martes, 26 de marzo de 2019

"Flores muertas". Reseña


Julio César Cano va abriéndose paso en el intrigante mundo de la novela policiaca. No es fácil en un subgénero literario al alza desde hace varios años, y a mi juicio, con un exceso de publicaciones que pueden llegar a saturar al lector. Cuando hay demasiado de una cosa, hay mucho malo y mucho bueno, por eso, que Julio César Cano esté situándose entre los mejores, es un mérito forjado a lo largo de sus cuatro novelas ambientadas en el género negro y policiaco, en las que su Inspector Monfort va camino de convertirse en uno de los detectives con placa más afamados de España.
En esta, su última entrega de las peripecias de Bartolomé Monfort, hace que sobrevolemos hasta caer y enfangarnos en la sórdida mente de un psicópata marcado por la envidia y el odio. No es tarea fácil la que Monfort tiene por delante, teniendo que abrirse camino entre la maleza del mundo canalla de la música y la oscuridad letal de las drogas.
Julio César Cano, con la maestría que va adquiriendo a lo largo de sus novelas y el conocimiento de un personaje que ya puede hacer suyo, no porque él se lo haya inventado, sino porque para siempre, el Inspector Monfort estará ligado a la pluma y la imaginación de su autor. Además, esa estructura de la narración organizada en dos historias paralelas, pero convergentes, que ya utilizó en su novela anterior, consigue un ritmo narrativo muy ágil y envolvente.
Con Flores Muertas, volvemos a pasearnos por Castellón  y su provincia de la mano de Monfort. Porque, al igual que sucede con el efecto mariposa, un suceso acontecido en Vilafranca del Cid hace más de veinte años, acaba teniendo consecuencias fatales en la actualidad. La mariposa bate sus alas y sacude toda la geografía provincial. Y ahí es donde nos atrapa la narración y un inspector, que se va haciendo viejo, y por eso cada vez más entrañable.

lunes, 25 de marzo de 2019

Valle de los Caídos


Publicado en Levante de Castellón el 22 de marzo de 2019
Es habitual escuchar a muchos políticos, medios de comunicación, tertulianos, columnistas y expertos enciclopédicos, decir que España es una democracia avanzada, sobre todo, cuando alguien tiene la osadía de poner en cuestión ese órdago democrático, que nunca se sabe si es un  farol o no, pero que sí tiene como fin ocultar las deficiencias democráticas que tenemos en el país. Porque haberlas haylas, por muchas banderas que se enarbolen en nombre de la democracia.
Una de las extravagancias democráticas que tenemos en España, es el Valle de los Caídos y todo lo que significa y gira alrededor de él. Quizá seamos el único país del mundo que tiene enterrado a un dictador, uno de los más sanguinarios que ha habido en el siglo XX, en un mausoleo de Estado con todos los honores propios de un alto dignatario, que sólo alcanzó la gloria ejerciendo una durísima represión sobre el pueblo que gobernaba. Una tumba que emula a los grandes faraones, del  mismo tamaño que la megalomanía de su inquilino yacente.
El Valle de los Caídos no es un  simple monumento religioso, es una tumba construida con sangre, sudor y lágrimas por miles de presos políticos del franquismo; por  miles de personas que eran como usted y como yo, que cometieron el delito de no ser fascistas y decirlo. Se levantó para la mayor gloria del dictador, y como símbolo del fascismo español. Hoy todavía lo sigue siendo. No hay más que mirar la cúpula de la basílica: toda una apología del fascismo, todavía expuesta al público como si la dictadura no hubiera pasado, con las banderas falangista y requeté recibiendo la bendición del Pantocrátor que domina la cúpula desde el centro, dando la bienvenida a la  Nueva España.
Pero no sólo por la alegoría de la cúpula, en reconocimiento de los vencedores de la Guerra Civil. Es que en su interior están enterrados, con grandes honores, dos fascistas antagónicos, eso sí, que lucharon cada uno desde su bando, por liquidar la democracia española, que era la República y que nada hace sospechar que no lo volverían a hacer. Además del impresentable comportamiento del prior del Valle de los Caídos, benedictino que se quedó en el siglo XVI, soñando con llegar a ser algún día Inquisidor General del Reyno.
 El Valle de los Caídos es un insulto hacia los demócratas, hayan sufrido la represión del franquismo o no, y un país que se autodenomina democrático no debería tener un monumento así, y mucho menos enterrado a un dictador en él. Es una humillación para los demócratas y también para la memoria histórica de este país; para todos aquellos, que aún hoy todavía, siguen esperando en alguna cuneta o fosa común una reparación del Estado. En una democracia, no se sostiene que haya miles de personas desaparecidas por sus ideas, y que quien ordenó su desaparición descansé en una tumba con todos los honores de jefe de Estado. Eso es impensable en cualquier país del mundo, excepto en España.
                Por eso, sorprende que cuando el gobierno decide sacar al dictador de El Valle de los Caídos, todo el mundo lo critique. Como si la salud de una democracia no se midiera, también, por la congruencia de sus actos. Que el Partido Popular lo haga, no nos ha de extrañar; llevan cuarenta años defendiendo el olvido de la dictadura, que es una manera de naturalizarla en el subconsciente de la sociedad española. Que la  nueva “derecha regeneradora” del país considere que no es importante, ya da que pensar sobre la calidad democrática de las derechas españolas, pero Ciudadanos ha decidido envolverse en la bandera para tapar sus carencias, y  todo lo que signifique bandera roja y gualda le parece bien. Pero que la izquierda redentora, esa que ha nacido para salvar nos a los españoles de sí mismos, lo critique también, es el sumun de la estupidez política, cuando deberían estar en la calle alborozados por la medida.
Franco, el dictador, debe salir cuanto antes de El Valle de los Caídos por higiene democrática y explicar en las escuelas por qué se le saca. Esa debe ser la primera medida, para acabar con un monumento, que es una ignominia para la sociedad española del siglo XXI. Y hasta que se sepa qué hacer con él, sacar a todos los allí enterrados, entregárselos a sus familiares, para después cerrarlo y acabar, de una vez por todas, con la simbología que representa un  monumento que jamás debería haber existido.



viernes, 15 de marzo de 2019

Greta Thunberg


Publicado en Levante de Castellón el 15 de marzo de 2019
Tiene gracia que tenga que ser una adolescente de 16 años, quien esté sacudiendo la conciencia ecologista de los europeos, sacándonos de nuestro estado de abulia autosuficiente, que está convirtiendo la supervivencia futura del planeta en un especie de superproducción hollywoodiense, de sálvese quien pueda en el último minuto. Un sálvese quien pueda en el que probablemente ni usted  ni yo estemos incluidos.
                Greta Thunberg, está consiguiendo con su tenacidad y liderazgo, que la juventud europea esté tomando conciencia de un problema que los adultos no hemos sabido gestionar. Su frase: Nosotros solo somos niños que protestan, no deberíamos estar haciendo esto, no deberíamos tener que hacerlo, sentir que nuestro futuro está amenazado hasta el punto de tener que faltar a clase por luchar por esto. Es un fracaso de las generaciones anteriores que no han hecho nada, es una bofetada merecida en toda la cara de los mayores, que en teoría deberíamos estar preocupados y activos en asegurar el futuro de nuestros hijos. Y cuando digo futuro, no me estoy refiriendo a ese futuro que todos los padres soñamos para  nuestros hijos e hijas de comodidad y solvencia económica, sino al FUTURO con mayúsculas, el que si no salvaguardamos, cualquier otra posibilidad de vida que podamos imaginar, será una lotería al albur de la ambición de los poderosos y la contestación de la naturaleza, cuando ésta pierde el equilibrio que sostiene la vida tal como la conocemos.
                Los “Viernes para el futuro”, están revolucionando  la adolescencia europea, con miles de jóvenes todas las semanas reclamando que se haga algo para detener el cambio climático, que posibilite vivir en un planeta donde no tengamos que estar pendientes de la próxima catástrofe natural por venir. Exigen, con la bendita vehemencia de la juventud, que los mayores reaccionemos, porque ellos tienen una capacidad de acción limitada, al no poder votar y elegir representantes y gobernantes concienciados con el cambio climático y dispuestos a hacer políticas para revertirlos.
                Hay una película que se etiquetó como cine de catástrofes, pero que tiene un mensaje demasiado explícito sobre la dejadez militante del poder político, absolutamente abducido por el poder económico en  nuestras sociedades. Quizá por eso se relegó al cine de serie B, para que no tuviera mucha repercusión en la conciencia de la gente. Me refiero a “El día después de mañana”,  de  Roland Emmerich, que más allá de que la teoría que propone nos pueda parecer disparatada o no, lo cierto es que esconde toda la cobardía y las mentiras, que ahora Greta Thunberg y sus “Viernes para el futuro” está denunciando, como una llamada a la cordura y sensatez para la subsistencia.
                En los próximos meses tenemos en España todas las elecciones posibles, que van a determinar  nuestras vidas durante los años venideros, en función de quienes elijamos para gobernar las instituciones: ayuntamientos, comunidades autónomas y cortes generales.  No menos importantes van a ser las europeas, si de una vez por todas nos damos cuenta de que una parte importante de nuestras leyes se discuten y aprueban en la UE . En todas ellas, las políticas medioambientales deberían estar en el centro del debate, pero mucho me temo que, en el mejor de los casos, van a pasar inadvertidas, fagocitadas por las banderas, los himnos y todo aquello que pueda desviar la atención de las cosas que realmente deberían ser objeto de interés de la ciudadanía. Y el medio ambiente lo es, y mucho.
                Soy una niña que dice que otras personas están robando mi futuro. Quizá no somos conscientes de la gravedad del asunto y tenga que ser una adolescente, la que nos haga sentir vergüenza, por no haber sabido o querido legar un futuro a nuestros hijos,  por lo menos de seguridad vital. Todavía estamos a tiempo para revertir la situación, para que los jóvenes tomen conciencia de los problemas que tiene el planeta y todos nosotros, sin necesidad de tener que dejar de asistir a clase. De ahí la importancia del voto en las próximas elecciones.



viernes, 8 de marzo de 2019

No soy feminista, pero...


Publicado en Levante de Castellón el 9 de marzo de 2019

No soy feminista. Aunque en la actualidad decir esto no es políticamente correcto, no lo soy. Y no lo digo como una declaración solemne ni mucho menos como afirmación contraria al feminismo. No lo soy porque creo firmemente en la igualdad desde la diferencia, en la variedad de los discursos y, por tanto, pasar del monolítico machismo a un  monolítico feminismo, es no reconocer las diferencias, para convertirnos en seres de una sola ideología marcando el paso de la oca.
                El feminismo es una reivindicación necesaria y cuanto más transversal sea, mejor. Pero no es un credo panteísta con soluciones para todos los problemas que tiene la sociedad. Es una doctrina más en el contexto global, al igual que lo puede ser el ecologismo o algunos de los nuevos -ismos- que han ido apareciendo en el último siglo. En un artículo publicado en la revista Dossiers Feministes, por Ariadna Royo Herrera, bajo el título “Al otro lado del Atlántico: las afroamericanas y su lucha doble por la igualdad”, vemos cómo las mujeres negras de EEUU, tuvieron que luchar contra el desprecio de las mujeres blancas feministas durante el siglo XIX y gran parte del Siglo XX, porque estas no querían que su lucha se viera contaminada por la incultura de la población afroamericana. Un claro ejemplo de feminismo racista, que nada tiene que ver con  la universalidad de la igualdad.
¿Qué significa esto? Que una puede ser feminista, pero no tiene por qué ser ecologista o solidaria o antirracista y viceversa.  Porque el feminismo no nace de una comprensión global de la sociedad fundamentada en la justicia social y el bienestar. Pertenece más, como idea, a un concepto de lucha de género, ante la injusticia de la desigualdad,  que puede llegar a ser excluyente, dependiendo de la ideología, la clase social, la raza o la religión de cada  mujer u hombre. Por eso caben las interpretaciones, habiendo un  feminismo de izquierdas, otro de derechas, otro liberal, otro socialista, etc., dependiendo de la interpretación  que cada uno y una tenga de la sociedad. No es el  mismo feminismo el que reivindica la derecha liberal, que sólo se queda en un requerimiento de igualdad de género (lo que no es poco), que el feminismo de izquierdas, que plantea una sociedad, no solo de igualdad, sino también de justicia social y distribución de la riqueza.
                Creo más en una sociedad justa y basada en los planteamientos de izquierda, que en una sociedad donde las  mujeres consigan alcanzar la igualdad de género, pero se siga manteniendo la desigualdad social y económica. Lo que no me quita para defender muchos de los planteamientos feministas, no todos, para ser sincero. Las reivindicaciones del feminismo son una necesidad perentoria para que la sociedad, compuesta por hombres y mujeres, pueda caminar hacia la igualdad de género y en un escalón superior hacia una sociedad más justa e igualitaria. Si no es así, nada habremos avanzado y el mundo seguirá siendo igual de injusto que hasta ahora, pero con una diferencia, en ese injusticia participarán de pleno derecho las mujeres. No puede haber igualdad sin justicia social y reparto equitativo de la riqueza, que son las fuentes de  donde no bebe el machismo. Ya que éste representa un modelo de sociedad basado en el poder desigual de unos: los poderosos, y otros: el resto.
                Sin embargo, las mujeres y los hombres, sí tenemos un reto inmediato, perentorio, urgente que afrontar. Estoy hablando de la seguridad de las mujeres, de esa violencia machista que se ensaña con ellas. Una sociedad no es decente mientras consienta esto; mientras no sea implacable con el maltrato, ya sea éste por acción u omisión. No se puede consentir que el poder siga sin tomarse en serio este problema, sin aplicar medidas drásticas y contundentes a corto plazo y educativas a medio y largo plazo.
                Por todo lo anterior, el 8 de marzo es más necesario que nunca. Su ruido tiene que ser tan grande, que el eco dure todo el año, para que no se nos olvide que los hombres y las mujeres tenemos derecho a vivir en paz, concordia, igualdad, equidad y deseo sin sufrimiento.
                Pero volviendo al principio: ¿Por qué no soy feminista? Porque creo que desde la perspectiva de un hombre es muy difícil sentir la desigualdad como la sienten las  mujeres. Nosotros, en general, no tenemos brecha salarial ni doble tarea ni sufrimos el maltrato ni andamos por la calle con miedo a que algún descerebrado nos viole ni morimos por violencia de género ni somos ninguneados en nuestros oficios,  ni tantas otras cosas que no podemos sentir igual que las mujeres. Los hombres lo que deberíamos hacer es solidarizarnos con ellas, apoyarlas en la lucha contra la desigualdad de género, hacer que sientan que no están solas en su camino hacia la igualdad y abandonar el machismo, no sólo por estética, también por ética, el de pequeños actos que muchas veces no somos conscientes, pero que ahondan en la brecha de la desigualdad de género. Revelarnos contra la violencia que ejercen otros hombres sobre las  mujeres, eso sí que sería un gran  paso adelante.  Sólo así, conseguiremos que la lucha de las mujeres alcance su propósito y habremos puesto un pilar fundamental en la construcción de una sociedad más justa.

https://www.levante-emv.com/castello/2019/03/09/feminista/1846136.html

viernes, 1 de marzo de 2019

Machado en nuestros corazones


Publicado en Levante de Castellón el 1 de marzo de 2019
Hemos celebrado estos días el 80 aniversario de la muerte de Antonio Machado, el poeta que fue símbolo para toda una generación. Manuel Murillo, personaje de la novela “Nunca seremos los mismos”, decía sobre Machado, ante él en la estación de Cerbère, ya con su cuerpo en el exilio, pero no con su alma: El pueblo amaba a Antonio Machado…el hombre que mediante su poesía y sus escritos les había enseñado que otra vida era posible y necesaria, y había apoyado, sin fisuras intelectuales, el camino de la República como valor de progreso y libertad. Esa la idea que hoy todavía perdura en la mente de muchos españoles: la de un Machado poeta, quizá el último gran poeta del siglo XX, antes de la revolución que supuso para la poesía la Generación del 27, que sigue emocionando cuando se escuchan sus poemas. Pero también, la del hombre que creyó en la república como ideal de progreso y compromiso con la democracia y la ética cívica. En su artículo “Sobre la disolución de la Casa de la Cultura”, dice: Mi posición política es hoy la misma de siempre. Yo soy un viejo republicano para quien la voluntad del pueblo es sagrada. El poeta deja claro que república y democracia van unidas, frente a las fuerzas reaccionarias que tenían y habían tenido al país sumido en la ignorancia y la oscuridad, para gobernarlo a su antojo, y siempre para beneficio propio. 
                No pretendo hacer aquí un alegato en favor de la República, a pesar de compartir los valores y principios que Machado defendió durante toda su vida, sino hacer ver que la actual monarquía parlamentaria; el sistema democrático que diseñamos en la Transición, está haciendo aguas, porque no es capaz de dar respuesta a las necesidades materiales y espirituales de una gran cantidad de españoles.
Volviendo a don Antonio, escribía ya en 1912: Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios./Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Algo similar sucede ahora mismo con el resurgir de la España patriota de bandera y cornetín. Esa España de tonadilleras -que quiere emular Marta Sánchez-, toreros, banqueros, curas y políticos que sólo ven en tres colores la realidad del país: el rojo, el amarillo y el de los  billetes, ha de helarnos el corazón.
Más vivo que  nunca está el espíritu de Machado, en este momento tan crucial que vivimos en España, jugándonos el porvenir a una carta de progreso o de vuelta al pasado oscuro, en los próximos comicios electorales. Una carta, que nos puede hacer ganar la partida de la igualdad y la justicia social, o retroceder a la España uniforme y desigual de unos pocos.
                Por eso, el gesto del presidente del gobierno visitando la tumba de Antonio Machado, a pesar del error de depositar un ramo de flores con la bandera roja y gualda con la que no se identificaba Machado (en estos gestos, el protocolo debería ser más cuidadoso), hay que tomarlo como un reconocimiento, ochenta años después, del valor de Antonio Machado como poeta y como hombre cívico, aunque a mí, cada vez, me resulta más difícil diferenciarlos. Un gesto que es toda una declaración de intenciones en tiempos convulsos e inciertos, cuando la sociedad española necesita volver la vista atrás, y reconocerse en el espejo de su historia. Entender que es en el reflejo de la libertad, la tolerancia y el progreso, cuando nos ha ido bien como país. Pero también, cuando hemos entendido el proyecto de país como un ejercicio de respeto hacia otras sensibilidades políticas y humanas. 
Volver la vista, para identificarnos con el retrato que Machado hizo de sí  mismo: Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/pero  mi verso brota de manantial sereno;/y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.



La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...