Trigésimo día de cuarentena.
Guerra. Cada día escuchamos más términos bélicos para referirse a la pandemia
del coronavirus. Yo también lo he hecho y ahora pido perdón por ello, pues no
me parece muy adecuada la terminología bélica en este momento, ya que, como ya
he escrito en otro momento, detrás de las palabras se esconden intenciones que
no están explícitas cuando se utilizan.
Estamos en guerra. Esta es la expresión
más escuchada a los dirigentes políticos del mundo occidental. Y yo me pregunto
¿dónde está la guerra? ¿Dónde los bombardeos, las sirenas que anuncian que se
acerca la muerte, las levas de soldados,
las muertes desorbitadas en los frentes y la retaguardia, el hambre o la destrucción
de las ciudades e infraestructuras? Guerra hay en Siria o en Yemen, con miles
de desplazados y una única preocupación: sobrevivir.
En España, en Europa, en el
mundo, no se están pegando tiros, y tengan en cuenta que cualquier guerra, por
muy tecnológica que sea, acaba a tiros. Pero aquí no hay tiros ni nada que se
le parezca a vivir en un ambiente bélico, salvo que traten de idiotizarnos con
falsos mensajes de miedo, para que quedemos paralizados y escondidos tras
nuestra impotencia. Se está luchando contra un virus, con lo cual todo el escenario
de actuación tiene que estar, principalmente, en la ciencia y la sanidad. No
parece que estas sean cuerpos de élite militares, sino más bien actividades a
asegurar nuestra calidad de vida, es decir, el antítesis de lo que sucede en
una guerra.
¿Qué se esconde, entonces, detrás
de esa terminología guerrera? Es difícil saberlo, porque lo mismo lo utilizan
Trump que Pedro Sánchez y seguro que cada uno tiene una intención diferente.
Pero, más allá de eso, el hacernos creer que estamos en un periodo bélico puede
tener intenciones de control excesivo, de manga ancha hacia una etapa de restricción
de derechos (ya sucedió en EEUU después de los atentados a las Torres Gemelas)
o de que caigamos en la tentación de dejar todo en manos de gobiernos y gran capital
para salir de la crisis, volviendo a un mundo más desigual y menos democrático.
Son especulaciones, pero dice el refrán que cuando el río suena agua lleva, y
cuanto más desprevenidos nos coja menos capacidad de reacción tendremos. Y las
palabras nunca son inocuas, ni siquiera las metáforas.
Por eso, el gobierno de España,
de carácter progresista y mucho más social que cualquier otro que haya habido
en los últimos años, debería cuidar su vocabulario belicista. Un vocabulario,
además, muy machista, que se sustenta sobre relaciones de poder muy verticales,
que encaja poco con el ideario de igualdad de género que pretende aplicar.
No estamos en guerra. Nos encontramos
ante una amenaza que nada tiene que ver con enemigos vestidos de caqui, y por
eso ha de tratarse también desde el ámbito lingüístico, como un virus, y como
tal es la ciencia la que debe tener el protagonismo y el personal sanitario
todo el mimo del mundo. Por eso, salimos a aplaudir a las ocho todos los días.
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