Sexto día, con sol a ratos. Dicen
que hoy empieza la primavera. Hasta en eso nos convertimos en unos pejilgueros
de la precisión -nos dicen hasta la hora que llega-. Antes estudiábamos en el
colegio que la primavera empezaba a día fijo, y nadie se atrevía a hacer puntualización
alguna. El 21 de marzo abrías la ventana y la primavera entraba por ella a
raudales, aunque lloviera. La estación había cambiado y nuestro ánimo también.
No había margen para la duda ni la discusión. Era un mundo mucho más fácil,
cuando algunas cosas se sometían a una regla que admitíamos sin rechistar. Lo
demás, eran cuestiones de científicos, que al común de los mortales nos importaba
un bledo.
En estos
días, también, nos importa poco la llegada de la primavera. Casi mejor que no
venga, porque solo nos faltaba que afuera los días se vayan convirtiendo en un espectáculo
de lujuria ambiental y nosotros solo pudiéramos verlo desde la ventana. Por
alguna razón los monjes se esconden en los monasterios, alejados del mundanal
ruido y la pecaminosa naturaleza.
Pero seguimos aguantando,
aplaudiendo, bailando, ofreciendo conciertos desde los balcones, charlando y
viendo la vida pasar frente a nosotros, sin inmutarnos. Algo bueno debemos
estar encontrando en el encierro, para que no haya gente que se tire desde el
balcón.
Protesta. En la Comunidad de
Madrid se ha autorizado que una cadena de pizzas y otra de sándwiches den de
comer a los niños damnificados por el cierre de los comedores escolares. Chapeau
a estas empresas por su buena voluntad solidaria. Pero manda narices que a la
presidenta madrileña, tan ocurrente siempre con sandeces, le parezca bien que los
infantes madrileños no coman todos los días un menú de comida saludable. Eso
demuestra el interés que tiene los dirigentes madrileños por la salud de la población,
más allá de los problemas que les está causando el coronavirus. Han tenido que
salir algunos ayuntamientos al quite de tamaño despropósito, para garantizar una
comida saludable a las niñas y los niños de sus municipios que no puedan tenerla
a diario.
Aplauso. Se lo doy a Ximo Puig,
presidente de la Comunidad Valenciana, por hablar poco y hacer mucho. La idea
de construir tres hospitales de campaña con un total de 1.100 camas en las tres
capitales valencianas, merece nuestro aplauso, porque no solo supone una anticipación
a que las cosas se pongan peor, sino que va a ser un alivio para la sobrecarga
que algunos hospitales de la Comunidad empiezan a tener.
Pienso que en estos días debemos
ser cautos en la crítica a los gobernantes, porque es necesario hacer piña para
que nadie se venga abajo en el ánimo. Pero hay cosas que claman al cielo y ni
siquiera ahora deben silenciarse. Y entre ellas está la salud de los más pequeños
y la protección de los más débiles.
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