5º día de desconfinamiento. Augures.
Todos queremos volver a la normalidad, o a algo que se le parezca, dados los
augurios de que ya nada va a ser igual. Es curioso el papel que han tenido los
augures a lo largo de la historia, para decirnos lo que va a pasar en el futuro
y lo que no. Si en Roma se les llamaba Augures a quienes pronosticaban lo que
estaba por suceder, en la antigua Grecia se las llamaba Sibilas. Pero con los
siglos el oficio de la adivinación del futuro se fue degradando a brujas,
nigromantes, echadoras de cartas, adivinas y todo tipo de mujeres poco fiables,
para la mentalidad machista de la historia, que dejaba a los hombres que se
dedicaban a la adivinación el misterio de la astrología, con mucho más empaque
que el resto de adivinos, y entrada en los palacios de príncipes y nobles. Qué
hombre o mujer de alta alcurnia no tenía su carta astral, que le señalara el
camino por donde debía transitar en el futuro. El más famoso de todos ellos
fue, sin lugar a dudas, Nostradamus, reclamado hasta por Catalina de Medici,
esposa del rey francés Enrique II, que lanzó profecías que abarcaban los siglos
venideros. Hoy, todavía, tiene muchos seguidores.
En la actualidad, los augures no
han mejorado su condición. Vemos tarotistas en ferias y en programas de
televisión de madrugada; adivinos entre la jet-set, que nunca fallan, porque
siempre dicen lo que desea oír el cliente, adornado de un halo de arcano
oculto; y mucho vendemantas conocedor del futuro solo con mirarte a la cara.
Luego están los nuevos augures,
que tienen como oficio pasearse por diferentes medios de comunicación, lanzando
opiniones a diestro y siniestro. Incluso, hay algunos que dependiendo del medio
dicen una cosa o la contraria. El que paga manda, debe ser.
Estos, que fueron incapaces de
augurar la que se avecinaba, probablemente porque estaban ocupados profetizando
sobre cuánto tiempo iba a durar el gobierno actual, o por qué no se hizo todo
lo posible para que el MOBILE de
Barcelona no se suspendiera, ahora, con los mismos datos que tenían para no
darse cuenta de lo que se estaba cociendo en el mundo por culpa de un virus,
nos profetizan un futuro de cambios, sin que ninguno sea capaz de aventurar qué
cambios.
Ahora todos, como buenos
aprendices de brujo, nos dan lecciones sobre cómo se tenían que haber hecho las
cosas, y no dejo de percibir un tufo casposo y grasiento en sus análisis, que
proyectan al futuro para anunciarnos un tiempo de padecimientos y penalidades.
Algunos, incluso, se atreven a amenazarnos con el desastre total. Quizá, porque
al igual que las Sibilas entran en trance, o miran en los posos del la taza de
café, o practican la nigromancia buscando augurios en las vísceras de cualquier
animal muerto.
Augures modernos que para
adivinar el futuro, nunca dicen que los ricos paguen más impuestos o que la
riqueza se reparta de una manera más justa y equitativa. Jamás presagian que la
manera de salir de esta es que se acabe con el mundo neoliberal que nos ha
conducido a esta situación, al estar más preocupado por el beneficio y la
rentabilidad del dinero y los negocios, que en la salud y el bienestar de la
población. Solo nos anuncian que vienen tiempos duros y hemos de apretarnos el
cinturón. Vamos, como siempre. ¿O conocen ustedes alguna crisis en la que hayan pagado la factura los ricos? Como
pitonisas del Oráculo de Delfos, en el Templo de Apolo, no duraban ni un día.
Nos vemos a las ocho, para que si
van a cambiar las cosas, por una vez, no sea a nuestra costa.
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