lunes, 8 de enero de 2024

Mi reino bien vale un genocidio

 


¿Se imaginan ustedes que durante los peores años de terrorismo de ETA el gobierno de España hubiera ocupado militarmente el País Vasco y sometido a sus habitantes a un genocidio? Esto no cabe en la cabeza de nadie en su sano juicio. Porque todos sabemos que el terrorismo no se puede ganar militarmente (esto es como tratar de apagar un fuego echando carbón) ni tampoco con medidas represivas que crucen el Rubicón de la dignidad humana, no digo ya de los derechos humanos. En una democracia, el terrorismo se vence con firmeza democrática, represión selectiva de los terroristas, tribunales y negociación, como bien hizo España para acabar con ETA. Y no es un camino fácil anular organizaciones que hacen del terrorismo y el crimen su modus vivendi, sin importarles el daño y dolor que puedan causar entre la población en general. Pero no hay otro.

Por eso, no se puede entender ni tolerar, que el gobierno de un país esté masacrando, en el sentido literal de la palabra, a ciudadanos: hombres mujeres, niños y niñas, o esté destruyendo cualquier posibilidad de vida en un territorio, porque haya sido objeto de un despiadado ataque terrorista, tal como está haciendo el gobierno israelí (y esto no es una crítica al pueblo judío; digo judío, porque tan semitas son estos como los palestinos), responsable de una guerra sin sentido, en donde la venganza ha cobrado tal carta de naturaleza, que se siente legitimada para la aniquilación física y mental de un territorio y las gentes que lo habitan. Cuando un Estado se convierte en terrorista, pierde toda su razón de ser.

Aunque ya no es sólo una sospecha, que esta guerra genocida tiene mucho que ver con la supervivencia política del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, y que el único motivo que le hace prolongarla es no enfrentarse a la realidad de su final político, y quien sabe si no el principio de un calvario judicial. Lo que nos debería llevar a plantearnos, cómo es posible que el mundo esté consintiendo que esto suceda. Parece que no hemos aprendido que las políticas de no intervención en conflictos que conciernen, no sólo a la geopolítica mundial, sino a los derechos humanos y el respeto por la vida, nunca acaban bien, como pudimos comprobar los europeos en el siglo pasado, cuando las potencias continentales, supuestamente democráticas, decidieron no intervenir ante el ascenso del nazismo, que acabó con una guerra genocida, que arrasó Europa y diezmó a una generación, por poner un ejemplo que nos pilló en medio.

Acabar con esta guerra es una necesidad urgente, porque, por mucho que se esfuercen en negarlo, estamos asistiendo a un genocidio planificado por un gobierno. Y hacer que sus responsables acaben en un tribunal internacional, debería ser una prioridad máxima, para que la democracia no se convierta en cómplice de una situación tan vergonzosa como la que está viviendo el pueblo palestino. Eso sin comentar la posibilidad de que la ambición de poder y venganza del gobierno israelí, acabe arrastrándonos a todos aun conflicto de incalculable consecuencias. Otra vez no, por favor.          


La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...