En unos
días se celebra el día internacional de la mujer. Reivindicaciones necesarias
contra la violencia de género, la brecha salarial, la igualdad de
oportunidades, etc., estarán en la calle. Incluso se hablará más de la ausencia
de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, que de
aquellas que después de toda una vida sosteniendo la sociedad como amas de
casa, llegan a la edad de jubilación sin derecho a pensión. Digamos que son las
grandes olvidadas de cualquier debate sobre la igualdad de género.
Mujeres
que no han trabajado o dejaron de trabajar por la imposición de una concepción
machista del mundo laboral; que han sido el soporte donde se han sostenido las
familias, que es como decir la organización básica de la sociedad; que han
limpiado la casa, cuidado a los hijos en la salud y la enfermedad; atendido al
marido para que fuera a trabajar con la ropa planchada; fregado, cocinado; se
han encargado de toda la logística familiar; han sido cuidadoras de padres,
hijos o maridos dependientes. Mujeres sin las cuales nada habría funcionado,
porque el mundo se sustentaba sobre su trabajo, siguen siendo las grandes
olvidadas.
En un
momento de reivindicación del papel de la mujer en la sociedad, no podemos
dejar al margen a todas esas mujeres: nuestras madres, hermanas, tías, amigas,
que han trabajado sin descanso, sin horarios, sin vacaciones, sin ningún tipo
de regulación laboral, por mucho que nos
parezca que esos tiempos son para olvidar.
Lo
menos que la sociedad podría hacer como reconocimiento a su papel es poner en valor el trabajo que han
hecho a lo largo de su vida, no solo con
palabras, sino con hechos. Las amas de casa deberían tener derecho a una
pensión, que las permitiera saber que su trabajo ha sido relevante más allá del
ámbito de su familia.
Está
bien que se consiga romper la jaula de cristal por arriba y todas las mujeres
compitan en igualdad de condiciones y oportunidades. Pero por abajo hay un
suelo de barro que oculta una realidad que casi nadie quiere reconocer. Porque
las amas de casa han sido y siguen siendo las grandes marginadas y sufridoras del
machismo que impera en la sociedad.
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