Decimotercero día de cuarentena. ¿Somos
un país de maledicentes, que nos gusta echar la culpa de todo lo que nos pasa a
quien no es como nosotros? Me van a perdonar que haga esta pregunta tan retórica,
de la que todos ya sabemos la respuesta, pero es que no hay forma de tener un
poco de calma, de que las fieras se aplaquen y dejen de babear ante el olor a carnaza
del incauto que se pone a su tiro. Escriben hoy en El País un grupo de profesores
universitarios de la salud pública, pidiendo un poco de sosiego a nuestras
ansias de despedazar (esto lo digo yo, no ellos): «Responder con eficacia y justicia a la gravedad de
una pandemia sin precedentes para los millones de personas que la sufrimos en
todo el planeta requiere valores (honestidad, civismo, solidaridad),
conocimiento (ciencias, humanidades) y acción (política, social y personal). La
ambición ética, política y económica de la respuesta nos atañe a todos:
instituciones, organizaciones sociales, empresas y ciudadanos. Y la confianza
entre todos debe ser lo más amplia posible; para una cultura latina como la
nuestra, confiar en las instituciones suele ser un reto. Aceptemos con
tranquilidad que todos podemos errar, también los científicos y los políticos.
En los próximos meses, máxima prudencia, serenidad y comprensión.»
Me van a disculpar que me haya extendido tanto en la cita,
pero es necesario que todos seamos conscientes de nuestras limitaciones y
nuestras posibilidades. Solo así dejaremos de morder a quien no nos gusta.
Digo esto porque vengo leyendo desde la calma chicha de mi
casa «pintada no vacía», como escribió nuestro gran poeta Miguel Hernández, que
ha empezado la veda para buscar culpables de la extensión de la pandemia en
España, y como no puede ser de otra manera, el ojo siempre se pone en lo que
más molesta al conservadurismo “biempensante” de nuestro país. Es decir, ahora
le está tocando el turno al feminismo convocante de la manifestación del 8-M.
Para alguno parece que todo empezó ahí, en esa manifestación de mujeres alocadas
pidiendo igualdad, y como no, la culpa la tiene el gobierno por autorizarla y,
especialmente, la ministra de Igualdad. La prueba de tanta negligencia es que
la propia ministra se contagió de coronavirus. ¡Vaya! Igual que la presidenta
de la Comunidad de Madrid, que no estuvo en la manifestación. ¿Qué
coincidencia, verdad?
Hay que dar caña al mono, y el mono ahora es la manifestación
del 8-M, en la que por cierto participaron todos los Partidos, incluidos los
que ahora reniegan de ella, salvo Vox, que hizo su propio acto de homenaje a la
mujer (captemos la diferencia entre hacer un homenaje y pedir igualdad), y acabaron,
no se sabe cuántos contagiados por el virus. Pero claro, de este acto la culpa
la tuvo el gobierno por no prohibirlo, según palabras de Santiago Abascal.
Hay que demonizar el feminismo, que tan poco gusta a la derecha
y algunos. No importa que en esos días se siguieran celebrando misas, habiendo
aglomeraciones deportivas fuera de los estadios, llenos los bares, los centros
educativos, los mercados y mercadillos… todo el país se estaría contagiando
igual que en la manifestación del 8-M, pero las culpables son ellas. Hasta se
celebró la feria de la cerámica en Valencia, con profusión de profesionales
italianos, cuando en Italia el
coronavirus ya estaba haciendo estragos. Nadie dijo nada, porque nadie sabía o
no quería saber.
La mejor manera de que los agoreros y los oportunistas callen
es no hacerlos caso. Seguir nuestro confinamiento cuanto haga falta y hacerles
ver que nosotros somos uno, por mucho que ellos quieran sembrar la cizaña de la
división. Hasta las ocho.
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