miércoles, 31 de julio de 2013

Cosecha de Verano


Prólogo de González de la Cuesta para el libro de relatos "Cosecha de Verano", publicado por Unaria Ediciones.

Imagínense ustedes la siguiente escena: Estamos en Atapuerca, una noche de hace quince mil años. En el interior de una cueva un grupo familiar extenso, quince o veinte personas, está reunido alrededor de un fuego, que más que calentarles, es verano y afuera hace una noche cálida, ilumina sus rostros y les da la seguridad de verse y sentirse protegidos ante posibles peligros nocturnos. Escuchan embelesados a una mujer mayor, quizá la matriarca del grupo, que va desgranando con palabras sencillas una historia que hace volar su imaginación muy lejos de su cueva. La anciana habla despacio, para que ninguna de sus palabras se pierda en la oscuridad de la caverna y queden concentradas en ese momento mágico que está absorbiendo la atención de todos los que la escuchan, porque sencillamente lo que está haciendo en relatarles un cuento, que quizá no sea la primera vez que lo oyen, pero que siempre surte el mismo efecto revelador, provocando un torrente de emociones.
                Como verán es el cuento la más antigua manera de narrar historias que ficcionan la realidad, convirtiéndola en algo mágico, a veces imposible, inalcanzable más allá de la imaginación del cuentista y del que escucha. Y digo bien del que escucha, porque durante muchos miles de años, la única forma de disfrutar con una historia era escucharla. Bardos, juglares, trovadores, cuentacuentos, abuelas… incluso todavía hoy en lugares donde existen personas que aún no sabe leer ni escribir, existen contadores de cuentos que van por las plazas, llevando magia e ilusión a las gentes, como los halakis de Marrakech, que siguen siendo fieles a una tradición antigua, desgraciadamente hoy en peligro de extinción.
                Los cuentos, que según la RAE son una “relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención” siguen ocupando hoy, en la era tecnológica del siglo XXI, una posición privilegiada en el acervo cultural de la sociedad, aunque bien es cierto que la escritura ha sustituido a la palabra contada, pero no por ello dejan de ser igual de asombrosos que siglos atrás. Aunque si es cierto que el acto individualizador que significa la lectura de un texto, haya aparcado la magia de compartir las historias en grupo, y cruzar nuestras emociones con las de los que nos rodean. Pero no por ello, cada vez que leemos un cuento, nos estamos alejando de nuestros ancestros. Muy al contrario, participamos de esa tradición antigua de disfrutar de la revelación extraordinaria de unos sucesos que siendo, tal como define la RAE, “una narración breve de ficción” acaban colmando nuestra necesidad de volar con la imaginación a otros lugares y a unos acontecimientos que nosotros no vivimos.

                Con esta tradición tan antigua ha conectado, excelentemente, Unaria Ediciones, publicando ya su segundo libro de cuentos con el título de Cosecha de Verano, bajo el cual, al igual que en Cosecha de Invierno, podemos leer y disfrutar de una amplia selección de cuentos de autores de todo el país, que si bien muchos de ellos y ellas pertenecen a otros ámbitos literarios, como la poesía o la novela, no desmerecen con estos trabajos la calidad de sus obras. Esta segunda “cosecha” del año, son cuarenta y un cuentos marcados casi todos por la soledad, el amor y el desamor, la desesperanza que genera la crisis profunda que está viviendo nuestra sociedad, la denuncia de la injusticia, que si bien es un mal universal e inmemorial, no por ello deja de sacudir las conciencias de las personas justas. Pero también hay luz en los relatos, fogonazos de esperanza, que nos animan a seguir, a no caer en el desencanto por la vida. Estamos ante literatura muy anclada a la realidad que nos rodea, que por estar bien ficcionada no elude su compromiso con los valores eternos de la humanidad, ni con los sentimientos y las emociones que todos llevamos pegados en nuestro ADN. Literatura bien escrita, cuidada, arrancada de la sabiduría interior que todo escritor lleva dentro, para hacernos llorar, reír, maldecir, soñar y vivir. Qué más se le puedo pedir a esta nueva cosecha, escrita para que en las tardes calurosas del estío, o en las noches en las que buscamos el fresco de la Luna, podamos perdernos entre sus palabras, al igual que hace quince mil años, en una cueva de Atapuerca, ancestros muy lejanos nuestros apenas respiraban, para que el sonido del aire saliendo de sus pulmones no desviara la magia del cuento que la gran madre les estaba relatando.

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