Julio César Cano va abriéndose paso
en el intrigante mundo de la novela policiaca. No es fácil en un subgénero
literario al alza desde hace varios años, y a mi juicio, con un exceso de
publicaciones que pueden llegar a saturar al lector. Cuando hay demasiado de
una cosa, hay mucho malo y mucho bueno, por eso, que Julio César Cano esté
situándose entre los mejores, es un mérito forjado a lo largo de sus cuatro
novelas ambientadas en el género negro y policiaco, en las que su Inspector
Monfort va camino de convertirse en uno de los detectives con placa más afamados
de España.
En esta, su última entrega de las
peripecias de Bartolomé Monfort, hace que sobrevolemos hasta caer y enfangarnos
en la sórdida mente de un psicópata marcado por la envidia y el odio. No es tarea
fácil la que Monfort tiene por delante, teniendo que abrirse camino entre la maleza
del mundo canalla de la música y la oscuridad letal de las drogas.
Julio César Cano, con la maestría
que va adquiriendo a lo largo de sus novelas y el conocimiento de un personaje
que ya puede hacer suyo, no porque él se lo haya inventado, sino porque para
siempre, el Inspector Monfort estará ligado a la pluma y la imaginación de su
autor. Además, esa estructura de la narración organizada en dos historias
paralelas, pero convergentes, que ya utilizó en su novela anterior, consigue un
ritmo narrativo muy ágil y envolvente.
Con Flores Muertas, volvemos a pasearnos
por Castellón y su provincia de la mano
de Monfort. Porque, al igual que sucede con el efecto mariposa, un suceso
acontecido en Vilafranca del Cid hace más de veinte años, acaba teniendo consecuencias
fatales en la actualidad. La mariposa bate sus alas y sacude toda la geografía provincial.
Y ahí es donde nos atrapa la narración y un inspector, que se va haciendo viejo,
y por eso cada vez más entrañable.
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