viernes, 24 de mayo de 2019

Castellón, ayuntamiento del cambio


Hace cuatro años votábamos con la esperanza de acabar con tantos años de corrupción en los ayuntamientos y otras instituciones.  Pero también lo hacíamos con la ilusión de poder cambiar las políticas municipales liberal/conservadoras, poco atentas a las necesidades de los ciudadanos, que tanto daño habían hecho en nuestras ciudades. Sus elevados endeudamientos y el abandono de los barrios más populares abrieron una brecha enorme entre unas zonas de las ciudades y otras, intolerable para una democracia. 
                Afortunadamente, el cambio se produjo y no fueron pocos los ayuntamientos que mudaron el color político después de décadas de ser gobernados por la derecha. Se constituyeron, entonces, los denominados “Ayuntamientos del Cambio” por toda la geografía española, como un soplo de aire fresco que limpiara el olor a podrido y cerrado que emanaba de los edificios consistoriales. También en Castellón, como en numerosas localidades de la provincia y la Comunidad Valenciana se produjo ese cambio, que ahora tenemos que evaluar con nuestro voto.
                Desde la perspectiva de la ciudad de Castellón, que es la que puedo tener, me atrevo a decir que el cambio ha sido satisfactorio. Tanto, que incluso los dos partidos de la derecha parece que hayan tirado la toalla en la contienda electoral, nombrando candidatos que en ningún caso están a la altura de los retos de futuro sostenible, urbanísticos, sociales, culturales y de bienestar que tiene la ciudad.
                Los cambios en la ciudades se van vislumbrando poco a poco en un goteo constante de actuaciones municipales, que al final acaban cambiando el paisaje urbano y humano, así como las relaciones entre el poder municipal y los vecinos. Más importante es todavía  el comportamiento de la sociedad, del mundo asociativo en un escenario donde  la independencia y su actividad no dependan del pesebrismo y los intereses del poder que gobierna la ciudad. Decir que se ha acabado con aquello sería decir mucho, pero en la ciudad de Castellón se respira otro ambiente lejano de aquellas genuflexiones que una parte de la sociedad civil hacía a los gobernantes, sin pudor. 
                En estos años, el gobierno del ayuntamiento ha tenido que bregar y reducir la abultada deuda económica que heredaron de sus antecesores, consiguiendo que la riqueza municipal mucha o poca, llegue a todos los rincones de la ciudad, beneficiando a un gran número de vecinos que antes estaban excluidos. En definitiva, se ha cambiado a mejor, gracias a una gestión eficiente y dirigida a sus habitantes. No cabe aquí enumerar actuaciones y logros, eso que cada uno los valore, pero sí conviene decir que hoy estamos mejor que antes, sin grandes proyectos delirantes y voraces de las arcas municipales. En Castellón, como en otras ciudades del país, los ayuntamientos del cambio han funcionado, haciendo olvidar los años de vino y rosas de una derecha depredadora y poco empática con los problemas de los ciudadanos.
                Evidentemente, no todo ha sido maravilloso ni vivimos en “jardilandia”, ni si quiera creo que el gobierno municipal de Castellón piense esto. Hay muchos flecos que coser y muchas políticas por desarrollar en medio ambiente, sostenibilidad, cultura, innovación, desarrollo urbano integrador, igualdad, seguridad, urbanismo… En una sociedad viva, los problemas nunca se solucionan del todo y el conflicto de intereses está siempre patente.  Lo interesante, es que el camino trazado durante estos cuatro años es por donde se debe transitar.
Bajando a lo concreto, hay dos propuestas hechas en campaña, que me parecen acertadas, dentro de ese horizonte de construir una ciudad más humana y sostenible. Esperamos que no se queden en eso, en propuestas.
                Por un lado está la conversión del antiguo asilo en una gran biblioteca y centro cultural. Castellón necesita un lugar que dinamice la cultura,  el arte, la literatura, para estar a la altura de convertirse en una gran urbe (esto no depende sólo del número de habitantes). No olvidemos que la cultura humaniza la vida y las relaciones sociales. Todo dependerá del uso que se le dé, y el cosmopolitismo que tenga. La otra propuesta es la ejecución del parque de Fernando el Católico. Un parque necesario para el distrito este y para toda la ciudad, anunciado a lo largo de estos últimos veinte años en varias ocasiones. Aumentar los espacios verdes hace más sostenibles a las ciudades y mejora la calidad del aire y de vida de sus ciudadanos.
                Las ciudades y municipios españoles se convirtieron hace cuatro años en agentes del cambio de proximidad. Hagamos que sigan siéndolo frenando los cantos de sirena y la megalomanía de la derecha, que sólo esconden desigualdad y beneficio para unos pocos. 

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