Publicado en Levante de Castellón el 18 de mayo de 2019
Todo el mundo anda
revolucionado porque se va a tener que volver a fichar en los trabajos. Digo
volver, porque no es una cosa nueva. Yo estuve haciéndolo durante más de 25
años, y cuando se fichaba se pagaban las horas extras y se podía calibrar sí
esas horas eran estructurales, con lo cual hacía falta aumentar la plantilla o,
por el contrario, eran por aumentos de la carga de trabajo temporales. Cuando
dejaron de pagarse las horas extras, apareció un nuevo término: “prolongación
de jornada”, que solamente escondía el abuso
de los empresarios ofreciendo el chocolate del loro: si prolongabas jornada no
te despedían o acumulabas puntos para un ascenso. Además el empresario se
ahorraba una buena cantidad de dinero, con el consabido fraude a la Seguridad
Social y a la Agencia Tributaria. Echen ustedes cálculos: si se hacen dos
millones y medio de horas extras semanales sin pagar, cuánto dinero supone que
dejan de percibir los trabajadores; cuánta riqueza deja de repartirse a la
sociedad; cuánto se deja de cotizar a la Seguridad Social y Hacienda, a costa
del trabajo sin remunerar. Por no decir, claro, que no pagar las horas extras
sólo tiene un beneficiario: el empresario y los millonarios beneficios que
tienen las grandes empresas en nuestro país.
No creo que
exista un problema técnico para que los trabajadores fichen a la entrada y la
salida de sus jornadas laborales. En las grandes empresas, como pueden ser los
bancos, por su puesto que no. Ni siquiera en las medianas y las pequeñas, por
muchas modalidades de jornada laboral que existan. Es tan fácil como marcar
cuando se entra y volver a hacerlo cuando se sale, aunque haya varias entradas
y salidas a lo largo de la jornada. De lo que se trata es de poder saber si un
trabajador, al final del día, ha hecho las horas que le corresponden o no, y si
las ha sobrepasado, se las han pagado. ¿Alguien se puede creer que en una
sociedad altamente informatizada, en la que se puede operar a mil kilómetros de distancia con un
simple ordenador, es creíble tanta dificultad para controlar que las jornadas
de trabajo se cumplen? Y si realmente lo hubiese, implantemos el sistema
antiguo de reloj y ficha, que es barato y efectivo.
Siempre que se
trata de implementar una medida que favorezca a los trabajadores surgen
dificultades de todo índole como setas en otoño. Además, no acabo de entender
por qué fichar va a ser perjudicial para la economía. Eso que algunos
empresarios han dicho sobre el peligro para la productividad, no deja de ser
una visión muy española de los negocios, que sólo enfocan los aumentos de la
productividad ahorrando costes o explotando a los trabajadores. Tercer mundo,
vamos.
Lo que se
esconde detrás de tanta dificultad impostada es el miedo a que las relaciones
laborales estén reguladas. Mejor actuar al libre albedrío, para que nadie pueda
controlar que se hacen contratos a media jornada y se obliga a trabajar jornada
entera; que es mejor tener al trabajador a entera disposición del contratador,
con horarios de miedo y jornadas que nunca se acaban, mientras sus cuentas
corrientes se engrosan gracias a esta explotación consentida. Lo ha resumido
muy bien la candidata del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de
Madrid, Isabel Díaz Ayuso: «Yo
prefiero un empleo a que no haya empleo. A mí, cuando empiezan a hablar de empleo
basura me parece que es ofensivo para el que está deseando tener ese
empleo basura que está dando oportunidades para corregir problemas que
tenía». Este es el espíritu
empresarial de este país. Los trabajadores, tienen que estar agradecidos por
tener trabajos de mierda, salarios de mierda, condiciones de mierda y jornadas
de mierda, con perdón.
No es de
extrañar, entonces, que una norma que ya existió en otro tiempo y ninguna
empresa se arruinó por ello, dirigida a poner coto a tanto abuso laboral y
fraude empresarial a las cuentas del Estado, levante tanto revuelo entre
empresarios y políticos sin dos dedos de frente, como lo hizo el aumento del
salario mínimo, anunciado como las Trompetas de Jericó, que iban a derribar el
sacrosanto sistema laboral español. Ese sistema, que llena los bolsillos de
unos pocos, a costa del sudor de muchos.
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