¿Se
imaginan ustedes que durante los peores años de terrorismo de ETA el gobierno
de España hubiera ocupado militarmente el País Vasco y sometido a sus
habitantes a un genocidio? Esto no cabe en la cabeza de nadie en su sano
juicio. Porque todos sabemos que el terrorismo no se puede ganar militarmente
(esto es como tratar de apagar un fuego echando carbón) ni tampoco con medidas
represivas que crucen el Rubicón de la dignidad humana, no digo ya de los
derechos humanos. En una democracia, el terrorismo se vence con firmeza
democrática, represión selectiva de los terroristas, tribunales y negociación,
como bien hizo España para acabar con ETA. Y no es un camino fácil anular
organizaciones que hacen del terrorismo y el crimen su modus vivendi, sin
importarles el daño y dolor que puedan causar entre la población en general.
Pero no hay otro.
Por
eso, no se puede entender ni tolerar, que el gobierno de un país esté
masacrando, en el sentido literal de la palabra, a ciudadanos: hombres mujeres,
niños y niñas, o esté destruyendo cualquier posibilidad de vida en un
territorio, porque haya sido objeto de un despiadado ataque terrorista, tal
como está haciendo el gobierno israelí (y esto no es una crítica al pueblo
judío; digo judío, porque tan semitas son estos como los palestinos),
responsable de una guerra sin sentido, en donde la venganza ha cobrado tal
carta de naturaleza, que se siente legitimada para la aniquilación física y
mental de un territorio y las gentes que lo habitan. Cuando un Estado se
convierte en terrorista, pierde toda su razón de ser.
Aunque
ya no es sólo una sospecha, que esta guerra genocida tiene mucho que ver con la
supervivencia política del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, y que el
único motivo que le hace prolongarla es no enfrentarse a la realidad de su
final político, y quien sabe si no el principio de un calvario judicial. Lo que
nos debería llevar a plantearnos, cómo es posible que el mundo esté
consintiendo que esto suceda. Parece que no hemos aprendido que las políticas
de no intervención en conflictos que conciernen, no sólo a la geopolítica
mundial, sino a los derechos humanos y el respeto por la vida, nunca acaban
bien, como pudimos comprobar los europeos en el siglo pasado, cuando las
potencias continentales, supuestamente democráticas, decidieron no intervenir
ante el ascenso del nazismo, que acabó con una guerra genocida, que arrasó
Europa y diezmó a una generación, por poner un ejemplo que nos pilló en medio.
Acabar con esta guerra es una necesidad urgente, porque, por
mucho que se esfuercen en negarlo, estamos asistiendo a un genocidio
planificado por un gobierno. Y hacer que sus responsables acaben en un tribunal
internacional, debería ser una prioridad máxima, para que la democracia no se
convierta en cómplice de una situación tan vergonzosa como la que está viviendo
el pueblo palestino. Eso sin comentar la posibilidad de que la ambición de
poder y venganza del gobierno israelí, acabe arrastrándonos a todos aun
conflicto de incalculable consecuencias. Otra vez no, por favor.