viernes, 26 de febrero de 2016

Nadie sabe nada

Publicado en Levante de Castellón el 26 de febrero de 2016
En este país, que parece una piel vacuna, si incluimos a Portugal, estirada en medio de la mar océana, y a tiro de piedra de las costas africanas, nadie sabe nada. Tal como suena: Nadie sabe nada. Y no estoy haciendo referencia a una película que podría dirigir Daniel Calparsoro. No. Es que nadie sabe nada, de verdad. Cuando a un futbolista se le pregunta por algún lance de juego o un mal partido, rápidamente tira de la manida frase: “El fútbol es así”, que es como que decir: “Yo no sé nada, pregúntale al fútbol”. Claro, que podemos pensar que el nivel dialéctico de muchos futbolistas está a la altura de la rodilla, y de ahí para arriba, lo único que les funciona bien es la entrepierna. Por eso ellos nunca saben nada de lo que hacen, para qué, si el fútbol es así.
                Pero el desconocimiento de lo que sucede a  nuestro alrededor no se queda ahí. Si usted hace por la calle alguna pregunta comprometida, la mayoría de los transeúntes le contestarán: “A mí no me pregunte, yo de eso no sé nada”. Aunque últimamente lo que está más de moda es contestar con un: “Es lo que hay”. Es decir, que no solamente no sabes nada, ni quieres saberlo, sino que además te da igual, con ese derrotismo tan español, incluida Cataluña, que se resume en la frase: “Para lo que va a servir”. Pelillos a la mar, no la océana del Almirante Cristóbal Colón, sino a otra mar que nadie sabe dónde está.
                Como verán, el nadie sabe nada, ni quiere saberlo, es un arte arraigado en la geografía celtibérica de la piel de toro, no sabemos si por influencia de las invasiones bárbaras de las tribus godas de Centroeuropa; o quién sabe si se debe a los 700 años de convivencia con musulmanes y judíos. La construcción de una inteligencia colectiva es muy compleja y exige esfuerzo, así que, en la sociedad del Libro Gordo de Petete, lo mejor es cargarle el muerto al fútbol o al pasotismo de es lo que hay. Esto es preocupante, porque o somos un país de imbéciles, dicho esto en el sentido literal de la palabra: “Tonto o falto de inteligencia”, según la RAE; o de cobardes, que nos hacemos los estúpidos, para que no nos salpique la mierda, ni nada nos complique la vida. Pero, ojo, que todo se pega. Como aquel que se hizo el sordo cuando ingresó en la mili, para que le declararan exento, y cuando lo consiguió, después de convencerse de que no oía nada, tuvo que ponerse un sonotone, porque realmente se había quedado sordo.
Por eso, no nos ha de extrañar, que en buena parte de la clase política, nadie sepa nada, abonados a este deporte nacional de la ignorancia consentida. A fin de cuentas es lo más cómodo. Así, si metes la mano en la caja y te llevas un buen pellizco, cuando te pillen, con poner cara de idiota y decir que tú no sabías nada, está todo arreglado. ¡Coño! ¿Qué te han vaciado los muebles del despacho y tú no sabes nada? ¡Manca finezza! Busca una excusa algo más inteligente. Aunque, para qué. Si no hace falta. Si vivimos en el país del “Nadie sabe nada”, y ya se sabe: “donde fueres haz lo que vieres”. Pues si “el fútbol es así”, por qué vas a venir a cambiar las maneras.
                Ahora, hay que reconocer que tenemos verdaderos maestros y maestras del “no sé nada”.  De los pillados in fraganti, que ponen cara de bobos y dicen ¡uy! yo no sé nada. No sé por qué mi marido tenía un jaguar en el garaje, son cosas suyas.  Y la exministra de Sanidad se quedó tan oreada, pues ya se había quitado toda culpa haciéndose la boba. Como se lo hace la infanta -¡manda guevos!- con el caso Noos. Ella no sabe nada. Vive a todo trapo en un palacete de seis millones de euros, en la zona más chic de Barcelona, y no sabe nada de los trapicheos millonarios, con dinero público, de su marido. ¡En qué buena consideración lo tiene! Lo de ser ella administradora de las empresas de Urdangarín es pecatta minuta, afín de cuentas,  firmaba lo que le decía su marido, o el secretario de la Casas Real. Que tampoco sabía nada de las andanzas del yerno del rey, en la actualidad emérito por la gracia de Dios.
                En este clan de las bobas, hay muchas, pero nadie como Rita Barberá y Esperanza Aguirre, que rodeadas de corrupción llevada a cabo por sus más directos colaboradores, algunos incluso están en la cárcel, ellas no saben nada. Un día le llega a Barberá un bolso de Luis Vuitton, por hacer mención a algún regalo, y ella no pregunta por qué. Si es que es tan buena alcaldesa, que se lo tiene merecido. Aunque la que se hace la boba mejor es, sin duda, Esperanza Aguirre, no hay una maestra como ella. La Comunidad de Madrid está infectada de hienas que lo rapiñan todo, y ella no es capaz de percibir el olor, teniéndolo tan cerca. Dejaremos aquí el Clan de las Bobas, o esto no se acabaría nunca.
                En el país del “Nadie sabe nada”, hay algunos que rozan el insulto, adjudicándonos el papel de imbéciles, ante su ignorancia por los casos de corrupción que estallan a su alrededor. El maestro indiscutible es Mariano Rajoy. No solamente no sabe nada de corrupción en su Partido, sino que ha puesto la mano en el fuego por todos los que han sido y vienen siendo imputados, investigados, enjuiciados o condenados. ¡Vaya ojo que tiene el amigo! Él no sabe nada de los sobres de Bárcenas, vamos a este señor ni le conoce, ni de las obras en las sedes del PP con dinero negro; ni de gürteles, ni púnicas, ni taulas, ni nada de nada. Lleva toda su vida política con cargos de dirección en su Partido, minado por la corrupción de propios y ajenos, y él no ha detectado  nunca nada.
                En eso se parece a Artur Mas, otro mago de la prestidigitación haciéndose el bobo. A este, que bebe de importantes cargos en CIU y la Generalitat de Cataluña, en tiempos que se han sucedido significativos casos de corrupción, como el 3%  o la fortuna amañada por la familia Pujol, no le consta nada. Es como si él acabara de llegar y hubiera aterrizado en la orilla del cenagal corrupto en el que se ha bañado la política catalana durante muchos años. Él pone cara de bon chiquet, y no sabe nada. Y si no sabe nadad, por qué va a tener que dar explicaciones.
Luego están los que se encolerizan cuando se les descubre, como el indagando Francisco Camps. Pero de estos ya no queda espacio en este artículo para hablar.

                A sí que tenga usted cuidado, no vaya a ser que un día de estos, se encuentre en el maletero del armario de su habitación, un maletín con un millón de euros, olvidado por los montadores de IKEA o el fontanero. Por supuesto, usted no sabrá nada.

miércoles, 24 de febrero de 2016

OFELIA DESCALZA. Novela de Desirée Ruiz

“Ofelia descalza” (Ediciones Hades. 2015) es una novela de Desirée Ruiz que te va envolviendo conforme vas pasando las páginas, y lo que inicialmente parecía ser una historia de amor, con algún ingrediente heterodoxo dentro del género, se va convirtiendo en una narración, que conforme avanza va creciendo por la calidad literaria de su texto y por unos personajes perfectamente engarzados en la historia.
                La muerte de un fotógrafo que lleva una vida marcada por el asesinato de sus padres, revela, a su hermana, un nombre misterioso, de un posible amor desconocido para ella. Este es el inicio de un desfile de personajes que irán teniendo apariciones muy bien medidas, que van indicando el camino hacia la resolución un misterio, en torno al cual pivota toda la novela. Lo cierto, es que de la profusa galería de personajes que aparecen, no sobra ninguno, y cada uno de ellos aporta un grado de estabilidad al personaje principal, Marcela, que evita que este de desplome por los intersticios de la narración.
                La estructura de “Ofelia descalza” es sencilla, pero a la vez compleja, porque los anillos narrativos que van encajando la historia, están muy bien insertados en el texto, de tal manera, que la novela no cae en elucubraciones fáciles ni ñoñas, muy típicas de las novelas del género amoroso. Por eso, lo que parece el principio, se diluye enseguida, por otros caminos, quizá más psicológicos y detectivescos, que dan al texto un punto de emoción medido, pero interesante. Además, desde el punto de vista puramente lingüístico, el texto está escrito con un primor excelente, de buena literatura, que no parece de una novela primeriza.
                Desirée Ruiz es una escritora de vocación, no profesional, como en la mayoría de los escritores, pues su profesión es la enseñanza. Pero no es una recién llegada al mundo de la escritura. Aunque “Ofelia descalza” es su primera novela, viene escribiendo cuentos desde hace varios años, lo que hace que afronte la escritura de esta novela con cierto bagaje como escritora, y el temido paso de muchos escritores de cuentos a un formato narrativo más largo y complejo, lo soluciona con habilidad y muy buen hacer.

                Todo ello hace que su lectura sea recomendable, si se quiere pasar un buen rato con una  novela entre las manos.

sábado, 20 de febrero de 2016

Persecución sindical

Publicado en Levante de Castellón el 19 de Febrero de 2016
El 20 de diciembre de 1973, en el palacio de las Salesas de Madrid, en la época, sede del famoso  TOP (Tribunal de Orden Público), tenía que dar comienzo el denominado Proceso 1001, por el que se enjuiciaba a toda la dirección del CC.OO., detenida en una reunión, año y medio antes, en el Convento de los Oblatos, en Pozuelo de Alarcón (Madrid). Pero la casualidad hizo que ese día se suspendiera la vista, porque la mañana del día 20, una bomba explosionada en la calle Claudio Coello de Madrid, acababa con la vida de Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno de Franco, que según todos los expertos, era el llamado a suceder al dictador, prolongando de este manera el franquismo, con un rey títere que estaría bajo vigilancia y a las órdenes de sucesor del “Caudillo”. Qué ironía del destino, que el mismo día que el régimen franquista celebraba ese golpe mortal al sindicalismo de clase, saltaran por los aires, y nunca mejor dicho, todas sus esperanzas de futuro, yendo a caer estas en el patio de otro antiguo convento: La Casa Profesa, de los jesuitas. El atentado se le atribuyó a ETA, e incluso ella misma lo reivindicó. Sin embargo, las lagunas sobre la autoría del mismo nunca se han llegado a aclarar, sobre todo, por qué los autores jamás fueron juzgados. Alguien se carga a la mano derecha de Franco y  no juzgan a sus asesinos, en un régimen que era implacable con sus enemigos, como se pudo ver el mismo día del atentado, con el inicio de un proceso contra el sindicalismo obrero.
                ¿Qué pretendía el franquismo de última hora con el Proceso 1001? Ni más ni menos, que acabar con el incipiente sindicalismo que se estaba implantando en las grandes empresas del país, dominado principalmente por CC.OO., sindicato que en aquellos tiempos era el emisario del PCE entre los trabajadores. Pero si no lo consiguieron, pues CC.OO. y el sindicalismo obrero en general, llegó más fuerte que nunca a la Transición, no es menos cierto, que al contrario que a los acusados de cometer el atentado contra Carrero Blanco, a los 10 dirigentes de CC.OO. se les juzgó y cayeron un buen número de años de cárcel -161 en total-, que un año más tarde fueron revisados por el Tribunal Supremo, rebajándolo a 40. Lo que no impidió, que hasta el 25 de noviembre de 1975, estuvieran encerrados en la cárcel de Carabanchel, fecha en que Juan Carlos I procedió a indultarlos.
                Creíamos que todo esto era ya historia pasada. Que el sindicalismo en España había superado las épocas tristes de represión, cuando se encarcelaba a sindicalistas por el mero hecho de serlo, o en las empresas se tenían que abrir “cajas de resistencia” para pagar las multas administrativas que los tribunales franquistas ponía a los compañeros que sobresalían en la lucha de los derechos de los trabajadores. Estábamos convencidos, que la ofensiva de desprestigio de los Sindicatos, que el mundo neoliberal viene alimentado desde hace cuarenta años, era sólo eso una guerra para alejar a los trabajadores de ellos, inoculándoles el virus del individualismo en las relaciones laborales. Se ponía el rabo de Satanás a los Sindicatos y acusaba a los sindicalistas de caraduras, vagos, interesados y sinvergüenzas.  Para esa ofensiva del poder, estábamos preparados; incluso asistiendo a la desafección de los trabajadores de los Sindicatos, que si bien en muchos casos ha sido merecida, no se planteaban cambiar los malos vicios sindicales, prefiriendo rendir su alma trabajadora al individualismo neoliberal, que reduce las relaciones laborales a un contrato particular entre el trabajador – David- y el empresario –Goliat-, en el que siempre sale ganando el empresario, porque raramente David vence a Goliat, si se enfrenta solo contra el gigante.
                Para todo ello estábamos preparados, pero no para la vuelta del TOP, cuatro décadas después, aplicando leyes represivas contra los sindicalistas. Un vuelta de tuerca del neoliberalismo, que si bien puede ser consecuencia de lo anterior, no creíamos que fuera posible. Pero lo es, sobre todo desde los últimos años, en que las leyes contra el movimiento ciudadano y obrero, ha llevado a los tribunales a más de 300 sindicalistas, hombres y mujeres,  a los que se les pide indemnizaciones millonarias y penas de cárcel.
                Ya no sólo se despide a muchos sindicalistas en las empresas, como se ha venido haciendo en los últimos años, con la vista torcida, para no verlo, del poder político,  vulnerando todos los derechos laborales existentes en España, entre ellos la Ley de Libertad Sindical de 11/1985, que no es más que un reajuste constitucional del Decreto Ley 17/1977, por el que se reconocía el derecho a la libertad y ejercicio sindical. La propia Constitución, en su artículo 28, recoge el derecho a la libre sindicación. Sin embargo el que hace la Ley hace la trampa, y así, a modo preventivo, se sacan de la manga una disposición que penaliza el derecho a la difusión de la huelga, en el artículo 315.3 del Código Penal, por el cual, se castiga con cárcel a aquellos que impidan a los esquiroles trabajar en días de huelga. Es decir, que se sirve en bandeja de plata que el empresario coaccione a sus trabajadores para que no hagan huelga, muchos de ellos, ahítos de miedo, ya convencidos de que esta no sirve para nada, por el machaqueo de la propaganda oficial u oficialista. La Ley les garantiza que no la hagan con un artículo que castiga a los que sí pretenden que se lleva a cabo. ¿Para qué sirve, entonces, el artículo 28.2 de la Constitución: “Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores en defensa de sus intereses”? Para bien poco, si esta no se puede garantizar por los convocantes o se les criminaliza en el Código Penal, o en la mucho más grave y regresiva Ley Mordaza.
                Los Ocho de Airbus, son una muestra de la ofensiva que los poderes del neoliberalismo están intensificando contra los trabajadores. Es más, sólo hace falta lanzar a la policía contra un piquete, para encontrar una excusa con la que poder juzgar a sus componentes. Se trata de neutralizar, definitivamente, a los sindicatos y la lucha sindical. El neoliberalismo sí sabe que unos Sindicatos potentes son un muro de contención contra sus ansias de esclavizar a los trabajadores, y no están dispuestos a consentir que así sea. Simplemente, porque la única manera que tienen de ser cada vez más ricos es someter a la población, empobreciéndola. Para lo que han de reducir derechos laborales y castigar a quienes los solicitan.

                Otra vez, gracias al gobierno más rancio y regresivo que ha tenido la democracia, el sindicalismo de clase se ha convertido en una práctica de riesgo, haciendo que tengamos que volver a la defensa de la libertad del ejercicio sindical, para empezar, nuevamente,  a defender los derechos de los trabajadores.   

jueves, 18 de febrero de 2016

El juicio contra Rita Maestre

                                                                                                   Foto: Autor desconocido
Hace un año, Rita Maestre presentaba mi ensayo "La Brecha", en la librería Antonio Machado de Madrid. Yo no la conocía personalmente, pero me pareció una mujer templada, con la cabeza muy bien amueblada, un discurso político valiente y bien construido, y muy lejos de esa activista antisistema que nos quieren hacer ver los medios. Entonces no estaba sometida al linchamiento mediático de la caverna, por ser miembro del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Madrid.

En este país de regreso a los usos franquistas de la Ley, y de represiones a todo aquello que no se ajusta a los intereses del facherío que nos gobierna, ser activista de algo se ha convertido en un delito punible. Ya no se puede protestar pacíficamente contra nada, ni con las tetas al aire ni con jersey de cuello alto, y mucho menos si nos topamos con la Iglesia. La protesta de Rita Maestre nos puede parecer políticamente correcta o no, estar de acuerdo en las formas o en el fondo o disentir, pero que nadie nos hable de atentado a la moralidad, desde la cima de unos poderes que no tiene miramientos a la hora de condenar a millones de personas a la pobreza, la explotación y la exclusión social. Y mucho menos que nos quieran hacer ver que es ilegal, porque en un Estado democrático, la protesta, la disidencia y el activismo, siempre que sea pacífica, nunca puede estar fuera de la Ley.

Me pregunto por qué es delito protestar contra la Iglesia o hacerlo en la escalinata de la Cortes, o en la sede de un Partido. El virus del fascismo está infectando nuestra democracia, no es broma, y se ha propuesto erradicar cualquier disidencia y a cualquier disidente. Además, ¿qué pinta una capilla católica en una universidad pública? ¿No somos un país aconfesional? ¿Quién paga al cura de la capilla, el obispado, la universidad? Las creencias religiosas son muy respetables, pero cada cosa en su sitio. Y quién sabe, a lo mejor ese acto inocuo de Rita Maestre nos hace reflexionar, de una vez por todas, sobre otra de las causas pendientes que tenemos desde la Transición: La separación definitiva de la Iglesia y el Estado, poniendo fin a décadas de Concordato que permite a la Iglesia seguir chupando del bote de todos los españoles, católicos o no.


Rita Maestre está sufriendo en sus carnes la persecución sistemática del bunker, por el mero hecho de ser, primero de Podemos, y después, como argumento desestabilizador de Manuela Carmena. Espero que los jueces, al igual que han hecho con los 8 de Airbus, desestimen las acusaciones de la fiscalía y dejen libre de toda culpa a Rita Maestre, por el bien de ella y por el bien de la democracia.

viernes, 12 de febrero de 2016

La II Transición

Publicado en Levante de Castellón el 12 de Febrero de 2016
No son pocas las voces que sostienen que estamos entrando en la II Transición. No les falta parte de razón, si nos atenemos a una visión muy simplificada de la situación en la que se encuentra España desde hace ya unos años. Pero la realidad es que detrás de ese anuncio de nueva Transición, hay un problemática mucho más compleja, y no por invocarla se van a solucionar los grandes retos que tiene planteada la sociedad,  como si del bálsamo de Fierabrás  se tratase, en auxilio de todas dolencias de los españoles, al igual que alivió las tripas de Sancho Panza, desocupándolas a placer, cuando su señor don Quijote se la dio a beber. Una vez que él se había purgado con vómitos y sudores, que le provocaron un sueño reparador, tras ingerir esa pócima de aceite, vino, sal y romero, hervida y bendecida en el tiempo de rezar ochenta avemarías, ochenta padrenuestros, ochenta salves y ochenta credos.
                Lo cierto, es que la realidad de la sociedad española en la actualidad no tiene nada que ver con la España de hace cuarenta años, y por eso, apelar a la Transición como un modelo, tiene grandes placas de hielo en las que podemos patinar y darnos una buena culada. Además, mucho me temo, que la invocación a la Transición como patrón y guía esconda una celada que trate de reproducir los mismos errores que se cometieron en aquellos años, de aparcar temas espinosos para el postfranquismo. Como el de la memoria histórica, que se vetó mientras, curiosamente, esa derecha que salía de dirigir los últimos años  de la dictadura, aceptó una amnistía general, que tuvo el efecto inmediato de evitar cualquier tentación de sentar a franquistas en el banquillo, por todos los delitos que ustedes ya conocen. Que también aparcó una cuestión fundamental, como la organización territorial del Estado, con un café para todos, que ha traído como consecuencia el crecimiento de un nacionalismo proindependentista impasable hace cuarenta años.
                Además hemos de tener en cuenta una circunstancia, algo que tras la muerte de Franco era una reivindicación fundamental para la sociedad española, y que ahora no se produce. En aquellos años lo esencial era llegar al puerto de la democracia sorteando todos los temporales que azotaran ese barco que se llamó Transición. Para lo cual, todo el mundo tuvo que remar con fuerza y generosidad en aquella empresa común, no exenta del azote de grandes dificultades. Ahora no se da esa situación, aunque la calidad de nuestra democracia deja mucho que desear.
                Sin embargo, una pregunta siempre me ronda la cabeza ¿Todos remaron igual? Sinceramente creo que no. La izquierda, principalmente, que representaba a esa parte de la sociedad española, republicana, laica y democratizada, cedió, a mi juicio, mucho más, que la derecha postfranquista, en una Constitución que sacrificaba gran parte de los ideales republicanos de la sociedad y no garantizaba la igualdad, entendiendo esta en términos de justicia y reparto de la riqueza. Fueron muchas las cesiones de la izquierda en aquellos años, pero, también hay que decir, que tuvieron su justificación, porque lo que ahora parece que fue un proceso fácil, distó mucho de serlo y la democracia no llegó como efecto de un gran pacto entre los Partidos políticos, como nos quieren hacer ver, al presentar aquellos años como un modelo de fair play cortesano. Nada más lejos: las reivindicaciones sociales, la presión popular, los vaivenes en la negociación, la dureza de una oposición parlamentaria, encabezada por Felipe González, que nos olvidemos, fue implacable con Adolfo Suárez, hasta conseguir su caída; las huelgas reivindicando mayores derechos laborales y sindicatos libres, una violencia extrema –el escritor y periodista Mariano Sánchez, en su libro “La Transición sangrienta: una historia violenta del proceso democrático en España. 1975-1983”, cuantifica en 591 las muertes por terrorismo de extrema derecha y extrema izquierda, represión policial y guerra-, y las fuertes resistencias de lo que se denominó en aquellos años como el bunker, que estaba formado por importantes sectores del ejército, la Iglesia, la economía, el aparato recalcitrante del franquismo y la policía, estuvieron al pie de la calle, haciendo que el proceso no fuera tan color de rosa cómo hoy lo quieren pintar.
                Sin embargo, y esto es muy cierto, en las conversaciones que he tenido estos días de atrás con mi amigo, el escritor y periodista Jaime Millás, hemos reflexionado sobre un principio que sí es perfectamente extrapolable a la situación actual. Es este el principio del pacto en una sociedad democrática: no hay democracia si no hay acuerdo entre las partes y una actitud permanente de negociación. Pues, es en esta cuando se puede integrar a todo el espectro ideológico de la sociedad, a derecha e izquierda. Y hemos de tener en cuenta que negociar y pactar es ceder algo en aras de la otra parte. Esta es la única concordancia que tenemos actualmente con la época de la Transición: la necesidad del pacto como única fuente de concordancia y progreso. El resto, a pesar de los cantos de sirena,  es puro teatro, quién sabe si para que no cambie nada.
                La España del siglo XXI es muy diferente a la de los años 70 y 80 del siglo pasado. La sociedad ha cambiado y una nueva generación empuja para construir el futuro que ellos tienen que vivir. Fue así hace 40 años, y siempre, en cada cambio generacional, lo será; es ley de vida. Ahora vivimos en una encrucijada, pues la crisis y las políticas gubernamentales, insufladas de neoliberalismo económico en la última década, han provocado la regresión del estado de bienestar, con el aumento de la desigualdad y el crecimiento de una brecha social insostenible; además de la destrucción de la cultura, como un bien social de identidad y progreso. Asimismo, la Constitución muestra síntomas de agotamiento, y es incapaz de articular soluciones a aquellos problemas que se orillaron en 1978, en aras de alcázar la democracia, y los nuevos que se plantean. Así, a la  gobernabilidad de país, que acabe con las desigualdades y retorne al camino del estado de bienestar, hay que añadir la necesaria reforma constitucional, que dé respuestas a todos los problemas que tenemos los españoles, ya sean territoriales, de calidad democrática, culturales, económicos, sociales o políticos.
                En las últimas elecciones, el electorado ha mandado un mensaje nítido a los Partidos: quiere negociación entre todos y pacto. Pero no nos confundamos, una cosa es el pacto necesario para las políticas de Estado, entre otras cosas la reforma de la Constitución, una nueva Ley electoral o de educación, y otra cosa es la negociación del gobierno, que se debe ajustar, como es de ley en nuestra democracia, a un juego de mayorías parlamentarias. Y aquí ni se puede jugar a contentar a todos, ni se pueden levantar barrearas que imposibiliten cualquier negociación. Que los árboles no impidan a nuestros políticos ver el bosque.

                Volviendo al principio, como en “Sostiene Pereira”, ese libro maravilloso de Antonio Tabucchi, debajo de la superficie siempre habita el mundo real, ese que nos ocultan con engaños o miedos, para que sigamos ajenos a los vaivenes del poder, y ahora, en España, es el momento de salir a la luz y poner sobre el tapete qué sociedad queremos para transitar por este siglo.

viernes, 5 de febrero de 2016

Alicia en el país secuestrado

Publicado en Levante de Castellón el 5 de febrero de 2016
Ha pasado mes y medio desde las elecciones del 20-D y estamos, prácticamente, en la casilla de salida. Parece que los dos grandes Partidos no han asimilado un resultado que les obliga a tener que repartir el poder y van dando palos de ciego, mientras sus problemas internos tienen al país secuestrado, políticamente hablando.
                Ante todo hay que decir, que la responsabilidad de formar gobierno recae única y exclusivamente en los dos Partidos mayoritarios: PP y PSOE. Sin querer apuntar con ello que tengan que formar un gobierno de coalición entre ambos, algo que sólo está en la cabeza de todos aquellos que quieren que las cosas no cambien nada, porque tal como están les ha ido bastante bien. Así, PODEMOS y CIUDADANOS, a pesar de su énfasis por ser protagonistas de todo lo que está sucediendo, sólo pueden ser la parte de la ecuación variable, es decir, puede ser uno o puede ser otro, dependiendo del resultado final que se quiera.
                No quiero decir que no tengan importancia, que la tienen y mucha, aunque uno más que otro, pues, mientras PODEMOS sí puede ser actor principal de un gobierno de izquierdas, le guste o no le guste a la varonesa andaluza, CIUDADANOS se tendrá que conformar con ser la dama de honor que sostiene el vestido en una hipotética boda del PP con el PSOE, tan del gusto de Felipe González y del presidente del BBVA. Pero lo cierto, es que no depende de ambos emergentes que se forme un gobierno a la derecha o a la izquierda, y ellos deben ser cautelosos en sus declaraciones, sobre todo, en el caso de PODEMOS, para no dar tantos argumentos en contra de un pacto de izquierdas a los enemigos internos de Pedro Sánchez, que son muchos y con poder.
                Descartada la opción del PP, con o sin Mariano Rajoy, pues se hace harto difícil entender que el PSOE apoyara a un Partido infectado de corrupción, que mientras robaba a manos llenas, recortaba derechos a los ciudadanos, abriendo una brecha social sin parangón en nuestro país, desde que murió el dictador. No se trata, como quiere sostener Albert Rivera y el establishment económico y mediático, de cambiar a Mariano Rajoy, y ya pelillos a la mar.  No, el actual presidente del gobierno, ya autodescartado, es la punta de un iceberg sucio, que esconde toda su podredumbre bajo la línea de flotación de la calle Génova, en la que se resguardan todo tipo de corruptos nacionales y territoriales. Por tanto, el problema de que nadie quiera al PP, es el PP mismo. Nadie, menos CIUDADANOS,  porque unas nuevas elecciones darían al traste con el sueño húmedo de su joven presidente, de ser la prima donna de la política nacional.  Con ello no quiero decir que entre la filas del PP no haya militantes y dirigentes honrados; haberlos los hay y muchos, personalmente conozco algunos, y sé del calvario emocional que están viviendo por todo lo que está sucediendo en su Partido.  Pero es que, al PP, lo que le vendría bien es una temporada en la oposición, para que le diera tiempo a refundarse; a pedir perdón por todo lo indecente que han hecho sus dirigentes; a elegir a unos dirigentes nuevos, libres de mácula corrupta; a perseguir hasta el final a todos los que en su nombre han robado y se han enriquecido;  y a reconciliarse con sus militantes y su electorado. Por todo ello, el Partido Popular tiene bastante difícil formar gobierno, y sería una pérfida jugada apostar por unas elecciones nuevas, en las que no va a conseguir un resultado mucho mejor, condenando al país a un periodo, todavía más largo, de incertidumbre.
                Por tanto la pelota de formar gobierno está en el tejado del PSOE. No es una tarea fácil para sus dos almas: la progresista y la conservadora. Más todavía, cuando esta última no puede formar gobierno con CIUDADANOS, sin contar o con el PP, lo que la relega a una posición en la que sólo tiene una salida: elecciones nuevas. Más fácil lo tiene el alma progresista, pues sí podría formar gobierno con PODEMOS e IU, sin resultar muy complicado obtener la investidura. Pero, esta opción es la que está rompiendo el Partido, dejando ojipláticos a la sociedad, pues parece que la opción conservadora sólo tiene un objetivo: cargarse a Pedro Sánchez e ir a unas nuevas elecciones.
                Que Pedro Sánchez nunca ha sido del agrado de la vieja guardia del PSOE, ya se sabía desde hace tiempo. Pero que la venganza fuese a destaparse en el momento menos oportuno, cuando el PSOE tiene la posibilidad de volver a retomar la presidencia del gobierno, es de una necedad tan grande, que dice muy poco en favor de quienes la están alimentando. Aunque cada uno, por unas razones diferentes. Lo que nos hace pensar que el pacto con PODEMOS, no esconde unas insalvables diferencias políticas, sino que más bien está siendo utilizado por los enemigos de Sánchez como coartada para defenestrarlo. Por ello, Pedro Sánchez, se propone como candidato a formar gobierno sin nada ningún acuerdo en marcha, y tratando de llegar a la cuadratura del círculo. Quizá sepa que esta es la última baza que le queda, para no ser devorado por su propio Partido.
                Si no, ¿cómo es posible que Fernández Vara, García Paje, Ximo Puig y Javier Fernández, todos ellos presidentes de sus respectivas Comunidades Autónomas, estén gobernando gracias al pacto llegado con PODEMOS, y le nieguen esta posibilidad de Pedro Sánchez? ¿No es el PODEMOS que señalan con el dedo como inductor de la ruptura de España, el mismo que les sostiene en la presidencia de sus Comunidades Autónomas? Es difícil entender, a qué viene tanto aspaviento, tanta línea roja y tanta exigencia de transparencia en las negociaciones. ¿Acaso ellos no tuvieron transparencia cuando negociaron con los  morados? ¿Alguien exigió a Susana Díaz tantos requisitos para llegar a un acuerdo in extremis  con CIUDADANOS, y así ser investida presidenta de Andalucía? ¿Realmente piensan que pactar con Albert Rivera garantiza un gobierno de progreso para España?
                Ahora van a ser lo militantes los que tienen que decir sí o no a los pactos de su candidato a presidente. Eso está bien. Pero yo tengo la sensación de que también a estos se les está utilizando en la guerra interna que hay abierta en su Partido. ¿Se les preguntaría si en vez de ser el pacto con PODEMOS, fuese posible la gobernabilidad con CIUDADANOS? ¿Serían actores principales de los pactos, si no hubiesen estallado las hostilidades entre la dirección y la vieja guardia? 11.650.000 votantes optaron por Partidos de izquierda, a nivel nacional, en las últimas elecciones. ¿Acaso esos votos tiene menos valor que los 190.000 militantes del PSOE? ¿Qué respeto se muestra a los electores, puenteando su voto?

                Al final, la razón asiste a aquellos que han venido insistiendo en que el bipartidismo es una lacra para España. Lo están demostrando PP y PSOE, en la medida que anteponen los problemas de esos Partidos y los intereses de sus dirigentes, por encima de los problemas y los intereses de la sociedad española. 

miércoles, 3 de febrero de 2016

Entrevista a Jaime Millás

Jaime Millás es un hombre sereno, pero no exento de pasión por lo que hace, atributos que le dan a su trabajo esa fuerza contenida de la firmeza reflexiva. Lo podemos descubrir charlando con él, sentados plácidamente, en los bajos de la librería Argot de Castellón, donde el jueves 4 de febrero, a las 19,00 horas, va a presenta su último libro: “Crónicas de la transición valenciana”.
Escritor viajero por toda la Comunidad Valenciana; hombre de la cultura, sobre todo del teatro, que le llevó a la Dirección Artística de Teatres de la Generalitat Valenciana, y del arte: es miembro de la Junta Rectora del MACVAC, Museo de Arte Contemporáneo “Vicente Aguilera Cerni” de Vilafamés; pero sobre todo periodista, oficio que ha desempeñado durante cuarenta años en prensa: Triunfo, El País, Diario de Valencia; y radio: Radio Cadena Española, RNE. En los últimos tiempos ha publicado en ensayo: “Manuel Millás, sainets valencianas (1871-1891)” y “Crónicas de la transición valenciana. 1972-1985”, recopilación de artículos publicados en Triunfo y El País, durante la Transición, objeto de esta entrevista.

Desde tu trayectoria como periodista ¿cómo crees que ha evolucionado el periodismo en general, y en la Comunidad Valenciana, en particular, a lo largo de los últimos 40 años?
-Si tomamos como referencia los temas que abordo en el apartado del libro que he denominado Democracia de papel, creo que este es un buen punto de partida para responderte la pregunta.  En los años de la Transición hubo que defender a fondo la libertad de expresión, porque aunque se había derogado la ley Fraga de prensa, seguía existiendo la censura previa y las limitaciones a crear empresas periodísticas. Además, a los grupos de extrema derecha y a determinados estamentos franquistas e integristas no les gustaba en absoluto que los periodistas escribiéramos libremente, intentando desenmascarar su juego en contra de la recién estrenada democracia parlamentaria. Numerosos periodistas fueron llevados al banquillo por esta razón.
Todo el aparato ideológico que el franquismo mantuvo durante décadas, con emisoras y periódicos del Movimiento, se transformó en medios de comunicación de apoyo a la democracia y se abrieron amplias expectativas de trabajo para los jóvenes periodistas que queríamos trabajar en medios de carácter público.
En el ámbito de los medios de información privados surgieron también muchas iniciativas de nuevo periodismo independiente, de revistas y periódicos dispuestos a defender el valor informativo de lo local, de lo que ahora son las autonomías.
Nuestra profesión, que antes había sido gremialista y estaba organizada en cotos cerrados para administrar determinados privilegios, se abrió a la sociedad y a todo profesional que quisiera ejercer de periodista. Se constituyeron uniones profesionales que defendían la libertad de prensa, una política informativa que desterrara la censura y el dictado informativo desde el poder; la promoción de los medios públicos de información, y la superación de la titulitis. Desde ese nuevo asociacionismo también ayudamos a que los aspectos laborales se abordaran en los sindicatos, procuramos que el periodista se inscribiera en sindicatos de clase.
Los principales cambios que percibo de ayer a hoy corresponden a la precariedad laboral. Ha desaparecido prácticamente la oferta de trabajo en medios públicos. En Valencia esta situación se ha agudizado con el cierre de Radio Televisión Valenciana. Tampoco se crean nuevos periódicos o revistas en papel. Los que hay luchan por sobrevivir reduciendo gastos y personal. Y las ofertas laborales en periodismo virtual son muy escasas.
El contenido del mensaje informativo se ha reducido drásticamente. En ocasiones se trabaja solamente con titulares, con mensajes de dos líneas. Ahora sería imposible que el director de una revista me encargara, como hacía en los años 70 el director del semanario Triunfo, escribir quince folios sobre Blasco Ibáñez o resumir en doce folios una mesa redonda de políticos valencianos. Se hace escaso periodismo de investigación y se razona poco sobre la actualidad informativa. El periodista apenas sale a la calle a ver con sus propios ojos  la realidad, a confirmar en directo los hechos. Se vive de los mensajes electrónicos, de las imágenes y las voces que llegan por internet. Incluso hay políticos que piensan que la información hay que darla desde una pantalla por circuito interno, creen que informar es simplemente poner un plasma entre la noticia y el medio de información. Son horas bajas, muy bajas, para el trabajo del periodista, y también para la información contrastada.

Manuel Tuñón de Lara decía que para hacer historia hay que afrontar los acontecimientos con al menos veinticinco años desde que sucedieron, para que podamos tener perspectiva histórica. La Transición ya ha superado ese tiempo y podemos analizarla con criterios históricos. Ahora, desde la distancia ¿eres consciente que tu libro “Crónicas de la Transición valenciana (1972-1985)” se ha convertido en una fuente periodística para el estudio de la historia de esos años en la Comunidad Valenciana?
-Por supuesto, es una fuente de la historia con mayúsculas. La historia contemporánea se escribe con los periódicos y las revistas entre otras fuentes de información. Y con el tiempo que ha pasado, no ya los 25 años de Tuñón de Lara, sino los 40 de nuestra existencia, soy todavía más consciente de que si el periodismo que practiqué en aquella época no hubiera estado guiado por la pretensión de objetividad, imparcialidad  e independencia, sino por la opinión sectaria y parcial, difícilmente aquellas crónicas, aquellos reportajes hoy tendrían vigencia y valor histórico para reconstruir un tiempo pasado.
Por fortuna Triunfo durante la agonía del franquismo fue la revista española de toda la oposición democrática, que incluía también a personas conservadoras que se manifestaban contra la dictadura. Por tanto, escribíamos para ser leídos por comunistas, democristianos, liberales, socialistas, nacionalistas… Hicimos un periodismo de gran arraigo cultural, que buscaba enlazar con los autores, los políticos, los escritores y los pensadores cuya voz truncó la guerra del 36 y el golpe de estado de los militares franquistas apoyados por la derecha católica y la Iglesia.
Ya en democracia, el diario El País también buscó hacer un periodismo riguroso que el paso del tiempo no convirtiera en papel mojado. Cambiaron mucho con la presencia de este nuevo periódico de la mañana los códigos de comunicación informativa. La información pasó a ser sintética, bien ordenada, con una organización interna bien equilibrada. Las opiniones personales se expresaban solamente en las columnas y editoriales, y a la información se le reservaba el espacio de la actualidad bien contrastada. Por eso hoy aquel periodismo no ha perdido actualidad.
Lo que pasó hace 40 años, por supuesto que ya forma parte de la historia. En nuestro caso incluso más. Estamos viviendo un cambio de ciclo económico y social, un cambio de era cultural, muy profundos que a esos 40 años los convierten en algo mucho más lejano y distinto  del momento presente. Parece como si hubiera transcurrido un siglo completo.

Haces referencia a la imparcialidad, la objetividad y la independencia, como valores que nos vacunan contra el sectarismo informativo. En “Crónicas de la transición valenciana” ese rigor es una de la claves para ofrecernos una visión creíble de esa época. ¿No crees que en la actualidad se han perdido esos principios y el periodismo, controlado por importantes medios de comunicación, se ha convertido en un instrumento para transmitir la ideología del poder?

Los valores de independencia, objetividad e imparcialidad son siempre una aspiración a la que debemos aproximarnos. Hay informaciones en las que puedes cumplirlos de manera eficaz y al cien por cien, y hay otras situaciones informativas en las que no alcanzas ese máximo al que aspiras, bien porque tu empresa pone los límites o porque tú mismo te autocontrolas y no transmites al público todo lo que sabes. Esa es la práctica profesional más honesta y realista.

Algo muy distinto es inventarse las informaciones, manipular a conciencia, lanzar noticias falsas para provocar reacciones malvadas y perjudiciales contra las personas o las instituciones. Hay ejemplos y muy notables. A diario en España en la televisión, en la radio, en la prensa hay tertulianos, periodistas, que inventan los testimonios para crear miedo, frenar estados de opinión, manipular biografías de nuevos líderes políticos.
Los artículos del libro, sobre todo los de antes de 1976, están escritos con autocensura. En mis propias carnes fui objeto de un procesamiento de propaganda ilegal en el TOP por dirigir una revista de uso restringido en el ámbito de una entidad cultural privada. Era una revista que mandábamos a 800 socios. Pues aun ahí, en el ámbito privado, entraba la censura franquista a perseguir la libertad de expresión. De modo que aprendí a manejar el posibilismo informativo en los medios de comunicación.
Luego, ya en democracia, el tipo de empresas que eran Triunfo y El País ayudaba a ejercer un periodismo bien informado y contrastado, aunque hay que recordar que el semanario acabó cerrando porque su público se fue en masa al nuevo diario. Respetaban nuestro trabajo y procuraban no manipular la información. Eran empresas con accionistas no vinculados directamente a bancos y fondos financieros como los de ahora, que querían asentar la democracia, consolidar un juego político de varios partidos de diversas ideologías, incluida la comunista. Y si hacían un buen negocio económico, pues todos contentos: los profesionales, los propietarios y los lectores.
Esa situación ahora es imposible. Los medios informativos españoles, salvo excepciones, han acumulado tal nivel de deudas que prácticamente son propiedad de bancos y fondos financieros, incluso fondos buitres, esos que están reinventando el capitalismo para crear cada vez más desigualdad social. En esas condiciones la manipulación está servida. Solo se apoya a quien garantiza que va a respetar e impulsar tus intereses económicos. Esas actuaciones perversas se notan sobre todo en las  editoriales, artículos de opinión, columnas informativas enmarcadas en unos titulares que huelen a manipulación interesada. La información sobre el actual debate político español está lleno de esas malas intenciones que buscan mantener privilegios, alimentar situaciones de corrupción institucionalizada y agrandar los monopolios económicos, de ámbito internacional incluso. Hoy no es posible practicar aquel periodismo en libertad de la transición salvo en medios cuya empresa no  debe nada a los bancos. La cotización en bolsa de las acciones de un periódico no ayuda a ser independientes e imparciales.

Centrándonos en “Crónicas de la transición valenciana”, escribes un relato de primera mano, de cómo se vivió en la Comunidad Valenciana la Transición, atendiendo a diferentes ámbitos: políticos, culturales, económicos, etc., que en el libro creo que están muy bien estructurados. Pero, ahora, con el paso del tiempo y las experiencias vividas, ¿cómo interpretarías esos años de cambios y agitación?
Yo creo que fue un tiempo contradictorio en casi todos los ámbitos. La alegría se mezclaba con el miedo, la libertad de la movida cultural con la violencia del paquete bomba o la pintada en la puerta de tu casa. Las primeras manifestaciones en la calle sin correr delante de la policía eran un estimulante ejercicio colectivo de libertad de expresión. Los mítines políticos, los nuevos programas de radio y televisión eran una ventana abierta a Europa. La democracia se abría paso entre los resistentes que habían perdido sus privilegios de la dictadura.
En mi opinión lo fundamental es que cambiamos de abajo arriba toda la arquitectura política gracias a la aprobación de la Constitución de 1978. Los valencianos aprobamos nuestro Estatuto de Autonomía y recuperamos la Generalitat con el Consell y Les Corts. Entramos en la CEE para ampliar nuestro mercado y asegurar la consolidación de nuestro sistema democrático. En Valencia reforzamos la economía de exportación, la actividad industrial, renovamos la actividad agrícola, potenciamos los recursos turísticos, comenzamos a proteger el medio ambiente. Fueron unos años de creación cultural y modernización social.
Vivimos una época, en cierto sentido, parecida a la de la Transición, por el ímpetu de cambio que tiene la sociedad, empujada por una nueva generación. “Crónicas de la transición valenciana”, es un buen ejercicio de memoria para todos aquellos que reniegan de cómo se hicieron las cosas en aquellos años. ¿Cómo ve el periodista y escritor Millás la situación que estamos viviendo en España actualmente, no sólo en un sentido político/económico, también en el ámbito social/cultural?
Creo que para entender este tipo de situaciones sociales me ayuda haber estudiado cinco años de Historia en la Universidad de Valencia. Un buen sector de la sociedad española pide a gritos la renovación generacional y la adaptación del sistema electoral y de otras pautas legales para que la representación política pueda ser la transmisora de la sociedad y de las opiniones reales de los españoles. No es posible que un candidato de los partidos mayoritarios necesite diez veces menos de votos para alcanzar un escaño que el representante de las minorías. Esa ordenación electoral pudo tener su sentido en 1976 para superar la sopa de letras de tantos nuevos partidos y así  fijar la atención social en pocas y grandes formaciones políticas. Pero ya han pasado cuarenta años y eso debe cambiar. La alternancia de poder entre dos partidos, que inauguró Cánovas del Castillo, pertenece a la segunda mitad del XIX. El tiempo de hoy es otro.
Pero no es sólo una cuestión de recambio  generacional, sino también de renovación de mentalidad y de ideología, tanto a derecha como a izquierda, y de que los parlamentos representen a la gran diversidad de España. Se acabaron los monopolios. En la situación actual hay quien desea ignorar el pasado, descalificar y menospreciar lo que hicimos los que fuimos jóvenes en la Transición y tuvimos la oportunidad de intervenir en los cambios de la sociedad valenciana. Ahora la iniciativa corresponde a otros, hay que dejar el paso a nuevos líderes y a nuevas maneras de transformar la sociedad, pero contando siempre con nuestra experiencia acumulada y demostrada.

Me parece un momento apasionante. No es una encrucijada para tener miedo. Los que van a perder privilegios y poder  son los que intentan decir: o seguimos nosotros o llega el caos.  Pero esas amenazas no amedrantan a los inteligentes, a las gentes que compartimos el desarrollo social de una manera activa y solidaria.

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