viernes, 22 de febrero de 2019

Atrapados en el nacionalismo


Publicado en Levante de Castellón el 22 de febrero de 2019
Podemos pensar que Pedro Sánchez ha cometido un error al convocar elecciones en abril y  no haber aguantado unos meses más, para profundizar en las reformas progresistas, que no sé si España necesita, pero los españoles, desde luego sí. Desde esa perspectiva, la convocatoria de elecciones puede ser un retroceso en la política de reversión de los recortes del estado de bienestar, que la derecha se ha dedicado a hacer durante estos últimos años. Pero lo que no sabemos es hasta qué punto esa derecha desatada en un nacionalismo que rezuma desde el Valle de los Caídos, puede y está haciendo en su tarea de frenar en las Cortes cualquier intento de la izquierda por sacar leyes adelante. Quizá el PSOE de Page, Lambán y Susana Díaz, entre otros más trasnochados todavía, deberían hacer una reflexión de por qué consintieron que la Mesa del Congreso estuviera controlada por el PP y Ciudadanos, para quitarle protagonismo a Podemos.  Pero eso es agua pasada que ya no tiene remedio y afortunadamente el PSOE hoy no está dirigido por ellos.
                Quizá Pedro Sánchez no ha tenido más remedio que convocar elecciones. Quizá se ha asustado al no tener el arma política de los presupuestos en la mano, gracias al nacionalismo catalán, que no es capaz de ver el mundo más allá del Ebro. Estaremos siempre agradecidos a los Torra, Puigdemont, Artadi, Aragonés, Rivera, Casado  y compañía, por habernos abierto los ojos, más aun si cabe, sobre la perversidad del nacionalismo, sea de la frontera que sea. Ayudados mutuamente en esa deriva de querer convertir el país en un desfile al paso de la oca que marca la obediencia ciega a la patria, catalana o española. Gracias, por seguir arruinándonos la vida en nombre de España y Cataluña.
                Dicho lo anterior, no se me ocurre otra manera de calificar a la derecha española, que no sea de ultranacionalista, con ese sentido patrimonial del Estado que tenía el franquismo. Parece que está en su ADN, y desde luego, en sus diatribas sobre los enemigos de España, que no son alienígenas venidos, vaya usted a saber de dónde, sino aquellos de aquí que piensan distinto y les quieren quitar el poder, que por la gracia divina les corresponde.
                No parece que a los líderes de la derecha les preocupe otra cosa que obtener el poder por encima de cualquier circunstancia. Siempre ha sido así; recordemos que Mariano Rajoy llegó a la Moncloa con un programa que era una sarta de mentiras, que se tradujeron, cuando ganaron las elecciones, en un gobierno que estaba en las antípodas de lo que habían prometido en campaña electoral. Ahora no es menos, diría que incluso más, después de sentirse los mesías llamados a salvar este país, no sabemos muy bien de qué, pero desde luego, no de quienes se han dedicado a precarizar la vida de los españoles y convertir la democracia en una plutocracia.
                Lo cierto, es que por un  motivo o por otro, las elecciones generales se han adelantado, y Casado, Rivera y Vox están muy felices, convencidos de que van a arrasar el 28 de abril (no digo yo que no, vista la idiotez de la que hacemos gala los españoles cíclicamente a lo largo de nuestra historia). Están felices, porque ven al alcance de la mano convertir el país, otra vez, en su cortijo, para hacer y deshacer su antojo y librarlo de quienes se pongan en su camino.
                ¿Se ha equivocado, entonces, Pedro Sánchez al convocar elecciones? En unos meses lo sabremos, pero no nos debe caber la menor duda de que depende de todos nosotros; de que nos creamos que lo que puede venir va a ser más de lo mismo o peor, con el franquismo llamando a la puerta de las instituciones, bendecido por aquellos que se reclaman demócratas, centristas, constitucionalistas.
Que los presupuestos ahora no aprobados se puedan sacar adelante; que las reformas para impulsar la vida democrática puedan aprobarse, sólo tiene un obstáculo: que nos creamos que nuestro voto sirve para ello y lo ejerzamos.

jueves, 21 de febrero de 2019

80ª Aniversario de la muerte de Antonio Machado


Estos día azules y este sol de la infancia. Antonio Machado se despidió con estos versos del mundo, encontrados por su hermano José en uno de los bolsillos de su abrigo. Como si el recuerdo de su infancia le hiciese soportar los amargos y pocos días de su exilio en Colliure, cuando su vida y su  mundo se vino abajo tras tener que abandonar España, ante la ya inevitable victoria del fascismo en la Guerra Civil. Un mes de derrota política, y sobre todo personal, por el desmoronamiento de todos aquellos valores que había defendido desde su infancia, en su comportamiento cívico, en sus escritos y en su poesía.
Quién sabe dónde escribió esos versos. Quizá frente a las barcazas del puerto de Colliure o en algún recodo del camino que conducía hasta el Castillo de Colliure, donde estaban presos un grupo de militares republicanos españoles; o quizá en el silencio de su habitación, en el hotel  Quintana, junto a la cama donde su madre yace ajena al mundo que la rodea.
La soledad del alma, la tristeza, la ruina intelectual que se cierne sobre él y el agravamiento de su enfermedad pulmonar, acaban con su vida el 22 de febrero, en aquella habitación del hotel, que con tanto cariño le había acogido. 
En mi novela “Nunca seremos los  mismos” (Unaria Ediciones. 2013) vivimos la desazón por abandonar España: Yo debería quedarme –dijo de repente dirigiéndose a Manuel-. A mí ya la vida me puede ofrecer poco, pero ellos… –señalaba con el dedo más allá de los cristales- son la fuerza que tiene que restituir la libertad en este país, hacer que la República no caiga en el olvido y la ignominia”, de ese último mes de Antonio Machado, las peripecias del exilio y su repentino  desinterés por la vida.
Machado deja de existir y el mundo que le había acompañado se convulsiona, se retuerce en su impotencia y la tristeza por la pérdida del hombre, del poeta, del símbolo. Reproduzco aquí esas horas fatales de su muerte y entierro, tal como aparecen en “Nunca seremos los mismos”, como homenaje a Antonio Machado, en el ochenta aniversario de su muerte:

El día 22 por la mañana la salud de Machado había entrado ya en absoluta bancarrota, y reunidos todos los que cabían en el comedor del hotel, solo esperaban la noticia fatal. El ambiente era de suma tristeza, esas eran las palabras con las que Manuel definiría años más tarde la situación que se vivía en aquel salón. Él, por deseo expreso de la familia, era una de las pocas personas que podían entrar en la habitación del poeta y su madre, una habitación en la que se respiraba una calma casi de otro mundo. Manuel subía regularmente a comprobar que Machado todavía seguía allí, que su amigo no había sucumbido a los estertores de la muerte y seguía vivo en aquella habitación de paredes blancas, invadida por un gris invernal que se colaba por la ventana, evocando los versos que Machado escribiera:  “Una tarde parda y fría/de invierno. Los colegiales/estudian. Monotonía/de lluvia tras los cristales.” Una lluvia, que se estrellaba contra los cristales de la ventana, pugnando con estos por asistir al óbito del gran poeta. Al lado de la cama de Machado estaba la de doña Ana, ya en coma irreversible, que a Manuel le pareció respiraba más agitadamente de lo habitual. ¿Estaría doña Ana, guardiana silenciosa de su hijo, percibiendo lo que estaba sucediendo? Esa pregunta le rondó en la cabeza a Manuel muchos años, como un fantasma que siempre se desvanecía en el momento justo de responderla.
         A las 15:30 horas, Manuel se encontraba en la entrada del hotel con un grupo, cada vez más numeroso, de gente del pueblo, y republicanos españoles que empezaban a llegar de  muchos rincones del país, enterados de la grave enfermedad del  poeta. Jacques Baills, con los ojos enrojecidos, bajó y le comunicó que el poeta acababa de morir. El silencio entre los asistentes fue demoledor, tan intenso que nada, ni siquiera el río, que parecía haberse secado, perturbó esos primeros instantes de la pérdida de Machado. Ni un grito, ni un suspiro, ni un gesto; el mundo se acababa de detener para aquellas gentes. La mayoría ni siquiera había llegado a conocer al poeta en persona, pero sus versos se habían colado con tanta intensidad en sus vidas, que Machado ya pertenecía al subconsciente personal y colectivo de cada uno de ellos.
         Hacía un mes que Machado había iniciado el camino del exilio, y su dolor en el alma había sido tan fuerte que nadie pudo remediarlo, ni siquiera Manuel. Aunque él ya sabía que era una tarea inútil, que Machado ya había tomado una decisión de difícil marcha atrás. Lo sabía porque durante varias semanas había sido su confidente, su compañero de charlas, su colega de paseos, su amigo tardío, por eso se había limitado a cumplir con su papel de hacerle más llevadero el tiempo que le quedara, de intentar que durante esos días o semanas fuera un hombre próximo a la felicidad; vano esfuerzo, porque la profundidad de la herida del hombre era tan grande que ni siquiera el poeta pudo suturarla.
         Aquella tarde, junto con Bernard, acudió al castillo a informar a los presos, y pudo ver a hombres, como torres de grandes, llorar desconsoladamente sin disimulo, por la muerte de uno de los pocos símbolos cercanos que les quedaban, que les hacía más llevadera su cárcel injusta. Por eso decidieron ser ellos los que transportaran el féretro en su último viaje. Por eso, esa  misma tarde Manuel y Bernard iniciaron gestiones con las autoridades para conseguir el permiso necesario que posibilitara que fueran aquellos los que rindieran el homenaje del ejército republicano al gran poeta fallecido.
         Durante la tarde y el día siguiente fueron llegando mensajes de condolencia, incluido uno muy cariñoso del Presidente Azaña, que quisieron dar su último adiós a Machado, y personalidades de la república que querían rendir su último homenaje al poeta. Mientras, Manuel y los más allegados sacaban el cuerpo en volandas de la habitación, por encima de la cama de su madre, para instalarlo en otro cuarto del hotel, en donde se pudiera velar el cuerpo, ya amortajado, del poeta, hasta el entierro al día siguiente. Esa noche fue muy difícil, pues la muerte de Machado había surtido un efecto demoledor sobre los asistentes, no solo por el óbito, sino también por el trago que esta había supuesto, al convertirlos en huérfanos de un exilio que había tenido como epicentro la humanidad de Antonio Machado.
         A las cinco de la tarde del día 23 se puso en marcha la comitiva fúnebre presidida por José Machado, Julián Zugazagoitía, el alcalde de Colliuore, representantes de la embajada y otras altas personalidades de la República. Era un día gris y plomizo, como el ánimo de los que van acompañando en su último viaje al poeta. No llueve en ese momento, pero las calles, mojadas por el agua que ha caído durante todo el día, parecen estar engalanadas de luto, para dar el adiós último a Machado, que es portado a hombros en un féretro que cubre una bandera de la República, tejida durante toda la noche por Juliette Figuères, por soldados de la Segunda Brigada de Caballería del Ejército Español, los mismos a quienes comunicó Manuel el día anterior la muerte del poeta, en su prisión del castillo. Por fin consiguieron el permiso, no sin tener que hacer intensas gestiones ante las autoridades francesas. Detrás van  Manuel y Matea, que se sostiene en el brazo de Juliette Figueres, Paluine Quintana, Jacques Baills, el general Vicente Rojo, Xirau y su mujer, y toda una extensa comitiva formada por exiliados españoles, personalidades de la cultura francesa, y en gran cantidad vecinos de Collioure, impactados por la muerte en su pueblo de uno de los grandes poetas europeos del siglo.
         Tienen que vadear el río Douy, no sin dificultad por los charcos de agua que acumula, que separa el hotel de la plaza donde Juliette tiene la mecería, que luce en la puerta un impresionante crespón negro. Van lentos camino del puerto, con un mar embravecido, que agita las embarcaciones, en una suerte de saludo marinero al paso del féretro. Al llegar al Ayuntamiento la comitiva se detiene en su puerta durante unos minutos. Es el homenaje oficial de Collioure a Machado, sin palabras, solamente las piedras del edificio consistorial, de las casas que rodean la plaza son testigos mudas del luctuoso, pero gran acontecimiento, que se está viviendo en la localidad. En un impresionante silencio que mengua el alma de los asistentes, se produce un cambio en los porteadores del féretro, cediéndole un puesto a Manuel, que se despide de esta forma de su amigo, quien ha marcado para siempre su vida. Años después seguirá recordando ese momento de encontrarse bajo el cuerpo yerto de Machado,  con su mente  vacía; nunca le había pasado una cosa así, quedarse sin pensamientos. Pero era cierto, andaba como un autómata cargando el féretro con la consciencia nublada por el dolor y la amargura. Nunca, salvo con Lola, había tenido esa sensación de vacío, hasta que llegaron al cementerio y depositaron el féretro en un nicho cedido por Marie Deboher, amiga de Pauline Quintana. Fue un acto sencillo, civil, sin autoridad religiosa, en el que las palabras de despedida de Julián Zugazagoitia resonaron en el espectral silencio del cementerio, poniendo fin a la vida en la tierra de Antonio Machado con un poemilla del propio poeta:
                            Corazón, ayer sonoro,
¿ya no suena
tu monedilla de oro?

         Tras las últimas de palabras del alcalde Marceau Banyuls, la comitiva se disolvió, dejando atrás al poeta en su última morada con una sencillísima inscripción en la placa  que cerraba el nicho:
ICI REPOSE
ANTONIO MACHADO
MORT EN EXIL
LE 22 FÉVRIER 1939

viernes, 15 de febrero de 2019

Dos citas negras


Publicado en Levante de Castellón, con el título "Un mundo literario" el 15 de febrero de 2019
Cuando uno viaja a la comarca de Els Ports de Castellón desde la costa tiene la sensación de haber hecho una travesía en el tiempo y en el espacio. Parece mentira que en unas decenas de kilómetros, dos territorios puedan ser tan diferentes, y sin embargo, estar tan cerca. Porque Els Ports, capitaneado por esa maravillosa localidad llamada Morella, que al igual que la Morella mística de Edgar Allan Poe, ha sabido inmortalizar su alma para deleitar nuestros sentidos con la preservación de un mundo, que aceleradamente se trata de olvidar en otros territorios. Pero hay más, porque en contra de la Morella de Poe, que vio como su cuerpo se deterioraba con el tiempo, la Morella villa, es un faro sobre su elevada atalaya de civilización, en un territorio de altos penachos, profundos barrancos, espesos bosques e inviernos tiritados por el frío y la nieve, que ha sabido conservar su belleza urbana de arquitecturas en diálogo con la naturaleza que la rodea, desde un tiempo en el que fue esplendorosa, desde que Jaume I dijera, para consternación de Blasco de Aragón: Morella no es lugar para ningún hombre de mundo, sino para un rey, porque valía tanto como un condado con sus posesiones. Y quedó para siempre como villa de realengo, convirtiéndose en la tercera ciudad medieval del reino de Valencia, tras Xátiva y la misma Valencia. Importancia que duró hasta casi el siglo XX, como se puede ver en sus magníficos edificios, tanto civiles como religiosos.
                Esa historia, ese territorio compartido con Vilafranca del Cid, Cinctorres, Forcall, Sorita y muchas otras localidades, que forman una geografía de montaña vivida por ese espíritu de supervivencia que tienen los habitantes de las sierras y los valles apretados, ha encontrado en un pequeño fruto que se esconde bajo la tierra una de sus señas de identidad: la trufa negra, uno de los manjares más preciados que nos ofrece la naturaleza, por su gran valor culinario y sus propiedades medicinales.
                Todos los años, desde hace dieciséis, entre enero y marzo,  la trufa negra se convierte en el centro de las miradas de Morella y su comarca. Como unos de los grandes productores del mundo han sabido crear una identidad desde sus fogones, que bascula entorno a la trufa negra y la sabia reinvención de un  sinfín de platos, que están haciendo de la gastronomía de la comarca un paraíso para los amantes del buen gusto culinario y el apetito cultural. Una buena combinación: cultura y pitanza, como diría Sancho, acompañada de un entorno geográfico envidiable. 
                Dentro de la magia culinaria de estas semanas, en Morella, haciendo honor a ese espíritu de hermanamiento entre cultura y gastronomía, se celebran las jornadas gastroliterarias Morella Negra con la Trufa. Un fin de semana en el que la literatura va a ser protagonista a mesa y mantel con la trufa negra. Un fin de semana en el que la novela negra va a acompañar a la trufa negra, en un aventura cultural digna de un a mención en el Olimpo de las Letras. Escritores, lectores, hombres y mujeres de la cultura y el buen vivir, se dan cita entorno a un género literario más vivo que nunca: el género negro, que con el aroma de la trufa negra, son capaces de crear un ambiente único, que se va a vivir entre el 22 y 24 de febrero en Morella.
                Además, las jornadas son el colofón de un premio literario digno de mención, por los pocos premios que existen en España en esa categoría. Se premia una novela ya publicada, de un  escritor o escritora novel. No creo que existan muchos premios en España que se concedan a obra primeriza publicada. Chapó por la iniciativa del Ayuntamiento de Morella. Porque la vida sin literatura es demasiado gris y fútil. Y porque quien fomenta la creación literaria, está apostando por un futuro vacunado contra la banalidad. Y si está acompañada de un manjar puesto por los dioses bajo la tierra para nuestro deleite:  miel sobre hojuelas. 

   

viernes, 8 de febrero de 2019

Honestidad y mediocridad


Publicado en Levante de Castellón el 8 de febrero de 2018
¿Puede una ciudad permitirse el lujo de prescindir de uno de sus mejores concejales por una asunto que nada tiene que ver con su acción política? ¿Vivimos en una sociedad tan desnortada que cualquier cosa vale para desacreditar al adversario político, cuando este ha sido el artífice de una buena gestión, reconocida por todos, menos por quienes tienen en el cerebro una  urna electoral?
                Podríamos plantearnos muchas preguntas sobre cuál es el nivel de desprecio que tenemos los ciudadanos hacia la actividad política, y quiénes se aprovechan de ello para esconder su mediocridad y ascender en el escalafón, que les permita convertirse en dirigentes. Porque cuando esto sucede, entonces, todos nos convertimos en culpables de que la actividad política esté ocupada por personajes que van a estar muy lejos de gobernar pensando en la necesidades de la sociedad. La mediocridad sólo puede alcanzar cotas de mezquindad, y el mediocre, siempre, va a anteponer sus intereses a los de los ciudadanos.  Ha sido así a lo largo de la historia y parece que va a seguir siendo in secula seculorum.
                Deberíamos empezar a saber distinguir lo que es un comportamiento corrupto, que implica una voluntad consciente del corruptor y el corrompido, es decir, que saben lo que están haciendo y lo hacen; algo que está presente en la gran cantidad de casos de corrupción que han aflorado estos años en España, y lo que son negligencias administrativas o actos ignorantes, es decir, sin voluntad lesiva, derivados de la confianza o la mala fe de los corruptos. Porque si no es así, podríamos caer en la falsa moralidad de que todos roban y por tanto todos son iguales. Y no hay nada más falso que eso ni menos acertado que caer en la aceptación de que si creemos que todos roban, los que lo hacen de verdad, parece que son menos ladrones.
                Estos días la ciudad de Castellón ha vivido una pequeña convulsión al presentar su dimisión el concejal de hacienda y seguridad del Ayuntamiento, por un asunto lejano en el tiempo, de su etapa como subdelegado del gobierno, del que todo los que le conocen/conocemos saben que no se trata de un hecho voluntario ni ha existido ánimo de delinquir. Todos saben que el hombre que ha dotado a la ciudad de una mayor seguridad, que ha reducido la deuda municipal heredada del equipo de gobierno anterior, que ha ejercido de jefe de personal con mesura y sentido común y que ha sido la persona que ha promovido consensos con unos y otros, es incapaz, como decía la semana pasada Emilio Regalado en un artículo acertadísimo, de llevarse un bolígrafo si no lo ha pagado él.
                Su dimisión, para no manchar la política ni su honorabilidad mientras el asunto se esclarece (en este país esto puede durar años), es una acto de dignificación de la política a la que no estamos acostumbrados, viendo como vemos a corruptos de adarga y armadura aferrarse al sillón aunque truene Santa Bárbara. Sin embargo, los mediocres a los que aludía más arriba, no han tardado en sacar la guadaña de cuestionar lo que ellos saben que no tiene doblez, aún a sabiendas de que están cometiendo un acto de estupro verbal y político. Para ellos, la moralidad se sitúa en el quicio de sus intereses, ladrando más que aportando sentido común, porque así, piensan, se les oye más.
Han perdido una oportunidad de oro de apuntarse a la dignificación de la política. De ser merecedores de nuestro respeto, haciéndonos ver que más allá de sus intereses partidistas y electorales deberían prevalecer los principios de la ética y buen sentido en la vida y la política. Y lo más triste, es que algún día podrían llegar a gobernar la ciudad, y no me refiero a su Partido, que lo haría legítimamente si gana unas elecciones, sino a quienes han de mostrado con su poca altura en este asunto, que nunca deberían gobernar.

viernes, 1 de febrero de 2019

Un mundo literario


Publicado en Levante de Castellón el 1 de febrero de 2018
No todo son malas noticias en esta España dual que vivimos, donde sempiternamente conviven dos almas muy distintas y a veces cainitas. Según el barómetro de hábitos de lectura de 2018, presentado por la Federación de Gremios de Editores de España y el Ministerio de Cultura, el número de lectores frecuentes que hay en España ha crecido más de un 2%, situándose en casi el 62% de la población. Claro, habría que saber si para los editores ese número tiene que ver con quienes compran libros o con los que lo leen. En cualquier caso, es una buena noticia, porque quien compra acaba leyendo o regalándolo a alguien que lee.  Y cuando una  sociedad lee más, es más culta y menos susceptible a dejarse engañar. Además, la lectura, es una fuente increíble de diversión y de vivencias.
                Mantener viva la costumbre de leer es tarea, entre otros actores, de los escritores, de todos aquellos y aquellas que se lanzan a la aventura de imaginar historias, de acercarnos un poco al conocimiento, de provocar sensaciones. Y de ello, en Castellón sabemos mucho, porque hay toda una pléyade de escritores y escritoras, que en los últimos años están haciendo las delicias de  mucha gente, de dentro y de fuera de la provincia. 
                Decía que Castellón está viviendo un momento mágico para la literatura. Se escribe mucho y bien, casi sin tregua para poder leerlo todo, dada la gran cantidad de publicaciones que se ofrecen, haciendo que el mundo literario de la provincia esté muy vivo y muy sano. Premios, certámenes, ciclos, presentaciones, recitales poéticos, festivales… están presentes casi a diario en la provincia. Precisamente, ahora en febrero, se pone en marcha la décima edición del Festival Castelló Negre, que se va a celebrar en varias sedes distribuidas por distintas localidades de la provincia.    
                A  modo de ejemplo, y sin ser todo lo que se ha editado por escritores y escritoras castellonenses desde el verano pasado, Maribel Escrig, publicó en septiembre “La pureza de las mariposas” (1968 Ediciones), un thriller policiaco con tintes eróticos que forma parte de la trilogía "Las margaritas blancas". Casi a la vez, Benjamín  Collados, vuelve a ilustrarnos sobre el  mundo de los Íberos, con la publicación de “Guerreros de Iberia” (La Esfera de los libros), un ensayo sobre la guerra entre los pueblos prerromanos de la península Ibérica y su enfrentamiento contra cartagineses y romanos.
                En octubre, Javier García publicó “Génesis” (Unaria Ediciones), un relato erótico-romántico, ambientado en los años setenta en La Plana Baja; y González de la Cuesta, “Hotel Voramar” (Editorial Sargantana), una novela en la que el hotel Voramar se convierte en el escenario perfecto para una historia que comienza en 1957 y termina en la actualidad, pasando por la Alemania nazi y el Madrid de los años 50. Roberto Monzó, en noviembre, nos sumerge en una historia de anónimos mensajes de color azul celeste, que provocan el caos del receptor y de sus más allegados, con su novela “Azul celeste” (Group Edition World). Y en poesía, María José Sangorrín, con su poemario “Lágrimas de mar” (Verba Manent), nos invita a un viaje onírico, reflejo de la madurez de la mujer, cargado de emociones y vivencias.
                No paran los escritores de Castellón, y en los próximos meses un buen número de nuevas publicaciones van a llenar las librerías. Luis Rodríguez presenta entre febrero y marzo “8.38” (Editorial Candaya),  un homenaje a la literatura; una vuelta a la ficción y a la realidad. En febrero también, Julio Cesar Cano publica su nueva entrega del inspector Monfort “Flores  muertas” (Ediciones Maeva), en la que de la mano del ya afamado inspector, se dan cita la música y el crimen.
Entre lo que viene en marzo, también está la  nueva novela de Rául Ariza: “Antes. Entonces, Nunca” (Talentura Libros), memorias de un hombre obsesionado con su belleza, que nos aproxima al mito de Narciso. Y la obra ganadora de la I Bienal de Novela AEPC: “Cuando Azota el olvido·” (La Pajarita Roja) de Juanma Velasco, un entramado de lujurias y obsesiones, donde afloran algunos de los comportamientos más oscuros de la condición humana.
Por último, para no hacer la lista interminable, Luis Aleixandre publicará en abril “Mil ramos de flores no son suficientes” (Unaria Ediciones), novela donde se narra el viaje de un alcohólico a Valencia en su última fase de rehabilitación, para intentar recuperar a su mujer y su hija.   
No están todos ni todas, y pido perdón por ello, pero como se puede ver, si la literatura es una señal de vida, Castellón está más vivo que nunca.

La vivienda, un derecho olvidado

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