles de Panamá, que mentía dos veces cada vez que abría la boca. El mismo
que apoyado en su amigo el juez Alba, la acusaron de prevaricación en una
sentencia, lo que obligó a la jueza a tener que renunciar a su escaño en el
Congreso, para poder defenderse y acabó con el juez Salvador Alba condenado por
cohecho, falsedad y prevaricación a seis años de cárcel y dieciocho de inhabilitaciones.
Del ministro de Rajoy ya saben ustedes lo que pasó.
En síntesis un juez y una jueza que han tenido
enfrentamientos con el Partido Popular en el pasado y a los que quieren ahora pasar
factura. Más allá de que representan un sentido de la democracia y de la justicia
en las antípodas de lo que les gusta al PP.