lunes, 25 de mayo de 2020

24º día de desconfinamiento. Dolor


24º día de desconfinamiento. Dolor. El dolor nos hace conscientes del drama de las cosas. Cuando uno está enfermo, si no hay dolor, parece que no pasa nada y la enfermedad avanza hasta que puede ser irremediable. Es como un chivato que nos avisa de que algo no va bien y debemos ponerle remedio. Según una parábola budista, el dolor es vehículo de la conciencia, es el que nos enseña a preguntarnos acerca de la naturaleza de las cosas, para superar con sabiduría las adversidades.
La ausencia de un dolor colectivo es lo que nos está haciendo transitar por esta fase final de la cuarentena con cierta o mucha frivolidad. Vemos concentraciones en terrazas y paseos en las que parece que no se respeta ninguna norma de seguridad, que no han sido puestas por el gobierno para fastidiarnos la vida, sino para preservar que no haya una involución en la epidemia, que podría tener consecuencias fatales. Tampoco son ajenas a ello las manifestaciones pijofachas y mentalidades simplistas que todo lo arreglan por la vía directa, es decir, en dos patadas.
Cuando sucede una guerra los muertos, los heridos, están ahí, conviviendo con nosotros, lo que nos hace adquirir una dimensión más real del drama que estamos viviendo. Sólo a un descerebrado se le ocurriría salir a pasear por la calle en pleno bombardeo, o a convocar protestas cuando el enemigo lanza bombas de gas mostaza. Esa interiorización del dolor propio y ajeno nos hace ser conscientes de la realidad que nos rodea, y por tanto precavidos.
Sin embargo, en esta pandemia, se ha tratado de ocultar el dolor producido por miles de muertos y cientos de miles de enfermos. Ha habido un comportamiento deliberado de tratar a la población  de una manera infantil, no mostrando el drama de la muerte y la enfermedad. Los propios fotoperiodistas de guerra, entre otros José Luis Cuesta, Mayte Carrasco o Gervasio Rodríguez, han denunciado las dificultades que han tenido, para construir un testimonio gráfico de la epidemia. Es como si ocultando la realidad, se haya pretendido diluir el drama. No es lo mismo que te digan como va a aumentando el número de  muertos diariamente, a que veas imágenes que penetran como un cuchillo, por la pantalla del televisor o del ordenador, hasta lo más profundo de tu conciencia, y mucho más en una sociedad donde la imagen cobra una dimensión extraordinaria.
Esa ausencia de un relato gráfico es la responsable de nuestra falta de empatía colectiva con el dolor que ha provocado la pandemia en el ámbito personal. No nos ha de extrañar entonces, que nuestro comportamiento sea el que está siendo, de mucha ineptitud. Cuando a una sociedad se la trata infantilmente, se comporta como si fueran niños exentos de responsabilidad. De ahí, muchas de las cosas que están pasando, convirtiendo la desescalada en una carrera sin sentido, o liberando el lado más infame y egoísta de una parte de la sociedad.
No hemos podido familiarizarnos con el auténtico dolor de los protagonistas de la pandemia, más allá de las imágenes lacrimógenas de la televisión, siempre mostrándonos el lado bueno de la tragedia, como las altas de enfermos acompañadas de los aplausos de quienes han estado cuidándoles y sanándoles. Ni ver el drama de la muerte en imágenes, con casi 30.000 fallecidos. Todas esas imágenes se han querido ocultar deliberadamente, haciendo que nos comportemos como si no hubiera pasado nada, porque nuestra alma no se ha impregnado de luto y tristeza, solo de ansiedad por salir lo antes posible de una situación que nos incomoda, ajena al drama que se ha estado viviendo en hospitales, residencias, tanatorios y  morgues.  
Siento ser así de duro, pero la fragilidad de nuestra memoria por la ausencia de empatía colectiva con el dolor, se debe, en parte, a  la falta de un relato gráfico,  que ayude a construir la memoria colectiva de la pandemia y sus dramáticas consecuencias en vidas y pobreza. Es la única explicación que se me ocurre, para poder entender el por qué de la insensatez de algunos comportamientos. 

Imagen: "Sarcófago". Obra de Sara Giménez Carramiñana. Perteneciente a la colección del MACVAC      

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