jueves, 24 de diciembre de 2015

"Mañana, si Dios y el diablo quieren" de Julio Cesar Cano

                                  Foto portada libro: OPALWORKS
      
            Julio César Cano, es un escritor que tiene una obra importante. Hace ya casi tres años leí su novela “Hojas de otoño”, Ed. Hiria. 2012, y me pareció una obra fascinante (http://laescrituraesferica.blogspot.com.es/2013/01/hojas-de-otono.html) y ahora, tras una larga sequía, vuelve a publicar una novela policiaca, retomando al inspector Monfort, para ponerse al frente de un nuevo caso que lleva por la calle de la amargura a la policía de Castellón: “Mañana, si Dios y el diablo quieren”, Maeva Ediciones. 2015.
                La nueva novela de JC Cano, que continúa con la saga abierta en el “Asesinato en la plaza de la farola”, vuelve a recorrer la geografía de Castellón y de su ciudad con mano sabia, conocimiento del terreno que pisa y gran maestría a la hora de plantear, desarrollar y resolver el relato. Exposición, nudo y desenlace, en la mejor tradición literaria, que tan magistralmente supo manejar Lope de Vega en sus obras teatrales, en donde los personajes transitan por el hilo narrativo de la obra, siendo quienes le dan contenido, desde el principio al final.
                JC Cano maneja bien esta técnica de la estructura narrativa de la novela y hace de “Mañana, si Dios y el diablo quieren” una lectura que fluye como un río de acontecimientos, bien encauzados, hacia la resolución final, con la habilidad de un maestro que nos va poniendo trampas, hasta el punto, que a lo largo de su lectura vamos cambiando varias veces nuestra idea sobre quién es el asesino. No es fácil sostener este juego de sombras, que hacen al lector redoblar su interés, según van cayendo sus candidatos a posibles culpables.
                Con personajes bien trazados, perfectamente sostenidos por el incasable trabajo del inspector Monfort, los acontecimientos se van sucediendo sin prisa, pero sin pausa, por la geografía castellonense, hasta transformar este territorio, en la imaginería popular, como de ocio y vacaciones, en un lugar más sombrío de lo que las apariencias pudieran hacernos creer. Esta es la magia de la novela: darle la vuelta a la realidad, para enseñarnos ese lado oscuro que todas las sociedades tienen. Y aunque estemos en el terreno de la ficción literaria, nos muestra que las sombras pueden encontrarse en cualquier doblez de la realidad.
                “Mañana, si Dios y el diablo quiere” es, por tanto, una novela de alto voltaje policiaco, muy recomendable, en un género que está más vivo que nunca, y que va a llevar al lector colgado de una cuerda por el abismo de unos acontecimientos que se asoman al lado perverso de la humanidad, como son el crimen y el fanatismo. Impecablemente escrita, lo que hace que su lectura sea aún mucho más atractiva.

martes, 22 de diciembre de 2015

Elecciones 20-D. Confucio.

“Confusio, fue uno de los que inventó la confusión”. Dixit míss Panamá, cuando se le pregunta sobre el filósofo chino, en un concurso planetario de bellezas. Bueno, pues ya sabemos a quién tenemos que rezar para que nos aclare el galimatías que hay es España después de las elecciones.  Porque confusión, es decir, estar confundidos, lo estamos. Aunque no deberíamos dejarnos engañar, porque es posible que no sea tanto y estemos ante una nueva burbuja mediática que trata de generar eso, mucho desconcierto, porque, ya saben, a río revuelto ganancia de pescadores, y cuáles son las redes que se van a llenar: las que tienen forma de cuenta de resultados de los grandes medios. Y de paso, también, dirigir la presión mediática, para lo que le interesa al establishment español, que PP y PSOE lleguen a un pacto de gobierno, una vez comprobado la inutilidad de Ciudadanos como sostén de los intereses del poder económico, y como mejor forma de neutralizar la fulgurante irrupción de Podemos en el Congreso.

                En contra de la idea que nos están transmitiendo los medios de que un pacto por la izquierda es una quimera, yo no diría tanto. Otra cosa es, que a muchos de ellos no les interese que se produzca y, por supuesto, van a hacer todo lo posible por bombardearlo. La política es, entre otras cosas, el arte de negociar, y todas las supuestas líneas rojas, que tanto les gusta airear a esos medios, no son  ni más ni menos que posiciones iniciales de negociación. Si un negociador no pone sobre la mesa con claridad y firmeza cuáles son sus puntos fundamentales de discusión, mal negociador es. Y este es el momento en que nos encontramos: fijar posturas de negociación. Aunque, tristemente, se estén anunciando en los medios, contribuyendo aún más al espectáculo. Es, en definitiva, lo que pedimos: espectáculo. Lo que hace falta es que la partida de cartas, la verdadera, se empiece a jugar detrás de los focos. Lo demás, si la izquierda tiene voluntad de acuerdo, lo habrá, y los digo diegos ocuparan las portadas de los medios en unas semanas. Si no es así, seremos tan ignorantes como miss Panamá, y acabaremos confundiendo a los chinos con los japoneses.

viernes, 18 de diciembre de 2015

El cambio es posible

                                                                                                 Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 18 de Diciembre de 2015
Se acabó. La legislatura más nefasta de la historia de la democracia española se termina el domingo. Hasta la llegada de Rajoy, la sociedad  iba avanzando y en los malos tiempos trataba de capear el temporal, teniendo al estado de bienestar en el pedestal de lo intocable, sobre todo porque en España este no estaba muy desarrollado, y lo que teníamos había que resguardarlo. Pero la llegada de Mariano Rajoy a la Moncloa supuso la aplicación, por primera vez, de una política de corte neoliberal muy dura, que con la excusa de la crisis se ha esmerado en dilapidar el estado de bienestar estos años, arrojando a los españoles a los leones de una desigualdad como no se conocía desde los tiempos de Franco. Claro que Mariano Rajoy aterrizó con sus medidas de recortes y desigualitarias sobre una pista que ya estaba preparada por gravísimo error de Zapatero al dejar la política económica en manos de del virus neoliberal que ha hecho enfermar a la socialdemocracia en los últimos años, llevando al PSOE a los pies de los caballos. Ministros de puertas giratorias que prepararon el camino a la llegada del equipo de Rajoy, con una justificación tan demagógica, como letal: no se puede hacer otra cosa. Esperemos que el Partido Socialista haya aprendido la lección y no vuelva a confiar en quienes actúan más como submarinos del neoliberalismo dentro de él, regresando a la senda de la socialdemocracia, a no ser que pretenda hacerse un haraquiri en directo.
                Se acabó y llegó el momento del cambio. Pero no del cambio como eslogan electoral de algún Partido, sino el del cambio real de la política en España. Durante cuatro años de crecimiento del paro, de desigualdad, de pobreza, de casticismo patrio, de diáspora de jóvenes, de destrucción de derechos laborales y sociales, de Ley Mordaza, de desahucios, de enriquecimiento desmedido de los más ricos, de pobreza energética, de frenazo a las energías renovables, de amnistía fiscal, de estrangulamiento fiscal de las clases medias, mientras los ricos y las grandes empresas tributan cada vez menos, de aumento de la violencia de género, de vaciamiento de la educación pública, de acabar con el sistema universal de sanidad y recortar sus prestaciones, de corrupción abusiva y leyes que protegen a los más ricos, de tasa judiciales…, de tanta cosas negativas, han convertido el país en un espejo donde ya no nos podemos mirar sin indignarnos. Somos una caricatura de las ilusiones democráticas y de bienestar que impulsaron España en la época de la Transición. Y precisamente, quienes más invocan aquella época y la Constitución que emanó de aquellos años de lucha y consenso, son los que más la  vulneran y se pitorrean de ella, utilizando su nombre para aferrarse a un inmovilismo tan propio de las élites conservadores. Si a ellos les va bien, por qué cambiar nada.
                Pero también, durante esto cuatro años, la sociedad ha despertado de un letargo producido por los analgésicos de la autocomplacencia  y la mentira con la que el poder nos droga, para que no cuestionemos sus decisiones. Muchas palabras, muchas horas de manifestaciones, mucha indignación recogida a pie de calle y mucha esperanza en la posibilidad de cambiar las cosas desde las urnas ha habido, y ahora, que ha llegado el momento de dar el do de pecho y propiciar ese cambio tan deseado, no podemos echarnos atrás.
                Este país necesita una buena dosis de izquierda para diseñar el futuro de toda una nueva generación, preservando el bienestar de las anteriores. Al igual que en 1982 abrió su corazón al cambio que proponía el PSOE, como adalid de la izquierda, ahora en 2015, tiene que volver a ser la izquierda la que abandere ese cambio. Entonces eran otros tiempo y se pensó que un único Partido debería asumir en solitario toda la trasformación que la sociedad española demandaba,  comandad por una nueva generación. Ahora vivimos otra realidad y la sociedad se ha hecho más plural y deberá ser la izquierda en su conjunto la que pilote ese cambio que tanto necesita el país, más allá de que esta izquierda esté formada por uno, dos, tres o varios Partidos. Teniendo en cuenta que la sociedad es plural y se debe imponer la negociación y el consenso en cuestiones fundamentales, para el buen funcionamiento del país.
                No nos dejemos engañar por el mito, tan bien articulado por la derecha, de la incapacidad de la izquierda para gestionar la economía. Es absolutamente falso: los periodos de mayor crecimiento económico con mejor reparto de la riqueza generada, siempre se han producido con gobiernos de izquierda. Igual de falso que el nuevo mantra de la derecha, toda, la nueva y la vieja, que se refiere a las coaliciones de izquierda como un galimatías que conducen al país al desastre. Falso, y para demostrarlo voy a poner un ejemplo:
                En la Comunidad Valenciana, una coalición que surge del denominado Pacto del Botanico, está sosteniendo el gobierno de la Generalitat. Ese Pacto fue firmado por PSOE, COMPROMIS y PODEMOS, y desde el minuto uno la derecha y sus medios han dinamitado su existencia. Pero lo cierto es que desde que el nuevo gobierno ha empezado a gobernar los cambios se han empezado a notar, sobre todo porque ahora se desarrolla una política que tiene como centro el bienestar ciudadano, la igualdad y la transparencia democrática. Una de las primeras medidas gubernamentales ha sido la gratuidad de los libros escolares, el plan denominado Xarxa Llibres, por el cual, en este primer año, sino todo, la gran parte del coste familiar en libros, va a estar sufragado por la administración.  El Partido Popular, que en veinte años de gobierno, ha tomado una medida así, no ha ahorrado críticas, vilipendiando la medida, ridiculizando y vituperándola, para tratar de conseguir que quienes van a beneficiarse de ella la denuesten.  El caso es que está siendo un éxito, en una Comunidad donde no estamos acostumbrados a que el poder se acuerde de los no poderosos.
                Hablando de memoria convendría recordar que Cospedal, en cuanto llegó a la presidencia de Castilla-La Mancha, suprimió la gratuidad de los libros de texto. O podríamos preguntarnos si el gobierno de la Comunidad de Madrid, apoyado por Ciudadanos, se ha planteado tomar una medida parecida a la de Valencia, o más bien ha promovido una iniciativa de pura cosmética, que no es universal y a los que alcanza no les da ni para pagar el libro de matemáticas, según denunciaron el mes pasado las AMPAS de la Comunidad.
                Luego entonces, el tercer mito de que todos los políticos son iguales, es también falso. Tan falso como que en ese engaño reside la resistencia de la derecha para no perder el poder, y que nos demos cuenta, como se está demostrando en la Comunidad Valenciana,  que la izquierda es más solvente y más justa cuando gobierna. Y ahora es el momento de no andarnos con remilgos. El cambio es posible y puede llegar si el día 20 le damos  nuestro voto a la izquierda. Ese es el voto más útil, si lo hacemos masivamente.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Del 15-M al 20-D

                                                                                                Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 11 de Diciembre de 2015
Nunca llueve a gusto de todos. Si aplicáramos el Principio de Arquímides al excitado panorama político preelectoral que vivimos en España, podríamos decir que la cantidad de votos que puedan conseguir los nuevos Partidos, ejercerá una fuerza vertical hacia arriba en los votos de los Partido tradicionales, con desbordamiento de votos proporcional al espacio que ocupen los nuevos. Entendiendo Partidos tradicionales, como los que se han repartido el poder político en los últimos treinta años, dicho esto sin acritud, ni malas intenciones. Simplemente que si la tarta del Congreso tiene 350 porciones, ahora los de siempre ya  no se podrán atiborrar, y esto, aunque parezca que no es un problema, puede hacer morir de inanición a muchos que han hecho de la política su modus vivendi modus subsistendi. Y aunque posiblemente, si leyes que delimiten el aposentamiento en cargos públicos no lo remedian, dentro de unos años volverá a suceder lo mismo, pues como dice el refranero popular: “La jodienda no tiene enmienda” y al calor del poder, aunque sea a tres cuartas de la chimenea, se está muy calentito. Pero ahora un aire fresco de renovación llega a la política española, que falta hacía, y durante este tiempo se pueden hacer muchos de los  cambios que la sociedad necesita, entre otros sacudirse la caspa de una panorama político que ya olía ha cerrado. Por tanto, bienvenidos sean los nuevos Partidos.
                En los años setenta del siglo pasado, la sociedad española ya había interiorizado la necesidad de un cambio hacia nuevas formas de convivencia política, que pasaban, ineludiblemente, por la vuelta a la democracia (digo vuelta porque, a pesar de que muchos se empeñaron en hacérnoslo creer, la democracia en España no era una cosa nueva, la tuvimos y muy avanzada en la República y en los años anteriores a la dictadura de Primo de Rivera. Lo que pasa es que cuarenta años de franquismo provocaron muchas amnesias). Fueron muchas las causas, y no la menor, el cambio generacional que se había empezado a producir en España desde los años sesenta (aunque aquí había también había muchos jóvenes con caspa, al igual que ahora), que empujaba para cambiar el status quo del poder, aunque en aquella época hubo que esperar a que se muriera Franco para que La Transición pusiera este país patas arriba hacia un nuevo modelo de sociedad.
                El siglo XXI, cuarenta años después de aquellos intensos y apasionados años, ha vuelto a traer otro cambio generacional, en una sociedad, además, muy cambiante, que tiene sus propias claves de comportamiento público y privado, con unas maneras de relacionarse y comunicarse impensables hace no muchos años. Una sociedad, por qué no reconocerlo, que a los que ya hemos cumplido el medio siglo se nos queda un poco grande, lo que no significa que reneguemos de ella. Y como es de naturaleza, los cambios están afectando de lleno a la política y a quienes la han gestionado en las últimas décadas.
                Desde los primeros años del siglo, mucho hemos hablado de la necesidad de un cambio político en la izquierda que trajera aire fresco al país. Y lo hacíamos en los sitios donde los españoles, para bien y para mal, discutimos y reflexionamos sobre las cosas más trascendentales: en los bares. Cuántas cañas y raciones de bravas habrán sigo testigos mudos de los anhelos de cambio sociopolítico que se discutía como una necesidad, para poner el país en la senda de una democracia más evolucionada y participativa acorde al siglo XXI. Hasta que un 15 de mayo de 2011, con el país despeñándose por el precipicio de la crisis, no sólo económica, también política, con una izquierda incapaz de plantear soluciones progresistas al delicado  momento que estábamos viviendo, y otra ensimismada en su revolución pendiente, la juventud, que todavía pensaba que en este país tenía futuro, se movilizó, iniciando un proceso de cambio de dimensiones inimaginables en ese momento, que ha desembocado en la situación política actual, tan del poco gusto de los Partidos tradicionales.
                No podemos negar que es con la irrupción del 15-M, cuando la sociedad española se sienta en el diván, y empieza a mirarse al espejo y lo que ve no le gusta. Mientras, las plazas se llenan y la gente empieza a entonar el grito de “Si se puede”, como un cántico de esperanza, de creer que las cosas se pueden cambiar si hay ganas, y la utopía se rescata del cubo de la basura de una clase política plana e instalada en su autocomplacencia. Mientras todo esto sucede, la máquina de establishment, lo que después se llamaría la casta, empieza a funcionar con las armas que mejor sabe usar: el desprestigio y la descalificación. El desprestigio: jóvenes antisistema, radicales y utópicos. La descalificación: el 15-M es una ensalada de grupos incapaces de ponerse de acuerdo; no tienen un proyecto electoral que pueda cambiar las cosas en las urnas; son cobardes porque no se enfrentan a unas elecciones. Después, cuando la derecha ya gobierna, se da una vuelta de tuerca, y se pasa a impedir las protestas del 15-M y las que están surgiendo a raíz de los recortes y las políticas de desigualdad. Llega la Ley Mordaza.
                Lo que no se esperaban quienes auguraban que el 15-M pereciera ahogado en sus propias contradicciones y falta de propuestas políticas, es que se acabara articulando un Partido que recogiera su espíritu y muchas de sus propuestas, con claras intenciones de presentarse a las elecciones, con un programa de cambio que muchos han calificado de utópico (como si la utopía fuese un delirio) o de populista (los mismos que ahora incorporan en sus programas y declaraciones propuestas parecidas). Un Partido, que a pesar de que la máquina de trituradora de políticos e ideas sigue echando humo, se posiciona como una alternativa más en el panorama político español. La alternativa que se empezó a gestar el 15-M, que ahora, contra vientos y galernas, ha conseguido llegar al 20-D.
                Además, a ese Partido hay que reconocerle ser quien ha revolucionado el panorama político, acabando con la alternancia de poder, al igual que se dio en los tiempos de Sagasta y Cánovas, que con sus respectivos Partidos conservador y liberal, coparon durante toda la Restauración el poder político en España, provocando la ruptura del bipartidismo, que tan mal representa a una parte considerable del electorado, y el fin del voto útil. Gracias a ese Partido, del que no voy a decir el nombre, la izquierda y al derecha se han hecho más plurales, activando un reajuste en el electorado y en la manera de hacer e interpretar la política.

                Con la conversión política del 15-M en opción electoral, ahora sí que podemos decir claramente que La Transición a muerto. Y como dice su líder: Gracias 1978, hola 2016.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Democracia impostada

                                                                                            Imagen: Autor desconocido
Publicado en Levanre de Castellón el 4 de Diciembre de 2015
Tengo la impresión, cada vez más creciente, que somos espectadores de una gran función teatral que sólo tiene como objetivo hacernos creer que la realidad está en el escenario, y los actores, es decir, los agentes del poder, son los únicos que pueden representarla. Es como si nuestra única función, en este gran teatro del mundo, fuese ser meros asistentes a la representación desde la cazuela y aplaudir después de cada acto.
Vivimos en una democracia impostada, donde ya no importan las ideas, y nuestra condición de ciudadanos se ha vulnerado para convertirnos en consumidores de todo lo que nos pongan por delante: productos, bienes, ideas y mentiras. Nos han hecho creer que el destino de la sociedad está en nuestras manos, porque podemos decidir qué consumimos y a quién votamos. Sin embargo no hay nada más lejos de esta falsa creencia. El poder, el verdadero poder, el del dinero, ese que maneja los hilos de la política construyendo y destruyendo dirigentes a su antojo; el poder que interfiere en nuestras conciencias para dirigir nuestra libertad de elección política o de consumo, es el auténtico director de estos Autos de Fe que escenifican cada día, para que hagamos y pensemos lo que ellos quieren.
                ¿Cuántas canciones insoportables nos han llegado a parecer bonitas, a base de machacarnos con ellas, hora tras hora, en las radio fórmulas? ¿Cuántos libros, que no aportan absolutamente nada, más bien adocenan y nos convierten en ovejitas luceras, han llegado a ser best-seller? Son dos ejemplos de cómo manipulan nuestra vida más cotidiana, donde podemos ver cómo nuestra capacidad de elección se encuentra mediatizada por unos medios de comunicación que se han convertido en agentes trasmisores de los intereses del poder.
                Ahora se ha celebrado la cumbre del clima de París. Cuando escribo esto ignoro el resultado de ese gran circo en el que antes de empezar está todo ya decidido, y al que van los grandes dirigentes del mundo a hacer el paripé, y como decía José Mújica de estos encuentros (qué lucidez la de este hombre), sólo sirven para engrosar la cuenta de resultados de las compañías aéreas y las empresas hoteleras. Pero aun no sabiendo el resultado, la cumbre, como las otras anteriores, se fundamenta sobre una gran manipulación de lo que está sucedido en realidad. El cambio climático ya era objeto de discusión científica hace más de cuarenta años. Los dos primeros informes que se elaboraron para El Club de Roma, llevaban fecha de 1972: “Los límites del crecimiento” y 1974: “La Humanidad en la encrucijada”. Si han pasado cuatro décadas y hemos ido a peor, es porque al poder económico mundial y a los dirigentes políticos que han mirado más por sus intereses nacionales cortoplacistas, no les ha interesado poner freno al problema, Es más, en la década de los 90, el lobby petrolero, apoyado por la mayoría de los gobiernos, inició una campaña de desprestigio, sin  ningún fundamento científico, de las teorías sobre el cambio climático y de destrucción profesional y personal de quienes las sostenían, fundando el negacionismo, tan del gusto de nuestro querido Jose María Aznar, o al que se apuntó Marino Rajoy, aludiendo a su primo científico, cuando dijo aquello de: “Si nadie garantiza qué tiempo hará mañana en Sevilla ¿Cómo van a decir lo que va a pasar dentro de cien años?”. Esa es la gran mentira que nos han contado, para que el cambio climático no sea objeto de nuestras preocupaciones y  obstáculo para las cuentas de resultado de las grandes multinacionales.
                El relato de la realidad se va construyendo en contra de nuestros intereses, porque no lo escribimos nosotros y dejamos hacerlo a quienes gobiernan nuestra vida. Porque a pesar de los cantos de sirena al individualismo como expresión máxima de nuestra libertad de elección, el margen de maniobra que tenemos como individuos y sociedad está bastante condicionado por los intereses de un poder cada vez más afianzado en la mentira y cuando esta falla, en la represión. Lo bueno del caso es que nos hacen ver que la represión es necesaria para salvaguardar nuestra libertad y garantizar nuestra seguridad. Vamos de cabeza hacia una sociedad ya definida en alguna novela de ciencia ficción por George Orwell, como en “1984”, o “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury. Una vez más el discurso del miedo pretende sustituir la libertad por la seguridad, en beneficio de quienes nos gobiernan. Fijémonos en España o en Francia.
                El gobierno español, cuando se ha visto amenazado por las crecientes protestas populares contra sus políticas de recortes del estado de bienestar y de desigualdad creciente, se ha inventado un enemigo invisible tan peligroso, que les ha llevado a tener, en contra de su voluntad, que aprobar una Ley, la Ley Mordaza, que reduce la libertad de manifestación, reunión, protesta, etc. Todos aquellos derechos que puedan señalarles con el dedo como artífices de la desigualdad social y económica que han abierto en la sociedad. De una gran mentira levantan una Ley que sólo les beneficia a ellos. Como cuando firmaron, a bombo y platillo, el pacto antiyihadista; papel mojado, pues ya existen en España suficientes leyes y capacidad policial, como para afrontar este nuevo peligro, pero que venía como anillo al dedo a los dirigentes de los Partidos firmantes para hacerse una foto como hombres de Estado. Aunque lo que roza el insulto a la inteligencia de los españoles es la actitud de los Partidos que lo tacharon en su  momento de “pura propaganda”, y ahora, cuando sus dirigentes creen que los vientos electorales les pueden ser favorables firmándolo, han corrido, suplicado, implorado…, firmarlo y aparecer en la foto. Esa es la catadura moral de algunos políticos, aspirantes a dirigir el país, que son capaces de acostarse con el diablo, si este les garantiza  no perder la comba del poder.
                Tras el atentado de París, empiezan a verse claras algunas razones de las decisiones que se han tomado en Francia en las últimas semanas. La sobreactuación de sus dirigentes, llevados en volandas por los medios de comunicación, han convertido, otra vez más, un atentado en un circo mediático. Aferrándose al madero del atentado, con un discurso patriotero engolado y pegajoso, han visto que su popularidad crecía, lo que nos hace pensar que van a seguir sometiendo la libertad a la seguridad. ¿Realmente es necesaria tanta demostración de fuerza? ¿No tiene esta la intención de ocultarnos todos los fallos de seguridad habidos antes del atentado? Hundido en las encuestas  ¿No se está comportando el presidente Hollande como lo hizo anteriormente Bush, con el único fin de asegurarse su permanencia en el Palacio del Eliseo? ¿Qué papel tiene la industria militar en bombardear masivamente a un enemigo volátil, sin tener un plan previo de asfixia del Estado Islámico? Preguntas sin respuesta.

                Como podemos ver, por mucha democracia que nos digan que tenemos, el poder sigue manteniéndose, al igual que lo ha hecho a lo largo de la historia, por encima de los intereses de la sociedad. Cierto que antes lo hacía a lo bruto, sin miramientos en el uso de la violencia y ahora lo tiene que hacer más sofisticadamente, mediante la invención de realidades que se acaban convirtiendo en noticia, para poder seguir haciendo de su capa un sayo. 

sábado, 28 de noviembre de 2015

20-N

                                                                               Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 27 de Noviembre de 2015
El gravísimo problema al que se enfrenta Europa por el terrorismo yihadista ha velado el 40ª aniversario de la muerte de Franco, que acabó con la brutal y ridícula dictadura que impuso durante casi cuatro décadas en España, dando paso a La Transición que, con bastante esfuerzo y exigencia popular, consiguió traer la democracia. Debería haber sido un buen momento para analizar con profundidad lo bueno y lo malo de La Transición, comparar el sistema político actual con el del franquismo y sacar a la luz cómo era la sociedad española en aquellos años tan olvidados, con nocturnidad y alevosía, en la escuela y los programas educativos, no vaya a ser que las nuevas generaciones acaben sabiendo qué supuso aquella dictadura para sus padres y abuelos, y empiecen reivindicando la memoria histórica, como un derecho a conocer el pasado y el restablecimiento de la dignidad de los vencidos.
                 El 20-N es una fecha funesta en la historia de España. Un 20 de Noviembre de 1936 murió el anarquista y líder de la CNT, Buenaventura Durruti, cuando defendía Madrid de los fascistas, en el frente de la Ciudad Universitaria, al mando de la Columna Durruti. Nunca se supo la verdadera procedencia de la bala que lo mató, si se trataba de fuego amigo o enemigo (entiéndase esto en un sentido amplio, los enemigos de Durruti no sólo eran los fascistas), pero lo cierto es que aquella bala acabó con un hombre incómodo para muchos.
                El mismo día 20 de Noviembre de 1936, es fusilado en la cárcel de Alicante, Jose Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, hijo del general/dictador Miguel Primo de Rivera. Es cierto que la ejecución se llevó a cabo tras un juicio, con jurado, posiblemente demasiado influido por la guerra civil que se estaba viviendo en España, que lo condenó a muerte por el delito de conspiración. Pero Jose Antonio era un hombre también demasiado incómodo para muchos, y si hubo fuego enemigo que lo ejecutó, también hubo mucho fuego amigo que puso toda la carne en el asador para no evitar su muerte. Nadie niega ya que a Franco, la muerte de Jose Antonio, personaje al que odiaba, le venía como un guante para descabezar la Falange y domesticarla para el Régimen, como así sucedió, quitándose de en medio, gracias a la República, un problema que podría resultar fatal para sus intereses.
                El destino, en muchas ocasiones, es irónico. Lo fue con Franco, que vino a morir el mismo día que uno que sus mayores enemigos, aunque este lo hiciera treinta y nueve años antes, Jose Antonio Primo de Rivera, y/o que una bala acabara con la vida de otro que luchó contra él en el campo de batalla y las ideas, Buenaventura Durruti. Pero Franco tuvo cuarenta años para regodearse de todas las muertes que le alzaron al poder y fastidiarnos la vida a la mayoría de los españoles: a los vencidos, pero también a los vencedores, que vieron como España se convertía en un país construido sobre la miseria, el miedo y el confesionario; nada que ver con los países de su entorno, hasta el punto de llegar a creernos que España había sido siempre así, un país ajeno a la prosperidad y la modernidad que habitaban en Europa. Nada más falso. Pero el franquismo se encargó, como medida de autoprotección, de levantar un muro que nos separara de las malas influencias de nuestros vecinos. Es más fácil controlar a un pueblo ignorante y temeroso, que a una sociedad libre y culta. Principio básico de cualquier dictadura.
                Con la muerte de Franco, se inició la Transición democrática, un ejercicio colectivo de lucha por la libertad, que catapultó a los españoles de súbditos sobrevivientes a ciudadanos libres que acariciaban el estado de bienestar. Después de cuarenta años en la penumbra de la historia, tuvo una explosión de energía y vitalidad, hasta ese momento encarcelada por el aburrimiento y el miedo, que transformó radicalmente la vida en España.
                Es cierto que en La Transición hubo muchas lagunas y no poco olvidos, sobre todo porque, al principio estuvo muy tutelada por el postfranquismo, que utilizó como nadie, quizá con la sabiduría que da ostentar un poder absoluto durante tantos años, el miedo al enfrentamiento, como en 1936, utilizando en su beneficio la propaganda de reconciliación nacional. Pero también es cierto que después de cuarenta años de muerto el dictador, se podrían haber ido enmendado muchas lagunas que la democracia viene arrastrando desde aquellos tiempos, y que si no se ha hecho ya no es por el miedo al tardofranquismo, sino porque el sistema democrático de La Transición creo una nueva élite de poder que se retroalimenta así misma, impidiendo avanzar en cuestiones que habrían mejorado nuestra calidad democrática y bienestar social.
                Durante estos cuarenta años (qué lejos ya los partes del equipo médico habitual) se debería haber trabajado en una democracia más participativa y social, introduciendo reformas en la Constitución que garantizaran el estado de bienestar y el derecho a la igualdad de oportunidades. Quizá si se hubiese cambiado la Ley electoral, se habría andado mucho camino en la mejora de la representación democrática y la participación de la sociedad. Uno no puede evitar preguntarse por qué no hemos avanzado hacia un estado laico o cambiado el “Café para todos” impuesto por el postfranquismo en La Transición, por una distribución territorial más acertada, que reconozca la singularidad nacional y política de algunos territorios. No podemos dejar de preguntarnos qué intereses siguen impidiendo que en nuestro sistema educativo no se estudie la historia más cercana, la que tiene que ver directamente con lo que somos.
                Hay muchas cuestiones pendientes de resolver, y el 40ª aniversario de la muerte de Franco deberían ser objeto de reflexión y propuestas políticas, pero sobre todo, tendría que suponer el principio de la recuperación de la memoria histórica, porque es una deuda que los españoles tenemos con aquellos que lucharon por las libertades y perdieron la vida, tanto física como psíquica. Y decidir, de una vez por todas, qué hacer con ese oprobio a la memoria y la dignidad de los demócratas, que es el Valle de los Caídos. Una sombra negra que el franquismo todavía extiende sobre la sociedad española.

                Este aniversario, con unas elecciones a la vista, es el momento de deshacernos de las ligaduras del franquismo, que todavía nos atan, y dar un paso adelante para que la democracia vuelva a ser una explotación de vialidad y energía, relegando a Franco, su dictadura y La Transición a los libros de historia, pero haciendo que se estudien.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Liberté, egalité, fraternité

Publicado en Levante de Castellón el 21 de Noviembre de 2015
El atentado de Paris de la semana pasada me ha dejado muy mal sabor de boca por la cantidad de muertos y la violencia fascista empleada contra ellos, que me recuerda a la famosa Noche de los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, cuando las tropas de asalto de la SA y grupos paramilitares nazis, asesinaron a decenas de judíos alemanes, en una noche de brutal violencia. No hay que rascar mucho, para darse cuenta que detrás del Estado Islámico lo que hay es fascismo puro y duro en nombre de la religión, capaz de atentar y asesinar a todo aquel que no piensa como ellos, o no cree en el Dios que ellos han creado. En la Alemania de 1930/40, la violencia contra sus enemigos estaba diseñada por el Partido Nazi y consentida por los más altos dirigentes del país, en nombre de la pureza aria; y en el Estado Islámico, instigada por un fanatizado grupo de dirigentes yihadistas, en nombre de la pureza religiosa (volvemos a la letal combinación de religión, nacionalismo y racismo), pero en ambos casos, el objetivo final era/es el mismo: destruir al enemigo que no es como ellos.
                Un fascismo que ha señalado con el dedo acusador de forma directa a Europa, quizá porque representa la defensa de todos los valores y derechos que ellos niegan: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Parece mentira, que después de más de dos siglos, estás tres palabras sigan teniendo el peso político que nos han dado a los europeos la posibilidad de vivir en paz y democracia. Tres palabras que deberían enseñar en todas las escuelas del continente como la esencia de nuestra sociedad, porque en ellas está el origen de la Europa de las libertades, la tolerancia y el bienestar.
                La democracia europea tiene muchas imperfecciones, pero esto no debe cegarnos para no pensar que es el mejor sistema político y social existente en el mundo. Que no nos quepa la menor duda. Lo que no quita para que sea un sistema en permanente revisión para mejorar los fallos que tiene. Aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, porque no lo percibimos con la celeridad que nos gustaría, las mejoras vienen produciéndose desde la Revolución Francesa, con  momentos de corsi y recorsi, es decir, la historia tiene sus propios tiempos de evolución, tiempos cíclicos, en los que se avanza y se retrocede, aunque en el cómputo global, siempre se avanzado más que retrocedido.
                En los tiempos que corren, la democracia en Europa está amenazada por muchas razones que tienen que ver con los movimientos cíclicos de la historia, encontrándonos ahora en un momento de ricorsi, debido al crecimiento de la derecha neoliberal conservadora y el retroceso generalizado de la izquierda, ante el derrumbe de la socialdemocracia. En  nuestras manos está cambiar el signo de la política. Sin embargo, sobre nuestras cabezas pesa una amenaza que trata de destruir la democracia y nuestros valores sociales y culturales, que sí supone un peligro al que la sociedad europea y sus dirigentes tienen que enfrentarse.
                No pude existir la democracia sin seguridad. Y no me estoy refiriendo a la seguridad nacional, esa defensa de la patria que nos venden como un valor supremo, tras la que se esconde la defensa de los privilegios de las élites del poder existente o por venir. La seguridad, si no se traduce en bienestar y tranquilidad para la ciudadanía, es un doberman que se utilizará para tener a la población acogotada por el miedo. Los europeos tenemos que reclamar seguridad sin restricciones de nuestra libertad, para no caer en el uso torticero que se hizo de ella en EEUU después del 11-S, que con la aprobación de leyes coercitivas de la libertad, como la Patriot Act, con la excusa de combatir el terrorismo, se otorgaban poderes extraordinarios al Estado, que se usaron para perseguir libertades tan fundamentales como la de expresión e incluso reunión.
                No nos dejemos embaucar con discursos del miedo, que sólo tienen por objetivo amedrentarnos y dejar en manos del poder nuestros derechos democráticos, para que ellos sigan ejerciéndolo, sin posibilidad de recambio. Queremos seguridad para seguir viviendo en democracia y libertad; pero también, para poder salir un viernes a tomar unas cervezas, cenar o ir a un concierto. Una seguridad que es posible, como se ha demostrado en España durante tantos años de golpeo del terrorismo etarra, que no consiguió cercenar nuestras libertades. Porque esa sería nuestra derrota y la victoria, no sólo de los terroristas.
                Pero la seguridad y la democracia deben ir acompañas de buenos gobernantes que, por cierto, podemos elegir nosotros. Ante la amenaza del Estado Islámico, que ha declarado la guerra a Europa, no caben solo acciones militares, de venganza o de castigo, hay que ir más allá y hacer lo que hasta ahora no se ha hecho. Algunas preguntas chirrían demasiado, demostrando el poco interés que se ha puesto en afrontar un problema grave que, además, se ha supeditado a intereses geoestratégicos. ¿Quién está vendiendo armas al Estado Islámico? ¿Quién les está comprando el petróleo que producen? ¿Quién les está financiando? Si no se atienden a estas cuestiones, poco o nada se hará, aparte de meternos en una guerra contra el nuevo fascismo que está surgiendo en Oriente Próximo en forma de credo religioso.
                Los ciudadanos franceses, antes los españoles y los británicos, ya hemos sufrido el mordisco el terrorismo islámico. Mañana cualquier otro ciudadano europeo puede volver a padecerlo sino se ponen las medidas adecuadas para evitarlo y se trabaja para acabar, por todos los medios, con el Estado Islámico. Y cuando digo ciudadanos europeos, me estoy refiriendo a todos: cristianos, musulmanes, blancos, negros y asiáticos. Europa ya no es una comunidad cerrada entorno a una religión o una raza. Es un espacio político/geográfico ocupado por ciudadanos y ciudadanas, que tenemos derecho a vivir en paz y exigimos que así sea. No caigamos en discursos fáciles y fascistas, como el que está lanzando la extrema derecha europea de culpabilizar a todos los musulmanes del terrorismo yihadsita, para poner en marcha sus recetas xenófobas y nacionalistas.

                La Europa del presente y del futuro he de ser una Europa común, en donde los principios de la tolerancia, la distribución de la riqueza y la democracia sean la base del bienestar, y en donde todas las creencias políticas y religiosas tengan cabida. Pero para ello tenemos que aprender a compaginar libertad y seguridad. Sólo así podremos mantener muy alta la llama que se encendió en 1789: liberté, egalité,  fraternité. 

viernes, 13 de noviembre de 2015

Prietas las filas

Publicado en Levante de Castellón 13 de Noviembre de 2015
No sé si a ustedes les sucede igual que a mí, pero el llamado “Proces” en Cataluña, empieza a ser un tostón, por la saturación a la que estamos siendo sometidos por los medios de comunicación, anulando cualquier otra noticia que suceda más acá del Ebro (digo esto como expresión metafórica). A veces me pregunto qué pasaría si todo este embrollo entre élites políticas inconscientes tuviera en los informativos los veinte segundos de rigor que se dedican a otras noticias.
El Proces (lésase prusses), me recuerda al libro “El proceso” de KafKa, aquel en que el ciudadano Josef K., de repente se encuentra inmerso en un proceso ante la justicia sin saber el motivo que se le imputa, y por más que apela y recurre,  siempre choca contra el muro de la burocracia. Algo así como lo que está ocurriendo en Cataluña, que si sustituimos burocracia por intereses nacionalistas, cualquier ciudadano con sentido común que apele a la cordura entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán se estampa contra le muro de la intolerancia y los hechos consumados.
Y es que el nacionalismo es un buldócer que todo lo que se interpone en su camino lo arrasa. Cuando la Caja de Pandora nacionalista se abre todo lo demás deja de existir. Si no, fijémonos en la agilidad de Mariano Rajoy, impasible el ademán ante cualquier problema, con la que actúa contra lo que está sucediendo en Cataluña, con una actitud que recuerda al  bombero pirómano, que primero cabrea a los catalanes hasta la ira enrojecida de estos y luego quiere aparecer como el hombre llamado a salvar España, en una unidad de destino en lo universal. Y para contrarrestar el despliegue de reuniones y declaraciones como si se le fuera la vida en ello, la presidenta del Parlament Catalán, Carme Forcadell, prietas las filas recias marciales, hace saber que llegará donde sea para hacer cumplir el mandato del 27-S (empieza a dar miedo esa señora. ¿Qué significa llegaré donde sea?). Y suma y sigue en esta carrera de autos locos sin faros, en una noche cerrada al borde de un acantilado.
Pero en el fondo, lo que hay es mucho teatro, demasiado postureo de cara a la galería. Así la presidenta del gobierno, actuando de bruja mala, dice con enojo, arrugando el entrecejo, que el gobierno al minuto después de aprobar el Parlamento de Cataluña la resolución de independencia, recurrirán al Tribunal Constitucional, tan dramáticamente enfadada, que sólo la faltaba golpear con el dedo índice la mesa, para hacernos ver que van a aplastar a esos mequetrefes independentistas.
Lo malo del teatro es que la compañía sea mediocre y la función sólo levante los bostezos del público, al ver a unos actores que no se creen el papel que están interpretando. Terminada la función, claro, sin aplausos, ellos se quedan en sus camerinos para no escuchar los abucheos de un público enfadado y aburrido. Algo así como la escenificación a bombo y platillo,  nuestras escuadras van, de los líderes catalanes de los tres partidos apuntados al nacionalismo español más rancio, posando y sonriendo antes de registrar un recurso en el Tribunal Constitucional, contra la celebración del pleno del Parlament. Un recurso muy escenificado, pero que cuando es tirado para atrás por el TC, vuelven a quedarse en el camerino sin dar más explicaciones, ni asumir su error. (Por cierto me gustaría que alguien explicara qué pintaba el líder del PSC, posando con un protofascista como es líder del PP catalán). Después en el Pleno cada uno por su lado, que en breve hay elecciones.
Aunque para teatro, tenemos al gran maestro de la escena que es Artur Más, el hombre capaz de actuar desde la sombra, tras los bastidores del escenario, mis camaradas fueron a luchar… la vida a España (Cataluña en este caso) dieron al morir. Ese hombre que sólo sale a escena en los grandes momentos, cuando su compañía le rodea y colma de aplausos, es capaz, en nombre de la causa, al igual que Napoleón, de sacrificar a sus generales, la tropa está claro que sólo sirve para ser carne de cañón, en aras de la victoria final, ya las banderas cantan victoria al paso de la paz.
Pero la sospecha de que todo esto no sea más que una burda representación, un sainete fácil encontrado entre los libretos del teatro, para no representar la verdadera obra para la que se les contrató, por la dificultad interpretativa que esta contiene, no puede quitársela uno de encima. Lo decía muy bien Iñaki Gabilondo el otro día: “En virtud del proceso soberanista  catalán, hemos logrado que millones de españoles hayan visto desaparecer de sus ojos todos los temas que afectan a la realidad de su vida”. Sospechoso es que la paro, la desigualdad, la corrupción, los recortes, el empleo precario y empobrecedor de millones de españoles… todo, como un encanto de magia, se haya escurrido por la chistera del nacionalismo.  A mes y medio de las elecciones, solo hay un tema que preocupa a una gran parte de la clase política española y catalana: la ruptura de España. Los que les ha permitido esconderse tras las pliegues del nacionalismo para no tener que comparecer ante la ciudadanía como unos gobernantes nefastos y de parte, en este caso de los élites del poder político y económico, ya han florecido rojas y frescas, las rosas en mi haz.
 Mientras, el debate que debería estar habiendo en pleno proceso electoral, se hurta, se escamotea, se  ningunea (resulta curioso ver como a las formaciones que están planteando otras alternativas que no pasan por las nacionalistas, están siendo invisivilizadas en los medios), en favor de unas miras  más altas, cara la mañana que nos promete Patria, Justicia y Pan, que sólo les interesa a ellos, a los que se les llena la boca de España y Cataluña y se olvidan, si es que alguna vez nos han tenido en consideración, de los españoles y los catalanes. Esos sujetos a los que hay que cegar con banderas y cánticos patrióticos, para que no se les ocurra interesarse por los problemas que les afectan. Y sobre todo para que no piensen y lleguen a la conclusión de que a los españoles y los catalanes no les va a modificar su vida que Cataluña y España estén juntas o separadas, pero sí que gobierne la derecha o la izquierda.

                Otra cosa es que a muchos nos resultaría triste que la cerrazón del nacionalismo, de ambos lados, acabara separando a los españoles de los catalanes. Es decir, que no nos gusta la independencia, pero que abogamos por que sea la democracia la que decida y se pueda hacer un referéndum en condiciones favorables, para que haya un debate constructivo entre catalanes, sobre qué tipo de relación quieren con el resto de los españoles. Pero eso parece que ahora ya no le interesa a nadie.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA HERIDA SE MUEVE de Luis Rodríguez

Genaro es un tipo sin aristas, ni doblez alguna por la que se le puede buscar un pliegue o una perífrasis. Transita por la novela de Luis Rodríguez: “La herida se mueve” (Tropo Editores 2015) sin cuestionarse si su comportamiento se ciñe a las reglas del bien y del mal. Pero lo bueno del caso es que el narrador tampoco se entretiene en situar al lector ante una decisión maniquea. No. Que cada uno aplique su propia escala de valores a lo que está leyendo y juzgue, si es que lo cree preciso. Porque los personajes de las novelas de Luis Rodríguez no están  sometidos a lo políticamente correcto, ni siquiera a lo políticamente incorrecto, van por libre, al dictado de unas normas que se salen de lo habitual, que  no vienen dictadas por nadie, sino por el devenir de  los acontecimientos en cada caso y lugar.
                “La herida se mueve”, no es una novela al uso, de las de exposición, nudo y desenlace, ni siquiera uno novela modernista o moderna, que se niegue a someterse a determinadas reglas de la narrativa. Tampoco es la novela de un anarquista que combata las normas sociales burguesas; muy diferente es su intención, si es que la tiene, y no es ni más ni menos, que enseñarnos en su desnudez más desvergonzada la realidad de la vida fuera de la literatura. Por eso sus personajes no son empáticos, ni sentimos una afectividad camarada con ellos; quizá porque son demasiado reales y  pasan por la novela sin pretender conquistarnos.
                Estamos hablando de una novela lineal, como un río que discurre paralelo a una orilla, que simplemente nos muestra, por la que entran y salen personajes que acompañan a Genaro en su navegación hacia la nada. Está alejada de las  florituras y descripciones, todo esto no le interesa al autor. ¿Qué más da si Genaro es un capullo o no? Es irrelevante, al propio narrador le resulta irrelevante, y lo que es pero al mismo Genaro le da igual.
                Pero no nos engañemos “La herida se mueve” es una novela de grandes verdades y profundas reflexiones, dichas por el narrador o sus personajes sin pretender impresionar, que se hunde tanto en la sustancia de muchas cosas, que acaba por convertirse en una novela expresionista. De un expresionismo, sin color, en blanco y negro, como los cuadros de Antonio Saura, que son una bofetada conceptual de sentimientos profundos que nos hace revolvernos ante su mirada. Lo mismo sucede con esta novela, que nos revuelve, sin poder dejar de leerla, atrapados en gruesos trazos de verdad expresiva. Quizá porque nos revela ese yo oculto que todos tenemos y queremos esconder de la luz, despojándolo del envoltorio de convenciones tras el  que se esconde.
                No hay conexión afectiva con el presente y eso nos lleva a una búsqueda constante que no pretende calmar ninguna ansiedad, sino rellenar los huecos vacíos que puedan ir quedando en el ejercicio diario de vivir. Lo expresa muy bien Genaro en un momento dado de la novela: “Todas las personas que vemos por primera vez proceden del futuro, de nuestro futuro”. No se pude condensar mejor la inestabilidad del presente, cuando uno se descarga del pasado, porque, en definitiva, este ya no es nuestra vida, será la de otros, pero  no la nuestra, que ha quedado varada en cualquier orilla del río. El futuro es el único asidero al que nos podemos agarrar para seguir adelante.

                Sólo por esa reflexión que nos va a hacer pensar y replantearnos todo nuestro concepto del tiempo vital, merece la pena dejarse atrapar por una novela, que lo que seguro va a conseguir es no dejarnos indiferentes, poniéndonos ante el espejo de lo que somos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El despertar de la xenofobia

Publicado en Levante de Castellón el 6 de Noviembre de 2015
El drama que están viviendo los refugiados sirios y en general todos los que vienen huyendo de las guerras y el mal vivir en sus países, nos debería hacer reflexionar sobre cuál es nuestro comportamiento ante sucesos que nos colocan frente al espejo de lo que verdaderamente somos y no queremos reconocer, porque nos avergüenza o simplemente porque no es políticamente correcto.
                Nos comportamos como veletas que mueven a su antojo los medios de comunicación, en función de unos intereses empresariales, nunca periodísticos, que poco tienen que ver con la solidaridad como fundamento para absorber la desgracia humana y poner todo nuestro interés en paliarla. Así, vemos como lo que debería ser un principio esencial de todas las personas que pueblan la tierra, como  es el derecho a una vida digna y con seguridad, se convierte en un espectáculo televisivo al que se apuntan todos los políticos con una catarata de buenas intenciones, que no van más allá de rimbombantes declaraciones y reuniones urgentes para dejar las cosas como están, si me apuran peor, por la mirada cortoplacista de la clase política europea, que no ve más allá de la fecha de las próximas elecciones, mostrándose incapaz de planificar los problemas con una visión de estado que atienda con a amplitud temporal y política los problemas.
                Porque, a pesar que algunos lo niegan, la avalancha de refugiados políticos hacia el centro de Europa y de inmigrantes económicos por el sur, es un grave problema que la sociedad europea debe solucionar. Aunque para ello los dirigentes tengan que tomar medidas alejadas del populismo al que nos tienen acostumbrados de gobernar con la vista puesta en las encuestas. Aunque esto, con la clase dirigente actual es como pedirle peras al olmo.
                Desde tiempos que la  memoria no alcanza, las migraciones han sido el pan  nuestro de cada día en el mundo. Toda la cultura europea se ha construido con base en esto. Desde las prehistóricas migraciones que llegaron del centro de África o trajeron la agricultura desde los valle del Éufrates y el Tigris, pasando por las migraciones indoeuropeas de las que surgieron la mayoría de los idiomas que hoy se hablan en el continente. Amén de las invasiones musulmanas por el sur y las turcas por el este y los movimientos internos que llevaron latinos al centro de Europa, desplazaron germanos al sur, y extendieron a los celtas como una mancha de aceite por todo el centro y el sur del continente. Las migraciones son el ADN de los europeos que, muy a pesar de los defensores de la raza pura (una entelequia insostenible científicamente, que tiene más que ver con los deseos de dominación de unos pueblos sobre otros, mejor dicho de las élites de unos pueblos para en engrandecer su gloria y sus patrimonio), están grabadas por el fuego de la historia en el mapa genético de todos nosotros. Lo que no ha sido óbice para que no aceptemos el intercambio de culturas de buena gana. Nunca ha sido así, no habiendo migración en la historia que haya estado exenta de tensiones, violencia y xenofobia.
                También los europeos nos hemos desplazado por el mundo en diferentes etapas de nuestra historia, unas veces como colonizadores y otras como meros emigrantes que hemos tenido que partir hacia otras latitudes en busca de una vida mejor o  huyendo de la barbarie de la guerra. Todavía están presentes en nuestra memoria los grandes flujos migratorios hacia América de irlandeses huyendo del hambre en el siglo XIX, o de centro europeos que tuvieron que huir en el siglo XX por las penosas condiciones de vida que tenían en el periodo de entreguerras, cuando no por ser perseguidos en sus países de origen. Miles de españoles han cruzado el atlántico huyendo de la miseria, o tuvieron que atravesar los Pirineos en una frenética carrera por sobrevivir a la ira de los vencedores de la Guerra Civil.
                En definitiva, las migraciones, que siempre son forzosas, han estado presentes en nuestro devenir histórico, como sociedad, sin solución de continuidad. Sin embargo, no parece que hayamos aprendido, más bien nos comportamos con tiranía y egoísmo hacia los que ahora llaman a nuestra puerta. Hay un viejo refrán castellano que dice: “No hay mayor tirano que el esclavo con un látigo en la mano”. Esto es una verdad que se ha cumplido siempre, y nuestro comportamiento hacia los refugiados que llaman en la actualidad a las puertas de Europa, está más cercano al tirano que ha sido esclavo, que a la solidaridad que nos haría más humanos y tolerantes.
                Esa xenofobia que sigue impregnado la sociedad, más allá de comportamientos individuales, está en la raíz del problema. El egoísmo está en la base del miedo al otro, al diferente, a compartir lo que tenemos y a convivir con tolerancia. Un egoísmo que saben manejar muy bien quienes detentan el poder, azuzando miedos que nos repliegan en nuestra condición de seres humanos libres. Cuanto más miedo tengamos, menos capacidad de reacción tendremos, y más fácil será manipularnos, para que no tengamos intenciones de cambiar nuestra percepción de las cosas, lo que conduciría a un cambio de los dirigentes y las políticas actuales.
                A los dirigentes europeos, abducidos por el neoliberalismo económico, sólo les interesan los inmigrantes como mano de obra más barata que la actual nativa. Por eso, cuando cambian las condiciones económicas y la mano de obra autóctona rebaja sus expectativas laborales y salariales, los inmigrantes se convierten objetos de usar y tirar, en definitiva no votan, y salvo el económico no se les puede sacar otro rédito.

                El germen del racismo está impregnado a la condición humana, es así de triste, pero para eso se inventó la política: para establecer reglas que delimiten nuestro comportamiento salvaje (no hay que olvidar que no dejamos de ser mamíferos, y a pesar de la gran creación de la cultura y el arte, como tal nos comportamos ante situaciones primarias) y dotarnos de normas de convivencia que nos permitan vivir en paz y armonía. Por eso, no hay escusas que justifiquen que en el siglo XXI, sociedades que se reclaman democráticas se estén comportando con los refugiados de una manera tan indiferente, vacunados ante le desgracia y la muerte diaria de personas, sin exigir a los dirigentes que solucionen el problema y no precisamente levantando vallas de espino, sino con justicia y solidaridad. Porque Europa, una población envejecida y cada vez con muestras más visibles de senilidad, los necesita más que nunca, para que nos saquen de este sueño apático y patético en el que hemos caído.

viernes, 30 de octubre de 2015

La herida sigue abierta

Publicado en Levante de Castellón el 30 de Octubre de 2015
1 de Noviembre y volvemos a llenar los cementerios para honrar y recordar a nuestros seres queridos. Familias, amigos y deudores de los fallecidos acudirán a la llamada de la memoria de aquellos seres a los que han querido y se han sentido queridos por ellos, para homenajearles con flores, que son el símbolo más cariñoso de decirle a alguien “no te olvido”, en un día que la religión católica viene tomando de la tradición pagana de celebrar la muerte de la naturaleza, por la llegada del invierno, cuarenta días después del equinoccio de otoño. De cualquier forma, esta simbolización de la muerte, está muy presente en todos nosotros, por lo que tiene de seguir unidos a los que ya se fueron, ya sea desde ritos paganos, como de ritos religiosos, o desde la celebración lúdica de la muerte que significa Halloween, por cierto una fiesta que tiene su origen en la cultura celta, que se denominaba “Samhain”, que venía celebrarse ente los días 5 y 7 de Noviembre, es decir, alrededor de 40 días después del equinoccio de otoño, en la que los celtas daban cuto a sus muertos. Esta tradición, desde mucho antes que Halloween irrumpiera en España, ya se celebraba en Galicia, con calabazas encendidas y castañas cocidas con anís.
                El culto a los muertos, un entierro digno y la sensación de haberlos honrado en el tránsito de los caminos de la muerte, es algo que está muy enraizado en nuestro país, por eso cuando no se puede llevar a cabo, por causas ajenas a la voluntad de uno, una losa pesa sobre la memoria de los descendientes que sólo el miedo a una voluntad mayor puede impedir que se pasen la vida buscando a sus parientes muertos y no enterrados debidamente.
                En España hay una herida abierta para muchas personas que nunca han podido enterrar a sus muertos, porque una dictadura, muy cercana en términos históricos, se lo impidió sembrando el terror entre los descendientes. Una herida que nunca se cerrará hasta que la cauterice su propia muerte o pueden encontrar y dar la sepultura que cada uno considere a sus parientes desaparecidos. Y digo bien al decir “desaparecidos” porque esa es la versión oficial que durante décadas ha prevalecido desde los estamentos oficiales para justificar el óbito de miles, demasiados miles y demasiados ceros en la cuenta, de españoles y extranjeros a los que les cayó el estigma de “rojos” por los vencedores de una guerra civil, que implantaron una dictadura férrea basada en la venganza y el odio sembrado desde los púlpitos a todo aquel que no comulgó con las doctrinas nacionalcatólicas del franquismo.
                Por eso, cuando escuchamos que una diputada de la derecha postfranquista que gobierna España, Rocío López,  dice: ¡Dejen en paz a los muertos! y vuelve a argumentar lo de la famosa herida que no hay que abrir (no se puede abrir una herida que no ha cerrado), uno sólo pude sentir tristeza, por tanta falta de sensibilidad y poca empatía con aquellas personas que llevan décadas buscando a familiares que la dictadura que ella, tan veladamente defiende, asesino y ocultó su paradero, para que ese oprobio gubernamental, siempre bendecido por un cura, no pasara a la historia, permaneciendo oculto en la memoria de colectiva de los españoles.
                Eso es precisamente lo que el franquismo intentó evitar: el juicio de la historia y los tribunales, y los que, ahora sus descendientes ideológicos, económicos y políticos, están tratando de evitar a toda costa, incluso con expresiones como las de la diputada antes aludida o las del senador conservador Jose Joaquín Peñarrubia, que en nombre de su Partido ha llegado a decir: “Ya no hay más fosas que descubrir…”, en un intento sin alma de esconder la barbarie del franquismo de la memoria colectiva y de procesos judiciales que tribunales ajenos a España han abierto o puedan abrir. Una brutalidad represiva que ha convertido a España “en el segundo país del mundo después de Camboya, con mayor número de víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido recuperados ni identificados” (sic) Jueces para la Democracia. Un deshonor que cuarenta años de democracia no han sabido borrar.
                Pero la historia no se puede ocultar, por mucho que los herederos del franquismo se empeñen, ni por ningún acuerdo político que intente borrar el pasado en aras de la estabilidad social. La historia es tozuda y al final aparece por lo pliegues de esa memoria que se ha querido sesgar. El pasado del franquismo, con sus vendettas y miles de asesinatos es demasiado grande como para ocultarlo. Porque, además, es un pasado que no sólo ha dejado un reguero muerte en las cunetas de las carretas o las tapias de los cementerios, hay mucho más que ha de salir a la luz de la historia, para que nunca más se vuelva a repetir.
                A veces da la sensación que los culpables de ese pasado negro de la reciente historia de España son los que reclaman sacarlo a la luz, en un ejercicio de memoria colectiva que acabe por reencontrarnos a nosotros mismos, condenando socialmente a quienes lo hicieron, plenamente conscientes de lo que estaban haciendo, y reconociendo legal y públicamente a quienes lo sufrieron. Y no me estoy refiriendo solamente a los muertos. También fueron objeto de las iras del franquismo los maestros y funcionarios, a los que se condenó a unos expedientes de depuración humillantes, eso a los que no habían fusilado antes, que despojaron a muchos del ejercicio de su profesión; a los familiares de todos aquellos que desparecieron y han tenido que callar durante décadas por miedo o por vergüenza. Víctimas del franquismo, los miles de encarcelados en campos de internamiento, prisiones o aquellos que tuvieron que depurar su “culpas” en la construcción del Valle de los Caídos. Pero también los que tuvieron que marcharse de España para convertirse en refugiados de un régimen que les negaba la libertad, la dignidad y quién sabe si no la vida. Los torturados en oscuros sótanos de la DGS y otras dependencias policiales, los asesinados en los primeros años de la Transición, el juez Garzón o las madres que veían como les quitaban a sus hijos, por el mero hecho de ser rojas, para entregarlos a un mercado vergonzoso de compra-venta de niños y niñas, que era alentado por curas y franquistas de pro.

                Esas también son víctimas de la dictadura que merecen ser reconocidos por la memoria histórica. Porque un país que no reconoce a las víctimas de la intolerancia, todas las víctimas sin distinción, es un país que todavía no ha alcanzado una democracia plena y vive de los resabios de la dictadura. Una dictadura que aún hoy todavía es ocultada de los planes de estudio en las escuelas.

lunes, 26 de octubre de 2015

Cañizares y la pobreza invisible

Publicado en Levante de Castellón el 23 de Octubre de 2015
El arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, en un momento de éxtasis divino, hizo el otro día unas declaraciones que han escandalizado, incluso, a sus propios correligionarios de fe. No son nuevas estas salidas de tono estertóreas del guardián de la ortodoxia más rancia de la Iglesia. Algunas de sus perlas han sido bastante sonadas y muy festejadas por el ultramontanismo nacionalcatólico español, incluido el catalán, como aquellas que hizo en 2009, a colación de la reforma de la Ley del aborto del gobierno del Zapatero, en las refiriéndose a los casos de pederastia habidos en colegios católicos, dijo: “No es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios, con los millones de vidas destruidas por el aborto”. Ya lo ven, a monseñor Cañizares el padecimiento en vida le importa bien poco, y si este es infringido por curas, nada.
                Pero no es este el tema sobre el que me gustaría reflexionar. En las declaraciones de Cañizares ha habido dos focos de atención mediático, por su poca sensibilidad con el sufrimiento de la gente. Uno referente a los refugiados, que ha tenido una inmediata respuesta desde diferentes ámbitos de la sociedad por xenófobas, y ser un tema muy delicado en este momento que incluso le han obligado a desdecirse. Aunque siempre he pensado, como bien dice el proverbio, que “la jodienda no tiene enmienda”, con perdón, y este tipo de actos de contrición dura hasta que se vuelve a caer en el mismo pecado. Pero no se alarmen, para eso está la confesión, ese acto exculpatorio general, que da a los católicos carta blanca para hacer lo que les da la gana, si después se confiesan o arrepienten.
                Pero no es la preocupación que tiene monseñor sobre que quedará de Europa en unos años con tanta invasión musulmana (parece que para algunos la guerra contra le infiel no se terminó en Lepanto), lo que me ha llamado la atención, sino sus declaraciones sobre la pobreza. Un hombre de bien, con un supremo sentido de la fe católica, tenía que echar una mano al gobierno que tanto le gusta por su conservadurismo. El país vive “una recuperación económica que hay que reconocer”, ha dicho monseñor Cañizares, capaz de poner a cada uno en su sitio: a los ricos en el suyo y a los pobres debajo. Es tanto el fervor mutuo que se tienen que algunos reconocidos meapilas han salido en su defensa, como el ministro del Interior (cómo le hubiese gustado a este hombre ser Inquisidor General) y otros venidos a menos, como Camps y Cotino, que no han dudado en darle su apoyo.
                Dicho lo anterior, habiendo recuperación económica desde el minuto uno que llegó Rajoy a la Moncloa, el cardenal no ve “más gente pidiendo en la calle o viviendo bajo un puente, que antes”. Estas declaraciones, que no han tenido tanto impacto social y mediático como las de los refugiados, quizá porque el empeño del poder en invisibilizar la pobreza, para que no se les estropee el chiringuito que está montado a costa de ella, están dando sus resultados. El arzobispo de Valencia debe tener un concepto de la pobreza ligado al número de pobres que piden en la puerta de las iglesias, bien a la vista de todos para que los feligreses descansen su conciencia dando una limosna, eso que tanto le gusta dar a la Iglesia porque les genera clientela. Ligado a esto, la pobreza debería visualizarse en las calles y bajo los puentes, como sucedía siglos atrás, en donde sus señorías laicas o eclesiásticas convivían con todo género de pobres, desarrapados y gentes con el estigma de la miseria, buscando cómo sobrevivir más allá de las limosnas. Pero el siglo XX, en Europa, gracias a la Revolución Industrial y las luchas sindicales y obreras estableció una nueva clase de relaciones entre los trabajadores y los patronos, haciendo del estado de bienestar el mayor éxito para la erradicación de la pobreza habido en todos los siglos de historia conocida. Simplemente, el fin de la pobreza estructural y la explotación que esta supone vino del empleo, el salario y las condiciones de trabajo, en situación de dignidad, que convirtió a millones de europeos y españoles en clase media, y ya saben ustedes, una potente clase media es un gran antídoto contra la pobreza generalizada.
                Debería el arzobispo de Valencia leer los informes de Cáritas, que tan cerca le quedan, para darse cuenta que la pobreza hoy es más invisible que nunca. Puesto que los  nuevos pobres que el siglo XXI ha traído como consecuencia de las políticas de desigualdad que la jerarquía de su Iglesia tanto bendice, no está tirados por las calles, ni abarrotan las escalinatas de la iglesias, ni se han dado a la mendicidad como profesión. No, porque los pobres del siglo XXI son clase media, trabajadores y trabajadoras que hasta hace bien poco tenían un trabajo digno y un salario que no les condenaba a la indigencia, como ya sucede con el 14% de los trabajadores españoles. Son ciudadanos que se han visto arrojados de unas vidas con cierta estabilidad económica y que se resisten a entrar en el mundo compasivo de la pobreza, aunque no hayan tenido más remedio que entrar en el bucle de la caridad. Ciudadanos que todavía tienen esperanza de que la situación cambie para volver a ser lo que antes fueron. Por eso el cardenal Cañizares no los ve. Por eso y porque no quiere verlos, no le interesa verlos.

                Pero la pobreza es una realidad imposible de esconder. Está instalada en el centro de nuestra sociedad. Y al margen de la celebración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, que se ha celebrado el 17 de Octubre, según lo dispuesto por la ONU, de la esta sólo se sale con educación, cultura, igualdad de oportunidades, trabajo digno y salario suficiente. Y esto sólo se consigue si cambiamos los gobernantes que nos han conducido a ella, y están diseñando un mundo a su medida, para que se perpetúe. 

domingo, 18 de octubre de 2015

Una brecha de desigualdad

Publicado en Levante de Castellón el 16 de Octubre de 2015
                El 2 de Octubre me dieron una agradable sorpresa, cuando Antonio Montiel, secretario general de Podemos en la Comunidad Valenciana, me escribió para decirme que le había regalado un ejemplar de mi libro “La Brecha” a Felipe VI, durante la inauguración de una exposición en Valencia.  No voy a negar que fue una inmensa alegría saber que alguien del mundo político ha valorado en su justa medida el relato de la desigualdad en España que se hace en el libro y tenido el acierto de entregárselo al rey, que por que seamos republicanos no deja de ser el jefe del Estado, para hacerle saber que sigue siendo intolerable el abismo que se ha abierto en España entre ricos y pobres.
Pero más allá del gesto de Montiel o si su “majestad” se lo va a leer o no, “La Brecha” es un libro que  nunca se debería haber escrito, ni sus fotografías haberse realizado, si no existieran argumentos, escenarios y personas que están sufriendo. Fotografiar, escribir sobre la exclusión, la pobreza inducida por la avaricia del poder que gobierna ahora mismo Europa y la desigualdad más vergonzosa que se recuerda desde la muerte de Franco, no es un plato de gusto, sino más bien un ejercicio de introspección social y personal que te conduce a lo más hondo de la vileza humana. Un desprecio por la vida en condiciones de dignidad, que reduce a las personas a la categoría de esclavos modernos, que sólo tienen como misión de su existencia hacer que los ricos lo sean cada vez más.
Porque “La Brecha” no es sólo un testimonio sobre la desigualdad. Es también una denuncia sobre las causas. Poner negro sobre blanco que hay un fondo ideológico, unos responsables políticos, unos divulgadores intelectuales y unos embaucadores espirituales, que solamente tienen como fin la justificación de la pobreza, para someter a la mayoría en beneficio de una minoría, cada vez más enriquecida, a costa de apropiarse de la riqueza que produce la sociedad. Es el neoliberalismo salvaje y austericida que gobierna Europa por medio de unos dirigentes políticos que legislan al dictado de los ricos, ya sean estos particulares o corporativos; que tienen a las diferentes Iglesias que hay en el continente como justificadoras espirituales de la pobreza: “Bienaventurados los pobres, porque de estos será el reino de los Cielos”.
                Hay un dogma, que a lo largo de repetirlo durante miles de años nos lo hemos llegado a creer, sin ni siquiera cuestionarnos su veracidad o falsedad: “Siempre habrá ricos y pobres”. Sin embargo, esta afirmación esconde una trampa ideológica que está en el centro de la desigualdad. Que haya ricos y pobres sólo depende de cómo se reparta la riqueza. Si el reparto se hace de una manera justa y equitativa, la pobreza podría llegar a desaparecer. ¿Significa esto que ya no habría más ricos? No. Significa que no habría pobres, y que siendo las oportunidades las mismas, cualquiera podría llegar a ser rico y todos llevar una vida digna. Pero si el reparto no es justo y equitativo, nos encontramos en la situación actual: miseria, pobreza, falta de oportunidades que va aumentando conforme vamos bajando en el escalafón social, desigualdad y explotación. Digo explotación, porque sólo se puede llegar a una sociedad tan injusta como la actual, cuando las élites del poder actúan sin control legal que les impida dedicarse a explotar a los trabajadores (que son la mayoría de la población), para acumular la mayor parte de riqueza posible.
                ¿Hay solución? Siempre hay una solución. Si abandonamos la dejadez por la política, y nos dedicamos a exigir a los gobernantes, no sólo que sean honestos, sino que también sean justos y gobiernen pensando en el bienestar del conjunto de la sociedad, todo es posible. Si esto hubiese sido así, no habríamos tenido que escribir “La Brecha”. Pero desgraciadamente no lo es, y la chulería política sigue campando por los cenáculos del poder, haciendo gala de un desdén hacia el bienestar de la ciudadanía que raya el insulto. Si el gobierno del país fuese de otra manera no saldría el ministro de Hacienda amenazando y cumpliendo su amenaza de cortar el grifo de la financiación a la Comunidad Valenciana, como castigo por no haber votado a su Partido. No le importa, ni a él ni al gobierno al que pertenece, que sus actos puedan generar mayor desigualdad y pobreza, si con estos deslegitima al gobierno valenciano actual, que se ha encontrado con las arcas de la Comunidad vacías, por la inmensa corrupción y despilfarro de los gobiernos anteriores, por cierto del mismo Partido del señor ministro, y por la ausencia de una financiación justa que durante cuatro años el Partido gobernante en España no ha hecho nada por solucionar. El mismo Partido que ahora exige en la Comunidad Valenciana que el nuevo gobierno de izquierdas arregle en cien días lo que ellos han destrozado durante veinte años.
                Si la sociedad estuviese más vigilante con sus gobernantes, nunca se habría producido al gran estafa de Wolkswagen y quién sabe si del resto de las compañías automovilísticas, a tenor de lo que hemos ido conociendo en las últimas semanas. Una estafa de dimensiones épicas, consentida por los gobiernos comunitarios, y que curiosamente, todavía no ha dado con los huesos en la cárcel de los responsables políticos, ni económicos, ni empresariales. Esto es como la película “Uno de los nuestros” de Martin Scorsese, en la que una vez entrado en la mafia, si eres leal, hagas lo que hagas, siempre tendrás la protección de “la familia”. A lo suma te llevarás un tirón de orejas. En esta Europa neoliberal, en la que se han perdido las formas democráticas, está sucediendo lo mismo: ellos se sienten protegidos, porque son uno de los suyos. Si los bancos comenten el desfalco más grande habido en el siglo XX, nadie paga por ello, y el Estado, ese del que tanto reniegan, correrá al rescate con cientos de miles de millones de euros, que pagaremos nosotros. Si la Wolkswagen y otras multimodales de automoción son cómplices de una estafa sin precedentes, tranquilos que ya se buscarán un responsable de tercera fila para que expíe por los pecados de sus jefes y, además, ya se dispondrán a pedir que si la cosa va a mayores, sean los Estados los que salgan a rescate. Una vez más, usted y yo a pagar, aunque sea acosta de la desigualdad, la explotación y la pobreza de una parte, cada vez más creciente, de la población.

                Por ejemplos como este, y por muchas otras cosas que han hecho de esta sociedad un hervidero de injusticias y abismos, es necesario un libro como “La Brecha”, y políticos  que sean conscientes de que sólo cambiando verdaderamente las cosas se puede salir de este atolladero. Y mucho más fundamental: lectores de hagan de “La Brecha” un ejercicio de reflexión para el cambio político.

La vivienda, un derecho olvidado

  Ruido. Demasiado ruido en la política española, que sólo sirve para salvar el culo de algunos dirigentes políticos, que prometieron la lun...