miércoles, 26 de octubre de 2022

La cultura del esfuerzo

 


Por todos es ya sabido que la sociedad actual ha sucumbido al cinismo más despiadado orquestado desde las élites del poder, para hacernos creer que son dogmas de fe lo que a ellos les conviene para preservar sus situación de privilegio. No es que en otras épocas no hayan hecho lo mismo -siempre el poder de los privilegiados, desde la Revolución Francesa, se asocia a la derecha, por estar situados en ese ámbito de los asientos cuando votaron en contra del fin de la monarquía absoluta-, es que en la actualidad los medios de control y engaño son tan poderosos, que no les hace falta el empleo de la fuerza, casi nunca, para colarnos mensajes clasistas, que dibujan una falsa realidad, en la que los privilegiados son magníficos y, por eso, pertenecen a ese grupo residente en el Olimpo, y el resto somos una caterva de tuercebotas ignorantes que solo podemos aspirar a servirles y estar agradecidos por las migajas que nos dan.

Por eso, cuando gobiernan, y cuando no también, ya se encargan de que el sistema educativo sea lo más elitista posible, marcando así la diferencia entre ellos y los demás, a quienes solamente dejan la opción de ser mano de obra lo más barata posible, de ahí sus reformas laborales que cada vez recortan más derechos a los trabajadores/as, sin posibilidades de ascenso social.

Y para ello se inventan ese término tan cargado de intencionalidad política, como es la cultura del esfuerzo. No tenemos derecho a mejorar nuestra existencia porque somos vagos pedigüeños, acostumbrados a la sopa boba, que solo nos gusta vivir del cuento como sanguijuelas del trabajo ajeno; es decir, de su esfuerzo por ser y seguir siendo millonarios o aspirantes a serlo.

En la soflama de la cultura del esfuerzo, que tanto le gusta sacar a pasear a la derecha política y mediática, hay una intencionalidad política clara de eliminación del estado de bienestar, entendiendo este como un sistema de distribución de la riqueza, a la que todos aportamos algo. No es baladí que sonados caraduras que han conseguido todo en la vida gracias a sus familias o por haberse arrimado al poder de la derecha como voceros de sus intereses, saquen, de vez en cuando a pasear, la acusación de que no tenemos cultura del esfuerzo y, por tanto derecho a una vida mejor.

Y para ello, por si acaso no somos unos vagos y nos esforzamos en tener una vida y un mundo mejor, porque saben muy bien que esto va de clases sociales y que mantener sus privilegios tiene que quitárselos a otros, ya se encargan, no solo de convencernos (lo triste es que muchos se lo creen), sino de poner todas las trabas posibles para que no podamos subirnos a ese ascensor social que supone la educación, unos derechos laborales dignos y el estado de bienestar en su conjunto.

 

lunes, 17 de octubre de 2022

La expendora de carnets

 


No hay nada más ridículo que la estupidez intelectual que algunos escritores, escritoras, llevan por bandera allá por donde vayan.  Se quieren tanto a sí mismo, que acaban convirtiéndose en bufones de su figura o del pretendido personaje que quieren mostrar que son.

Empiezo tan fuerte y despectivamente, que me van a perdonar; criticar como un criticón no me gusta. Todo viene porque esta mañana he escuchado una entrevista a una escritora encantada de haberse conocido, que se ha erigido en chamán de alguna especie de ministerio literario en la sombra, con la capacidad de otorgar carnets de escritor o escritora, según los criterios que a esta literata le parecen ajustados, que no son otros que la ridiculización de quienes, probablemente con bastante esfuerzo, han escrito un libro, un solo libros y osan denominarse escritores. Ella ya ha dejado bien claro que lleva escritos veinticinco, lo que debe darle una autoridad sobrada para decidir quién se puede considerar escritor/a y quien no.

Se olvida la susodicha y prolífica escritora, que el título de escritor/a no te lo da publicar un solo libro, sino los lectores que deciden leer tu obra y sentirse identificados con ella, sea muchos o pocos. ¿Cómo deberíamos considerar, entonces, a Sallinger, John Kennedy Tool o Emily Bronte? Tres ejemplos autores/as de un solo libro a los que nadie, incluida nuestra querida expendedora de carnets, tendría la ocurrencia  de negar su condición de escritores (aunque la necedad humana es tan excelsa que no puedo afirmar esto con rotundidez).

¡Qué le vamos a hacer! La necedad solo tiene un recodo del camino donde se encuentra bien: la ignorancia. No hay necio que no sea ignorante y si, además´, entra en juego el ego, apaga y vámonos. Porque de necios engreídos está el mundo literario lleno, hayan escrito un libro o decenas. A lo mejor si se hubieran leído La  conjura de los necios, serían más comedidos en su vanidad. Pero, claro, esa novela es de John Kennedy Tool, escritor de un solo libro al que no merece la pena dedicarle atención ni dar entrada en el Olimpo de la literatura.

sábado, 15 de octubre de 2022

RESEÑA SOBRE "EL DILEMA DE SOFÍA"

 


Por Beatriz Rabasa, directora de La Tertulia Literaria del ICAV

El pasado jueves 29 de septiembre iniciamos la nueva temporada de Tertulias ICAV de este curso con un autor ya conocido por los tertulianos: José Manuel González de la Cuesta, escritor castellonense que compartió con nosotros El dilema de Sofía su última novela publicada este año en la editorial Sargantana.

La novela habla de amores y desamores, teniendo a Sofía como protagonista principal, mujer menopáusica de gran prestigio profesional que se enamora a pesar de sus miedos e inseguridades de un hombre mucho más joven. La delicadeza con la que el autor describe las dudas y culpabilidades que padece Sofía por ese amor que cree imposible nos muestran la finura psicológica del autor, que es capaz de ahondar en la mente femenina con gran precisión. Pero además, la novela se nutre de una historia de intriga relacionada con los libros antiguos. El acierto de esta obra consiste en saber entretejer las dos tramas con gran soltura.

En suma, un libro bien estructurado, de ágil lectura y que desvela los prejuicios que debido a la diferencia de edad de los miembros de la pareja todavía pesan en sociedades que dicen llamarse liberales.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Yo fui un Si-Si

 


Escucho en una emisora de radio que los Si-Si, es decir los jóvenes que trabajan y estudian, han aumentado en los últimos años. Me quedo pensando y llego a la conclusión de que si han aumentado es porque anteriormente habían disminuido. Porque Si-Si los ha habido durante un tiempo no tan lejano, por diferentes razones. Yo mismo fui un Si-Si. A los 14 años me puse a buscar trabajo, no porque en mi casa hiciera falta el dinero que yo ganara, aunque, todo hay que decirlo, vino muy bien. Lo busqué, sin que mis padres lo supieran y lo encontré de botones en un banco, es decir, de aprendiz de bancario. Claro, cuando mis padres se enteraron de que podía trabajar en un banco si aprobaba los exámenes de acceso, no cupieron de sí en gozo: al niño ya lo tenemos colocado y con la vida resuelta. Con lo mal estudiante que era, no me extraña que se alegraran.

Toda mi juventud la pasé estudiando y trabajando; hasta hice carrera universitaria. Trabajar no solo me cambió la vida; también me hizo sentar la cabeza de chorlito que tenía. En aquellos tiempos, estudiar y trabajar no resultaba tan complicado si tenías un buen horario de trabajo, y si no era sí, tocaba restarle horas al sueño. No estaba mal visto, como parece que hoy sucede en esta sociedad entregada al postureo dentro y fuera de las redes sociales. Había “nocturnos” en los institutos, las academias y en la Universidad, con horarios diseñados para quienes trabajaban. Esto nos permitió, a muchos pasar de Si-Si (este apelativo no existía entonces) a trabajadores instruidos y formados. Pero claro eso pasaba cuando la enseñanza todavía era un ascensor social, la manera de escalar puestos en la sociedad y permitía a los hijos poder vivir mejor que sus padres.

Por eso, hoy, me suena extraño que trabajar y estudiar sea noticia, como algo raro que surge de la nada, y no de una sociedad que ha condenado a los jóvenes al ninguneo social, educativo y económico. Una sociedad muy clasista diseñada para que los ricos tengan estudios y cierren más la burbuja de privilegios que los envuelve, y los demás se busquen la vida como puedan, algo difícil dado el coste que tiene estudiar una carrera universitaria y la falta de un diseño para que se puedan compaginar trabajo y estudios. Es decir, para que la universidad se convierta en un gueto al que solo pueden acceder los hijos de los poderosos y de esta forma aumentar la brecha que los separa del resto de la sociedad.            

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...