viernes, 28 de abril de 2017

"Ojalá estuvieras aquí". Novela de Julio César Cano

                Resultado de imagen de Novela Ojalá estuvieras aquí

Castellón vuelve a entrar en escena literaria, otra vez de la mano del inspector Monfort, que vuelve a recorrer las calles de la ciudad y los parajes de la provincia, con su peculiar estilo de policía a la antigua usanza en plena crisis de identidad profesional, al chocar sus métodos expeditivos, cuando estos son necesarios y de viejo sabueso, que prefiere olfatear el escenario del crimen y perseguir sospechosos, con la excesiva fe en la ciencia criminológica de sus colegas más jóvenes y los miedos a salirse del protocolo de sus jefes.
                En esta tercera entrega de las saga que Julio Cesar Cano acaba de publicar bajo el título de “Ojalá estuvieras aquí”, Monfort se encuentra también en una crisis de identidad personal, con el medio siglo ya superado, lo que le hace afrontar el futuro desde una perspectiva diferente, como si el tiempo empezara una cuenta atrás que no tiene retorno. Se enfrenta a una realidad metafísica que podríamos resumir en un pregunta: ¿Cuánto tiempo me queda, para hacer qué?, que lo humaniza, mostrando su lado más culto, amante de la buena vida, preocupado por sus seres queridos y sumergido en un mar de dudas. Decía Miguel de Unamuno que la vida es duda, y la fe sin la duda es sólo muerte.
                En “Ojalá estuvieras aquí” se nos revela que el inspector Monfort es un hombre de fe, porque él cree firmemente en su capacidad para desentrañar los misterios que envuelven el crimen, los crímenes en esta novela; una fe en sus maneras de policía intuituvo que le impelen a cargarse de dudas, siendo estas las que le incitan a superarse, y creer más en sí mismo. El acierto de Julio César Cano, es que este proceso que podría dar lugar a un personaje literario petulante e insoportable, ejerce sobre el lector un efecto contrario, incluso a veces de empática compasión, al mostrarse perdido en un mundo que ya está empezando a dejar de ser el suyo.
                El resto de personajes policiales, incluso el de Silvia Redó, su abnegada y joven compañera, sigue orbitando alrededor de él, epicentro de toda la investigación que se monta tras aparecer degollado en un rincón del Mercado Central de Castellón un empresario de doble vida. Todos no, hay un personaje de nueva aparición, que rompe todos los esquemas, incluso se los rompe al propio Monfort: la juez Elvira Figueroa, una mujer fascinante, que atrapa por su  fuerte y bien trazada personalidad, que esperemos no sea trasladada de su plaza de Castellón y siga apareciendo en próximas entregas.
                El buen hacer de Julio Cesar Cano en esta novela tiene otra perla: una historia paralela de abnegación, pasión por el boxeo, sexo, deseo, alcohol y ambición, que construye la novela tanto como la investigación del inspector Monfort, dándole una potencia admirable.

                En definitiva, “Ojalá estuvieras aquí”,  es una buena novela, quizá la mejor de la saga hasta la fecha; con ingredientes novedosos y enmarcada en un atrezzo cada vez más literario, como es Castellón,  desarrolla una trama muy bien elaborada, con un personaje en pleno proceso de convertirse en referente de la novela negra/policial en España,  lo que le ha valido el Galardón Letrás del Mediterráneo de este año 2017.  

miércoles, 26 de abril de 2017

Diario esférico. 26 abril 2017. Los Pujol, la excusa perfecta



La familia Pujol se ha beneficiado, durante décadas, del pacto que hizo, en nombre de Cataluña, con el Estado, por el cual ellos y su Partido CIU podían robar todo lo que quisieran, mientras metieran en el cajón de las utopías la independencia de Cataluña. Y robar, han robado y mucho, tanto que puede acabar todo el clan en la cárcel. Su problema viene cuando se dejan llevar por la veleidades independentistas y el centralismo español, tan franquista él, les pasa la factura por si osadía, y empieza a caerles todo el peso de la Ley que hasta entonces les había permitido espoliar las arcas públicas catalanas y españolas.
Pero ahora, al nacionalismo corrupto español les viene estupendamente la familia Pujol. No porque se haga justicia con tanto ladrón de cuello blanco, que a fin de cuentas sería como darse latigazos en sus propias espaldas, sino porque, que se han convertido en la excusa perfecta para desviar la atención cada vez que salta un caso de corrupción en la calle Génova. Qué curioso, que justo cuando los escándalos de corrupción del PP y sus santos barones echados el monte de Suiza, está copando todos los medios de comunicación, empiecen a encarcelar a los Pujol, para alivio de tertulianos derechones que ya tienen de qué hablar sin tener que mirar al techo, para no acusar a la mano que les da de comer.
Una última cosa. ¿Por qué a los Pujol se le acusa de organización criminal y a los corruptos madrileños, con Ignacio González a la cabeza, no? ¿Qué diferencia hay entre robar en Cataluña como una mafia y hacerlo en Madrid como otra mafia? ¿Estaremos ante una pelea de mafiosos, o es cierto que desde la calle Génova se dictan órdenes para torcer la justicia a su favor?
Otrosí. ¿Por qué la oposición, que tiene mayoría en el Congreso no pide ya la reprobación de los ministros de Justicia, Interior y Hacienda, salpicados, de una manera y otra, por ser consentidores de los corruptos, y la facilitan a Rajoy la remodelación de gobierno que no se atreve a hacer?  



lunes, 24 de abril de 2017

Castellòn, la muerte del cine

             
                                                                                              Foto: Kusonoki Masashige
Publicado en Levante de Castellón el 21 de abril de 2017
Hace unos años, no tantos, podías quedar una tarde en Castellón con los amigos, picar alguna cosa o tomarte un café e ir a ver una película de cine, tranquilamente, dando un paseo. Era muy fácil, pues en la ciudad había varias salas que te permitían acercarte a uno u otra sin necesidad de coger el coche, en función de la película que quisieras ver. En realidad, ir al cine era un acto social, una quedada con los amigos, un encuentro con la cultura o una actividad onanística, culturalmente hablando, si uno iba solo.
                Las salas de cine humanizaban la ciudad, porque eran lugar de encuentro de mucha gente que iba con un objetivo común: ver una película, sin interferencias consumistas. Gente que encontraba un momento de tranquilidad en el acto de acercarse a la sala, sentarse en la butaca y disfrutar o no de la película; eso ya dependía de los gustos de cada uno. Toda una experiencia sensorial, compartida con tus amigos o con desconocidos que habías visto en la cola de la taquilla, dispuestos a participar de similares sensaciones.
                Ustedes dirán que es un poco exagerado lo que digo, que hoy también se puede disfrutar del cine como antes, y no les voy a contradecir. Sin embargo, lo que falta en la actualidad es la liturgia cultural y social que tenía acudir al cine cuando las salas estaban en la ciudad, que hoy, a los ciudadanos de Castellón, se nos ha hurtado.
                Habría que preguntarse cuáles han sido las estrategias comerciales que han llevado a cerrar todas las salas que había diseminadas por el centro de la ciudad. Porque -es inevitable la sospecha-, el desplazamiento de los cines a la periferia no se ha producido por criterios que mejoren la calidad de las películas o aumenten el nivel cultural de los ciudadanos, sino, más bien, ha obedecido a razones que obedecen a la conversión de la cultura en un fenómeno más dentro del engranaje consumista actual, que sin medida todo lo devora.
                En una sociedad que va camino a la idiotización de todos sus miembros, (incluido el que esto escribe) la cultura no está exenta de esa degradación.  El cine, la literatura, el teatro… exige un esfuerzo mental que se está tratando de diluir en productos masticados y relajación de los comportamientos intelectuales. Cuanto más fácil sea lo que consumimos, menos pensamiento crítico tendremos y el poder se sentirá menos amenazado. ¿Qué tiene que ver esto con la desaparición de las salas de cine en la ciudad de Castellón? Lo mismo que el cierre de librerías, o la escasez de salas teatrales o galerías de arte: dificultar el acceso a la cultura, hacer que esta se aleje, cada vez más, del horizonte de nuestros intereses. Y el cine, qué duda cabe, es la manifestación cultural más potente que existe en nuestra época.
                Lo que ha sucedido en Castellón, también viene pasando en otras ciudades pequeñas y medianas del país: que están desapareciendo las salas de cine de sus centros, en un proceso de costumización urbana, que las desplaza a las periferias comerciales, integrándolas en un ámbito ajeno a la cultura, que licúa su esencia como fenómeno cultural, para convertirse en un instrumento más de consumo fácil y acrítico. Todo ello con el consentimiento de las instituciones políticas que deberían velar porque la cultura estuviera al alcance de todos, y no sucumbir a las presiones de agentes ajenos a los ámbitos culturales.
                Que haya salas de cine en centros comerciales o lugares de ocio, puede ser una opción para el consumo fácil de un cine de muy baja calidad cultural, perfumado de palomitas, como son la mayoría de las películas que hoy llegan a esas salas. Pero los ayuntamientos y las diputaciones  deberían aplicarse a que ese cine también pudiera verse en el centro, o que el otro cine, menos comercial, estuviera presente en la ciudad. Si no lo hacen es porque son partícipes de la degradación cultural que hoy vivimos.

                Lo cierto, es que Castellón es hoy una ciudad más triste que cuando ir al cine era tan fácil como quedar con los amigos a vivir la experiencia de acercarte fácilmente a una sala de las varias que había en la ciudad, con todo lo que ello conllevaba antes y después de la película. 

domingo, 9 de abril de 2017

Amordazados

Publicado en Levante de Castellón el 8 de abril de 2017

La condena de la Audiencia Nacional a Cassandra Vera a un año de cárcel y siete de inhabilitación por contar chistes sobre Carrero Blanco, ha sido la toma de temperatura de la fiebre de fascismo moderno que está instalada en los círculos de poder del país. Hace ahora cuarenta años que se legalizó el PCE, en un alarde de gran valentía de Adolfo Suárez y algunos, no todos, de los miembros de su gobierno, que contra el viento y la marea del franquismo instalado en las principales instituciones del Estado, incluida la Corona, decidieron que un país sin libertad nunca podía ser una verdadera democracia. Entonces, incluso los que nunca habíamos sido comunistas, creímos que la libertad estaba llegando a España y que con ella todos los muros de la intolerancia y el miedo a la represión del aparato dictatorial que sostenía el franquismo se desvanecerían y podríamos vivir en una sociedad donde cada cual pudiera expresar lo que quisiera. Y así ha sido durante muchos años, cuando los tribunales ejercían de garante de esa libertad de expresión, sin la cual la democracia es papel mojado.
                Hasta que el postfraquismo se ha quitado la careta de demócrata que ocultaba su verdadera faz, el único límite que tenía la libertad de expresión era que alguien ofendido, particularmente,  ejerciera su derecho a una reparación ante los tribunales. Pero desde hace muy poco años, es decir, desde que la derecha más cavernícola ha conseguido hacerse con los mandos de la mayoría de las instituciones del país –recordemos que el ministro del Interior durante el último periodo de legislatura, es un miembro afín a la ultraderecha nacional católica- la censura, y lo que es peor, la punición por la expresión libre de lo que cada uno piensa, ha vuelto a regir nuestros actos públicos, con el único fin de volver a instalar en nuestro interior el miedo a expresarnos, no vaya a ser que nos pase como a Cassandra y a tantos otros músicos, sindicalistas, tuiteros, blogueros, periodistas, activistas sociales, etc. Estamos pues, ante la esencia del fascismo: reprimir, utilizando todos los resortes del Estado, cualquier manifestación disidente que no entre dentro de los cánones que el poder puede aceptar, para no ver comprometidos sus intereses.
                Hace tiempo que expertos juristas vienen cuestionando la existencia de la Audiencia Nacional, heredera del Tribunal de Orden Público (TOP), que en la dictadura era el órgano judicial represor de la oposición por excelencia. Quizá, durante los años de terrorismo etarra tuviera razón de ser, pero desaparecido este, la vuelta a sus orígenes de represión de disidencias, es lo único que le otorga una justificación para que siga existiendo. De ahí que se esmere tanto en condenas por delitos que hace pocos años no se consideraban como tal, más de cuarenta y ocho desde 2014,  que son un atentado directo contra la libertad de expresión, curiosamente todas dirigidas al mismo lado ideológico, ese que cuestiona, con humor o sin él, el absurdo de la democracia que tenemos en España actualmente. 
                Con el terrorismo de ETA finiquitado, el de los GRAPO, los GAL, y demás grupos sostenidos desde las cloacas del Estado enterrado, y el yihadista supuestamente bajo control, según nos hacen creer desde el gobierno, el delito de enaltecimiento de terrorismo se ha convertido en un anacronismo jurídico, que debería desaparecer, salvo que se esté usando como vara de castigo contra la libertad de expresión.  Pero  no nos ha extrañar que exista todavía,  porque en los últimos años todas las modificaciones del código penal, las leyes de seguridad ciudadana y alguna que otra que siempre se cuela de tapadillo escondida en la letra pequeña de otras leyes, han sido aprobadas con el único objetivo de silenciar a la ciudadanía, de impedir que las protestas ciudadanas o las manifestaciones en redes sociales, pongan al descubierto en qué se están convirtiendo este país y quiénes son los responsables de ello.


                Produce pavor escuchar a algunos voceros del Régimen escandalizarse porque se hacen chistes sobre Carrero Blanco en las redes, ahora víctima del terrorismo,  para justificar la condena a Cassandra Vera; los mismos que no tardan en alimentar bulos y levantar falsos testimonios contra quienes consideran enemigos de la gente de bien, es decir, sus amigos ideológicos. Vuelven a utilizar a las víctimas de terrorismo como porra para golpear la libertad de expresión, convirtiéndolas, con el consentimiento interesado de algunas, en el refugio donde secuestrar las libertades ciudadanas. Hasta tal punto, que reírse de la figura de  un alto dirigente franquista te puede costar la cárcel, con la excusa torticera de que ha sido una víctima del terrorismo. Ciertamente lo fue, aunque sobre la mano negra que hubo detrás, todavía la historia no ha dicho la última palabra. Pero comparar a Carrero Blanco, el hombre llamado a perpetuar el franquismo en España –la dictadura más salvaje y amoral que ha habido en occidente en los últimos setenta años, con miles de muertos y desaparecidos, que todavía hoy el Estado se niega a reconocer-,  con concejales, guardias civiles, policías, civiles, militares, etc., muertos en atentados de ETA, es un insulto a las víctimas y a la ciudadanía, y una broma de mal gusto; eso sí que es un chiste de humor negro, negrísimo, y sin embargo nadie pide, ni sería de recibo hacerlo, que encarcelen a quienes sostiene este disparate intelectual. Porque la diferencia entre los demócratas (y aquí me estoy refiriendo a todos los que realmente lo son a derechas e izquierdas) y los que no lo son, reside, entre otras muchas cosas, en que no queremos que nadie vaya a la cárcel por ejercer el derecho a expresarse con libertad, aunque algunas opiniones nos chirríen o nos disgusten.  

domingo, 2 de abril de 2017

Aniversario de la UE

Publicado en Levante de Castellón, el 31 de marzo de 2017

Sesenta años no es nada, pero cómo hemos cambiado. Con estas dos frases: una tomada del inolvidable tango de Carlos Gardel: “Volver”, con la letra  algo modificada; y la otra del no menos añorado grupo Presuntos Implicados -canciones que han formado parte del acervo musical del siglo XX, una al principio y otra al final-, se puede resumir nuestra vida desde que se constituyó hace seis decenios la CEE (Comunidad Económica Europea), en un alarde de necesidad e inteligencia política, en la ciudad eterna de Roma.
                Hace sesenta años Europa dio un vuelco en las relaciones entre los países de su occidente, impensable veinte años antes, cuando otra Europa, la que dirimía sus diferencias a garrotazos, se preparaba para un nuevo y criminal conflicto armado. Al final de la década de los cincuenta del siglo pasado, las cicatrices de la  segunda gran guerra todavía no estaba sanadas del todo y parecía que los europeos habíamos aprendido la lección de medio siglo de peleas brutales y desgarradoras, provocadas por el cerrilismo de los nacionalismos, todos llamados a ser redentores de sus patrias.
                Estamos en la Europa agobiada por la guerra fría; por la amenaza latente y próxima del comunismo soviético; la que se reinventa para no volver a caer en la tentación de la guerra como camino para solucionar sus conflictos. Y lo que inicialmente nace como una unión estrictamente económica, pasa a ser un club de países ricos, en donde el estado de bienestar de su población, es el mejor antídoto a la expansión comunista que amenaza desde el este. Con el estado de bienestar por bandera, se ha construido durante más de medio siglo la verdadera identidad del “mercado común europeo”, con las sucesivas incorporaciones de países, entre ellos España y Portugal, hasta abarcar a casi toda Europa occidental. Otra cosa es la identidad cultural de los europeos, que viene construyéndose desde hace tres milenios, por lo menos.
                El cómo hemos cambiado entra cuando el imperio soviético cae y los nuevos dirigentes neoliberales de la CEE ya no necesitan el estado de bienestar para frenar el comunismo y en el Tratado de Maastricht diseñan una Europa que cada vez se aleja más de su espíritu social, para convertirse en la Europa de los mercaderes. Un nuevo club denominado UE, con los mismos socios, pero está ves refundado para extender el capitalismo neoliberal más salvaje, que destruya el estado bienestar, para lo cual se inventan que éste es económicamente inviable, cuando lo que sucede es que se están desviando cantidades ingentes de riqueza, la que los europeos generamos para mantener altos niveles de calidad de vida, hacia las grandes corporaciones económicas y las clases más ricas del continente.
                La deriva que la UE ha tomado en los últimos veinticinco años ha provocado que los niveles de pobreza, esa misma que el estado de bienestar había reducido hasta casi la desaparición, hayan aumentado exponencialmente a la aplicación de políticas de austeridad y crecimiento de la economía especulativa, que son las grandes causantes del desequilibrio de la riqueza que existe hoy en el continente.  Además, la masiva entrada de los países del este europeo en la primera década de este siglo, con unas exigencias de calidad democrática y desarrollo mucho menores que las que tuvieron los países del sur de Europa, ha supuesto una desorientación absoluta de los valores y los principios que la UE había tenido hasta entonces. Todo, porque al gran capital continental le resultaba mucho más sencillo y económico negociar con esos países estando dentro que fuera.
                El asunto es, que entre la irrupción del neoliberalismo salvaje; la creación de una moneda única sin los instrumentos financieros y económicos comunes para sus sostenimiento; la idea de que la UE es, sobretodo, un mercado de libre circulación de capitales; la ampliación precipitada a los países del este, como extensión de la idea anterior; las políticas de austeridad que han sido las responsables de los recortes en el estado de bienestar; la creciente xenofobia de muchos de los dirigentes europeos, especialmente de los norte hacia el sur; la pérdida creciente de valores democráticos y de solidaridad entre dirigentes y población; el regreso del nacionalismo; y la salida del Reino Unido, la Unión Europea tiene un grave problema.

                Lo del Brexit no lo es tanto, porque si ha habido un país que desde su incorporación ha sido un lastre para que la UE no avanzara hacia una integración política más profunda, ese ha sido el británico, que sólo ha entendido y presionado para que la UE fuese un ámbito para hacer negocios, y nada más. Así que, tanta gloria lleven como paz dejan. Quizá ahora sea el momento, sin el bocado de Albión frenando, cuando la UE pude plantearse retos importantes, si no quiere morir de inanición y falta de apoyo popular. Y todo pasa por una mayor integración, recuperar los principios iniciales de bienestar de la población y los valores democráticos de igualdad, libertad y solidaridad. Por ello, llegados a este punto en el que los cimientos se tabalean, no es una mala idea, que unos cuantos países, si se comprometen a avanzar hacia una mayor unión en todos los niveles, se unan para crear una UE más avanzada en integración, aunque de pie a la Europa de dos velocidades: la de los que quieren prosperar volviendo a recuperar el apoyo ciudadano, y eso sólo se consigue con mayor bienestar social y económico para todos; y la de los que no han acabado de entender qué es la UE (y no sólo me estoy refiriendo a los países del este) y por tanto, deberían estar en un furgón diferente, hasta que quieran estar de verdad dentro. Hace falta resetear la UE y refundarla hacia una Europa más federal, sin posibilidades de excepciones, como existe en la actualidad, a sus normas y leyes. Sólo así estaremos poniendo la vacuna en el continente contra el neoliberalismo salvaje y el fascismo nacionalista, que es prácticamente decir lo mismo.

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...