Cuadragésimo octavo día de
cuarentena. 1 de Mayo. Hoy es el día de todos los hombres y mujeres que se
ganan el pan con el sudor de su frente (para que luego digan que el trabajo no
es una maldición bíblica), es decir, quienes trabajan por cuenta ajena o son
autónomos. Para ser más exactos, todo aquel o aquella que está, puede estar o
ha estado dado de alta en la Seguridad Social. Pero es un día extraño, sin
manifestaciones ni fiestas ni reivindicación codo con codo, de las demandas
laborales que los trabajadores tienen. Es curioso, pero conforme avanza el
confinamiento va creciendo en mi interior la sensación de que todo lo que
hacemos y vivimos es un trampantojo, algo que simula la realidad, pero que no
es ni nos hace sentirla como tal.
En fin, virtual o no, hoy celebramos
el Día del Trabajo, y en ausencia de la calle como lugar para reivindicarnos,
sería un éxito si reflexionáramos un poco (tenemos tiempo de sobra) sobre la
situación del mundo laboral en España y de qué manera nos afecta. Intentaré
aportar mi granito de arena.
El trabajo en España viene siendo
un problema estructural desde antes de la llegada de La Transición, que la
democracia no ha sabido o no ha querido solucionar. Es más, con el tiempo se ha
ido deteriorando hasta el punto de que los niveles desempleo siguen siendo altísimos,
incluso en tiempos de bonanza, a la vez que la precarización de contratos y condiciones
laborales, han ido ganando terreno a la estabilidad y el salario.
No es una casualidad esto, cuando
desde el principio de la democracia, se empezó a ajustar el mercado de trabajo,
siempre a la baja, teniendo el foco puesto en la liberalización de los despidos,
algo que se sublima con la Reforma Laboral del gobierno de Mariano Rajoy, pero
que ya venía bien embocada por el toril, por los gobiernos anteriores. La consecuencia
de todo esto es un mercado laboral rígido, incapaz de absorber dignamente la
demanda de empleo, unas leyes que favorecen el despido libre, un empleo temporalizado
y precarizado y cientos de miles de parados, que cuando llegan situaciones de
crisis como la actual se convierten en millones.
Pero también, nos encontramos en
una situación absoluta de desprotección,
no por los vaivenes políticos que está habiendo en los últimos años, sino
por la desmovilización sindical que hay en España, producto de décadas de campañas
de desprestigio por parte del poder del Estado, consentidas y jaleadas por los
propios trabajadores. Sí, hagamos también nosotros un mea culpa, porque
animados por fantasías que han metaforizado el
mundo del trabajo nos hemos colocado a los pies de los caballos.
No estoy defendiendo a los
sindicatos actuales, que errores han cometido y muchos, y desde luego, sí tengo
que posicionarme a favor de alguien es de los sindicatos de clase, porque toda
esa retahíla de sindicatos amarillos y corporativos, nada bueno han traído al
conjunto de los trabajadores, salvo desmovilizarlos con cantos de sirena. Ya saben
divide y vencerás. Sin unos sindicatos fuertes y de clase, nunca levantaremos
cabeza.
Sin embargo, en este Primero de
Mayo atípico de confinamiento, yo no creo que el problema del desempleo en
España sea exclusivo del mercado laboral, ni siquiera que este sea el que más
peso tenga. La economía española tiene un déficit estructural enorme, que la
convierte en una marioneta incapaz de generar puestos de trabajo estables y
decentes. Nos hemos convertido en un gran parque temático del turismo y la especulación
inmobiliaria, que en un caso supone precarización de los trabajadores y en el
otro especulación directa, que no necesita mano de obra.
Lo que realmente crea empleo de
calidad y estable, es el tejido industrial, el sector primario, los servicios
públicos (España tiene uno de los déficits más grande de empleados públicos de
toda la UE), los servicios sociales y un sector terciario que obtenga el beneficio,
no de la precarización laboral, sino de la competitividad empresarial basada en
I+D+i.
En el abandono de la ciencia y la
investigación es donde está la otra parte de la poca capacidad de respuesta en crisis
como la actual y en programas de desarrollo que hagan la economía y los servicios
competitivos. Si no mejoramos después de
esta crisis la estructura productiva del país, no solucionaremos ninguno de los
problemas del mundo del trabajo, ahora absolutamente roto.
No quiero acabar sin acordarme de
mi amigo Arturo Pajuelo. Hoy se cumplen cuarenta años de su muerte de manos de
un grupo de fascistas, a la salida de la manifestación del 1 de mayo de 1980 en
Madrid. Arturo fue un luchador por la libertad, la democracia y los trabajadores;
un líder vecinal como no lo ha vuelto a haber. Hace cuarenta años fue asesinado
y a su entierro asistieron casi 50.000 personas, incluido el siempre añorado alcalde
Tierno Galván. Que personas como Arturo, nunca caigan en el olvido.
Nos vemos a las ocho, y mañana,
con prudencia.
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