Día Internacional del Beso
¿Quién no se acuerda de esos besos de las tías, cuando hacía
tiempo que no te veían, y te cogían de la cara con las manos mientras te daban
un sonoro beso en la oreja, que resonaba en el interior de tu cabeza como una proyectil
de trompetas que estallaran todas de golpe?
Besos que son una expresión exagerada de lo que nos gusta
besar a los españoles, que no concebimos la relación con nuestros semejantes
sin el visto bueno de los labios. Porque los besos sonoros de tías;
desesperados de abuelas, que parece que siempre te están dando el último. Besos
entre amantes, como los de las películas antiguas, de tornillo sin abrir la
boca (no como los que vemos ahora en el cine, apasionados y lúbricos; ni los
castos besos de las películas españolas de la dictadura, que eran en la
barbilla, huyendo de los labios como si el COVID-19 anidara entre sus
comisuras). Besos de madre, que no cambian ni aunque pasen treinta años; besos
de hijos al llegar a casa, que si no se dan parece que ha entrado la mitad de
ellos; besos formales, de presentación, que son como un chequeo que dice cómo
puede ser la otra persona por el olor y el contacto con su piel; besos pijos,
de esos que son ¡mua, mua!, rozando solo los carrillos; besos de bares,
imprescindibles para sentirnos acogidos por nuestros amigos; besos de oficina,
formales y, a veces, no exentos de una cierta exploración erótica; besos en los
morros, que son un te quiero sin fisuras; besos de Judas, traicioneros y ladinos;
besos de tristes de despedida, cargados de esperanza y pérdida. En fin, besos que configuran nuestra vida, que la
hacen más dulce y cercana. Porque cuando dos personas se besan, están abriendo
su burbuja de seguridad, en un acto de confianza máxima.
Si para nosotros el beso no fuera una parte de nuestra alma,
de nuestro alimento vital, seríamos otros muy distintos, que no entenderían que
en el beso encontramos un elixir de vida y de amor. Nunca habría existido la
copla, y la gran Concha Piquer, jamás habría cantado: “Y bajo tus besos en la
madrugá,/sin que tú notaras la cruz de mi angustia/solía cantá:/Te quiero más
que a mis ojos,/te quiero más que a mi vía,/más que la aire que respiro/más que
a la mare mía”.
Seguiremos besando y celebrando que lo hacemos.
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