En el ADN de un demócrata debería estar grabado que nunca jamás se
llegará a un acuerdo con la extrema derecha ni para formar gobierno ni para que
lo sustente. De hacerlo, deja mucho que desear la calidad democrática de quien
lo lleva a cabo y trasluce que le da más valor a sus ansias por agarrar poder,
que al bien común de la sociedad. No parece que la derecha española esté muy de
acuerdo con este principio, a tenor de lo sucedido en Andalucía y la rapidez
con que se han lanzado a dar por hecho que no van a poner reparos para conseguir
gobiernos en ayuntamientos y comunidades autónomas con el apoyo de la extremaderecha.
No está ocurriendo lo mismo en la izquierda, pero sí hay un tufo excluyente en una
parte, que está muy lejos de anteponer los intereses de la sociedad a los
suyos.
Ciertamente es así. Lo que nos lleva a una política de bloques incapaces
de alcanzar acuerdos por el bien de la democracia. Decía Bakunin que ejercer el
poder corrompe; someterse a él degrada. Y cuando un político se somete a sus ansias
de poder, está degradando su imagen y sus acciones de gobierno futuras. De ahí,
que esa claudicación, que incapacita para la dimisión y el examen de conciencia,
del que hacen gala algunos políticos en España, conduzca a un enroque de
posiciones, imposibles de sostener en una democracia, que debe fundamentarse en
el diálogo, el acuerdo y la aceptación del otro como sujeto con valor político,
siempre dentro de los límites de libertad, fraternidad, igualdad y respeto.
Afortunadamente, empiezan a levantar la cabeza algunos políticos con una altura de miras democrática mayor de lo que
estamos acostumbrados, tanto por la derecha como por la izquierda, que están
dando muestras de una generosidad inédita desde la Transición, con sus
propuestas de gobiernos alejados del delirio nacionalista y el simplismo
fascista. Porque cuando un Partido no puede alcanzar acuerdos con sus afines, y
la gobernabilidad alejada de los extremos fanatizados sólo se puede alcanzar llegando a acuerdo con
tus adversarios, se hace imprescindible el pacto, aunque el resultado no
satisfaga plenamente a unos y a otros.
Dicho claramente. De los acuerdos entre la derecha y la izquierda no afines
al extremismo, dependen muchos gobiernos municipales y autónomos de progreso, y
quien no lo entienda así, será partícipe de la locura que la extrema derecha y el independentismo han
inoculado en este país.
¿No queríamos el fin del bipartidismo? Esto es el fin del bipartidismo: negociar,
negociar, negociar. Y ya no estamos en tiempo de elecciones, en el que todos
los dislates dialécticos valen. Ahora tocar demostrar cuál es la valía política
de cada uno más allá de sus intereses personales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario