14º día de desconfinamiento.
Pijos. Después de dos meses de confinamiento los pijos están hartos de no poder
hacer lo que les venga en gana, que es lo que siempre han hecho. Están
enfadados porque no pueden gastarse el dinero que les sobra. Aburridos de beber
Moët de Chandon, Vega Sicilia y Glenfiddich; las ostras, el Pata Negra y las
huevas de esturión no son nada tomadas en la soledad de la casa, sin que nadie te vea como hacer alarde de buen
gourmet. En el fondo comprendo la vida tan tediosa que les están obligando a
llevar, como si fueran populacho del vulgo.
No me extraña que se manifiesten en
nombre de la libertad y contra un gobierno que está convirtiendo a España en
Venezuela, y echen de menos el Chile de Pinochet o a su añorado Franco, que les
dejaba hacer lo que quisieran siempre que le adoraran.
Y cómo están hartos y preocupados
por España, salen a la calle a protestar, porque tienen que defender la libertad
de sus hijos, no la de los niños del mundo: la de sus hijos, para que sean como
ellos y la estirpe de pijo se perpetúe en el tiempo. Cuando ellos se manifiestan
lo hacen en nombre de un valor tan superior como es su libertad y la defensa de
su dinero, sobre todo ahora que está en peligro porque el gobierno socialcomunista
les quiere meter un impuesto exclusivo para ellos. ¡Qué vergüenza! Al final
tendrán que acabar llevándose todo a algún paraíso fiscal.
Que nadie piense que los pijos
son como las feministas que se manifestaron el 8 de marzo y contagiaron a todo
el país, incluidos a los habitantes de San Salvador de Cantamuda, precioso
pueblo de 126 vecinos, perdido en el norte de Palencia. No, ellos están
legitimados a manifestarse porque Dios, que nunca les abandona, les apoya, a
ver si ya se abren de una vez las iglesias. También están con su cruzada el tándem
Casado/Ayuso/Aznar. Quién puede, entonces, decirles que están incumpliendo las
reglas del desconfinamiento, impuestas por un gobierno ilegítimo. A ellos, que
han sustituido los aplausos de apoyo a los sanitarios por caceroladas contra el
gobierno, convocadas por ese nuevo Partido
de patriotas, especialista en tirar la piedra y esconder la mano, ¿quién puede
decirles que no aman a España?
Poco les falta para reclamar la
República Independiente del Barrio de Salamanca o Pijolandia, aunque lo de
república no lo tengo tan claro, puede que proclamen rey legítimo de su nuevo cantón
al pretendiente carlista Carlos Javier de Borbón-Parma y Orange-Nassau (un rey con
ese nombre les tiene que provocar un orgasmo), para rescatar los valores de
una monarquía como Dios manda: católica,
apostólica y romana. Además Pijolandia sería heredera, como no, de Viriato, Numancia,
el Imperio Romano, Chindasvinto, Las Navas de Tolosa, el Imperio de Ultramar y
Francisco Franco. Casi nada.
No pueden aguantar más. Necesitan
la libertad de juntarse con los de su especie, y volver a su vida de apariencia,
de exhibir poder y lamborghinis, de dinero y golpes de pecho. En Pijolandia no estarían
cerrados ni los bares ni los restaurante ni los comercios ni las casas de putas.
Tampoco las iglesias, para que luego pudieran ir a expiar sus pecados y pelillos
a la mar.
Pijos. Son así. Su concepción del
mundo no es ni siquiera terraplanista. Se circunscribe al Barrio de Salamanca
en Madrid y todos los barrios que habitan en el resto del país. No se les puede
pedir más. Lo triste es que haya mucha gente que los sigue, que piensan que con
los pijos gobernando viviríamos mejor; que convirtiéndonos en mucamas de sus
intereses la vida es más sencilla. Ellos son pijos y no lo pueden evitar,
nosotros sí podemos remediar ser unos ignorantes.
Recordad. El domingo a las ocho aplauso
final de agradecimiento. A ver si lo hacemos tan grande que no se oiga otra
cosa en el país.
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