«Fue un
día profundamente alegre -muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro día
más alegre-, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían
fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los
niños».
De esta forma Antonio Machado recordaba en una artículo publicado en
1937, en La Voz de España, bajo el título: “El 14 de Abril de 1931 en Segovia”, un día que
fue el comienzo de una gran esperanza para el pueblo español y que a él le
llenó de alegría al ser uno de los que proclamaron la República junto a su
amigo Antonio Ballesteros e izaron su bandera desde el balcón del Ayuntamiento
y se cantó la Marsellesa y el Himno de Riego.
Machado, como tantos millones de españoles que abarrotaron las plazas
de sus ciudades, abrazó la República porque traía un nuevo aire de libertad; de
poner fin al despótico control de la sociedad por parte de una clase anclada en
los privilegios del pasado; de la utilización de todos los resortes del Estado
en beneficio de los intereses de ricos, nobles, eclesiásticos y militares, que
tenían un concepto patrimonial del país; para poner fin a una monarquía corrompida,
que bajo sus alas daba cobijo a corruptos, facinerosos y asesinos.
La República fue un soplo de aire fresco en un país asfixiado por una
clase dirigente a la que le importaba poco o nada la miseria que crecía a su
alrededor, la represión brutal de los trabajadores, la utilización de matones
para acabar con dirigentes sindicales y sociales, y toda una lista de comportamientos
que, en muchos casos, acabaron con la utilización de la pena de muerte de forma
indiscriminada, si alguien ponía en peligro el estatus quo de poder que les
sostenía. Militares, curas, policía, jueces, fiscales, políticos y un largo
etcétera, solo servían a la corrupción, la explotación y los privilegios. Y a
todo ello no era ajeno el rey Alfonso XIII, quizá, junto con Juan March, el
mayor corrupto y déspota de todos los que entendían España como un coto privado
de caza.
Desgraciadamente, esa República, que tan feliz hizo a Machado, fue
débil con quienes desde el minuto uno comenzaron a destruirla mediante la
manipulación, el control de los medios de comunicación, las mentiras, los
bulos, la desacreditación y la paralización de las instituciones republicanas
con sus actuaciones. Para muestra vale un botón: Cuando las Cortes empezaron
a debatir el Estatuto de Autonomía de Cataluña, los
diputados derechistas y radicales de Lerroux, presentaron más de 200 enmiendas,
con la intención de eternizar los debates. No se quedó atrás la Ley de Bases para la Reforma
Agraria, que se eternizó en interminables discusiones, que acabaron descafeinando
la reforma cuando fue aprobada.
Pero los enemigos de la República no se quedaron en la
desestabilización de las instituciones. La insurrección contra ella fue uno de
los instrumentos que contemplaron, hasta que al final, cuando la derecha perdió
las elecciones de febrero de 1936 y volvieron a ver en peligro sus privilegios,
pusieron en marcha el golpe estado que los devolvió al poder durante cuarenta
años.
Pero la República, al final fue destruida por la desidia de sus
dirigentes moderados, que nunca quisieron ver la dimensión que tenían los
ataques a cara descubierta y los preparativos de golpes de estado contra ella.
Excluyo de este grupo democrático y republicano a la
derecha, cada vez más amiga del fascismo que imperaba en Europa y los grupos
extremistas de izquierda, que antepusieron su revolución obrera a la defensa de los valores republicanos, que
calificaban de burgueses. Esa debilidad de la democracia, incapaz de defenderse
de sus enemigos internos, que acaban aliándose con los externos, fue en este
momento histórico más patente que nunca. No se pudo ser más displicente. Las
noticias del golpe militar en Marruecos llegan a Madrid, y Azaña pregunta a
Santiago Casares Quiroga, presidente del gobierno, qué estaba haciendo Franco,
a lo que este le contestó: «Está bien
guardado en Canarias». Después, Casares
Quiroga, habla con su amigo Juan Negrín,
quitándole hierro al asunto: «Está
garantizado el fracaso de la intentona. El gobierno es dueño de la situación.
Dentro de poco todo estará terminado». Pero la
supina necedad del presidente del gobierno republicano llega cuando el
controvertido periodista Salvador Cánovas Cervantes presenció la contestación
más estúpida que un dirigente gubernamental puede dar, cuando se le informa de
que está a punto de producirse un golpe de estado contra su gobierno: «¡Que se levanten! Yo, en cambio, me voy a acostar».
Ahora celebramos el 90º aniversario de la proclamación democrática de
la II República en España y convendría reflexionar sobre algunos aspectos de aquella
que la mitología nacional ha venido exacerbando, desvirtuando el verdadero
valor de lo que supuso.
El primer mito es absolutamente partidario: para la derecha, la
República fue un periodo de desorden y mal gobierno, que puso en tela de juicio
la esencia de España y sus valores tradicionales y católicos, que había que
enmendar, y así lo hicieron, propiciando un golpe de estado
nacional/católico/fascista, que acabó con ella y la democracia durante cuarenta
años. En el imaginario de la izquierda, todavía perdura el sentimiento de que
los problemas de España se solucionarían simplemente con proclamar la
República, aferrándose a la simbología de aquella, como si fuera el Bálsamo de
Fierabrás. Nada más falso en un caso y en otro: ni fue un desastre ni una
bendición. Más bien fue una lucha sin
futuro de los sectores moderados republicanos, tanto a derecha como a
izquierda, en su intento por modernizar España, contra las aspiraciones
revolucionarias de una parte de la izquierda y el fascismo que abrazó una parte
de la derecha como única manera de preservar sus privilegios.
Todo eso sigue vivo, de ahí que el debate sobre monarquía y república
siga tan polarizado en derecha e izquierda, hasta el punto de hacerlo imposible.
Siguen, después de noventa años, en pie los mismos argumentos que se daban
entonces. Parece que el tiempo no ha pasado o que todavía vivimos bajo la
influencia de la dictadura que acabó con la República.
Decía al principio, que la República fue, ante todo, un rayo de
esperanza para la gran mayoría de la sociedad española de la época, harta de
corrupción, caciquismo, atraso social y desigualdad. Todavía lo sigue siendo.
Pero en la actualidad deberíamos centrar el debate no en términos emocionales,
sino en criterios racionales que nos hagan ver que una nueva república sería
capaz de modernizar el país, desterrando los malos hábitos de una clase de
poder, que se sigue comportando igual que hace un siglo.
Por eso, cada vez es más necesario iniciar el debate para ver cómo
revertimos la situación actual, tan parecida, en algunos aspectos, a la de
1931, a pesar de estar en 2021, y decidir en referéndum, si es la república o
una renovada monarquía la que nos tiene que llevar por la senda de la
modernización y la profundización democrática a lo largo del siglo XXI.
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