Quinto día de cuarentena. Las
ciudades vacías ejercen sobre mí una fascinación magnética. Quizá porque son la
gran obra de la humanidad en el planeta. Por alguna razón, cuando veo las
avenidas desérticas no me siento solo. Debe ser, que se activa en mi memoria
ancestral la necesidad de seguridad, que las ciudades han proporcionado a ese
miedo atávico, que tenemos los humanos al vacío a la soledad no deseada.
En este día del Padre, que ya solo adquiere la
categoría de fiesta en algunas regiones de esta España vaciada, y no me refiero
al campo, salgo a pasear con mi perro y mi mascarilla (un tormento que no para
de empañarme las gafas) y me encuentro con calles vacías, aparentemente sin
vida, iluminadas por un sol calimoso de primavera. Es una sensación rara, no
como la que se tiene cuando a uno se le hecha la noche encima y vuelve a su
casa de madrugada. Es distinto. Es un silencio diferente, porque sabes que
detrás de cada ventana, de cada balcón, la vida está bullendo, reinventándose, recuperando
el tiempo perdido entre prisas y olvido de nosotros mismos.
Se oye música que se escapa por
la ventana de alguien; incluso una tabla de gimnasia: ¡¡¡un, dos tres, aaarriba;
aguantamos yyyyy abajo!!!. Hay vecinas que charlan de balcón a balcón, como los
que ya no somos jóvenes recordamos que se hacía antes. Suena un clarinete de alguien
que está ensayando, y no echo de menos el ruido de los coches, sustituidos por
gente paseando perros. Mascarillas, cada vez más, como si estuviéramos cayendo en
la cuenta de que es un elemento protector, que algo hará.
Hay un mundo que se está
construyendo al margen de la calle, quizá con fechad de caducidad y producto de
la supervivencia. Estamos constatando que somos gregarios, qué nos necesitamos
para las cosas más nimias, que, a fin de cuentas, son las más importantes. Qué
la vida, a pesar de los mensajes de exaltación del individuo de algunas corrientes
político/filosóficas, no es nada sin el otro, sin la aprobación o reprobación
de los que nos rodean.
Feliz Día del Padre a todos y
todas, y a los Pepes, también. Y esperanza de que aunque sea solo un poquito
estemos haciendo lo correcto, para que podamos volver a abrazarnos, aunque se
vuelvan a llenar las calles.
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