martes, 25 de febrero de 2020

Compartir bulos

Todos los días me llegan por whatsapp un par de bulos informativos, de esos que solo tratan de extender la mentira y el miedo en la población. Lo peor, es que algunos son de personas que seguro tienen la cabeza bien armada, pero que la pierden a la hora de apuntarse al “comparto”; no se si es que esto les produce un derroche de dopamina en el cerebro y tienen unos segundo de placer lujurioso, que les provoca una felicidad perdida por otras vías. Vengo pensando, que el problema no está en quienes construyen el bulo, rejoneadores de la desconfianza en todo lo que nos rodea, que por otro lado es bastante fácil hacerlo: usted se va a la puerta del hospital de su ciudad, saca una foto de alguien ingresando en camilla, la cuelga en la red con el texto: una persona ingresada grave por coronavirus en el hospital de…, y ya está, todo un ejército de “compartidores” van a difundir la noticia que usted ha creado en la malicia de su ordenador. El problema está, precisamente, en todos esos a quienes les gusta jugar a ser periodistas tumbados en la cama, que sin ningún rigor ni criterio comparten todo lo que les llega, y cuanto más funesto sea más lo comparten. Da igual si se lo creen o no se lo creen, si es cierto o no lo que acaban de compartir, eso no es significativo, lo importante es apretar el botón del móvil o el ordenador, para recibir la dosis dopante de felicidad; sentirse miembros de un colectivo, aunque este sea una congregación de majaderos mal pensados, que quieren hacernos partícipes de su mentecatez. No sé si esto tiene remedio, a fin de cuentas nuestro alma individual y el alma de la sociedad del siglo XXI, ya están constreñidas a las dimensiones de un móvil o un portátil.

lunes, 24 de febrero de 2020

Magallanes-Elcano. Cuando el mundo se hizo global



Planisferio de Cantino. Principios del Siglo XVI
T

enemos los españoles una tendencia excesiva a minusvalorar, cuando no menospreciar, aquellos acontecimientos que cualquier otra sociedad los elevaría al altar de las glorias nacionales. Esas que forjan una identidad colectiva, cuando han sido lo suficiente importante como para estar grabada a fuego en la historia, universal o local. Somos un pueblo despreocupado de nuestro destino y marcado por una envidia enfermiza hacia todo lo que destaca por encima de nuestra capacidad para entender la relevancia que tiene. Sin embargo, ensalzamos sobremanera acontecimientos que no son como creemos, normalmente inducidos por intereses ajenos a la historia, construyendo un imaginario falso de nuestro pasado y, por tanto, de lo que somos. Por eso, los intentos de situar a personajes (vivos o muertos) y acontecimientos en un contexto que trate de poner, negro sobre blanco, el valor de lo singular, lo sublime y la capacidad de hacer grandes gestas, o haber dado al mundo a excelsos hombres y mujeres, siempre serán una corriente de inteligencia, para conseguir alcanzar ese equilibrio tan caro a nuestra idiosincrasia entre la negación y la exaltación. Seríamos una sociedad que se aceptaría más así mismo, sin necesidad de tener que esperar a que el mundo nos diga que  hemos hecho algo bueno.
Ahora parece que estamos empezando a reconocer la gran importancia de una de las proezas marítimas más atrevidas, fascinantes e importantes que se han producido en la historia de la humanidad. Algo que para otra sociedad sería motivo de orgullo, y que para la española pasa tan inadvertida que prácticamente la desconocemos. Me refiero a la primera vuelta al mundo que una pequeña flota de barcos consiguió dar, de la que ahora conmemoramos 500 años. Una vuelta imposible, en su momento, porque la cartografía de la época, más allá de la Amazonía hacia el este, simplemente no existía. Fue como navegar a ciegas por un planeta perdido en las tinieblas del desconocimiento.
El 20 de septiembre de 1519, parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda una expedición comercial de cinco barcos, capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes. La expedición, financiada por la monarquía de los Austrias (Carlos I no hace mucho que ha sido proclamado rey por las Cortes de la Corona de Castilla y las de la Corona de Aragón), tiene como objetivo encontrar una ruta directa hacia el oriente de las especias, y en ese sentido, el éxito de la expedición fue absoluto. Acabó siendo sumamente rentable para las finanzas de la monarquía;  la Nao Victoria, única que sobrevivió a la dureza de la expedición, trajo en sus bodegas un cargamento de 600 quintales de especias (60.000 kg.): clavo, nuez moscada, canela… (hay que tener en cuenta que un saco de canela sería más o menos el sueldo de toda una vida),  que supuso un beneficio exagerado por el astronómico precio que tenían las especias en la época, consideradas como un producto de lujo.
Esa primera vuelta al mundo, pasó por muchas vicisitudes. Escribió Antonio Pigafetta, cronista de la aventura que consiguió sobrevivir a la dureza de la travesía: “Durante tres meses y veinte días, no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcochos a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera, porque era polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines y ratas”. Solo llegó una nave, la Nao Victoria, al mando del guipuzcoano de la villa de Guetaria Juan Sebastián Elcano, el 6 de septiembre de 1522, a la bahía de Sanlúcar, con 18 tripulantes a bordo, de los 239 tripulantes que partieron tres años antes. La proeza, quizá involuntaria de dar la vuelta al mundo, revolucionó la cartografía del planeta, que la tierra era redonda estaba ya bastante asumido por la sociedad, y abrió  nuevas oportunidades para el cultivo de las especias en occidente y rutas que marcaron el futuro de la navegación hacia oriente. Aunque, no pudieron encontrar esa vía marítima a directa entre Europa ay las Indias, sin tener que vadear el Estrecho de Magallanes el sur de África o el Cabo de Buena Esperanza en el cuerno meridional de América del Sur.   
Fue una expedición difícil por la bravura de mares desconocidos; tensa por la desconfianza habida entre marineros portugueses y españoles; angustiosa porque varias veces perdieron el rumbo en la mar océana; y lúgubre porque la muerte hizo estragos en la tripulación. Incluso, después de arribar a tierra muchos no alcanzaron el favor de su hazaña (les correspondía una parte de los 600 quintales de especia que trajeron en la nave; el propio Juan Sebastián Elcano, no solo es silenciado por Pigafetta en su crónica: Relación del primer viaje en torno al globo, porque el cronista, incondicional de Magallanes, consideraba que todo el éxito de la travesía se debía al portugués, sin tener en cuenta que la decisión de dar toda la vuelta al mundo, al optar por regresar a través del Índico y arribar con éxito a Sanlúcar, es de Elcano. Incluso, los 500 ducados anuales que el rey le concedió y escudo de armas con el lema «Primus circundedisti me», por la burocracia de la corona nunca llegó a disfrutarlos, al morir en el Pacífico en 1526, durante la Segunda Expedición a las Islas Molucas.
La vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, marcó un hito en la historia universal, que no solo supuso la creación de nuevas rutas comerciales y un impulso al comercio global, creando mecanismos de financiación público privados; fue una gesta que marcó un nuevo tiempo en la cosmografía que se tenía del planeta; el inicio de la conciencia de que el mundo era un gran territorio global que necesitaba una nueva forma de relacionarse con él.  


viernes, 21 de febrero de 2020

Un temps i un País de Vicent Àlvarez


Desde hace unos años tengo la suerte de conocer a Vicent  Àlvarez, un hombre comedido, de reflexión serena y atinada. Nunca le he escuchado decir una palabra más alta sobre otra de nadie ni de nada. El respeto hacia el  mundo que le rodea parece ser su máxima. Pero solo después de leer su libro Un temps i un País (Companyia Austrohogaresa de Vapor, SL. 2019), he alcanzado a comprender la magnitud del hombre que se encuentra tras una parte importante de la historia de la Comunidad Valenciana y, por ende, de España, de la que Vicent Àlvarez ha sido y es una pieza fundamental en el engranaje del devenir de la izquierda valenciana, a caballo entre el valencianismo, el nacionalismo y el socialismo universal; un conflicto no siempre bien resuelto. Y es, porque toda la sabiduría y experiencia que atesorado durante su vida, es un bagaje intelectual que no se puede perder.
Un temps i un País es una autobiografía, una reflexión a tiempo pasado de cómo se fue construyendo la izquierda valenciana desde los años cincuenta, cuando Vicent Àlvarez, todavía un mozo bachiller, coincide en el instituto de su Xátiva natal, con el Pele (posteriormente conocido por Raimon) y otros, en donde empieza a tomar conciencia de la realidad política que le rodea.
A lo largo del libro podemos ir descubriendo cómo ya en la universidad y después como abogado, van surgiendo movimientos y organizaciones enfrentadas al franquismo con conciencia del valencianismo como una seña de identidad de una izquierda, que posteriormente acabó fragmentada entre comunistas, socialistas, nacionalistas y valencianistas. Todo ello lo va desgranando Vicent Àlvarez, desde los primeros movimientos estudiantiles en la facultad de derecho de la Universidad de Valencia, participando como director de la revista Dialeg,  fundada por Eliseu Climent; su amistad con Joan Fuster; la fundación y ruptura de PSV Partido Socialista Valenciano; sus relaciones con el PSOE, etc., nos van desvelando que el camino de la izquierda en Valencia no fue fácil. Toda una lección de historia reciente, que Vicent Àlvarez nos da como activista de primera línea en esos años,  desde el recuerdo y sus artículos publicados en la prensa valenciana durante décadas.
Un temps i un País, es un libro necesario para comprender lo que es hoy la Comunidad Valenciana y lo que proyecta al futuro. Su propio autor nos dice: “Finalment, el material que vos aporte, tot i apostar per un tipus de valencianisme molt vinculat a les propostes de canvi de valors, marca el limits o continguts d’una forma de fer país i, alhora, és una visió de con hauria de ser el futur” (“Finalmente, el material que aporto, marca los límites o contenidos de una forma de hacer país y, al mismo tiempo, es una visión de cómo debería ser el futuro”). Lástima que no haya una edición en castellano, porque sus reflexiones son tan universales, que podrían aportar mucho al conocimiento de la construcción de la izquierda en España, durante y después del franquismo.


lunes, 17 de febrero de 2020

"El espesor de un lápiz" Novela de Miguel Torija



Inteligente libro, el  recientemente publicado por Talentura Libros, del escritor Miguel Torija: “El espesor de un lápiz”, que nos sumerge en el submundo, casi surrealista, de un escritor, o quizá muchos escritores, que para escribir han de experimentar antes lo que van a plasmar sobre el papel, como si la imaginación no fuera suficiente para desbordarnos con la literatura, sin necesidad de que la novela se convierta en una notaria de las sensaciones experimentadas por quien la escribe. Posiblemente, esta no haya sido la intención de Miguel Torija al escribir su novela, pero detrás de su magnífica historia, en la que sí hay una desbordante imaginación para fabular, se advierte esa enfermedad que sufren muchos escritores, de  confundir ficción con vivencias personales.  
Una novela puede ser buena por muchas razones que no voy a desgranar aquí, y “ El espesor de un lápiz” lo es, entre otras, no ajenas al buen quehacer literario de Miguel Torija con las palabras,  por su capacidad de penetrar en nuestro hemisferio derecho y activar las neuronas de las emociones, que tanto placer nos provocan cuando leemos. Pero también, porque nuestro autor/escritor es capaz de situarnos en medio de la trama argumental, gracias a un artificio, que hace de su novela un excelente juego narrativo, al situar al narrador  como un  personaje más de la historia. Esto no es fácil y requiere mucho oficio.
Oficio le sobra a Miguel Torija, que ha sabido pasar de la síntesis y la concreción estética del relato y el microrrelato, al mundo y la estructura narrativa de la novela, casi sin despeinarse. Aunque esto no sorprenderá a quien haya seguido su obra y leído su anterior novela “La isla de las culebras” (La Pajarita Roja), en la que ya nos anunciaba, con un estilo literario impecable, que su imaginación y su pluma daban para cualquier género narrativo.
En definitiva, buena literatura, la que nos vuelve a brindar Miguel Torija: Aunque apenas les separa el espesor de un lápiz, una mirada atenta podría deducir que esa exigua distancia equivale a muchos kilómetros. Primeras líneas de “El espesor de un lápiz”.
 



La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...