viernes, 10 de abril de 2020

Vigesimoséptimo día de cuarentena. Viernes Santo



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Vigesimoséptimo día de cuarentena. Viernes Santo. Por fin ha llegado el día que parecía impensable que pudiera suceder lo que pasa. El Viernes Santo todos en casa. ¿Cuándo se ha visto esto? Ahora sí que podemos presumir de una Semana Santa de recogimiento y fervor religioso. ¡Anda que no tenemos tiempo para rezar! Se acabó esa competición, que todos los años se establecía entre cuánta gente está en la playa tratando de acaparar todos los rayos del sol posibles en dos día, para luego volver a la ciudad y presumir de morenos; y cuántos siguiendo el Paso de las procesiones, unos con fervor nazareno y otros, turistas de un espectáculo que solo se produce en España, como si fuéramos un parque temático de la Semana Santa.
Los religiosos lo tienen más fácil, porque al final hay muchas maneras de rendir culto a Jesucristo, y en casa se puede hacer sin ningún problema. Pero los playeros lo tienen más complicado. No sé si el trampantojo de subir a la azotea o tirarte en el jardín del adosado en una hamaca, puede suplir la sensación de pisar la arena y sentir la brisa del mar. Aunque no parece que el día se haya levantado muy apropiado para el abandono playero. En eso ganan los nazarenos, este año el tiempo no va a estropear ninguna procesión. Seguro, que con la imaginación que tenemos los españoles, suplimos los pasos y las saetas desde los balcones, lo de rezar ya es una cosa más íntima. Además, el año que viene hará un tiempo maravilloso (Dios aprieta, pero no ahoga), para que nazarenos y playeros puedan disfrutar a placer la Semana Santa, cada uno en su sitio.
Lo cierto, es que estamos en un Viernes Santo raro, encerrados en casa, pendientes de cómo evoluciona el puñetero virus, temerosos de que no nos toque a alguno de nosotros o de  nuestros familiares. Estos días, mucha gente los organiza para ir a visitar a la familia, cuando esta se encuentra lejana. Ahora no se puede hacer, ni siquiera ir a ver a quienes tienes a dos manzanas; qué decir de los que están a muchos kilómetros, y eso sí que da nostalgia, haciendo que el confinamiento sea un poco más duro, y añoramos poder estar junto a los padres, hermanos, primos o amigos. Nos damos cuenta de la importancia que tienen los seres queridos, cuando no podemos verles ni tocarles ni sentir su presencia. Quizá, en este viernes Santo, esa sea la enseñanza que deberíamos sacar; incluso habrá quien eche de menos hasta ese “cuñao” que todo lo sabe.
Pero no estamos solos. La fuerza de nuestro aislamiento es que somos muchos y podemos sentirnos cada tarde cuando salimos a aplaudir desde el balcón. Sentirnos miembros de una comunidad que ahora comparte las mismas penas y alegrías, nos da ese ánimo para seguir adelante. Ya vendrá el tiempo de poder abrazar a quienes queremos, de tostarnos al sol en una playa o de compartir el fervor religioso cuando un Paso está delante nuestro.  Hasta las ocho.


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