24º día de desconfinamiento. Dolor.
El dolor nos hace conscientes del drama de las cosas. Cuando uno está enfermo,
si no hay dolor, parece que no pasa nada y la enfermedad avanza hasta que puede
ser irremediable. Es como un chivato que nos avisa de que algo no va bien y
debemos ponerle remedio. Según una parábola budista, el dolor es vehículo de la
conciencia, es el que nos enseña a preguntarnos acerca de la naturaleza de las
cosas, para superar con sabiduría las adversidades.
La ausencia de un dolor colectivo
es lo que nos está haciendo transitar por esta fase final de la cuarentena con
cierta o mucha frivolidad. Vemos concentraciones en terrazas y paseos en las
que parece que no se respeta ninguna norma de seguridad, que no han sido
puestas por el gobierno para fastidiarnos la vida, sino para preservar que no
haya una involución en la epidemia, que podría tener consecuencias fatales. Tampoco
son ajenas a ello las manifestaciones pijofachas y mentalidades simplistas que
todo lo arreglan por la vía directa, es decir, en dos patadas.
Cuando sucede una guerra los muertos,
los heridos, están ahí, conviviendo con nosotros, lo que nos hace adquirir una
dimensión más real del drama que estamos viviendo. Sólo a un descerebrado se le
ocurriría salir a pasear por la calle en pleno bombardeo, o a convocar protestas
cuando el enemigo lanza bombas de gas mostaza. Esa interiorización del dolor
propio y ajeno nos hace ser conscientes de la realidad que nos rodea, y por tanto
precavidos.
Sin embargo, en esta pandemia, se
ha tratado de ocultar el dolor producido por miles de muertos y cientos de
miles de enfermos. Ha habido un comportamiento deliberado de tratar a la población de una manera infantil, no mostrando el drama
de la muerte y la enfermedad. Los propios fotoperiodistas de guerra, entre otros
José Luis Cuesta, Mayte Carrasco o Gervasio Rodríguez, han denunciado las dificultades
que han tenido, para construir un testimonio gráfico de la epidemia. Es como si
ocultando la realidad, se haya pretendido diluir el drama. No es lo mismo que te
digan como va a aumentando el número de muertos
diariamente, a que veas imágenes que penetran como un cuchillo, por la pantalla
del televisor o del ordenador, hasta lo más profundo de tu conciencia, y mucho
más en una sociedad donde la imagen cobra una dimensión extraordinaria.
Esa ausencia de un relato gráfico
es la responsable de nuestra falta de empatía colectiva con el dolor que ha
provocado la pandemia en el ámbito personal. No nos ha de extrañar entonces,
que nuestro comportamiento sea el que está siendo, de mucha ineptitud. Cuando a
una sociedad se la trata infantilmente, se comporta como si fueran niños exentos
de responsabilidad. De ahí, muchas de las cosas que están pasando, convirtiendo
la desescalada en una carrera sin sentido, o liberando el lado más infame y egoísta
de una parte de la sociedad.
No hemos podido familiarizarnos
con el auténtico dolor de los protagonistas de la pandemia, más allá de las imágenes
lacrimógenas de la televisión, siempre mostrándonos el lado bueno de la tragedia,
como las altas de enfermos acompañadas de los aplausos de quienes han estado cuidándoles
y sanándoles. Ni ver el drama de la muerte en imágenes, con casi 30.000
fallecidos. Todas esas imágenes se han querido ocultar deliberadamente, haciendo
que nos comportemos como si no hubiera pasado nada, porque nuestra alma no se
ha impregnado de luto y tristeza, solo de ansiedad por salir lo antes posible de
una situación que nos incomoda, ajena al drama que se ha estado viviendo en
hospitales, residencias, tanatorios y morgues.
Siento ser así de duro, pero la
fragilidad de nuestra memoria por la ausencia de empatía colectiva con el dolor,
se debe, en parte, a la falta de un relato
gráfico, que ayude a construir la memoria
colectiva de la pandemia y sus dramáticas consecuencias en vidas y pobreza. Es
la única explicación que se me ocurre, para poder entender el por qué de la
insensatez de algunos comportamientos.
Imagen: "Sarcófago". Obra de Sara Giménez Carramiñana. Perteneciente a la colección del MACVAC
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