Vigesimoquinto día de cuarentena.
Aire. Hay un asunto que deberíamos empezar a valorar para cuando acabe la
cuarentena, que todo llegará. Y no me refiero a que nos lancemos, como fieras
enjauladas recién liberadas, a los bares, que todo se andará, y volveremos a
brindar a la salud de los presentes. Me está resultando curioso el estoicismo
con el que nos estamos tomando haber roto esa cadena de relaciones sociales que
son los bares en España. Porque aquí no vamos al bar a beber, vamos a hacer
vida social, a sentirnos miembros de la comunidad a la que pertenecemos.
Pero no es de bares de lo que
quiero hablar. Es de contaminación. Ya tiene guasa que ahora que las ciudades
están limpias de gases contaminantes, no podamos disfrutarlo al aire libre,
como si estuviéramos cumpliendo una penitencia, por ser los causantes de tanto deterioro
medioambiental. ¿No ha encontrado el coronavirus un campo abonado para su expansión
en una sociedad donde las enfermedades respiratorias y autoinmunes están a la
orden del día?
Deberíamos hacer un alto y mirar
qué tipo de sociedad hemos construido, al borde del colapso ecológico, que en
cuanto paramos la actividad económica, y dejamos de usar el coche hasta para ir
a comprar el pan, los niveles de contaminación atmosférica bajan drásticamente.
Algo estamos haciendo mal. A lo mejor, conseguiríamos doblegar el efecto
invernadero y por ende el cambio climático, si la cuarentena mundial durase un
par de meses más.
Es muy triste llegar a esa
conclusión. Qué tengamos que asumir tener que encerrarnos en casa para salvar la
supervivencia de nuestra civilización. Seamos conscientes de que no hemos sido
ni la única ni, posiblemente, la última. Pero si estamos condenados a
desaparecer, que no sea porque nos hemos autodestruido, envueltos en necedad y
autosatisfacción.
Estamos comprobando que revertir
el cambio climático es posible; como la naturaleza, que es ese espacio en el
que vivimos, se regula así misma; que los únicos que estamos alterando el
ecosistema que nos ha permitido vivir durante miles de años, somos nosotros. No
creo que haya una especie en la tierra tan imbécil como para destruir el sitio donde viven.
Reflexionemos si la vida que llevamos
de complacientes consumidores, en una espiral de desarrollo sin límite, es sostenible,
en una sociedad donde es necesario que cada vez consumamos más, porque es la
única manera de aumentar los beneficios del capitalismo depredador que gobierna
todo. En estos días de confinamiento y respiro de la naturaleza a nuestras agresiones,
pensemos si cuando todo esto se acabe merece la pena volver a cometer los mismos errores que antes de la pandemia, o si
nos vamos a tomar en serio que otra forma de vivir es posible, sin necesidad de
padecer escaseces, más acorde con el entorno que no rodea.
No sé si el coronavirus va
suponer resetear nuestra forma de comportarnos como sociedad. Sí sé que estamos
afrontando que hay otras maneras de vivir y relacionarnos. Pero también sé que
el reseteo no se va a hacer solo, que si no lo hacemos nosotros, volveremos a
caer en lo mismo y, posiblemente, con más ahínco destructivo. A ver si es posible,
que dentro de un tiempo salgamos a los balcones a darnos un aplauso, porque
hemos aprendido la lección.
Después de pensar y la siesta,
nos vemos a las ocho.
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