jueves, 25 de marzo de 2021

La ausencia de ética solo genera intolerancia

 




La política española parece estar metida en un bucle de irresponsabilidad que hace muy difícil poder analizar y buscar soluciones para los graves problemas que tiene el país. La estrategia de algunos Partidos se ha convertido en un mitin permanente, en el que todo vale, desde las bravatas cargadas de testosterona plagadas de insultos, a la mentira cada vez más burda para desprestigiar al contrario. Y desgraciadamente, unos medios de comunicación que viven del pesebre de la política o, mucho peor, de quienes propietarios de periódicos, cadenas de radio, televisión y grupos mediáticos que todo lo quieren controlar, dictan noticias, encumbran políticos indignos de llamarse tal, silencian las informaciones que les perjudican o dictan persecuciones implacables contra quienes no sirven a sus intereses.  

Parece que cuanto más fango haya en la política más se asegura la supervivencia de determinados intereses, que no miran por el bienestar de la sociedad, sino por el grosor de sus bolsillos. Enfangamiento que suele ser más sucio cuando no gobierna la derecha; a nadie se le puede escapar que hayan coincidido esos periodos de máxima tensión política y mentira en las épocas de Aznar, Rajoy y Casado, cuando estaban/están en la oposición aspirando al poder.

Y si lo visto hasta ahora nos parecía poco, en estas últimas semanas cualquier atisbo de dignidad ha quedado laminado por la compra, sin escrúpulos, de toda una caterva de políticos, que emulando a Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, los del tamayazo, no tienen ningún pudor de venderse al mejor postor. Y siempre, detrás de estas operaciones de transfuguismo, por llamarlo de una manera suave, están los mismos, los cachorros de la escuela de Esperanza Aguirre, hoy dirigiendo la derecha y la extrema derecha.

Sin embargo, sucede que a una parte de la sociedad española estos asuntos no parece que les importe mucho, convirtiéndose en hooligans de un espectáculo deplorable en cualquier cabeza que todavía no haya perdido el norte con el “que se jodan”, expresión máxima de desprecio hacia los que no son los tuyos.

Una sociedad abducida por la satanización del otro, de quien no piensa como ella, es una sociedad enferma, precipitada por el abismo de la confrontación y la intolerancia. Y eso es lo que está sucediendo en una parte de la sociedad española, desgraciadamente en ambos bandos del espectro político, que no ideológico, porque nada más lejano a lo que estamos viviendo en los últimos tiempos que un debate ideológico. Aunque es cierto que en esa confrontación hay una parte que tiene muchos más recursos en los medios y la redes sociales para la lapidación del otro.

El espectáculo de tránsfugas en Murcia; la espantada de miembros de Ciudadanos hacia posiciones políticas que hasta hace poco criticaban sin pudor, para no perder presencia pública, cercanía con el poder o simplemente por unas cuantas monedas de oro; la transfiguración de la decencia política en un espectáculo carente de toda ética pública y privada; la destrucción del juego limpio y el respeto al adversario, con la única intención de eliminar al competidor con OPAS y prebendas, para lograr de esta forma lo que un partido por sí solo no es capaz de conseguir, dan pie a personajes que no tienen ningún empacho en cambiar de bando político todas las veces que sean necesarias, siempre que esto les resulte beneficioso, por mucho que lo quieran disfrazar de dignidad impostada. Es el juego de corruptos y corruptores, en definitiva.

Mesura, contención, ética, moral de servicio público, claridad, veracidad…,  palabras de comportamientos que cada vez se echan más de menos en estos tiempos de fangosidad en la política. Pero esto parece que no es capaz de hacerse oír entre tanto ruido mediático y griterío intolerante.     

domingo, 14 de marzo de 2021

La corrupción, siempre es un fracaso de la democracia

 


Algunos comentaristas decían sobre la moción de censura en Murcia, que el desenlace había sido un triunfo del Partido Popular. No voy a negarles la razón, sobre todo cuando la realidad se analiza con una mirada cortoplacista, abonada el titular de prensa, tan propia de una sociedad que ha sucumbido al vértigo de lo inmediato, con la capacidad de mirar más allá velada por las prisas. Y no se la voy a negar, porque es indudable que conseguir frenar una moción de censura en tan corto espacio de tiempo, es un éxito sin paliativos.

Sin embargo, el método, la manera de llegar a ese éxito es lo que hace plantearme si el éxito del Partido Popular no es una derrota de la democracia. Porque cuando aceptamos que todo vale para conseguir nuestras metas, algo empieza a oler a podrido en nuestra sociedad.

Damos ya por hecho que el Partido Popular es una organización corrupta, como se viene demostrando a  lo largo de estos últimos años,  capaz de todo con tal de conservar el poder o alcanzarlo. Un Partido que hace mucho tiempo perdió el norte de la democracia; posiblemente desde que José María Aznar empezó a hablar catalán en privado y a poner los pies encima de la mesa, como un acto de colegio con el entonces  presidente de EE.UU. y las paredes de Génova y no pudieron soportar más el hedor a pútrido que salía de sus despachos. 

El problema empezamos a ser nosotros como sociedad, que damos como normal estos comportamientos, cada vez más capaces de extender la corrupción por donde pasan sin que nada suceda ni nadie se eche las manos a la cabeza. Con un: “los políticos son todos iguales”, descargamos nuestra mala gana de asumir que en una democracia los ciudadanos debemos ser exigentes con los comportamientos y las actitudes de la clase política.

Una sociedad que asume sin sonrojo, que quien ha sido durante décadas el Jefe del Estado ha devenido en uno de los mayores corruptos que ha tenido en su seno, no es de extrañar acepte que un Partido utilice la maquinaria del poder a su alcance para corromperse. Y no me refiero solo al robo monetario ennegrecido y al fraude fiscal, sino a comportamientos como el acaecido en Murcia, donde no han tenido apuro para comprar, casi con luz y taquígrafos, a quienes fuese menester para no perder el poder regional. Lo que justifica, todavía más si cabe, las razones de corrupción esgrimidas por los firmantes de la moción de censura.

Es tanto el derroche de descomposición que alberga una parte de la sociedad en su seno, que encima nos están haciendo creer que toda esa operación ha sido un éxito para el PP, y que los malos son quienes han tratado de poner freno a una situación que en cualquier democracia, no sé si plena, pero sí normal, habría resultado un escándalo mayúsculo, imposible de digerir.

Pero no solo es Murcia. En Madrid la actitud trumpista de su presidenta; personaje al que se le ha dado un poder enorme y que ella utiliza como si fuera un juguete, confirma que “todo vale si creo que me va a beneficiar” y convoca elecciones en la Comunidad más castigada de toda España por la pandemia, solo porque a ella le parece que puede seguir su deriva de ingobernabilidad hacia la extrema derecha, sin que nadie le ponga un palo en las ruedas. Claro, que en este caso, a diferencia de los murcianos, los madrileños sí van a tener la oportunidad de decir ¡basta!, y acabar con 25 años de corrupción, experimentos de capitalismo salvaje y gobernantes ensimismados en su burbuja de poder.

España no se merece dirigentes ni Partidos ajenos a las necesidades de la gente, por eso cualquier éxito político que está salpicado de corrupción debe ser rechazado para que  no se convierta en un fracaso de la democracia.

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...