Obra de Wences Rambla |
3º
día de desconfinamiento. Cero. El cero es un número que no apareció por la
Europa cristiana hasta el siglo XII, aunque sí se utilizaba en Al-Ándalus,
desde el principio de su presencia en la Península Ibérica. El cero que utilizamos
se denomina “cero indio”, que significa “Vacío”, es decir, nada. Cuando estamos
a cero, queremos expresar que no tenemos nada de una cosa, bien, porque no
hemos rellenado el vacío, bien, porque sumando números positivos y negativos,
hemos llegado al cero, o al vacío.
¿Qué
tiene que ver todo esto con el desconfinamiento? Se preguntarán ustedes. Todo.
Estamos en posición de poder elegir poner el contador a cero y empezar de nuevo
o seguir con la sociedad que teníamos antes del coronavirus. En ambos casos,
nuestra vida, la manera de entenderla o vivirla, va a estar condicionada por la
decisión que tomemos.
Podemos
optar por la decisión más fácil. Volver a la vida precoronavirus y pensar que
todo esto ha sido un paréntesis a olvidar lo antes posible. Dejar que muchas
cosas vuelvan: las prisas, los niveles de contaminación, el estrés, las
desigualdades, la explotación laboral y económica, las relaciones con amigos y
familia condicionadas por nuestro modo de vida, la ansiedad por tener…, en fin,
ese otro vacío que no es el cero, pero que llena de infelicidad nuestra vida.
También
podemos optar por el cero absoluto. El borrón y cuenta nueva y empezar desde el
olvido de todo lo anterior. Sería como convertirnos en Amish, renunciando a
todo por un extraño sentido de la religiosidad, y volver a iluminarnos con
velas. Vamos, sustituir la electricidad por el rezo. Aunque a algunos les
gustaría, no sé yo si esta es una buena opción.
Hay
un tercer camino; siempre hay una tercera vía. Que aceptemos el cero como
posibilidad y hagamos una reflexión sobre lo bueno y lo malo de la sociedad precoronavirus.
Sería como hacer un reset y reiniciarnos con todo lo bueno que ha ido
construyendo la humanidad en los últimos siglos. Vamos: hacer limpieza y acto
de contrición, para no caer en los mismos errores. Es la tarea más complicada,
porque nos exige un compromiso racional, no imbuido de dogmas religiosos basados
en la fe y en que un “altísimo” nos va a solucionar la vida, ahora o después de
muertos.
Si
estas semanas de confinamiento, de ver la vida desde otra realidad, nos han
servido para algo, no deberíamos dejar que los demonios que construyeron una sociedad
basada en su beneficio a costa de nuestro bienestar físico, mental y económico,
vuelvan a controlar todo. Y lo van a intentar; ya lo están intentando, desde
los resortes del poder que todavía manejan.
No
se trata de hacer una revolución, sino de tomar las riendas de nuestra vida, de
hacer que la economía no vuelva a ser un instrumento de desigualdad, destrucción
del planeta y enriquecimiento ilícito. No va a ser fácil, pero con una economía
destruida, como nos dicen que está, podemos empezar la reconstrucción de otra
manera. El edificio anterior no nos sirve, porque está plagado de minas y
francotiradores.
Si
hemos sido capaces de encerrarnos en casa durante muchos días para frenar un
peligro mortal, debemos ser conscientes de que podemos cambiar muchas cosas.
Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, en Europa, salvo países como España
controlados por una dictadura, se construyó una sociedad nueva, con una
economía potente, un sistema democrático solvente y una sociedad basada en el
bienestar común. No fue un regalo de los poderosos, sino la conciencia de que la
sociedad anterior a la guerra ya no servía. Fue un esfuerzo colectivo, en
algunos casos por imposición; en países como Alemania se implementaron
impuestos a las grandes fortunas de hasta el 70% de sus ingresos.
Tenemos
que decidir, como decía Guillermo Rodríguez, director del Huffpost, entre la España
de la burla, de la desvergüenza y la caricatura de Pablo Motos, o la del esfuerzo,
la dedicación, y el trabajo pensando en la mayoría, con sus errores y dudas de
Fernando Simón.
Nos
vemos a las ocho.
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