En el cuarto día de cuarentena
todo sigue igual: el número de afectados aumenta y contenemos la respiración para
que pronto esa famosa curva, que se ha hecho tan popular como “La curva de la dama
blanca”, que tanto espanto nos daba de jóvenes, empiece a suavizarse,
trayéndonos la buena noticia de que el virus está siendo vencido, y pronto podremos
volver a nuestra vida anterior. Sin embargo, tengo una duda: ¿Nuestra vida va a
ser igual después de la pandemia? Si es así, poco o nada habremos aprendido de
esta crisis mundial, social e individual.
Escribía Víctor Hugo en su novela
“Los miserables”: Las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega
o nos ilumina. ¡Genial! No se puede expresar mejor la oportunidad que nos
brinda este momento. Podemos superar el miedo a decidir por nosotros mismos,
que tan afín se muestra a la humanidad. Oscuridad o luz.
Esto no es una crisis al uso del capitalismo,
como las que recurrentemente se producen para ajustar los desvaríos inherentes
a este modelo de producción y sociedad. Ni siquiera es una crisis política, por
mucho que algunos carroñeros de la democracia quieran hacernos ver. No, debemos
ser conscientes de que la magnitud de esta crisis de índole sanitaria, que nos
ha encerrado en casa y paralizado todo el mundo, es mucho mayor de lo que
podemos pensar. Porque, va a concernir a
nuestra manera de ser y ver la vida, es decir, a nuestra psique social y
particular. A ese pathos que definían los griegos como todo lo que se siente o experimenta:
estado del alma, tristeza, pasión, padecimiento.
¿Qué otra cosa nos puede producir
un encierro de supervivencia como este? Y no me refiero a la supervivencia de
cada uno, sino a la de los otros, a la de quiénes se ven afectados por un virus
leve, con consecuencias letales para una parte de la población. Esa es la
grandeza de nuestro comportamiento, aunque no seamos, todavía, muy conscientes
de ello. La fortaleza que nos transmitimos unos a otros en silencio, sin
vernos, sin tocarnos, sin hablarnos, para que todo termine con la menor
cantidad de damnificados posibles.
Debemos estar preparados para los
peores días, cuando el tiempo haya barrido la excitación inicial de vivir una
situación nueva, diferente, tan cambiante de nuestros comportamientos habituales.
Porque todo pasará y no podemos sucumbir en el intento, por muy duro que se nos
haga. Tenemos que hacer que ese relámpago del que hablaba Víctor Hugo nos
ilumine, y seamos capaces de cambiar algunas cosas en nuestras vidas, en la
sociedad, de las que no estábamos muy contentos. Aprovechar la oportunidad de
esa luz para mejorar, para tomar conciencia de que solos no somos nada: un
átomo perdido en la inmensidad del universo social. Que solo cuando estamos
perfectamente ensamblados unos con otros, podemos evitar otro Big-Bang, que lo mande
todo al carajo. Puede ser la hora de darnos cuenta de que tras la tristeza se
esconde un mundo de esperanza y menos canalla.
Me acuerdo del poema de Miguel Hernández
“Canción última”, cuando de Pintada no vacía:/pintada está mi casa/del color
de las grandes/pasiones y desgracias, pasamos a Florecerán los
besos/sobre las almohadas./Y en torno de los cuerpos/elevará la sábana/su intensa
enredadera/nocturna, perfumada…. Dejadme la esperanza.
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