viernes, 26 de octubre de 2018

Diputaciones Provinciales


Publicado en Levante de Castellón el 26 de octubre de 2018
Apuntes para un aniversario. Hay un tema recurrente en la política española, que surge y desaparece dependiendo de las urgencias de la coyuntura política. Se trata de las Diputaciones y el papel que juegan o no juegan en el mapa del reparto de poder y gestión administrativa del Estado. Es una asunto complicado, porque si es cierto que durante muchas décadas, desde el siglo XIX, han sido un foco de corrupción y caciquismo, que la Transición no supo o no quiso abordar, en la actualidad pueden llegar a cumplir un papel importante en el desarrollo de lo que se denomina la España Rural.
                La Constitución de 1978 consagró la provincia como “entidad local con personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios y división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado” (art. 141 de la Constitución), siendo las Diputaciones la entidad de gobierno de las provincias. Pero la aparición de las Comunidades Autónomas descafeinó su función, convirtiéndolas en un organismo de colaboración menor con los ayuntamientos, en permanente colisión de funciones con los gobiernos autonómicos. Además, no son pocas las Diputaciones que durante años han sido un foco de clientelismo del Partido que las gobernaba o del cacique provincial.
                Esto y la permanente pelea para acaparar poder, por parte de las diferentes administraciones del Estado: administración central, autonomías, grandes ayuntamientos,  han convertido a la mayoría de las Diputaciones en papel mojado al servicio de los intereses partidarios, sin conexión alguna con la ciudadanía. Sin embargo, frente a quienes sostienen que son un ente inservible, habría que preguntarse ¿inservibles, para qué o para quién?
                En un momento de grave despoblación rural que está sufriendo España, toda sin excepción, las Diputaciones deberían tener un papel relevante en la solución del problema, o por lo menos en su minimización. Si como ya se ha expuesto en otro artículo publicado en este periódico (Levante de Castellón, 12 de octubre de 2018), el problema de la despoblación rural se debe a la falta de infraestructuras, servicios y buenas comunicaciones, entre otros, la Diputaciones son esa parte de la administración cercana a los ayuntamientos y buenas conocedoras de los problemas existentes en cada provincia.
                A nadie se le escapa, que la vida en las poblaciones rurales sería mucho más difícil sin la intervención de la Diputación, en todos los aspectos: social, económico, laboral, cultural, sanitario, etc. Solventado, o en vías de terminar con él, el grave problema que durante años han tenido de caciquismo, una nueva política de desarrollo hacia el medio rural daría sus frutos. Pero no es suficiente. Las Diputaciones necesitan una reforma política que las dote de unas competencias definidas en el ámbito rural, donde tienen mayor capacidad de intervención y son más necesarias.
                Ese es el reto: luchar con todas sus capacidades contra la despoblación rural en todas sus manifestaciones, para que los habitantes del campo o la montaña o la costa, no se sientan ciudadanos de segunda, con competencias y financiación que las den autoridad para solucionar el problema. Pero también en colaboración con otras administraciones, sobre todo la autonómica, que debe ser consciente, de que el fin último de su existencia es mejorar la vida de los habitantes de su región.
                El cuarenta aniversario de la Constitución no debe ser un canto de sirena a la carta magna ni un cierre de filas para que permanezca inmutable en el tiempo, porque si esa es la intención, acabará siendo papel mojado y, por tanto, una Ley inservible. Más bien al contrario, hay que abrir el texto a los nuevos retos que tiene planteada la sociedad española del siglo XXI, y uno de esos retos es otorgar a cada administración el papel que le corresponde. Y que duda cabe, que las Diputaciones tienen un importante cometido como representantes del Estado en el ámbito rural y así se debe reconocer.

sábado, 20 de octubre de 2018

Están entre nosotros


Publicado en Levante de Castellón el 19 de octubre de 2018
Apunte para reflexión. ¿Por qué seguimos empeñados en llamar populismo a lo que sólo es fascismo? No hay que ser licenciado en Salamanca, para darse cuenta de que Salvini, Lepen, Orbán, Vox y tantos otros que están sembrando Europa de odio, xenofobia e intolerancia, son lisa y llanamente fascistas. Incluso allende los mares, en el continente americano, con Bolsonaro y Trump a la cabeza, el fascismo está más implantado que  nunca. (Para evitar suspicacias de neoliberales encendidos, no voy a hablar de los dictadores comunistas, porque no es este el problema que tiene Europa).
                Cierto que no son comparables con los fascismos de la primera mitad del siglo pasado. Las condiciones históricas son diferentes, y ahora todos se ponen la corbata de la democracia para extenderse por el continente. Pero si alguien piensa que estos Partidos son respetuosos con los valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad, es que prefiere mirar para otro lado para que nadie perturbe su acomodaticia vida. Error.
                No son iguales a Hitler, Franco o  Mussolini ni a los partidos que estos representaban, si es que representaban algo que no fuese a sí  mismo. Pero el discurso político fundamentado en la supremacía de sus ideas sobre el resto, junto a la exaltación del patriotismo, colocando a la nación por encima de sus habitantes. La manipulación de la propaganda, con el único fin de ocultar la verdad que a ellos no les interesa que se sepa, y las soflamas de regeneración política, que sólo esconden la supresión de todos los principios que deben constituir una democracia, no son más que la vuelta de Europa  a la oscuridad y la violencia como instrumento de relación política.
                No nos equivoquemos. Hitler llegó al poder en 1933 y sólo tardó unos meses en acabar con la democracia; Franco, juró lealtad a la República y en cuanto pudo se lanzó en armas contra ella; Mussolini, después de implantar el terror con sus camisas negras, -cuanto peor mejor- consiguió el poder, otorgado por el rey Víctor Manuel II, y como buen fascista, acabó acaparándolo en su persona. Todos utilizaron los resortes que la democracia ponía a su disposición para hacerse con el poder y liquidar la libertad. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿los fascistas del siglo XXI tienen motivos para no hacer lo mismo?  No lo creo, teniendo en cuenta que detrás de un fascista, siempre, hay un megalómano.
                Segunda reflexión. ¿Cuándo va a aprender la democracia a defenderse de sus enemigos, evitando que estos sean un peligro para su propia supervivencia? Si cuando se ha tratado de parar el totalitarismo de izquierdas ha sido implacable, frenando cualquier posibilidad de ascenso de este, cabría pensar que con el fascismo se debería hacer lo mismo. Sin embargo, no es así. La prueba es que cada vez la extrema derecha va copando más cotas de poder en el continente, sin que nadie les cierre el paso.
                Lo que nos lleva a pensar, que el liberalismo no es tan democrático como creíamos y hace muy  buenas migas con el fascismo, sobre todo cuando se trata de utilizar este, como ya se hizo en el siglo pasado, para frenar la expansión de la izquierda no acomodaticia. Antes se consintió como cortafuegos del comunismo y ahora como muro de contención del surgimiento de una nueva izquierda que plantea un modelo de sociedad muy distinto a los intereses del capitalismo liberal.
                El ascenso del fascismo es un peligro real que no debemos despreciar, sobre todo, si va aparejado a los intereses de las élites de poder en Europa, que están poniendo en práctica, sabiamente, los Once Principios de la Propaganda de Goebbels. Les invito a leerlo y ustedes, después, decidan. 
González de la Cuesta
Escritor

sábado, 13 de octubre de 2018

Despoblación rural


                                                                                                                               Ares del Maestrat

Publicado en Levante de Castellón el 12 de octubre de 2018
Parece que la gran política se ha dado cuenta ahora del grave problema de despoblación que están sufriendo la mayoría de los territorios en toda la península, por lo menos en su parte española. Un problema que no es desconocido, porque se viene produciendo desde que el nuevo capitalismo, de la mano de la Revolución Industrial, irrumpe en la sociedad española cambiando todas las formas de vida, y relacione sociales y económicas anteriores.
 Es decir, el despoblamiento de las zonas rurales empieza en el siglo XIX, acentuándose En España, sobre todo, en la segunda mitad del siglo pasado.  La necesidad de mano de obra en la industria, provoca un  movimiento migratorio del campo a la ciudad imparable, que luego, cuando se han producido las sucesivas crisis del capitalismo, arrojando a miles de personas al desempleo y la exclusión social urbana, no se ha revertido en un  movimiento de vuelta los pueblos rurales.
                Los que ya tenemos suficiente edad para hacer memoria de cómo era la España de los años cincuenta y sesenta, todavía nos acordamos de la intensa vida que había en muchas localidades rurales, y cómo se fue apagando, por desidia de las autoridades políticas, produciéndose un fenómeno que mientras vaciaba los pueblos en el campo o la montaña (los pueblos de la costa, o muchos de ellos, se salvaron por el turismo) otras localidades, cercanas a las ciudades, experimentaron una explosión demográfica sin parangón en nuestra historia, con no pocos problemas de saturación que, en este caso, sí fueron solucionados por los poderes políticos,  porque tenían un claro interés económico en ello. Por poner dos ejemplos: en el lado del híper aumento demográfico podríamos situar a la localidad de Móstoles en Madrid, que en 1960 tenía 2.500 habitantes y en 2017 206.000; en cambio, en el lado de la despoblación, bien nos puede servir la localidad castellonense de Ares del Maestrat, que si en 1960 tenía 1.000 habitantes, en la actualidad, no llega a los 200 (197 en 2017).
                La despoblación de las zonas rurales puede tener muchas lecturas, cuando nos ponemos a buscar las causas, pero hay dos que son fundamentales: los servicios y las comunicaciones. Nadie quiere vivir hoy en lugares donde no hay médico ni escuela ni internet ni una buena red de comunicaciones por carretera o ferrocarril, incluyendo aquí el transporte público. Pero además, hay otro factor que tiene mucho que ver con la despoblación: nos referimos a la facilidad que tiene el poder para controlarnos en las ciudades, siendo mucho más efectivo cuando estamos todos agrupados, que si vivimos dispersos.
                La despoblación rural no es un problema mayor que la superpoblación urbana a la que nos quieren avocar. Sólo hace falta voluntad política con medidas que sean sugerentes para que la gente no se tenga que ir de sus pueblos por obligación. ¿Cuántos de quienes viven en las ciudades regresarían al campo si hubiese unas condiciones similares a las urbanas? En vez de lamentarse, los políticos deberían ponerse a trabajar en medidas como la mejora de los servicios públicos, las inversiones en infraestructuras, planes de sostenibilidad económica y fomento de la cultura rural, como un elemento de identidad que vertebre la sociedad no urbana. Medidas que revertirían la actual despoblación.
                 Pero para todo ello, hace falta que los políticos dejen de hablar tanto de sí mismos y pelear por aumentar sus parcelas de poder.  Es necesario que las instituciones asuman que el ámbito rural también es competencia suya, y aquí deberían cumplir un importante papel las Diputaciones, como entidades vertebradoras del territorio, si tuvieran las competencias para poner en marcha una política de desarrollo rural, capaz de aumentar la población en los pueblos.
                Volver a recuperar el mundo rural no se trata de obligar a la gente a que vuelva a su pueblo, sino facilitar que quien quiera hacerlo, sepa que sus derechos como ciudadano no se van a ver disminuidos por la despreocupación del poder.


viernes, 5 de octubre de 2018

Será nuestro secreto


Publicado en Levante de Castellón el 5 de octubre de 2018

Una de las vergüenzas que tiene esta sociedad de ritmo trepidante, es el olvido de todo aquello que no nos apetece recordar, quizá porque nos sitúa ante el espejo de unos comportamientos que nada tienen que ver con los valores que tanto nos gusta proclamar de justicia, solidaridad, igualdad, junto a otros que nos hablan de aspirar a un mundo mejor, pero que chocan contra el  muro de realidad que día a día queremos esconder, en el que todos esos conceptos se desvanecen. Esa realidad que cubrimos con un velo de silencio, que en los tiempos que corren es como convertirla en algo invisible, irreal, y por tanto no dañina para nuestras acomodaticias existencias, incapaces de tolerar aquello que no sea nuestra Albanta particular.
                Pretendidamente, ignoramos muchas cosas, cubriéndolas con un manto de indiferencia. Olvidos con mayúsculas, como la pobreza o desigualdad y olvidos con minúsculas, como el abandono que la sociedad y nosotros mismos ejercemos y consentimos de las personas mayores. Inservibles en una sociedad que idolatra la juventud; invisibles, porque su propia naturaleza les inhabilita para la protesta, por lo que nos acabamos olvidando de ellos.
                ¿Nos hemos puesto a pensar cuántos abuelos y abuelas son abandonados por sus familias, sumiéndoles en una espiral de tristeza y congoja, que les va a acompañar el resto de vida que les quede? Puede que algunos sí, pero la mayoría preferiría no saberlo, por lo que apuntábamos más arriba. Es esa minoría que trata de enfocar a la vista pública a los olvidados del mundo, la que revuelve nuestras conciencias. Y quizá sea en el arte, el cine, la literatura, el teatro..., donde resida ese último reducto de conciencia, lo que evita que  nos despeñemos por el abismo de la indiferencia  como seres humanos miserables.
                El cineasta castellonense Sergi González, ha hecho que nos revolvamos en  nuestros asientos, con su corto “Será nuestro secreto”, maravillosamente protagonizado por una niña de 10 años: Martina Caparrós y la maestría de Rosario Pardo. No hay concesiones al vacío mental ni a la elucubración dispersante en este corto, en el que una nieta descubre a su abuela, supuestamente fallecida, en una visita escolar a una residencia de ancianos. A partir de aquí, Sergi González nos invita a la reflexión. Las otras actrices del reparto -curiosamente todas son actrices, quizá porque las mujeres son mucho más sensibles a este tipo de problemas-: María Pedroviejo, Ana Caldas y Rebeca Valls, van abriendo en canal aquellas zonas de nuestro cerebro insensibilizadas por tantos olvidos, conforme el drama, breve, intenso, como no puede ser de otra manera en un cortometraje, va mostrándonos una verdad, que nos abofetea sin compasión.
                “Será nuestro secreto”, sigue el camino de los trabajos anteriores de Sergi González y su productora Dionisia Films, radicada en Vila-real. En su laureada filmografía agita nuestra plácida mirada del  mundo, siempre desde lo cotidiano, desde esos pequeños conflictos personales o familiares, que nos rodean a lo largo de  nuestra vida. Consigue poner en valor la importancia de lo pequeño, de aquella brevedad que anunciaba Baltasar Gracián, enseñándonos que era dos veces buena. Esa es la magia de este cineasta afincado en Almassora y proyectado al mundo detrás de una cámara. La magia de hacernos grande lo pequeño, de convertir en universal un conflicto familiar, comunitario, pequeño comparado con los grandes problemas del mundo. Nos invita a reflexionar sobre cómo sería ese mundo si nos fijáramos en los conflictos con los que convivimos diariamente y nos propusiéramos solucionarlos.
                En “Será nuestro secreto” nos lanza el dardo de recapacitar sobre el olvido al que se ven sometidos nuestros mayores, y por ende, a todos los conflictos invisibles que deliberadamente nos esforzamos en olvidar. 

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...