Escuchaba hace no mucho a una
chica joven decir que estaba harta de vivir tantos acontecimientos históricos.
No me extraña, porque la juventud lleva doce años sin un momento de relajo, y
encima, a todo lo pasado, se le añade una guerra en las puertas de casa, como
aquel que dice, que aporta muchísima más incertidumbre a su futuro, por no
decir un temor verdadero a que los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis, que
inevitablemente acompañan a cualquier guerra, se instalen en sus vidas
marcándolas para siempre. Resulta triste no ser el responsable de un suceso,
pero sí sentir que las consecuencias las vas a pagar tú, si no las estás ya
sufriendo.
Es cierto que la juventud tiene
una ventaja sobre los que ya no somos jóvenes, y es que tienen toda la vida por
delante, y con esa capacidad de resiliencia y adaptación a las circunstancias
que tenemos los humanos, podrán reponerse a tanto despropósito y rehacer sus
vidas, como lo han hecho los sobrevivientes de otras catástrofes pasadas. Pero
ahora, en pleno apogeo vital, cuando cada día debería ser un paso a la
conquista de sus sueños, una sombra gris se cierne sobre ellos, sin solución de
continuidad, desde la Gran Recesión de 2008,
provocada por la avaricia de un capitalismo salvaje y especulativo; la
pandemia universal que ha cambiado tanto nuestros hábitos de vida; y ahora la
guerra en Ucrania, provocada por ese fantasma que creíamos desaparecido de
Europa, como es el fascismo, que tan de moda está entre muchos de esos jóvenes,
desgraciadamente, deseosos de escuchar algo que les levante el ánimo, aunque sea
mentira.
No es cierto que la juventud sea
caprichosa y mal criada, como muy a menudo se dice cuando no aceptan los
códigos y valores que han conducido la vida de las generaciones que la ha
precedido. Y mucho menos, una juventud muy preparada que ve cómo sus
expectativas de futuro se van diluyendo en la imbecilidad de los adultos, que
somos incapaces de entender que el mundo cambia y que las necesidades de las
generaciones que nos siguen son otras. Un mundo que está en pleno proceso de
transformación, tan rápido que a todo el que tenga más de cincuenta años
sobrepasa.
Vivimos en un época histórica de
transición acelerada hacia no sabemos todavía muy bien donde, como ha pasado
siempre en los momentos de cambio en la humanidad. Pero lo que sí tengo claro
es que está más preparado para lo que viene un chaval o chavala de 8 años que
un hombre o mujer de 60. Dejemos a los jóvenes que tomen las riendas de un
futuro que les pertenece, porque si se equivocan será su mundo el que pague las
consecuencias. Nosotros solo deberíamos cumplir un papel: rebajar la
testosterona propia de la juventud para que la solución de los conflictos no
sea violenta y se mueva en los límites de la democracia, la igualdad y la
tolerancia hacia los otros. Algo que parece que no solo no estamos haciendo,
sino que alimentamos negativamente día a día. Solo nos queda ese cometido, porque mal podemos
aconsejar sobre lo que no comprendemos.
La verdad, es que tantos
acontecimientos históricos acaban siendo una aburrimiento, incluso para los
mayores. Y ya saben que cuándo una sociedad está aburrida, solo ganan los
vendemantas que nos dicen lo que queremos escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario