Y si lo visto hasta ahora nos
parecía poco, en estas últimas semanas cualquier atisbo de dignidad ha quedado
laminado por la compra, sin escrúpulos, de toda una caterva de políticos, que
emulando a Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, los del tamayazo, no tienen
ningún pudor de venderse al mejor postor. Y siempre, detrás de estas
operaciones de transfuguismo, por llamarlo de una manera suave, están los
mismos, los cachorros de la escuela de Esperanza Aguirre, hoy dirigiendo la
derecha y la extrema derecha.
Sin embargo, sucede que a una
parte de la sociedad española estos asuntos no parece que les importe mucho, convirtiéndose
en hooligans de un espectáculo deplorable en cualquier cabeza que todavía no
haya perdido el norte con el “que se jodan”, expresión máxima de desprecio
hacia los que no son los tuyos.
Una sociedad abducida por la satanización
del otro, de quien no piensa como ella, es una sociedad enferma, precipitada
por el abismo de la confrontación y la intolerancia. Y eso es lo que está
sucediendo en una parte de la sociedad española, desgraciadamente en ambos
bandos del espectro político, que no ideológico, porque nada más lejano a lo
que estamos viviendo en los últimos tiempos que un debate ideológico. Aunque es
cierto que en esa confrontación hay una parte que tiene muchos más recursos en
los medios y la redes sociales para la lapidación del otro.
El espectáculo de tránsfugas en Murcia;
la espantada de miembros de Ciudadanos hacia posiciones políticas que hasta
hace poco criticaban sin pudor, para no perder presencia pública, cercanía con
el poder o simplemente por unas cuantas monedas de oro; la transfiguración de
la decencia política en un espectáculo carente de toda ética pública y privada;
la destrucción del juego limpio y el respeto al adversario, con la única
intención de eliminar al competidor con OPAS y prebendas, para lograr de esta
forma lo que un partido por sí solo no es capaz de conseguir, dan pie a
personajes que no tienen ningún empacho en cambiar de bando político todas las
veces que sean necesarias, siempre que esto les resulte beneficioso, por mucho
que lo quieran disfrazar de dignidad impostada. Es el juego de corruptos y
corruptores, en definitiva.
Mesura, contención, ética, moral
de servicio público, claridad, veracidad…, palabras de comportamientos que cada vez se
echan más de menos en estos tiempos de fangosidad en la política. Pero esto
parece que no es capaz de hacerse oír entre tanto ruido mediático y griterío intolerante.
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