jueves, 28 de noviembre de 2013

Luis Rodríguez


Escrito por González de la Cuesta

Luis Rodríguez es un escritor de trago corto, que no utiliza muchos ingredientes, aunque alguno de ellos de alto contenido alcohólico, por el impacto emocional que provoca en nuestras conciencias al leerlos. Entra en el texto sin concesiones a la floritura. Directo. ¿Para qué andarse por las ramas? Como si un bisturí diseccionara nuestra alma y vertiera un cóctel de palabras precisas, que como cuchillas rasgaran nuestros buenos y decentes pensamientos. Porque Luis Rodríguez, lector insaciable, que nació en Santander hace más de medio siglo y ha ido bebiendo como una libación lo que le ofrecían los distintos lugares en los que ha vivido, hasta que se afincó, definitivamente, en Benicasim, nos sirve en dosis muy elaboradas literatura en estado puro, que entra como un chute en nuestras venas hasta que alcanza el cerebro y ya nuestra mirada del mundo no vuelve a ser igual. Es un ser peligroso, no porque sea violento o maquiavélico, sino porque utiliza el arma de destrucción masiva de las ideas bien pensantes más poderosa que se haya inventado jamás: la palabra. Y además lo hace sin ninguna intención de provocar terremotos ni incitar a revoluciones. La sacudida que provocan las novelas de Luis Rodríguez proviene de hablarnos, con toda naturalidad, de la vida misma, sin celosías que la oculten, ni espejos que la deformen.
                Así es su primera novela “La soledad del Cometa”, un ejercicio de vivisección del comportamiento humano, que muestra unos personajes viviendo experiencias que pueden parecernos irreverentes o rebuscadas, pero que, sin embargo, nos cuentan una parte de la realidad que deliberadamente no queremos ver, y lo hace con tanta naturalidad que no deja concesiones al regateo intelectual. Los personajes de esta novela, que transitan por la vida de una soledad a otra, en busca de nada, o en el mejor de los casos de una conformidad que les hace sobrevivir, no son ni siquiera ácidos, ni subversivos, ni sucios. Son gente normal que aceptan el papel que les ha tocado vivir, sin cuestionarse si lo que hacen está bien o mal. Lo hacen porque tiene que ser así.           
                En su segunda novela, “Novienvre”, hay una intencionalidad provocativa ya desde el título, que deliberadamente transgrede las normas ortográficas, para agitar nuestra comodidad, cuando no abulia, intelectual. No puede ser de otra manera cuando esta incorrección gramatical viene de un escritor muy cuidadoso con el lenguaje y pulcro en su escritura. Lo que nos hace pensar que estamos ante una provocación del autor. Sin embargo “Novienvre” es una novela más amable, a pesar de que hurga en el lado oscuro de nuestra conciencia forjada en siglos de judeocristianismo. Pero es mucho más peligrosa, porque ahora la amabilidad del personaje, que vuelve a transitar por la soledad como elemento de cohesión de su trayectoria vital, nos seduce. Y no porque tenga una vida de película. Esto es lo verdaderamente transgresor, sino porque es un individuo corriente, que se enfrenta a los acontecimientos que la vida le va poniendo delante, otra vez, con una naturalidad que te deja impávido. Luis Rodríguez, esta es otra provocación, llamar al personaje con el nombre del autor, sin ser una novela autobiográfica, es un ser que, al igual que los personajes de la “Soledad del Cometa”, no se plantea si lo que hace está bien o mal, un rasgo literario que empieza a ser distintivo de Luis Rodríguez, el otro, el escritor y autor de estas novelas, lo hace porque así viene dado.

                Cuando un personaje te dice ante una persona que piensa que está muerta, que le tomó el pulso por hacer algo, hay un mensaje que está produciendo un cortocircuito en nuestras neuronas, lo peor de todo, sin saberlo. Esta es la literatura tal como la escribe Luis Rodríguez: una provocación ante el lector, sin que este sea consciente de ello. Algo así como cuando en una aglomeración alguien te empuja discretamente, te pide perdón con toda naturalidad, y después te das cuenta que te ha robado la cartera. Esa cartera vieja, que tanto detestabas, y que nunca te atrevías a cambiar, por el rancio valor sentimental que tenía. Por eso, a las novelas de Luis Rodríguez hay que enfrentarse sin miedos, libre de ataduras mentales, y dejar que nos robe la cartera con naturalidad, para que las palabras cuando circulen por nuestras venas no provoquen demasiados desgarros. Un imprescindible. 

martes, 19 de noviembre de 2013

A ti Mateo, es a ti.


Escrito por González de la Cuesta

                 Escribir una novela sobre pinturas robadas, con Roma como escenario y la Iglesia como tenedor de arte, es un riesgo hoy en día, pues se puede caer en esa corriente de misterios vaticanistas y sectas de origen oscuro que tratan de preservar la verdad del universo, que tan al uso están en la literatura desde hace años, y que, todo hay que decirlo, ha dado algunas obras esplendidas y muchas más prescindibles. Por eso a Juanma Velasco (Castellón, 1963) autor de la novela “Sólo los hombres sin patria pintan lobos”, hay que reconocerle que haya sabido dar el tono adecuado a su nueva novela A ti Mateo, es a ti, sin dejarse llevar por ese torrente editorial que ha colonizado los estantes de las librerías en los últimos años.
                A ti Mateo, es a ti, es una novela muy bien trazada, que nos habla de la ambición del poder, la glotonería de la riqueza y el triunfo del amor, con un cuadro de Caravaggio, La vocación de San Mateo, exhibido en la iglesia de San Luis de los Franceses en Roma, que sin pretenderlo se convierte en el verdadero personaje principal de la trama, haciendo girar al resto alrededor de él. Una historia contada con maestría que tiene un argumento muy bien estructurado de intriga policiaca, pero que no se resuelve dentro de los cánones habituales de este género. Porque aunque la sucesión de capítulos platean una trama policial, salpicada de retrospectivas históricas que nos cuentan cómo se gestó la pintura del cuadro, el fondo de la historia tiene más que ver con la realidad de la vida, cargada de matices, en donde los personajes no aparecen como buenos o malos, sino simplemente como deudores de sus propios actos.
                Hay varias intrigas en la novela que se superponen con la habilidad suficiente para que no se entorpezcan unas a otras, y para que las resoluciones de todas lleven una secuencia que nos haga ver que el final de la historia es la suma de todas ellas. Pero también hay una pulsión de deseo sexual que atraviesa gran parte de la narración, convirtiéndola, en algunos momentos, casi en una novela erótica.
                Por todo ello, Juan Velasco ha acertado en esta su segunda novela, haciendo de A ti Mateo, es a ti, una lectura recomendable, en la que podremos disfrutar y darnos cuenta que detrás de cada cosa, siempre hay una trastienda en la que se esconde otra realidad menos visible.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Fragmento presentación de la novela "Novienbre"en Benicasim

Fragmento en vídeo de la presentación de la novela"Novienbre" de Luis Rodríguez en la librería L'Ambit" de Benicasim, el 16 de Noviembre. En el vídeo aparecen Álvaro Colomer, crítico literario, que hizo de presentador y Luis Rodríguez, autor de la novela.

 Pincha para ver vídeo

sábado, 26 de octubre de 2013

Sin literatura no hay libertad

                                                                                                Imagen: Autor desconocido

Escrito por González de la Cuesta

A principios de esta semana se ha celebrado el VI Congreso Internacional de la Lengua Española, en Panamá. Una reunión, en la que al margen de las fotos de altos mandatario y los discursos engolados sobre lo grande que es el español en un mundo globalizado, se va a discutir sobre los problemas reales que tiene el castellano en las diferentes partes del globo donde se habla, con una variedad lingüística, dentro de la unión de pertenecer a una misma lengua, marcada por la dispersión geográfica, y ese gran caladero del castellano que es Suramérica. Panamá es el anfitrión, y como muestra del interés que suscita la literatura en el continente americano de habla hispana, es su gobierno el que va a correr con todo el gasto del Congreso e incluso el de los 1.200 profesores a los que ha invitado, para que las discusiones sean un debate vivo, con los pies en la realidad.
                La celebración de este Congreso debería hacernos reflexionar sobre cuál es el estado de la literatura y el nivel lector en nuestro país, que presume de ser la madre de la lengua castellana, pero que poco hace por promocionar su literatura entre nosotros. Resulta paradójico, que cualquier revista digital dedicada a la literatura, que se edite en Suramérica, alcance miles de visitas, cuando no cientos de miles, y que en España su supervivencia sea poca más o menos que una quimera, no por la falta de colaboraciones, sino por la ausencia clamorosa de lectores o visitantes. Este es el quid de la cuestión: el bajo nivel lector que tenemos en España y el desinterés de los poderes públicos, ya sean estatales, autonómicos, provinciales o locales, por fomentar la lectura. Aquí se piensa que vale con sacar pecho por el Instituto Cervantes, al que luego se le tiene sometido a un régimen de adelgazamiento económico; o convocando premios literarios por doquier, controlados en su mayoría por el afán mercantil de las grandes editoriales; o leyendo con gran fasto El Quijote, todos los años, el día del libro, con un aparatoso desfile de personalidades y famosos ansiosos de quedar plasmados en un fotografía para la eternidad. Todo eso está muy bien, y no soy yo quien vaya a criticar lo poco que se hace, ya que todo en esta vida siempre tiene un lado positivo. Pero lo cierto, es que más allá de los fastos, se encuentra el vacío, o mejor dicho el casi vacío, porque aquí entramos en un terreno plagado de pequeñas iniciativas surgidas de la voluntad de grupos amantes de la lectura, escritores y/o profesores que, al igual que caballeros andantes, tratan de inocular el espíritu de las letras entre sus alumnos.
                Es difícil que un país pueda avanzar si no se lee. En los libros se encuentra el conocimiento universal, todo lo que pueda ayudarnos a sentir, a aprender, a emocionarnos y a ser personas más sabias y humanas. Si un país no lee caerá bajo una de las peores dictaduras que existen, no tanto por violentas, sino por destructoras de la dignidad que da el conocimiento; cae en la información manipulada por el poder y la educación al servicio de los grupos dominantes. Un país que no lee pierde su capacidad de autocrítica y de ver las cosas desde diferentes ángulos, haciéndose menos tolerante y más proclive a la imposición de lo que cada uno piensa. Porque en la literatura encontramos uno de los últimos reductos de libertad que existen en la sociedad, donde el escritor se puede expresar sin la coacción florentina del poder, que todo trata de abarcarlo, incluso hasta nuestros pensamientos. Ejemplos de escritores que han conseguido engañar a la censura o burlar el cerco que sobre ellos o su obra han puesto regímenes de pensamiento único, hay muchos a lo largo de la Historia. La novela de Vasili Grossma “Vida y destino” sufrió la persecución de las autoridades soviéticas porque hacía un relato muy crítico de la vida de los soviéticos durante la época de Stalin. La KGB de Nikita Jrushchov destruyó todas las copias existentes en su apartamento moscovita y aventuró que no se publicaría ni en doscientos años. Era la década de los cincuenta en la URSS y el control del poder sobre las conciencias de los ciudadanos no había disminuido con la muerte de Stalin. Sin embargo, una copia de la novela pudo sortear la vigilancia de la KGB y en 1980, sacada de la Unión Soviética por disidentes, pudo publicarse en Suiza. Es el triunfo de la libertad de un escritor sobre el poder. Bertolt Brecht sufrió una vida de persecución por mantener la libertad de su obra. Escritor de pensamiento marxista, tuvo que abandonar Alemania cuando en 1933 los nazis irrumpieron violentamente en la representación de una de sus obras de teatro y quemaron, posteriormente, toda su obra en un acto de barbarie que trataba de situar el pensamiento único sobre la literatura. También tuvo que abandonar los EE.UU. cuando el Comité de Actividades Antiamericanas, presidio por el senador republicano MacCarthy, comenzó a perseguirle. Son muchos los escritores que han sufrido persecución o muerte por la intolerancia: García Lorca, Shalman Rhusdie, Ana Politóvskaya, Roberto Saviano, y muchos los que sin haberla sufrido han aguantado los embates del poder tratando de ningunear su obra o de impedir su difusión.
                Quizá sea por eso que en España, país de tradición censora desde la Inquisición hasta la dictadura franquista, que todavía no nos hemos podido desempolvar, la lectura, en la actualidad, sea un bien inútil o un mal menor, dependiendo desde la ventana de donde se mire. Y por ello, a nadie le preocupan los bajos niveles lectores que tenemos, que están haciendo de la supervivencia del libro una quimera y de los escritores un acto de fe en su obra y sus ganas de seguir escribiendo, a pesar de que en lugares como en Castellón estemos asistiendo a un momento de esplendor literario, con escritores de todos los géneros, sin que en los ámbitos culturales se les esté haciendo el menor caso.

                Pero no pasa nada, la literatura sobrevivirá a este momento de miopía cultural y ceguera literaria. Mientras tanto fijémonos en Panamá, ese pequeño país centroamericano que, por cierto, muchos conocen por la novela de John Le Carré “El sastre de Panamá”, que no duda en poner los recursos necesarios para la promoción de la lengua española y su literatura.

miércoles, 31 de julio de 2013

Cosecha de Verano


Prólogo de González de la Cuesta para el libro de relatos "Cosecha de Verano", publicado por Unaria Ediciones.

Imagínense ustedes la siguiente escena: Estamos en Atapuerca, una noche de hace quince mil años. En el interior de una cueva un grupo familiar extenso, quince o veinte personas, está reunido alrededor de un fuego, que más que calentarles, es verano y afuera hace una noche cálida, ilumina sus rostros y les da la seguridad de verse y sentirse protegidos ante posibles peligros nocturnos. Escuchan embelesados a una mujer mayor, quizá la matriarca del grupo, que va desgranando con palabras sencillas una historia que hace volar su imaginación muy lejos de su cueva. La anciana habla despacio, para que ninguna de sus palabras se pierda en la oscuridad de la caverna y queden concentradas en ese momento mágico que está absorbiendo la atención de todos los que la escuchan, porque sencillamente lo que está haciendo en relatarles un cuento, que quizá no sea la primera vez que lo oyen, pero que siempre surte el mismo efecto revelador, provocando un torrente de emociones.
                Como verán es el cuento la más antigua manera de narrar historias que ficcionan la realidad, convirtiéndola en algo mágico, a veces imposible, inalcanzable más allá de la imaginación del cuentista y del que escucha. Y digo bien del que escucha, porque durante muchos miles de años, la única forma de disfrutar con una historia era escucharla. Bardos, juglares, trovadores, cuentacuentos, abuelas… incluso todavía hoy en lugares donde existen personas que aún no sabe leer ni escribir, existen contadores de cuentos que van por las plazas, llevando magia e ilusión a las gentes, como los halakis de Marrakech, que siguen siendo fieles a una tradición antigua, desgraciadamente hoy en peligro de extinción.
                Los cuentos, que según la RAE son una “relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención” siguen ocupando hoy, en la era tecnológica del siglo XXI, una posición privilegiada en el acervo cultural de la sociedad, aunque bien es cierto que la escritura ha sustituido a la palabra contada, pero no por ello dejan de ser igual de asombrosos que siglos atrás. Aunque si es cierto que el acto individualizador que significa la lectura de un texto, haya aparcado la magia de compartir las historias en grupo, y cruzar nuestras emociones con las de los que nos rodean. Pero no por ello, cada vez que leemos un cuento, nos estamos alejando de nuestros ancestros. Muy al contrario, participamos de esa tradición antigua de disfrutar de la revelación extraordinaria de unos sucesos que siendo, tal como define la RAE, “una narración breve de ficción” acaban colmando nuestra necesidad de volar con la imaginación a otros lugares y a unos acontecimientos que nosotros no vivimos.

                Con esta tradición tan antigua ha conectado, excelentemente, Unaria Ediciones, publicando ya su segundo libro de cuentos con el título de Cosecha de Verano, bajo el cual, al igual que en Cosecha de Invierno, podemos leer y disfrutar de una amplia selección de cuentos de autores de todo el país, que si bien muchos de ellos y ellas pertenecen a otros ámbitos literarios, como la poesía o la novela, no desmerecen con estos trabajos la calidad de sus obras. Esta segunda “cosecha” del año, son cuarenta y un cuentos marcados casi todos por la soledad, el amor y el desamor, la desesperanza que genera la crisis profunda que está viviendo nuestra sociedad, la denuncia de la injusticia, que si bien es un mal universal e inmemorial, no por ello deja de sacudir las conciencias de las personas justas. Pero también hay luz en los relatos, fogonazos de esperanza, que nos animan a seguir, a no caer en el desencanto por la vida. Estamos ante literatura muy anclada a la realidad que nos rodea, que por estar bien ficcionada no elude su compromiso con los valores eternos de la humanidad, ni con los sentimientos y las emociones que todos llevamos pegados en nuestro ADN. Literatura bien escrita, cuidada, arrancada de la sabiduría interior que todo escritor lleva dentro, para hacernos llorar, reír, maldecir, soñar y vivir. Qué más se le puedo pedir a esta nueva cosecha, escrita para que en las tardes calurosas del estío, o en las noches en las que buscamos el fresco de la Luna, podamos perdernos entre sus palabras, al igual que hace quince mil años, en una cueva de Atapuerca, ancestros muy lejanos nuestros apenas respiraban, para que el sonido del aire saliendo de sus pulmones no desviara la magia del cuento que la gran madre les estaba relatando.

martes, 25 de junio de 2013

novienvre


Escrito por González de la Cuesta

LITERATURA. Es el único adjetivo que se me ocurre para calificar la nueva novela de Luis Rodríguez “novienvre”. Literatura con todas sus letras y en mayúscula, para un texto que trasciende lo puramente novelesco, para adentrarnos en un terreno en el que lo anecdótico es la historia que Luis Rodríguez nos cuenta, porque brilla con luz propia su capacidad para transmitirnos ideas y un concepto de la escritura que raya la magistratura de la insubordinación intelectual y gramatical. Porque en “novienvre” encontramos un ejercicio de concisión mental que no deja lugar a la interpretación subliminal de la palabra escrita, ni a ningún rodeo semántico; no hay, ni siquiera, espacio para la subordinación gramatical, mediante la encadenamiento de oraciones que se subordinan en explicaciones innecesarias de lo que se quiere decir. Lo dicho se escribe con tal rotundidad, que a veces pude herir alguna sensibilidad. Una crudeza que ya se pudo leer en su anterior novela “La soledad del cometa”, que ahora, si es cierto que se suaviza en beneficio de una historia mejor construida y muy bien narrada, no deja de tirar para atrás a las mentes bien pensantes y algunas de las políticamente incorrectas. Y aquí está la gracia de esta maravillosa novela, que no por breve desmerece su calidad, al contrario, es tanta la que tiene que una dosis mayor acabaría dopándonos a una adicción de la que sería difícil desengancharse. La gracia reside en que una literatura tan políticamente incorrecta esté tan pegada a la realidad, que nos duele al situarnos ante el espejo de nuestra hipocresía intelectual. Todavía más cuando sus personajes nos resultan tan cercanos y familiares, que podríamos ser cualquiera de nosotros. De hecho somos cualquiera de nosotros al otro lado del espejo. No es gratuito que el personaje principal se llame Luis Rodríguez, igual que el autor, y que el narrador sea un híbrido entre ambos seres, el real y el ficticio. Porque aun ignorando cuánto de autobiográfico tiene la novela, los tres están íntimamente ligados en una simbiosis que les hace entender la vida de la misma manera, con esa mirada que todo lo disecciona y lo reduce a esencia mordaz, de quien hace lo que hace sin remordimientos morales. Lo que no significa que personaje, narrador y autor, sean seres amorales, que viven en un mundo de libertinaje e indecencia. Simplemente que el libre albedrío está condicionado por la irremediable huella del destino que cada uno transita, y así se acepta sin necesidad de remordimiento. La lectura de “Novienvre” no deja indiferente, pues detrás de una espléndida literatura, se esconde la irreverencia de la palabra frente a la mojigatería de la sociedad actual. LITERATURA.

martes, 11 de junio de 2013

EL AMOR A DESHORA

             
  Antonio Arbeloa es un hombre de la cultura, también de gran cultura, que ya ha publicado varios libros de poesía, ensayos y obras teatrales, además de ser el director del programa cultural de Televisión de Castellón“Página en blanco”. Era irremediable, por tanto, que se decidiera a escribir una novela, y entrar en ese mundo fantástico en el que las palabras construyen historias, que nos transportan por lugares ignotos de nuestra imaginación, en donde la vida sucede de una manera ajena a nuestra realidad, convirtiéndonos en espectadores, a veces cómplices, de acontecimientos y personajes con los que empatizamos, amamos, odiamos y nos emocionamos.
                Es en ese fabuloso mundo de la novela donde Antonio Arbeloa ha entrado sin miedos ni contemplaciones de novelista primerizo, con una novela, “El amor de deshora”, bien armada, que sigue una estructura in crescendo hacia la resolución final; escrita con una prosa cuidada y de lectura ágil. En torno a una trama de novela policiaca, en la que unos asesinos, que actúan movidos por un honor muy primario, ponen en jaque a la policía de España e Italia, va desgranado, magistralmente, como influye el amor en la vida de los personajes, que transitan por la novela marcados por amores eternos, inquebrantables, de esos que se instalan a primera vista en el corazón y ya no vuelven a desocuparlo jamás; y amores que llegan inesperadamente, a deshora, cuando ya a la vida sólo se le pide el olvido de pasiones pasadas, o que la rutina del actual no se haga insoportable.
                Es, por tanto, “El amor a deshora” una novela coral, en la que los personajes se van moviendo, sabiamente, de la mano de Antonio Arbeloa por distintas ciudades europeas entre el crimen ,el honor, el amor y el desamor, cada uno con su historia acuestas, con la vida que les ha tocado vivir, para lo bueno y para lo malo. Personajes que no creen en la salvación por sus actos, sino que transitan por la vida con las cartas de su destino ya echadas, intentando jugarlas lo mejor posible. Una lectura que no defrauda y mantiene el impulso de seguir leyendo, sin cansancio, trufada de un enorme despliegue de referencias culturales.

                

sábado, 1 de junio de 2013

ÁNGEL

Poema de Amelia Díaz Benlliure

Eres bello
pluma de ángel erguido
baile de laurel y máscara
ya vencedor

ojeas con mirada nueva
los cuerpos oscuros de las ninfas
que merodean bulliciosas
tu desnudez

eres bello
ojos-flecha penetrantes
verbo-azul desembocado
bosque-fuego en precipicio
arrasando la maleza que parasita la luz

ese no saber de bambalinas
donde se esconden los huesos
y los fantasmas sin brazos
ya no pueden atrapar
tus palabras de follaje

y tú
ángel-efigie de mármol cálido
rostro-grito que abre el mar

cantas por encima de todas las olas.

domingo, 19 de mayo de 2013

Día Internacional de los Museos



Escrito por José Manuel González de la Cuesta

Hace aproximadamente 10.000 años un grupo de cazadores que se habían asentado al borde de lo que hoy conocemos como Barranco de la Valltorta, se internaban por un estrecha angostura entre dos altas rocas, que daba acceso a las profundidades del barranco donde habitualmente cazaban, para alcanzar un abrigo que colgaba del farallón vertical que cerraba, por uno de los laterales, el barranco. Su asombro fue casi reverencial al encontrarse dibujadas en la pared las escenas de caza que ellos protagonizaban habitualmente. Estaban maravillados al ver que la vida cotidiana que les obligaba a cazar para subsistir se pudiera plasmar sobre una roca de forma tan bella.  Ellos no sabían, por supuesto, aunque algo sí podían intuir, que se encontraban ante una manifestación artística; una forma de arte, que hoy podemos considerar primitivo, pero que era, sin lugar a dudas para aquellos hombres a caballo entre el paleolítico y el neolítico, una obra de arte. Y mucho menos que se hallaban ante uno de los museos más antiguos de la historia, que les hacía tener las mismas experiencias sensoriales, que las que hoy en día pueda tener cualquier urbanita del siglo XXI.
                Desde ese abrigo al aire libre lleno de pinturas de escenas de caza en el Barranco de la Valltorta, hasta nuestros días, han pasado miles de años y la cultura se ha ido refinando y subvertido nuestras conciencias; ha sido uno de los motores sin el cual la humanidad se habría quedado anclada en la Edad de Piedra. Y en esa evolución que nos ha hecho pasar de sofisticados depredadores prehistóricos a sofisticados consumidores de la era cibernética, han tenido mucho que ver los museos. Esos lugares que durante siglos han ido atesorando nuestro patrimonio cultural y científico,  si bien hasta el siglo XVII eran sólo accesibles a las elites sociales y religiosas, hasta que la Universidad de Oxford decide exponer al público la colección que le había donado el anticuario Elías Ashmole, inaugurando el primer museo del mundo, en la idea que hoy tenemos de lo que es un museo. En los dos siglos siguientes los grandes museos que hoy conocemos en Europa: Louvre, Británico, Prado, etc. abrieron sus puertas mostrando colecciones, que en gran parte pertenecían a las monarquías de cada país.
                El mueso, como contenedor de arte o conocimiento, es imprescindible para la divulgación de la ciencia o la cultura. Esa democratización pedagógica que después de la Segunda Guerra Mundial han experimentado los muesos, ha contribuido a convertirlos en actores fundamentales para la transmisión de valores, situándolos en el epicentro de la vida cultural de un país, una región o una localidad. Sin embargo, en los últimos años están sonando demasiadas alarmas, que deberían hacernos reflexionar, aprovechando el Día Internacional de los Museos. El mercantilismo pujante y depredador de la sociedad actual está convirtiendo a los museos en objetos de consumo en sí mismo; no es raro ver que la mercadotecnia y la tienda del museo tienen un valor tan importante como la obra que se expone. Esto representa un problema grave que puede acabar con la propia supervivencia de muchos museos, que al no estar a la altura económica que los poderes públicos y privados consideran, puedan ver en peligro su continuidad, lo que estaría provocando un excesivo protagonismo de exposiciones itinerantes que, gracias a enormes operaciones propagandísticas en los medios, atraen público, con el único fin de la rentabilidad económica. Desde este criterio que asocia museo con consumo cultural y negocio, se está dejando de lado el valor artístico de muchas obras y la apuesta por la función de pedagogía que todo museo debe tener, como instrumento de transmisión de conocimiento. Pero es que también pueden estar en peligro numerosos museos locales o regionales que no entran en ese circuito de negocio museístico, capaz de proporcionar pingües beneficios al capitalismo imperante. No es una suposición este peligro. Ya estamos viendo como los presupuestos dedicados a museos se reducen año a año, por la miopía de los dirigentes políticos, rendidos a la lógica del beneficio económico que el capitalismo y sus tiburones están imponiendo en el mundo.
                Es nuestra obligación denunciar esta situación que puede acabar con el patrimonio cultural y científico condenado a la soledad fría de un sótano, una vez que ya no sea soportable para el capitalismo mantenerlos en esos contenedores, que denominamos museos, que no visitan nadie. Ese es el drama que deberíamos reflexionar en este Día Internacional de los Museos, para que la falta de interés que los poderes públicos muestran hacia la promoción de los museos, se torne en políticas de dinamización cultural y artísticas, que transciendan al beneficio económico. El museo debe ser uno de los ejes en torno al cual gira la cultura de una localidad, fomentando sus colecciones y animando a la participación  de la sociedad, para hacerla ver que el museo es también parte de su acervo vital. No podemos dejar que los museos se conviertan en objetos de depredación capitalista, que sólo tiene como binomio de su interés rentabilizar o liquidar.
                En Castellón tenemos magníficos museos que debemos cuidar y exigir a los poderes públicos su puesta en valor cultural. El Museo de Bellas Artes, con una obra expuesta que todavía no está a la altura de su brillante edificio;  el EACC, que debería volver a recuperar el prestigio de los primeros años, antes de que el puritanismo de cierta derecha regional lo pusiera en cuarentena;  el Museo de Ciencias Naturales de Onda, un museo que es un museo en sí mismo, por ser una muestra del concepto decimonónico de museo de ciencias;  el Museo de Arte Rupestre Levantino de Tirig, que se beneficia de estar enclavado junto a una de las mayores concentraciones de arte rupestre de la Comunidad Valenciana;  el Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés, que es uno de los mejores museos de arte contemporáneo de España y quizá de Europa, un lujo que debemos conservar y dinamizar; y otros muchos que representan el patrimonio cultural de la provincia, y que bien puestos en valor son un reclamo de visitantes nativos y foráneos.
                El arte, la cultura, la ciencia, son elementos sustanciales para nuestra formación como ciudadanos libres y de pensamiento crítico, y los museos ponen a nuestra disposición muchos de los instrumentos necesarios para ello. Pero si dejamos que se conviertan en contenedores de consumo, los habremos transformado en transmisores de valores de la ideología dominante, y si esto es así, acabaremos transfigurados en nuevos androides manipulados a su conveniencia. 

viernes, 17 de mayo de 2013

Tuya es la voz


Escrito por José Manuel González de la Cuesta

“Mi padre me enseñó a amar la poesía”, esta es la esencia de puede resumir el nuevo libro de poemas de Amelia Díaz Benlliure: "Tuya es la voz”. Una advertencia que se recoge en la primera línea de la maravillosa introducción que hace Amelia al libro. Porque con la poesía aprendió a leer, a luchar, a ser solidaria, justa y tolerante. Todo eso se lo enseñó su padre, a quien profesa un inmenso amor, como el hombre que marcó su vida y moldeó la sustancia de lo que ella es hoy. Un hombre que vivió, como Amelia nos cuenta, entre dos lugares para el olvido, a los que nadie debería nunca ir: el hospicio, que le vio crecer y el hospital, que le vio morir, para transitar entremedias por la vida como un hombre hospitalario de las injusticias que él y los otros sufrían, y de los sueños que su hija tenía. Y de este reconocimiento al padre nacen los poemas de Tuya es la voz, porque es él quien habla a través de los versos de Amelia; versos poderosos, enérgicos y llenos de luz en la oscuridad de la orfandad por culpa de la guerra, y la soledad hospitalaria de la enfermedad. No hace Amelia un homenaje a su padre, porque los homenajes tienen algo de distancia, de tributo hacia algo que admiramos, pero que nos resulta externo. Amelia traza el recuerdo de su padre desde sus propias entrañas simbióticas de todo el acerbo paterno que han ido acumulando a lo largo de los años. Y de esta unión surge el grito liberador “Nuestra voz es tu voz……Es tu voz nuestra voz……Tuya es la voz”, que rompe el silencio amartillado por el duelo del recuerdo, de la memoria de una infancia feliz que ella sí tuvo y se le negó a su padre: “Reunidas en un mantel/ todas las hambres”; de las noches de hospital luchando contra la enfermedad, que anuncia como un heraldo de la muerte la despedida: “Avanzaba implacable/el séquito de la muerte./Doscientos/Doscientos dos”. Por ese dejar que hable él, dejando la ventana abierta para que Amelia, al otro lado del alfeizar se desnude ante el padre con otros versos que nos hablan de sus propios sentimientos, Tuya es la voz es un libro que resulta desgarrador, sin concesiones, escrito con versos muy pulidos y hermosos que llegan al alma del lector, con una pequeña luz, una débil linterna que nos anuncia que no todo está perdido: “Los ojos oscuros del camino/saquearon la luz./Mas tú perduras, inmortal, en lo invisible./Con el rostro sereno del que se sabe/caricia en el pensamiento”. Porque mientras el padre habite en la memoria y en la palabra hecha verso, la esperanza de alcanzar su sueño permanecerá viva. “De cada una de mis palabras,/tuya es la voz”.

domingo, 28 de abril de 2013

Mi reino en un libro


 Escrito por José Manuel González de la Cuesta



Mis dos lecturas de la infancia fueron Ivanhoe, esa magnífica novela de Walter Scott ambientada en la Inglaterra medieval, con intrigas palaciegas y aventuras a raudales de su joven y apuesto protagonista, que llenaron mi imaginación, de apenas un niño de diez años, de fantasías maravillosas y momentos inolvidables. La otra, más o menos en la misma época, fue Las Aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, que hizo que me identificara de tal manera con aquel muchacho, que a pesar de su vida pobre en un miserable pueblecito a orillas del río Misisipi, vivía en un mundo de aventuras infantiles, que se acabaron convirtiendo en tan suyas como mías. Esa era la magia de los libros, que nos transportaban a un mundo imaginativo, donde todo tenía un orden diferente, y lo mismo podíamos ser Jim Hawkins enfrentándose a malvados piratas en La Isla del Tesoro, que Oliver Twist luchando por sobrevivir entre lo más sórdido e hipócrita de la sociedad londinense. Después vinieron muchas otras lecturas que fueron dando forma al intelecto y la cultura, siempre mediante historias fascinantes que nos hablaban de otros mundos, de que hay muchas maneras de ver e interpretar la vida. Lecturas en la soledad de la habitación que se desvanecía conforme las palabras escritas empezaban ocupar todo el espacio de tu cerebro, para viajar más allá de los límites físicos y temporales del cuarto en el que uno se encontraba.
                He tenido la suerte de vivir en una época en la que los libros eran fuente de sabiduría, el alimento intelectual y espiritual que nos formaba como personas. Era una época en la que todavía no había irrumpido, como un elefante en cacharrería, la desafortunada frase: “Una imagen vale más que mil palabras”, que sólo tiene como fondo el interés de constreñir nuestra capacidad de pensamiento a lo evidente, negando toda posibilidad de interpretación propia de lo que sucede. Es cierto que las imágenes cumplen un papel fundamental en una sociedad que reclama información rápida y fácil de digerir, pero no es menos cierto que esta cultura de la imagen ha reducido nuestro interés por leer, que es lo mismo que nuestra capacidad de pensar, de discernir entre lo bueno y lo malo que nos cuentan los libros. Porque cuando leemos tenemos que hacer un esfuerzo de compresión, que exige activar nuestro pensamiento, y hoy es evidente que vivimos en una sociedad bombardeada por miles de imágenes, que están acabando por reducir todo a una asimilación visual de la realidad, rápida y sin memoria (la percepción de una imagen dura lo que tarda la siguiente en aparecer). Hoy sería inimaginable un periódico como El Caso, aquel semanario que nos contaba la crónica negra de España entre los años 50 y 80 del siglo pasado, mediante artículos que nos hacía imaginar el escenario del crimen, metiéndonos tanto en él y en lo que había sucedido, que parecía que estábamos allí mismo, como espectadores de lujo del delito; crónicas que siempre dejaban abierta la puerta de la duda, del misterio, para que los lectores pudieran hacer su propia reflexión sobre lo que leían. Ahora nos conformamos con ver  tres imágenes o un video, generalmente de mala calidad, con el muerto despanzurrado, sin tiempo para la reflexión, ni el pensamiento propio.
                Esta aceleración en el consumo de noticias y la cultura, nos ha conducido a que cada vez se lea menos, que  la lectura sea un esfuerzo que no estamos dispuestos a soportar. Por eso hoy, que se edita mucho, se lee poco, y se edita ligero, para no cansar demasiado al lector. No es una casualidad que estén tan de moda los microrrelatos; para que tener que leer diez páginas si en diez líneas nos han dicho lo mismo. Lo que sucede es que por el camino nos hemos dejado el deleite de la literatura; la belleza de lo contado con esmero y detalle; el placer de imaginar, que no es otra cosa que poner nuestras propias imágenes a lo que estamos leyendo; la fascinación de vivir lo que sienten los personajes, a través de nuestras propias sensaciones; la plenitud de saber que después de la primera página vendrá otra y otra y otra, hasta que nosotros seamos parte de lo que estamos leyendo. Porque la literatura que es empatía, también puede ser rechazo, pero siempre una activación de nuestros sentimientos.
                No significa que hoy no se escriban buenos libros. Los hay maravillosos, novelas que nos transportan en el espacio y en el tiempo, poesías que nos alimentan el alma, ensayos que nos arrojan luz. Me imagino que lo mismo que yo sentía cuando leí la trilogía de “El Señor de los Anillos”, lo habrán sentido millones de niños y adolescentes con Harry Potter. Por suerte, todavía se sigue leyendo, todavía seguimos fascinándonos con historias escritas que nos regalan tardes y noches de satisfacción. Ese mundo nuevo y revelado que muchas mujeres han descubierto en la trilogía de “Las cincuenta sombras de Grey” de E.L. James, se asemejará a lo que experimentaron muchas otras cuando leyeron “La pasión turca” de Antonio Gala. El problema es que hoy es mucho más difícil conseguirlo, porque la competencia que enfrenta a la literatura con otros medio de ocio cultural, sobre todo el audiovisual, es muy grande, en un contexto en el que el número de lectores se va reduciendo.
                La lectura hay que fomentarla, protegerla, facilitarla,  mimarla. Aprovechar cualquier resquicio que la acelerada sociedad actual nos dé para su promoción. Porque en los libros está todo: el conocimiento, la cultura, los sentimientos, el placer y el pensamiento. La literatura se está convirtiendo en uno de los últimos reductos de libertad que existen, al ser nuestra imaginación algo imposible de controlar por el poder. Además leer, en contra de una falsa creencia muy extendida, no es caro, es una inversión en nosotros mismos, y en los tiempos que corren, tenemos que empezar a pensar que un libro no es un formato, es una obra escrita para nosotros, lo que convierte el debate sobre formatos entre papel o digital en baladí y estúpido. Cada uno que elija el que quiera, lo importante es que escojamos uno u otro, o los dos, y nos pongamos a leer. Porque un libro, una vez leído, deja de tener forma y pasa ser sustancia de lo que somos.

viernes, 26 de abril de 2013

Cuando la vida se pone perra



Escrito por José Manuel González de la Cuesta

     Hace dos años, Miguel Torija nos sorprendió con su libro: “Catálogo de excusas para seguir vivo”. Una compilación de relatos que nos hablaba de la vida en toda su dimensión negativa y positiva. Hoy nos presenta: “Cuando la vida se pone perra”, un libro de parecidas características, en cuanto a su estructura de relatos cortos y microrrelatos, y la intencionalidad de dejarnos con una sensación de incomodidad de la que es imposible escapar. Miguel Torija vuelve a zarandear nuestras conciencias, pero esta vez, y aquí es donde reside la abultada diferencia con su libro anterior, de una manera despiadada, sin misericordia para el lector, que va a sentir, relato tras relato, como se agita en el asiento su instinto de supervivencia, al ver que la realidad que lo rodea se ha colado entre las líneas de cada narración y ya no hay escapatoria posible; realidad y ficción se funden en un solo acto, del que podemos ser en cualquier momento protagonistas, personajes que sin pretenderlo escribiremos, al otro lado de la frontera literaria, un destino incierto y controlado por otros. Y es que estos dos últimos años no han pasado en balde, y lo que en 2011 creíamos era una crisis con fecha de caducidad, hoy, en 2013, se ha convertido en una incertidumbre estructural, de la que nadie está a salvo, ni siquiera “Cuando la vida se pone perra”, un libro que no se ha podido librar del zarpazo que la crisis ha lanzado sobre nuestras precarias vidas.
     Miguel Torija ha sabido manejar con maestría el relato cotidiano de personajes que pueden ser su vecino de arriba o usted mismo. Sin concesiones a la ficción literaria, ha conseguido que nos metamos en el papel de unos seres que dudan, que sienten con desdén el infortunio que les ha deparado el destino, que son tan reales que asustan, al igual que las situaciones en las que se encuentran metidos. Esta es la magia de su libro: hacernos creer que lo que es solo una ficción narrativa en un texto, puede ser tan real como que nosotros la estamos leyendo, con una prosa fina y depurada, que mantiene al lector pegado a la narración, inconsciente del tiempo.
     La otra gran sorpresa de este libro es Víctor Aranda, un fotógrafo de solvente prestigio profesional que ha sabido captar con su cámara la vida a pie de calle e insertarla en algunos de los relatos de “Cuando la vida se pone perra”, con tanta maestría, que parece que sean dos apéndices de un mismo cuerpo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Sin cielo, sin cieno



Comentario de José Manuel González de la Cuesta

El nuevo libro de Marcelo Díaz: “Sin cielo, si cieno” es un poemario de altura, de gran madurez artística, que nos sitúa ante a un artista que se mantiene en el cenit de su carrera, ya larga, pero no por ello menos intensamente fructífera. Porque Marcelo Díaz es un renacentista del siglo XXI, no sólo por su manejo creativo en dos terrenos tan aparentemente distantes como la poesía y la escultura, sino por la vasta cultura que tiene puesta al servicio del arte y de la humanidad, en el convencimiento de que el hombre sólo se salvará cuando se reconozca a sí mismo como un sujeto extraordinario, para la bueno y para lo malo, esencial en el devenir de la vida.
“Sin cielo, sin cieno” recoge el espíritu de una manera de entender el arte, que tiene que ver con cierto expresionismo poético, al transmitirnos a través de los versos que surcan el libro, con una edición sumamente cuidada y original, sentimientos profundos que van más allá de la pura belleza formal y académica. Sus poemas son como paletadas de color poético, al igual que sus esculturas nos hablan de la vida desde la abstracción de la forma, porque es una manera más íntima y personal de transmitirnos las emociones y sentimientos que albergan en su interior. Hay una intención deliberada de esculpir palabras con una belleza que nos trastoca el alma, gracias a una poesía casi matérica, que cierra el círculo de Marcelo Díaz como artista en permanente simbiosis entre la forma escultórica y la forma poética, que nos hace recordar el espíritu informalista: abstracción, expresionismo, materia e inconformismo, de los grandes artista españoles de la segunda mitad del siglo pasado.
Pero “Sin cielo, sin cieno” no es un libro vacío, al modo parnasiano del arte por el arte. Esconde una fuerza espiritual reivindicativa del hombre frente a la codicia, la maldad, y la corrupción del poder. Alza la voz para decirnos que el ser humano tiene esperanza cuando se levanta como defensor de todo aquello: la bondad, la inteligencia, el valor, la justicia, el amor… que le ha hecho la criatura más fascinante de la creación. “La carne se hace verbo y es la vida” nos declama en un verso de uno de sus poemas; un aliento necesario para saber que la vida es un camino lo suficiente hermoso y breve, como para no dejarlo en manos de facinerosos cobardes, porque “llegas a la vida/y ya es ineludible la muerte”.

domingo, 10 de marzo de 2013

Aquellos que fundaron Castellón



Relato de José Manuel González de la Cuesta

Ferrán sujetaba el gaiato con fuerza a las puertas de la muralla que miraba desde el Cerro de la Magdalena al impresionante llano que hacía deslizar la vista hasta el mar.  El castillo se levantaba imponente sobre el ajetreo de los que, hasta ese día, habían sido sus habitantes, que se afanaban en los preparativos de la comitiva que iba a abandonar, por la gracia del rey Jaime, la protección que sus torres, como fieles guardianes que avistaban todo lo que pasaba en la llanura, y sus murallas, protectoras desde tiempos inmemorables, cuando eran habitadas por los muslimes, antes que las huestes del rey las conquistaran para la cristiandad, les ofrecían.  Atrás estaban a punto de quedarse sus años infantiles de juegos despreocupados; la mocedad en la que empezó a trabajar de sol a sol, junto a su padre, arrancándole a la tierra dura de los barrancos, que se empinaban hacia la cima de la montaña, el sustento de cada día; sus esponsales con Isabel, la hija de Nuño el cordelero, y los posteriores nacimientos de sus hijos Isabel, Ferrán y Nuño. Todo un tropel de recuerdos le vinieron del golpe, acentuando su melancolía y la incertidumbre de lo que les depararía el futuro. Pero lo cierto es que en la plana que se abría ante sus ojos la tierra era mucho más fértil y ofrecía mayor prosperidad; así lo habían hecho saber quiénes aprovechando el despoblamiento que habían sufrido esas tierras unos años atrás, al haber sido abandonadas por los musulmanes que las habitaban después de las revueltas que protagonizaron contra el rey, se aventuraron a ocupar las alquerías que habían quedado sin dueño. Ahora que Jaime de Aragón había concedido a su lugarteniente Ximén Pérez de Arenós la Carta Puebla, por la que autorizaba a ocupar cualquier lugar del término real, el momento de abandonar el castillo había llegado, para dirigirse hacia la alquería de Benárabe, lugar elegido para el nuevo asentamiento.
          Eso si el tiempo lo permitía, pues una inoportuna e incesante lluvia estaba retrasando la partida más de lo aconsejable, que siendo un día tan oscuro acabaría por echárseles la noche encima antes de llegar a su destino. Era mediodía y todavía se estaban cargando carromatos y acémilas que transportaran los pocos, pero necesarios enseres, que don Ximén había autorizado llevar. Si la noche les sorprendía con esa lluvia y apenas sin escolta iban a tener serios problemas. Por eso Ferrán, estaba nervioso y el mal humor iba creciendo en su interior, hasta que avanzada ya bastante la mañana la comitiva se puso en marcha por el camino que les conducía a las tierras planas y fértiles de su nuevo destino.
          Bajaban torpemente por culpa del barro que se hizo más intenso cuando alcanzaron la llanura, dejando tras de sí las rocas de la montaña, medio ocultas entre nubes que no paraban de descargar agua, lo que les obligaba a tener que empujar los carros haciendo un esfuerzo enorme que les dejaba exhaustos, sobre todo a los niños, obligándoles a tener que parar más de lo que sería conveniente. Pero iban felices, la nueva vida que se abría ante ellos les daba un plus de ánimo y fuerza que las hacía superar todas las dificultades. Ferrán tiraba con brío de su carromato hecho con pesadas ruedas de garrofera, que se hundía en el barro más de lo que a él le hubiera gustado, mientras sus hijos y esposa, salvo la pequeña  Isabel, que iba acomodada y protegida de la lluvia entre enseres, ayudaban en el empeño. Podía haberse pospuesto la bajada a otro día con mejor tiempo –pensaba-, pero las órdenes del lugarteniente del rey se habían de cumplir sin dilación, además ya habían aguantado bastante viendo como las tierras que desde el cerro se ofrecían a la vista, permanecía a la espera de que alguien las trabajara.
         La comitiva lentamente se iba adentrando en una llanura pantanosa anegada de agua, cuando la noche se les empezó a echar encima. Había que tomar decisiones, los niños y mayores estaban agotados, las mujeres no daban abasto para calmarles y en los hombres el cansancio empezaba a hacer huella. Además el temor a la oscuridad de una noche tan inclemente y lluviosa, y acabar perdidos entre las aguas pantanosas que les rodeaban, empezó a incrementar su desánimo, y las dudas sobre si había sido una buena idea abandonar sus hogares de la protección que les ofrecía el castillo, fueron prendiendo en muchos de ellos. Pero no se podía parar, don Ximén les esperaba en la alquería con todo preparado para su llegada, y la noche, si no seguían avanzando les engulliría entre el frio y la lluvia, quién sabe con cuánta desgracia. Ferrán opinaba que debían seguir, a pesar de ver a su familia al borde de la extenuación, y a su pequeña Isabel en un llanto provocado por el frío y el hambre. Había que seguir y alcanzar la alquería; mientras estuvieran en movimiento el cuerpo no sucumbiría a la derrota.  Repartieron las últimas viandas que les quedaba: longanizas, trozos de los rollo de pan que los niños llevaban colgados alrededor del cuello y vino para coger fuerzas, y buscaron cañas que en grandes manojos crecían a la vera del camino.  En cada gaiato colocaron un farol alimentado con grasa de manteca, una luz que les iluminaría hasta su destino, formando una sirga luminosa que serpenteaba por el camino entre la noche y el agua del marjal, que salvaban gracias a las cañas que usaban para marcar las zonas pantanosas y no caer en ellas.
           Cuando Ferrán vio las luces de la alquería al fondo, y los hombres del administrador real salieron a su encuentro, los ojos se le humedecieron con el grito de júbilo de toda la comitiva. Supo en ese instante que aquel iba a ser su hogar y el de las generaciones futuras de su familia, y prometió ante los suyos que cada año subirían al Cerro de la Magdalena, ese mismo día, tercer domingo de Cuaresma, en conmemoración del sufrimiento que habían padecido. Lo que no sabía era que se encontraba entre los fundadores de la futura ciudad de Castellón. 

viernes, 1 de marzo de 2013

Exposición Grupo Figuración Siglo XXI



De José Manuel González de la Cuesta


Figuración XXI es un grupo de jóvenes castellonenses que han tomado la figuración como bandera, haciendo de ella una reivindicación artística, no tanto porque en esa tensión dialéctica habida a lo largo del siglo XX entre figuración y abstracción, la primera haya sido ninguneada en ciertos círculos artísticos y mercantiles, hasta la poderosa irrupción que el Arte Pop y el Realismo tuvieron desde los años 60, o incluso que algunos de los grandes pintores del siglo, como Edwar Hopper, George W. Bellows, en Estados Unidos, Antonio López, Amalia Avia, o Eduardo Úrculo en España, hayan marcado parte de la historia del arte del siglo XX, sino porque su reivindicación va más allá del mero aspecto formal, tal como exponen en su Manifiesto fundacional: Este reclamo, viene dado entre otros motivos por una revitalización y un reconocimiento a la figura del pintor de caballete, que se remonta a tiempos inmemoriales dentro de la historia del arte y por supuesto al lado más manual y humano que conlleva el ejercicio de la pintura”. Es una reivindicación del oficio de pintor, una vuelta al clasicismo del caballete como soporte de la obra pictórica. Sin embargo, tienen también un espíritu de vanguardia, reflejado al reivindicar la nueva figuración mediante un  “manifiesto” en el que anunciar cuáles son sus propósitos como Grupo, del mismo modo que las vanguardias del siglo XX hicieron sus propios manifiestos, como gritos al mundo de cuáles eran sus ideas artísticas. Pero El Grupo Figuración XXI no se queda en la reivindicación del aspecto formal de la pintura: “De la misma forma se puede optar por ser “tradicional” en cuanto a la ejecución se refiere y “moderno” en el concepto”, dicen reclamando el derecho conceptual de la pintura figurativa. La apariencia naturalista y explícita nunca ha estado exenta de contenido, continúan expresando en su manifiesto.
         Ahora, hasta el día 23 de Marzo exponen en Castellón, en el Centro Cultural Provincial Las Aulas, donde podemos ver el Pop de Raquel Lara, en figuras y rostros de mujer con una delicada factura cubista no geométrica, que nos habla del arte como una evolución constante, rememorando al gran Roy Lichtenstein’s. Carlos Asensio nos enfrenta ante un realismo que va más allá del puro ejercicio visual, transcendiendo hacia la intelectualización y el concepto que nos quieren expresar esos hombres, jóvenes o mayores, en actitudes gimnásticas que incitan a pensar que la vida está inmersa en una dinámica que sólo se acaba con la muerte. Nacho Puerto nos asombra con el realismo casi etéreo de sus paisajes urbanos, o en la frontera del hiperrealismo surrealista o el Pop, con una belleza formal que deja al espectador desnudo ante sus obras.  Todos ellos componentes del Grupo Figuración XXI, que nos dan la buena noticia de que el arte pictórico sigue vivo en Castellón, que tan buena tradición tiene, siguiendo la estela de Traver Calzada, Luis Prades o Bolumar, con una propuesta expositiva que cierran la fuerza expresiva de las naturalezas de Esmeralda Rodríguez y la materia escultórica postindustrial de Manuel Martí.
         Estamos, por tanto, de enhorabuena, al constatar la calidad artística de estos jóvenes que auguran un futuro prometedor para ellos mismos y para el arte sin fronteras.
        

sábado, 23 de febrero de 2013

Vilafamés. Arte contemporáneo


                                                                                                 Fotografía de: Abiriltu

De José Manuel González de la Cuesta

A finales de los años 60s del siglo pasado, el crítico de arte valenciano Vicente Aguilera Cerni regresa de la Costa Azul donde ha estado trabajando con Roberta González en un futuro libro sobre su padre, el escultor Julio González. Es un viaje de vuelta en el que don Vicente, que va con su hija Mercedes, lleva la cabeza llena de ideas sobre el arte contemporáneo, del que es una experto reconocido internacionalmente, por los días pasados inmerso en la obra del gran artista español, que murió en París en 1942, pero todavía no sabe que está a punto de encontrarse ante el gran proyecto de su vida; de cruzarse con su destino en un pueblecito cercano a la costa de Castellón, que en aquellos años de prohibiciones de lenguas vernáculas, se denominaba Villafamés. Lo que tenía que haber sido una visita fugaz a su tío Paco, acabará convirtiéndose en la ciudad visible para Aguilera Cerni, en un lugar que impregnará su espíritu al encontrarse una localidad encaramada en un alcor del que sobresalen las ruinas de un castillo vigilante de la inmensa belleza de una llanura mediterránea que se pierde, al fondo, en las siluetas de la sierra que cierra el decorado paisajístico.
                Durante ese final de década,  los años 68 y 69, en los que la sociedad española empieza a cambiar sutilmente debajo de la pesada alfombra oficial del franquismo, se juntan dos voluntades poderosas en Villafamés: la de un pueblo que todavía rezuma historia entre sus calles, ruinosas por la dejadez atávica que tenemos los españoles de abandonar lo antiguo, pero cargadas de un esplendor que tuvo que ver con su conquista a cargo del rey Jaime I en el siglo XIII; con ser sede de la orden de Montesa, que traerá una larga disputa jurisdiccional entre la Orden y la Corona, hasta que en 1635 pase a ser una villa plenamente de realengo; o con su resistencia numantina a los ataques y asedios carlistas en el siglo XIX, que tras no conseguir doblegar su espíritu liberal, la dejaron semidestruida. La otra voluntad que se cruza junto a la del pueblo de Villafamés, muy dignamente encabezado por su alcalde don Vicente Benet Meseguer, es la de Aguilera Cerni, que ha encontrado el lugar idílico, sin pretenderlo, para desarrollar un proyecto consagrado al arte contemporáneo, a su conservación y difusión. Quién sabe si este era el sueño que albergaba en el subconsciente desde años atrás. Y es aquí, en la confluencia de estas dos voluntades, donde nace el Museo Popular de Arte Contemporáneo de Villafamés, al conseguir que la Diputación de Castellón compre el ruinoso palacio de Batlle, y tras cedérselo al ayuntamiento y acometer unas iníciales obras de restauración, poder inaugurar en 1972, con apenas 200 obras, la sede de uno de los muesos de arte contemporáneo más fascinantes que existen en España.
                ¿Qué le hace extraordinario al Museo de Vilafamés? Desde una perspectiva social, su carácter popular, a pesar de que hoy haya perdido la denominación de Museo Popular, para internacionalizarlo, sigue siendo un museo del pueblo, no de pueblo, en el que el ayuntamiento y los vecinos tienen un importante papel en su gestión y dirección, lo que ha conseguido que en estos tiempos de crisis, en que la cultura ha pasado a tener la consideración de un gasto superfluo para el Estado y la sociedad, el museo siga vivo y a nadie se le ocurra caer en la tentación de dejarlo morir o cerrarlo. Algo que tiene mucho que ver con la forma en que se gestiona la obra expuesta, un acierto de Aguilera Cerni, que impide estatutariamente comprar obra, evitando así el enorme desembolso que supondría tener que acudir al mercado para actualizar los fondos. De esta forma son los artistas los que le donan obra al museo, bien en depósito temporal o permanente, lo que permite una renovación constante de la obra expuesta, dándole a la exposición la frescura de la novedad permanente.
                Pero lo que hace más interesante al Museo de Vilafamés es su colección, los cuadros que cuelgan de sus paredes, o las esculturas que llenan las estancias, como totems artísticos que nos hablan de cómo ha intentado el arte contemporáneo atrapar el espacio y darle volumen a lo largo del siglo XX. Aunque no hay grandes obras de referencia, ni una profusión de artistas encumbrados por la crítica y el público, esto es sólo una apariencia de  la calidad que tiene el museo. A poco que se va paseando por las maravillosas salas del palacio, uno va descubriendo obras significativas de importantes artistas que, atrapados por la idea del museo, generosamente las donaron. Y si no es este el lugar para ir desgranado nombres, si lo es para afirmar que el arte contemporáneo español, con especial representación del valenciano, de la segunda mitad del siglo XX, está presente en el museo, además de una somera visión de las vanguardias anteriores a los años cincuenta. Desde el informalismo, hasta el arte cinético u óptico, pasando por el pop art, las abstracciones geométricas, el expresionismo tan presente a los largo de estos últimos años, ya sea en su vertiente figurativa, ya sea en su vertiente abstracta. El realismo, que con tanta fuerza volvió a partir de los años setenta; el compromiso social de muchos artistas, que nunca han vivido ajenos a la realidad que les rodeaba; el arte rupturista de los años cincuenta y sesenta que denunciaba el simplismo moral y estético, teñido de moral religiosa y dictadura, que promocionaba el régimen de Franco. Todo está en el Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés, que cuatro décadas después de la visionaria idea de un pueblo y un crítico de arte, ha conseguido que siga vigente su espíritu inicial de convertir una localidad rural en centro internacional de arte contemporáneo, sabiendo entender que las identidades colectivas no solamente están en el pasado, se van construyendo día a día con el presente. Y en esto el arte tiene mucho que aportar.

jueves, 17 de enero de 2013

Hojas de otoño


De José Manuel González de la Cuesta

       Hace algunos años pasé unas vacaciones en la localidad navarra de Beintza-Labaien, lo que me dio la oportunidad de recorrer los Valles Tranquilos, una maravillosa comarca al norte de Navarra, que ahora he tenido la suerte de poder rememorarlos gracias a la novela “Hojas de otoño” del escritor Julio César Cano, que tiene, entre sus virtudes, trasladarnos a aquella geografía de cultura euskaldun, sumergiendo al lector en un ambiente de mística belleza natural, a la vez que lo empapa de la idiosincrasia de sus gentes, en un mundo de relaciones reconocibles hasta la intimidad de sus habitantes. Aquí es donde reside la magia de esta novela, que empieza con la llegada de una joven pareja con niña a la localidad de Zubieta en busca de una oportunidad laboral, que encontrará su destino en la cercana localidad de Donamaría, al cruzarse en su camino un viejo caserón que perteneció a un indiano llamado Miguel Mitxea. A partir de aquí su vida entrará en un torrente de sentimientos, de encuentros y desencuentros, que van a marcar su futuro, sobre todo cuando la historia de Miguel Mitxea les envuelva en un remolino mágico, de misterio y pasiones desenfrenadas, que transcurre paralela a las tortuosas relaciones que establecen con algunos vecinos, igual que ellos foráneos, de la zona. 
         Durante buena parte de la novela la joven pareja vive en dos mundos, uno real, marcado por unas relaciones de amistad difíciles y envueltas envidias y odios inútiles, que nos señala hasta dónde puede llegar la estupidez humana, y otro mágico en la medida que van conociendo la historia truculenta del dueño del caserón, un hombre de la comarca que emigró a Chile huyendo de su destino, y que tras años de éxito económico y amoroso, volvió a los Valles Tranquilos, para reencontrarse con el fantasma de la locura, que creía haber exorcizado al otro lado del océano Atlántico. 
         Hay en estas dos historias convergentes, que son como balizas que señalan el camino de la pareja protagonista hasta encontrarse ellos también con su propio destino, una lección de sobre el lado oscuro de las personas y de cómo las pasiones sin control y los sentimientos desmedidos pueden marcar la vida de cada uno. Pero también de superación ante la mordedura de la iniquidad, aferrándose a las cosas cotidianas, al amor como madero de salvación en el naufragio, y sobre todo nos enseña cómo la vida de otras personas, incluso ya desaparecidas, es capaz de influir en la nuestra.
        “Hojas de otoño”, tiene una forma de narrar distinta para cada historia: la cotidiana y actual de la pareja, que es lineal y bien escrita, y la de Miguel Mitxea y todo lo que tiene que ver con el caserón en el que acaban viviendo nuestros personajes principales, que es de una factura literaria magistral en todos sus aspectos. Julio César Cano ha escrito una hermosa novela sabiendo integrar dos mundos de forma lúcida a través de un personaje misterioso, no humano, en un territorio donde la brujería ha marcado su historia, para lo bueno y para lo malo, haciendo que la novela también respire un cierto halo mistérico. Una lectura que no les va a defraudar.

miércoles, 9 de enero de 2013

La noche de los tiempos



De José Manuel González de la Cuesta

 A parte de los estudios históricos, el pasado de un país también se puede conocer a través de las novelas que hablan de él, porque éstas aportan una mirada de los acontecimientos más introspectiva y subjetiva, lejos del análisis frío de los datos históricos. Y la subjetividad es el retrato de la manera en que los personajes de una novela viven la historia que se está gestando a su alrededor. A nadie se le escapa que novelas como “Tiempo de Silencio” de Luis Martín Santos o “La colmena” de Camilo José Cela, han sido fundamentales para conocer la miseria que se vivía en la España de los años 40, o que “Soldados de Salamina” de Javier Cercas nos muestran una realidad diferente de cómo se vivía la Guerra Civil, más allá de los grandes acontecimientos políticos o bélicos. Las novelas son unas excelentes aliadas de la intrahistoria, esa que se escribe con minúscula, pero que es grande por ser capaz de darnos a conocer la vida en un patio de vecinos o en un palacio de la alta burguesía.
Es esencial, por ello, que la historia esté novelada, y personalmente pienso que el siglo XX español lo está poco, a pesar de tener algunas obras excelentes. Esta insuficiente ficción escrita de lo que ha sucedido en los últimos cien años, nos puede estar dando un visión sesgada o manipulada de los acontecimientos y, sobre todo, de la manera de vivirlos por parte de la sociedad. Por eso la novela de Antonio Muñoz Molina: “La noche de los tiempos” es una obra necesaria en el camino del conocimiento de nuestro pasado. Se trata de una novela valiente al trascender a las banderías que inundaron las calles de Madrid de odios y venganzas, en los meses previos al golpe de estado de Julio del 1936, y el terror instalado en sus calles por las diferentes milicias, sin control, que tomaron la ciudad aplicando la justicia que se ajustaba a su credo político.
Antonio Muñoz Molina, de virtudes literarias sobradamente conocidas por todos, aporta luz a ese periodo de la historia de España, a mi juicio, poco conocido y muy vilipendiado, mediante la construcción de un personaje perteneciente a la alta burguesía republicana, en torno al cual pivota toda la narración. Una aventura arriesgada que solamente consigue a medias, no porque esté mal trazado el personaje y sus vínculos narrativos, sino porque escribe una obra descomunal, de casi mil páginas, que se hace, en algunos momentos, pesada en su lectura, además de la utilización desmedida de párrafos interminables que no dan respiro al lector. No obstante su lectura es gratificante y recomendable,  si nos armamos de paciencia, ya que arroja una luz muy interesante sobre acontecimientos de nuestra historia poco contados, contribuyendo a la narración literaria de nuestro pasado, salvo en lo referente a la relación amorosa del personaje con una joven norteamericana, que si bien es un argumento esencial que sostiene toda la estructura de la novela, resulta tediosa en algunos momentos, por reiterativa y excesiva. Las grandes novelas no tienen porqué acumular páginas si no se puede mantener el interés del lector. Y a esta novela le sobran algunos cientos.



La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...