Segundo día de cuarentena. Llueve,
aunque no hace demasiado frío. La verdad es que el día no invita a salir. Buena
noticia. Como Dios aprieta y no ahoga,
podría estar lloviendo todos estos días (con moderación, por su puesto, a ver
si va a caer otro diluvio y se va a freír
monas la cuarentena), y así estamos más a gusto en casa y rellenamos los
pantanos.
Hoy es el primer día laboral después
del toque de queda permanente decretado el sábado y veo con consternación que
todos esos cantos de sirena al teletrabajo, con entrevistas incluidas a supuestas
teletrabajadoras (digo esto porque he observado una cierta dosis de machismo,
al ser las entrevistadas casi todas ellas mujeres; debe ser que el teletrabajo es
cosa de féminas, para que puedan hacerse cargo de los niños) cantando las
alabanzas de esta creciente forma de trabajar, que tantos costes ahorra a las
empresas; aunque no he visto que se haya preguntado mucho sobre el tema en los
barrios ahora llamados periféricos, antaño llamados “obreros”.
La respuesta ha venido hoy, cuando
los transportes públicos se han vuelto a llenar de gente, a pesar de las restricciones
a la movilidad. Pero es que la gente tiene que trabajar, y la realidad es siempre
un bofetón no deseado al mundo virtual.
Parece que algunos planificadores no se enteran de que para la mayoría de los
trabajadores el teletrabajo es una entelequia, algo imposible, por la simple
razón de que tienen profesiones en las que el teletrabajo no cabe. No voy a
poner ejemplos.
Visto lo visto, en este segundo
día de cuarentena nacional, pienso si no sería posible que la gente de las
grandes empresas, de esas que ganan siempre y si no lo hacen las autoridades acuden
presto a su rescate, se quedaran en casa. ¿A caso no pueden soportar pagar a
sus empleados un par de semanas sin trabajar, por seguridad nacional y sus propios
trabajadores? No tiene sentido que se nos confine en nuestras casas, que se esté
insistiendo constantemente en que la vacuna del coronavirus es nuestro aislamiento,
y luego miles o millones de trabajadores y trabajadoras tengan que exponerse a
ser contagiados o a contagiar en sus puestos de trabajo o en los desplazamientos
a los mismos.
Si el país tiene que aislarse, lavarse
las manos y establecer una distancia de seguridad entre unos y otros, que se haga,
pero que se haga solo con las excepciones de aquellos trabajos y servicios
esenciales para combatir el virus, garantizar la seguridad y el funcionamiento
de las infraestructuras básicas.
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