domingo, 21 de junio de 2020

Fin del desconfinamiento. Todo llega

Fin del desconfinamiento. Todo llega. Al final, el tiempo, a pesar de su relatividad, es una máquina imparable que todo lo fagocita. Hace tres meses, cuando iniciábamos un encierro que ni en la literatura ni el cine de ciencia ficción se nos había profetizado, nos parecía que todo iba a ser rápido, hasta que nos caímos del guindo y nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio. Entonces el túnel empezó a alargarse y parecía que nunca llegaríamos a ver la luz. Sin embargo, hoy, terminado el necesario estado de alarma que nos ha mantenido primero encerrados en nuestras casas y después restringida la libertad de movimientos; cuando sólo nos quedan unas horas para recuperar lo que se ha dado en llamar “nueva normalidad”, que a mí me parece va a ser tan vieja como la de antes, porque no veo muchas señales de cambio en la sociedad ni en la economía, me asaltan muchas dudas, y la luz que ya ilumina el final del túnel aparece trufada de sombras.

Lo que todos deseamos es que no se vuelva a repetir un suceso como el que hemos pasado, pero para eso es necesario que asumamos el grueso de la responsabilidad. El gobierno ha cumplido su papel durante la cuarentena, pero también se la exigido que no fuera tan laxo en la recuperación de la normalidad desde diferentes frentes. Bueno, pues ahora nos toca a nosotros cumplir con la nuestra, que no es otra que ser prudentes. Sí: prudentes. No es fácil, cuando se tienen muchas ganas de recuperar tantas cosas perdidas durante el confinamiento, pero si no somos conscientes de que depende de nosotros en su mayor medida que no vuelva a haber un gran brote descontrolado (los brotes pequeños no van a cesar, ni siquiera cuando haya una vacuna, pero si están sometidos a control sanitario no supondrán un gran riesgo), es que no hemos aprendido nada en estos meses de encierro.

Durante varias semanas he tratado de reflexionar con vosotros y vosotras sobre lo que estaba pasando. Sobre cómo estábamos viviendo el confinamiento. Tratando de aportar un rato de ocio literario, siempre en minúsculas, en ese gran momento de ocio en mayúsculas que hemos vivido. Al alimón de las noticias, hemos visto la grandeza de una sociedad que ha sido muy disciplinada y responsable; la solidaridad hacia quienes han estado en el centro de un campo de batalla desconocido arriesgando su salud por nosotros. Hemos aplaudido, llorado, reído, echado de menos el contacto físico y redescubierto muchas cosas que nos habíamos ido dejando por el camino de una vida, que más parecía una huida hacia adelante, que el disfrute de vivir y compartir.

Pero también hemos descubierto la mezquindad de muchos, que han antepuesto sus intereses particulares o de grupo sobre el esfuerzo de la mayoría. De una derecha, cada vez más extrema, abonada al bulo, la mentira y el insulto, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor; de un nacionalismo de derecha e izquierda, tan ciego como siempre a todo lo que no sea la ensoñación de una patria diseñada por ellos a su imagen y semejanza. Al destape de una clase social, que ha mostrado su insolidaridad con el resto de la sociedad, mezclando sus delirios de ricos con una muestra de zoquetismo  hasta ahora nunca expuesta tan a la luz del día. Incluso, un gobierno agarrotado en ciertos momentos, que ha cometido errores políticos que se podrían haber evitado, como, por ejemplo, el retraso en el pago de las ayudas o en volver a darle a la banca la gestión de los créditos ICO avalados por el Estado, entre otros. Aunque es justo reconocer que ha sido gracias a este gobierno que la crisis del coronavirus no haya sido una repetición de la crisis del 2008, como si fuera un mal sueño.

A pesar de todo estamos aquí, recuperando la vida para la que fuimos hechos, como animales gregarios que somos, intentando salir de un agujero económico, que, modestamente pienso, no tiene la gravedad de la anterior crisis, y es posible que asistamos a una recuperación mucho más rápida que la que auguran los economistas agoreros, que siempre todo lo ven mal, para justificar medidas de ajuste del capitalismo, que, por supuesto, tendrán que pagar, no los que más tienen, sino el resto de la sociedad.

Ha sido un placer escribir para vosotros y vosotras. Ahora llega el momento de poner fin a esta serie, aunque seguiré colgando en mi blog, de vez en cuando, alguna reflexión, si la escritura de mi nueva novela me lo permite. Nos volveremos a ver en otoño. Feliz verano y prudencia. 

PD: Si alguno o alguna está interesado en leer toda la serie, la podéis encontrar en la siguiente dirección: 

 https://laescrituraesferica.blogspot.com/search/label/Cr%C3%B3nica%20de%20la%20cuarentena  

Imagen: "El árbol residente en la mente humana". Obra de Eduardo Úrculo. Perteneciente a la colección del MACVAC.  



viernes, 5 de junio de 2020

34º día de desconfinamiento. Premio Príncipe de Asturias


34º día de desconfinamiento. Premio Príncipe de Asturias. Conforme vamos avanzando en la desescalada de la cuarentena, la estupidez humana se destapa imparable hacia la victoria final. Parecía que tantos días de encierro y pensamiento mirando al techo, nos iban a transformar en unos nuevos seres ajenos a los viejos comportamientos irreflexivos, que han convertido a la humanidad en la especie más majadera del planeta; imagínense a cualquier animal, si tuviera capacidad de discernimiento, la idea que podría hacerse de los humanos, viendo nuestros comportamientos. Bueno, algo deben sospechar, si no haber por qué huyen de nosotros como alma que lleva al diablo.  
Viene a cuenta esto por la concesión del Premio Príncipe de Asturias a los sanitarios y la reacción de algunos grupos, negando la mayor porque quieren que la monarquía devuelva lo robado (sic). Sobre todo de esa izquierda de cafetería y chupito, que todos los días, antes de irse a la cama tiene que haber hecho su pequeña revolución, igual que el que reza a la Virgen María y al Espíritu Santo.
Todos queremos que la monarquía devuelva lo robado, que los corruptos devuelvan lo robado, que los que defraudan a Hacienda devuelvan lo robado y que los curas nos devuelvan los años de represión sexual que vivimos muchos en nuestra juventud. Pero no sé que tiene que ver eso con la concesión de un premio de los más prestigiosos del mundo, para el que, por cierto, hemos firmado muchos la petición de concesión.
¿Alguien me puede explicar qué diferencia hay entre los que reclaman libertad, cacerola y bandera en mano en el barrio de Salamanca de Madrid, y los que rechazan, escudándose en no sé qué ética sin mácula, que a los sanitarios se les haya concedido el Príncipe de Asturias? Yo veo el mismo cerrilismo político entre unos y otros, y esto lo digo sin acritud, que a fin de cuentas, parece que se mueven más por la ceguera de unas ideas políticas que excluyen todo lo que no esté dentro de su universo de tribu ideológica. Voy más lejos, a los del barrio de Salamanca, solo les mueve su odio al gobierno de izquierdas actual, y a los que rechazan el premio, la antipatía a todo lo que se escapa a su idea del mundo.
Imagínense que el Banco Central Europeo concede a España una ayuda importante de miles de millones de euros para paliar la crisis económica, y cómo está dirigido por una directora condenada por corrupción en su país, vamos los españoles y lo rechazamos, porque no queremos nada con los corruptos. Lo dejo aquí, que no quiero dar más ideas quijotescas.
Lo que la mente de alguno no alcanza a razonar es que la concesión de este premio es la continuación de los aplausos diarios a la labor de lo sanitarios; es un reconocimiento universal a su esfuerzo y sacrificio, y cualquiera que tenga dos dedos de frente, jamás se atrevería a rechazarlo, porque en el rechazo va implícito el olvido, la tentación de anteponer las ideas y estrategias políticas, por encima del agradecimiento a los sanitarios por su trabajo.
Pero es que además, la concesión del Premio Príncipe de Asturias, es uno de los mayores reconocimientos que se puede hacer a la sanidad pública en España, a través de sus sanitarios. Ayuda más a que esta sea blindada contra la avaricia del dinero y sus representantes políticos, que todas las declaraciones de amor que podamos hacerle. Lo que deberíamos conseguir, es aprovechar la sinergia de este premio para que nunca más la sanidad pública sea objeto de ataques políticos; para que se blinde en la Constitución y tenga siempre una partida presupuestaria que cubra sus necesidades.
La tentación de algunos partidos de privatizarla o suprimirla es muy fuerte. Hagamos que el Premio Príncipe de Asturias sea un bofetón en toda la cara de aquellos que no dudarán en hacerlo en cuanto puedan, utilizando a los sanitarios como moneda de cambio laboral. Por eso, rechazar este premio me parece una de las idioteces más grandes que he escuchado en los últimos tiempos, y ya es decir mucho.      

martes, 2 de junio de 2020

31º día de desconfinamiento. Negociar para avanzar


31º día de desconfinamiento. Negociar para avanzar. Avanzamos hacia la normalidad post pandemia, aunque no debemos olvidar que el virus sigue estando aquí, entre nosotros, y algunas cosas se van aclarando en el panorama político. Digamos que en el arco parlamentario se van definiendo dos grupos que tienen una actitud muy diferente en cuanto a su compromiso de sacar el país adelante, en lo que se ha dado en llamar reconstrucción.
El primer grupo es mayoritario en el Congreso y en la sociedad, altamente heterogéneo, divergente, incluso ideológicamente antagónico, pero que está mostrando un cierto interés por alcanzar un punto tangencial, que permita avanzar hacia la reconstrucción económica y democrática. Es un grupo difícil, que tiene un camino duro y tortuoso por delante, que exige mucha concentración y apoyo mutuo para transitarlo, en el que, probablemente, habrá algún descuelgue, pero que ya tiene una cosa en común, saber que la salida más segura de la pandemia necesita del esfuerzo de todos; a partir de ahí todo es negociable, siempre que se quiera negociar. El país se lo demanda y se lo recompensará.
 El otro grupo es el que no tiene ningún interés por el bien de los españoles, vivan donde vivan, y representa lo más patético del nacionalismo más rancio que podamos imaginar. Solo se mueven para satisfacer sus estrategias políticas, ya sea en Madrid o Cataluña. Todas ellas en caminadas a presentar un panorama lo más apocalíptico posible, para que ellos puedan justificar mejor lo que saben hacer muy bien, por no decir solamente: agitar las banderas de su ensoñación nacionalista. Son la derecha cavernícola, la que ha devaluado el sistema sanitario, tanto en Cataluña como en el resto de España; la que prefiere lanzar a la calle a sus seguidores, por encima de los riesgos de contagio que puede suponer tanto amante de  “la libertad” revuelto entre cacerolas y banderas, para el resto de la población. Son los que han perdido el juicio por tanta droga nacionalista y/o ya no ocultan su fascismo genético, que empieza a ser preocupante en una sociedad democrática. Se han autoexcluido de la reconstrucción del país, porque solo entienden una España o una Cataluña, servil a sus delirios ultranacionalistas y ultraderechistas.
España, ahora mismo necesita mucha confianza en sí misma; los españoles un mensaje tranquilizador, alejado de la crispación que la extrema derecha del PP y Vox están sometido al país, con la ayuda de algún miembro del gobierno, que como ya he expuesto en otro artículo, debería plantearse si su función es ya necesaria en la nueva etapa de concordia que tiene que presidir la política post coronavirus. No les interesa negociar nada, porque su estrategia de acusar al gobierno de ilegítimo, inmoral, inútil y antiespañol, se vendría abajo.
Lo cierto es, que por primera vez en muchos años, hay un gobierno que toma medidas pensado en la mayoría de la población, pero tiene una debilidad parlamentaria que lo coloca en el filo de la navaja. Por ello, la negociación de un plan de reconstrucción, de unos  nuevos presupuestos al servicio de esa reconstrucción; trabajar para que España tenga un equilibrio territorial que no satisfaga a nadie, pero que todos puedan aceptarlo, son premisas que pasan por un esfuerzo enorme de negociación entre grupos antagónicos, pero que tienen la lealtad de salvar al país y sus habitantes. Todos tendrán que ceder y mucho, porque lo importante no es lo que a usted y a mí nos gustaría, sino lo que la gran mayoría pueda considerar aceptable, tal como se hizo en La Transición, que con todos sus defectos y distorsiones consiguió que un país tan difícil como el nuestro para los acuerdos y consensos, se dotara de instrumentos que le permitieron vivir muchos años de tranquilidad y prosperidad.
Esa es la exigencia que deberíamos hacer, desde todos los ámbitos de la sociedad, a la clase política, y quien  no quiera estar que se atenga a las consecuencias de una sociedad en marcha, democrática y con ganas de un futuro de paz y bienestar.                 

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...