7º día de desconfinamiento.
Madrid. No sé si cabe más despropósito con lo que está ocurriendo en la
Comunidad de Madrid desde que se inició la pandemia. Convertir una crisis de
tamaña gravedad, que está teniendo como resultado miles de muertes en un
territorio reducido (Madrid tiene más fallecidos por coronavirus que Alemania),
en un circo de ocurrencias, medias verdades y mentiras directas, con la
presidenta Diaz Ayuso a la cabeza, que solo tiene como fin escurrir el bulto de
la pésima gestión que está haciendo su gobierno del COVID-19, no parece muy
edificante.
Desgraciadamente para los
madrileños y el resto del país por extensión, la epidemia de coronavirus la han
convertido en una bufonada, que ya es más un insulto para sus habitantes, que
una representación interpretada para provocar la risa. Diría que da hasta miedo
que sigan al frente del gobierno de la Comunidad los que ahora no paran de
hacer el ridículo y poner en peligro la salud de todos.
Los madrileños están
acostumbrados a gobernantes descarados, corruptos, sinvergüenzas y mentirosos,
pero estos de ahora han rizado el rizo. Gobernantes a los que la sociedad
debería demandarles responsabilidades por la situación de la sanidad en la
Comunidad, que está en el centro de la incapacidad de haber dado una respuesta,
mínimamente aceptable, cuando se les ha exigido estar a la altura de las circunstancias,
y no de cualquier circunstancia, como hemos podido observar, con hospitales
abarrotados de pacientes por los pasillos y gente muriéndose por una sanidad pública
disminuida, a pesar del esfuerzo titánico de sus sanitarios; con residencias de
mayores convertidas en un inmenso tanatorio, porque los dirigentes madrileños
no han considerado que eran un foco de riesgo máximo. Hasta han mal alimentado
a los niños madrileños menos desfavorecidos, con menús de comida basura,
mientras su presidenta se dedica a organizar actos masivos de gente y repartir
bocadillos, como si el coronavirus no fuera con ellos.
La Comunidad de Madrid, vista
desde fuera, se ha convertido en un gran melodrama interminable, dirigido por
su presidenta, y con coreografía de su vicepresidente. El último acto es el
empecinamiento de pasar a la Fase 1 de la desescalada. Todo un vodevil, con su
presidenta ausente de reuniones, dimisión de la directora general de Sanidad,
documentos que se presentan tarde y sin firmar, y presiones para que se pase de
fase y la economía de Madrid se recupere.
No sé si ustedes pensarán igual,
pero a mí, que no tengo conocimientos médicos ni científicos, me parece que
Madrid está muy lejos de poder pasar a la Fase 1. Veo que las otras Comunidades
están haciendo esfuerzos, que algunas como Castilla-León, Cataluña y una
pequeña parte de Andalucía, van a aplicar la prudencia y excluir de esta fase
de la desescalada a importantes áreas de su territorio, y Madrid sigue jugando
al quiero y no puedo, al ratón y al gato con el gobierno, al chantaje de “a ver
si te atreves a decirme que no” me desescalas. Incluso llegan a la zafiedad de
presentar un documento sin firmar, no vaya a ser que las cosas salgan mal y
luego les pidan responsabilidades.
Mientras Manuela Carmena felicita
públicamente al alcalde de Madrid, por haber “asumido esa función de buen
director y capitán”, el país del sentido común, entre los que se hayan muchos
votantes y dirigentes del Partido Popular, no hooligans de la extrema derecha y
la política de opereta, se echa las manos a la cabeza por el espectáculo que
está dando el gobierno madrileño. Ese país alejado de la charanga y la
pandereta cuando las circunstancias lo exigen, mira con preocupación lo que
está sucediendo, porque una mala decisión para la desescalada de Madrid, al
final nos afecta a todos en la salud y en la economía. Por eso, esperamos que
si el gobierno madrileño no se apea de su huida hacia adelante, para que no
parezca que son lo que realmente son, sea el gobierno central quien ponga coto
a tanto disparate. Por respeto al resto del país y porque en ello, también, le
va su credibilidad.
Nos vemos a las ocho.
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