Vigesimosegundo día de cuarentena.
Conforme pasan los días, cada vez hablan más expertos sobre las consecuencias
psicológicas que pueden tener tanto tiempo de confinamiento. Escuchando a
algunos, no todos, afortunadamente, parece que somos una panda de trastornados
a la que cualquier cosa que desestabilice nuestras vidas, nos convierte en
carne de diván. Puede que haya gente que realmente lo esté pasando mal:
familias desestructuradas, parejas que no se soportan, hijos que son como un
grano en el culo constante, en fin, situaciones insoportables de convivencia.
No incluyo en este escrito a quienes estén padeciendo el miedo de tener que
convivir sin tregua con un maltratador, porque esa es otra historia mucho más
seria de lo que voy a hablar aquí. Pero más allá de este gravísimo problema, y
de los casos anteriores, que son los que confirman la regla, me pregunto si la
mayoría de nosotros tenemos derecho a quejarnos, a sentirnos ansiosos y
desgraciados.
Respetando el derecho que cada
uno tiene a sentirse como le dé la gana, creo que no hay motivos suficientes
para tanto alboroto psicológico. Si estar encerrados en casa, no confinados en
un campo de concentración, con nuestra familia o solos, que cada uno elige la
vida que quiere; sin obligaciones aparentes, lejos de las prisas de la vida
diaria que nos hemos impuesto; pudiendo hacer casi lo que queremos, es motivo
de ansiedad, estamos peor de lo que cabría pensar.
Vemos gente que realmente lo está
pasando mal: todos aquellos que están luchando directamente con el virus;
enfermos que se debaten en un mar de incertidumbres; familiares que ven como
algún ser querido batalla entre la vida y la muerte, y la impotencia que queda
cuando alguno se va y no puedes decirle ni adiós. ¿Y nosotros nos sentimos mal?
Podemos ser empáticos, y lo estamos siendo, pero de ahí a vivir en un estado de
ansiedad que nos amarga la existencia, hay un trecho.
Además de estar en casa, -¿no es
un placer poder hacerlo sin prisas en la casa que hemos ido construyendo poco a
poco?-, vivimos en una sociedad rica, que gracias a las medidas
gubernamentales, y no me refiero solo a España, nos está garantizando cierta
tranquilidad, dentro de las posibilidades de cada Estado; la sanidad, la
educación, que los servicios sociales sigan funcionando, que tengamos un
colchón económico hasta que esto pase. ¿Y nosotros vivimos agobiados por tener
que estar unos días más en casa, sin madrugar, viendo películas, leyendo
libros, despertando nuestro lado más imaginativo y creativo?
Reflexionemos un poco si tenemos
derecho a quejarnos como niños malcriados, que se enrabietan por todo, y
estresarnos (esto puntualmente puede pasar, porque no somos Ghandi) o es que
nos están endosando una vitola que no se corresponde con la realidad, y en el
fondo, todos, todas, cada uno de nosotros, cada una de nosotras, estamos de
puta madre (con perdón por la expresión, pero así todos me entienden).
Por si acaso, no confundamos la
ansiedad con el aburrimiento. Hasta las ocho.
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