Publicado en Levante de Castellón el 25 de enero de 2019
“Confucio
fue el que inventó la confusión”. Esta frase rotunda, pronunciada por una miss
hace varios años, cuando los concursos de belleza empezaban a ser un examen de
cultura general, parece que ha sido copiada en su literalidad por la clase
política y el establishment de poder en
España. Nuestros políticos se han hecho
fervientes seguidores de aquella mujer, que posiblemente pasó uno de los peores
momentos de su vida, no poniendo freno a su descaro a la hora de jugar a la
confusión y el enredo con sus ideas y sus actos. Lejos de parecerse a Confucio,
que predicó el buen gobierno y la buena conducta en la vida, son más fans, por
sus comportamientos, de Lope de Vega y las comedias de enredo, que llenaron los
corrales de comedia en el Siglo de Oro, con sus diálogos ingeniosos,
situaciones enmarañadas y finales
inesperados.
Sólo
tenemos que echar un vistazo a los medios, para darnos cuenta que España se ha
convertido en un gran vodevil, degeneración histriónica de las comedias de
enredo, en donde nada de lo que se dice es cierto, todo lo que se hace es una
incongruencia y siempre el final es el que nunca esperamos. Todo vale en nombre
del cambio, nuevo eufemismo utilizado para conseguir llegar al poder, aunque
eso signifique aparcar en la cuneta la ética y los principios.
En
ese juego de la confusión y las permanentes noticias falsas, la nueva política a
la que muchos se están apuntando, nos regala cada día un disparate nuevo.
Veamos por encima, lo que ha pasado en Andalucía, como aviso de navegantes de
lo que puede pasar en otros lugares.
El
partido de la regeneración democrática, para fortalecer la democracia se alía
con la extrema derecha, enemiga histórica de ésta, en nombre de un cambio, que
si la providencia no lo remedia, va a suponer una involución en Andalucía. Esto
es así. Que no traten de engañarnos con declaraciones pomposas de que ellos no
tienen nada que ver con quienes han facilitado que estén en el gobierno
andaluz. Ciudadanos, a la primera de cambio que ha tenido oportunidad de rascar
poder, ha firmado un pacto tácito con la extrema derecha para estar en un
gobierno. Blanco sobre negro.
Que
la derecha clásica española se alíe con la extrema derecha, como ha hecho la
dirección del Partido Popular, no nos debe extrañar. A fin de cuentas, una parte de su electorado ha sido
tradicionalmente afín a los postulados fascistas. Pero lo que tiene gracia, es
que su líder se presente como el adalid del cambio en España; como el que va a
limpiar de corrupción el país. El hombre de la nueva y joven política, para
afrontar esa misión regeneradora, sólo tiene como idea central rescatar las
viejas esencias de su partido, desempolvando del cajón de la historia a los
dirigentes que convirtieron este país en el Patio de Monipodio. Eso es todo lo que puede ofrecer.
Por ello, su objetivo es volver a fagocitar a la extrema derecha y si no,
aliarse con ella sin complejos.
En
esa ceremonia de la confusión, a la que se aferran los líderes de los partidos,
la excelsa campeona electoral, la que nos presentaron como la gran esperanza
blanca del socialismo español, porque era una yegua ganadora, va y pierde las
elecciones. ¡Vaya, qué fatalidad! Ahora tendrá que estar en la oposición, igual
que lo está en su partido, tras su intento de
asalto al poder por la puerta de atrás. Porque ella no dimite, aunque
las Trompetas de Jericó hagan caer los muros del socialismo patrio. Sus camaradas socialistas la necesitan (no
está tan claro que la necesiten los andaluces) más que nunca. Como si la culpa
de su fracaso la tuvieran otros y no ella, que representa a una casta de
dirigentes socialistas demasiado turbia, cada vez más alejada de los electores.
He
dejado para el final a la izquierda de
las izquierdas. A los mesías del gran
cambio que va a redimir a la humanidad de sus errores. A aquellos ungidos por
la razón de la historia. Los he dejado para el final, porque estos no tienen
que jugar a la confusión. Ellos mismos son la reencarnación de Confusio, no
confundir con Confucio, y nunca se sabe si en el tiempo de escribir este
artículo no se han hecho ya el harakiri, como aquel escuadrón de suicidio del
Frente del Pueblo Judaico, que en la película “La vida de Brain”, se quitó la
vida para dar ejemplo de su abnegación militante, al grito mortecino de “así…,
así aprenderán estos romanos”.