viernes, 29 de septiembre de 2017

Estado de derecho


Publicado en Levante de Castellón el 29 de septiembre de 2017
Estado de Derecho son las nuevas palabras. Se invocan aquí y allá como un mantra sagrado para alejar los demonios que acechan la manera de pensar del poder. El político de turno sale, estira el cuello (ahora entendemos por qué estaba tan de moda la gola en los arrogantes funcionarios de la monarquía de los Austrias) para colmarse de dignidad embutida de razón y dispara: “España es un estado de derecho y no puede consentir que se vulnere desde Cataluña”. Es curioso que se utiliza el nombre de España en tercera persona, como si fuera una entidad única por encima de los españoles y no la suma de millones de entidad individuales que forman un colectivo. Y desde Cataluña se invoca a la justicia universal, histórica y démosle tiempo al tiempo para que divina, en la reclamación de querer tener un estado de derecho propio, después de haberse saltado todas las normas del estado de derecho para aprobar las leyes que les conducirán hacia la gloria de la independencia.
                Es cierto que un país se debe sustentar sobre un cuerpo de leyes que regulen la convivencia, un contrato social que ya fue formulado por Rouseau. A este compendio de normas  y leyes se le denomina estado de derecho. Nada que objetar a esto. Pero un estado de derecho puede ser una democracia, pero también una dictadura. En ambos casos el estado se sostiene por un cuerpo jurídico que lo regula. Luego entonces, como no es posible que haya estado sin normas, en una democracia, para diferenciarse de cualquier otra forma de gobierno autoritario, deberíamos hablar de estado de derechos. Porque lo que distingue a los ciudadanos de un país democrático de otro que no lo es, son los derechos. Los deberes vendrán definidos por esos derechos.
                Cuando desde el nacionalismo de derechas e izquierdas de ambas orillas del Ebro, se invoca al estado de derecho, uno tiene la sensación de que éste se utiliza más como garrote contra el otro, que como ofrecimiento para regular la convivencia en un contrato social satisfactorio para ambas partes. Porque todo se puede cambiar; cualquier ley, incluso las religiosas, está hecha por los hombres (entiéndase hombres en sentido genérico) y, por tanto, lo que el hombre hace lo puede deshacer el hombre.
                ¿De qué estado de derecho hablan? ¿Del que está condenando a miles de personas a  la pobreza? ¿Del que está convirtiendo a la clase trabajadora en los nuevos esclavos del siglo XXI? ¿Del que consiente años tras año que la brecha salarial entre hombres y mujeres continué? ¿Hablan del estado de derecho que modificó en quince días el artículo 135 de  la Constitución, esa que esgrimen como un santo santorum, para no hacer nada que perjudique a la élite de este país, que puso una alfombra roja a los recortes que están dilapidando el estado de bienestar? ¿Es el estado derecho el que permite al parlamento de Cataluña saltarse todas las normas y reglamentos que él mismo se ha dado, con el único propósito de laminar toda disidencia al proceso independentista? ¿El mismo que se salta el gobierno central a la torera para menospreciar la sentencia del Constitucional contra su Ley de Amnistía? ¿El estado de derecho del “Luís se fuerte”, que ha consentido y mantenido años de corrupción del rey para abajo, sin que estén todos y cada uno de los corruptos penando por sus delitos? ¿Un estado de derecho que adoctrina a los niños y niñas en las escuelas en la ideología del poder nacionalista? ¿Es el estado de derecho que tanto reclaman, el que niega que la gente puede votar, con todas las de la Ley, para expresar lo que piensan o quieren?
                El estado de derecho que invocan es el de la Ley Mordaza, el de la persecución a la libertad de expresión, y quién sabe si pronto a la libertad de pensamiento; el que trata de silenciar en Cataluña a quienes no son independientes y en el resto de España a quienes reclaman el derecho a decidir.

                Al final a uno le queda la sensación de que lo de Cataluña es una excusa para seguir invocando un estado de derecho, que sólo beneficia a quienes ostentan el poder o quieren ostentarlo, ocultando con una espesa capa de dogmatismo político los verdaderos problemas que tenemos los españoles y por extensión los catalanes. 

jueves, 28 de septiembre de 2017

"Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos" libro de Jaime Millás

                Jaime Millás es un periodista de raza, de aquellos que hacen de la información un esfuerzo de documentación y de la crónica un alarde literario. Lo pudimos ver, los que le hemos leído ya tarde, en su magnífico libro “Crónicas de la Transición valenciana 1972-1985”, en donde recopila parte de sus artículos en la prensa del momento, ofreciéndonos una radiografía única de la Transición en la Comunidad Valenciana. La manera que tiene de entender el periodismo se puede resumir en la siguiente aseveración: “Una de las reglas de oro del buen periodismo, al menos hasta hace bien poco, es que los periodistas no debemos mostrar nunca el yo narrativo en  nuestras informaciones, porque nuestras opiniones no interesan. Somos meros transmisores y difusores de la actualidad informativa. Somos el mensajero, no el inductor del mensaje”.
Estas palabras, que son de la introducción que él mismo hace en su libro “Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos” (Editorial Sargantana 2017), son una declaración de honestidad profesional y personal. Y desde esa honestidad encara en éste, su último libro, la biografía del poeta y dramaturgo escritor de sainetes valenciano, Manuel Millás. Un esfuerzo, el de poner distancia sobre el personaje biografiado, enorme, teniendo en cuenta que era su bisabuelo. La buena noticia es que Jaime Millás lo consigue y no se deja llevar por el sentimentalismo familiar, sino que realiza en ejercicio de investigación encomiable. Da carta de naturaleza a las palabras escritas por Justo Serna en el prólogo de la obra: “No es cierto que los historiadores deban escribir sin compromisos previos. Deben investigar con rigor… sabiéndose comprometidos”.
                El rigor investigativo no tiene que estar reñido con el compromiso y las querencias personales.  Millás, siendo consciente de ello, se pone el traje de historiador, no en vano es licenciado en Historia y Geografía por la Universidad de Valencia, aplicando el tesón y el bisturí del buen periodista a la hora de diseccionar toda la documentación que ha tenido que manejar para escribir esta obra dedicada a su bisabuelo Manuel Millás Casanoves, un funcionario que fue escalando puestos en el escalafón de la Diputación de Valencia, viticultor en su tiempo libre, buen padre de familia y burgués acomodado, que en la Valencia de la Restauración, se convirtió  en un magnífico escritor de sainetes en valenciano y excelso poeta romántico en castellano.
                Pero “Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos” es algo más que la biografía de Manuel Millás. Hay en el libro un trabajo paralelo, enfocado con  talente crítico –la Historia, para que no se convierta en hagiografía del poder, sólo se puede entender como un ejercicio crítico de los acontecimientos-. Jaime Millás, conforme va desgranado la vida de su bisabuelo,  nos hace participes de la vida cultural y social del momento en Valencia; de cómo se pasó del Sexenio Revolucionario a la Restauración y vuelta al poder de las élites anteriores a 1868. Nos cuenta cómo se vivía el teatro en la ciudad: los autores, los actores y actrices, las salas teatrales, los gustos populares y de las clases más conservadoras. Crea toda una tramoya cultural, social, incluso política, en la que no deja de hablarnos como influye todo esto en el desarrollo urbano de Valencia, entorno a la narración de la vida de Manuel Millás, con una maestría que nos atrapa. Y lo hace porque no cae en petulancias literarias, con un estilo ameno y una escritura fluida, que para nada hace que la lectura de este libro, que en apariencia se pudiera pensar pesado y falto de interés, resulte tediosa.

                A fin de cuentas, Manuel Millás fue un popular escritor de la Restauración, que distó mucho de tener un pensamiento uniforme. Su vida discurre en paralelo a la transformación de Valencia, en una época en la que todo estaba cambiando en España y su bisnieto Jaime Millás ha tenido la certeza de dárnoslo a conocer, con destreza, amenidad y muy buen criterio historiográfico. 

domingo, 24 de septiembre de 2017

¡Dios mío ¿Qué es España?!


Publicado en Levante de Castellón el 22 de septiembre de 2017

“¡Dios mío ¿Qué es España?!” Exclamaba alarmado ya en 1914 Ortega y Gasset por la falta de identidad que este país arrastraba desde hacía varias centurias. No ha sido Ortega el único intelectual que se preocupó por una España en constante descomposición identitaria, incapaz de encontrar un camino enraizado en unos valores comunes, de los que todos los españoles se pudieran sentir orgullosos. Otros intelectuales a lo largo del siglo XX también han tratado de escarbar en la psique colectiva del pueblo español y lo único que han encontrado ha sido la semblanza de El Quijote, como figura que nos une en nuestro desvarío. Que sea ese maravilloso chiflado, que interpretaba el mundo según lo veía su locura, el que nos da la identidad,  no es mala cosa, porque no deja de ser divertido. Pero nos hace transitar por el mundo sin enterarnos de nada de lo que sucede alrededor, con ese sentido de la justicia entroncada al honor (ya lo decía Calderón: “El honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”) como la más alta dignidad que una persona puede tener. No es difícil, por tanto, que erremos casi siempre el tiro, defendiendo lo que realmente no nos afecta.
                La estupidez de los españoles hizo clamar al poeta César Vallejo aquello de “España, aparta de mí este cáliz”, en un desgarrador poemario escrito a finales de 1937, cuando el país se desangraba por la falta de un proyecto común de vida: “¡…si tardo/si no veis a nadie, si os asustan/los lápices sin punta, si la madre/España cae, digo, es un decir,/salid niños del mundo, id a buscarla!...”
Volviendo a Ortega, nos quedamos sin aliento al leer estas palabras, que son un lamento sobre  nuestra falta de cordura y desaliño como país: “La realidad tradicional en España ha consistido precisamente en el progresivo aniquilamiento de la posibilidad de España”. Terrorífico que un pueblo sólo tenga como alternativa de convivencia su autoinmolación.
                Sin embargo, resulta conmovedor que este país, a veces tan de pandereta, a veces tan capaz de dar al mundo grandes obras en todos los ámbitos del saber, se convierta en una añoranza triste cuando uno se encuentra lejos de él. María Zambrano, una de las mujeres más lúcidas que ha dado el siglo XX en España, y si hubiera sido extranjera en el mundo, declaraba tras volver de su doloroso exilio: “Cuando ya se sabe sin ella, sin padecer alguno, cuando ya no se recibe nada, nada de la patria, entonces se le aparece”. Porque el desencuentro de España con su propio destino es un mal que nunca nos hemos propuesto erradicar, lo que lleva a reflexionar a la filósofa y pensadora malagueña, en un intento de enderezar el árbol torcido por la carcoma: “La razón de tanta sin razón y el sentido de tan inmenso caos, la razón del delirio, la locura y hasta de la variedad, claman por ser encontrados”.
                Nada hemos aprendido, quizá porque no interesa que aprendamos, y hoy, tras un periodo que parecía de lucidez nacional (ahora sabemos que al alto precio de desvalijar el país) volvemos a la quijotada y al honor como patrimonio del alma, y ya se sabe que este sólo pertenece a Dios, y por tanto, es una verdad absoluta. La cerrazón de una clase política y dirigente puesta por nosotros y la mirada ajena de la sociedad, que observa lo que está sucediendo desde la barrera, como si se tratase de un espectáculo taurino, nos vuelven a conducir al desgarro, a la intolerancia, a la imposición por la fuerza o la descalificación, cuando no al insulto de quien se cree en posesión de la verdad universal y tiene que arrojarla contra quien no es como él.

                España  se vuelve a desangrar por la cerrazón de una derecha demasiado acostumbrada a patrimonializar la idea de nación y el miedo de la izquierda a identificarse con un proyecto de país tolerante, abierto y de convivencia, que se pueda llamar España, sin rubor. Una izquierda que todavía tiene muchas legañas del franquismo y es incapaz de aglutinar a todos los españoles y sus patrias chicas en una identidad común, que contrarreste el nacionalismo que ahora mismo está poniendo el país patas arriba. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

Anclados en el tiempo


Publicado en Levante de Castellón el 8 de septiembre de 2017
De vuelta del verano tengo la sensación de que el tiempo está detenido en este país llamado España. Todo sigue igual, como si una mano alienígena hubiese parado las agujas del reloj de la historia y viviéramos en un tempo suspendido, que ni avanza ni retrocede. Nada de lo que se cocía antes del verano se ha terminado de guisar. Incluso, el terrorífico atentado yihadista de Barcelona ha conseguido cambiar las cosas. Los ingenuos pensamos que la furgoneta asesina que sembró de horror y dolor las Ramblas podía ser un punto de inflexión en algunas posiciones enclaustradas en la sinrazón de quienes se creen en posesión de la verdad universal.
                Pero no ha sido así, y sin el más mínimo respeto hacia las víctimas y la sociedad española en estado de shock, desde el minuto uno ha habido una pelea soterrada entre nacionalistas de las dos orillas del Ebro, por mostrar quién había metido la pata y quién se apuntaba la medalla de resolver el caso. Cuando la única conclusión es que si no existiera ese enfrentamiento cainita entre unos y otros, quizá, digo sólo quizá, se podría haber evitado el funesto atentado, a tenor de lo que hemos ido sabiendo por los medios de comunicación no afectos al poder.
                Es una pena que estemos ante una clase política incapaz de resolver un asunto tan grave como éste. Pero más pena es que la desigualdad y la pobreza se hayan instalado en el país para quedarse. Aunque en este asunto sí que hay movimiento: la pobreza se va extendiendo como una mancha oscura de aceite, alcanzando a la clase media y trabajadora. Ya no sirve tener un trabajo para progresar en la vida. El sueño del capitalismo de una mano de obra barata y esclava se está cumpliendo en España, gracias a los gobiernos de Mariano Rajoy que, por otro lado, está encantado de conocerse, con sus grandes cifras macroeconómicas, que no son más que un maquillaje de la realidad. Una realidad de miles de parados de larga duración, que a duras penas subsisten; de enormes capas de la población excluidas del sistema; de trabajos precarizados por la necesidad de tener algún ingreso; de pluriempleos que ayuden a llegar a fin de mes; de jubilados que ven como su pensión se reduce cada vez más. El gobierno ha conseguido que volvamos a la época de Franco, con todas las sombras que esta tenía y ninguna luz de las que tímidamente se fueron encendiendo. Por favor, ahora más que  nunca hacen falta unos sindicatos de trabajares potentes.
                A pesar de ello, la señora ministra de Sanidad y Consumo Dolors Montserrat está indignada con los pensionistas que llevan una vida regalada: Ya está bien de esta vida regalada de la que disfrutan los pensionistas, que a partir de ahora se van a tener que rascar el bolsillo esos avariciosos acaparadores monetarios que llegan a cobrar hasta 18.000 euros al año. Se siente ofendida la señora ministra de que haya pensionistas que ganen tanto dinero. O la ministra de Trabajo, que dice que en España no ha trabajadores precarizados y que el empleo que crea el gobierno de Rajoy es de calidad: El empleo que llega es de mayor calidad que el que se fue”. Aviso para navegantes de las dos ministras, de que el gobierno piensa retorcer una poco más el cuello a trabajadores y pensionistas en los próximos tiempos. La insaciabilidad de estos edecanes del capitalismo salvaje no tiene límites
                En el resto nada ha cambiado: la corrupción sigue por sus fueros y aquí nadie paga por ello; el gobierno sigue toreando al Congreso, ninguneándolo y haciendo de su capa un sayo; la sanidad con largas listas de espera; la educación pública perdiendo calidad por la falta de recursos, que van a para a la concertada, sobre toda si es religiosa; y el verano que se va con todos mucho más estresados por la masificación turística que se está convirtiendo en la nueva burbuja económica del país (veremos cuánto nos cuesta al final), para solaz de grandes empresarios y ministro de Hacienda.

                Este país llamado España, parece que tenga una maldición divina, que nos hace repetir los  mismos errores a lo largo de la historia, anclándonos en el tiempo. 

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...