martes, 31 de marzo de 2020

Decimoséptimo día de cuarentena. Pedro Sánchez en el punto de mira


Decimoséptimo día de cuarentena. Llueve y hace frío. El tiempo sigue siendo nuestro aliado en el confinamiento para que no nos apetezca mucho salir de casa. Antes de hablarles de lo que hoy me gustaría, ¿no se han fijado que la mayoría de los presentadores/as de la televisión, están más guapos/as cuando salen desde su casa, que cuando están en el plató? Por algo será, que los doctores en mercadotecnia tendrán que pensar.
Pero de lo que quería hablarles hoy es de Pedro Sánchez; este sí que tiene mala cara. Ni se me ocurre cuestionar la gestión de la epidemia desde el punto de vista sanitario, que ahora es lo más importante, y como ya he dicho en otras ocasiones, debemos estar todos como una piña con el gobierno. Ya habrá tiempo de valorar y hablar de lo bueno y lo malo.
Pedro Sánchez está en el punto de mira de mucha gente que está esperando a que pase esto para lanzarse a su cuello, porque todo lo habrá hecho mal; no tardarán mucho en pedir elecciones anticipadas, a ver si pueden sacar tajada después de tantos días de confinamiento. La vileza de la política es así, aquí y en Madagascar, siempre hay gente más preocupada por tener el poder, que por gobernar por el bien común.
Pero, cuando pase esto, a Pedro Sánchez no se le va a juzgar por sus decisiones sanitarias, muy condicionadas por la situación. Se le van a pedir explicaciones por sus decisiones económicas y, sobre todo, sociales. Si sabe dar respuesta a las necesidades de la gente, a que la percepción cuando volvamos a la calle sea que no hemos vuelto a pagar los mismos los platos rotos de esta crisis, lo tendrá  mucho más fácil y podrá alejar la guadaña de la derecha de su cuello.
Es cierto que son demasiados los intereses, que tiene que hacer mucho encaje de bolillo, pero eso no es excusa para que no sea un gobernante para la mayoría. Muchas voces apuntan a que el mundo: las relaciones sociales, económicas, políticas, ecológicas, etc., no van a ser iguales después de la pandemia. No tenemos ni idea de hacia donde vamos, pero sí podemos vislumbrar algo en el horizonte. Para que esos cambios sean lo menos traumáticos posible; para que el coste y el beneficio sea compartido; y para que no volvamos a lo que algunos quieren volver: la desigualdad, el poder acaparado en pocas manos y la destrucción de todo lo que no sea beneficio económico, necesitamos que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el gobierno en pleno tengan claro, dentro de lo que cabe, cuál va a ser el futuro. Porque de ese futuro va  a depender nuestra vida y su supervivencia política.
Yo no dudo que pueden hacerlo, pero tienen que demostrarlo. Sí se me plantean dudas si ahora nos estuvieran gobernando los de la crisis anterior; los de los recortes y la pleitesía a la banca y el gran capital. Hoy hay que abrigarse a las ocho, que hace frío y cogerse un resfriado ahora es un problema gordo.

lunes, 30 de marzo de 2020

Decimosexto día de cuarentena. Con el dinero hemos topado


Decimosexto día de cuarentena.  Empezamos la tercera semana de confinamiento y con el dinero hemos topado. El buenismo empresarial por las medidas del gobierno se ha hecho añicos cuando se decreta que la economía tiene que hibernarse unas semanas. La misiva de anteponer la salud al dinero parece que quedaba muy bien en los telediarios mientras no afectara a la cartera del poder económico. Al final, todo se sabe y para muchos la economía está por encima de la salud. La gente tiene que ir a trabajar, cueste lo que cueste o si no al paro. Que pague el estado, no vaya a ser que al final el coronavirus afecte a los beneficios y los millonarios lo sean un poco menos. No se ofendan , pero si los trabajadores y pequeños autónomos están ya padeciendo en sus ajustadas economías las medidas de confinamiento; sí las entidades deportivas están pasándolo mal por el cierre de las competiciones; si el mundo académico: estudiantes y profesores, están haciendo un esfuerzo ímprobo para no perder el curso; hasta la Iglesia ha entendido la gravedad del problema, cerrando los templos. Si el mundo de la cultura ha quedado arrasado;  si la sociedad en su conjunto, salvo los cernícalos que piensan que en el  mundo sólo viven ellos, está dando un inmenso do de pecho encerrándose en sus casas, ¿por qué los grandes empresarios no pueden asumir que esto les supone, a ellos también, un coste?  
El confinamiento casi total no es un disparate, como algunos están dejando entrever. Solo cuando salgamos de esta la economía podrá recuperarse. Esto no es una guerra en donde los muertos son daños colaterales. Se puede evitar si actuamos con rigor y disciplina. No hay otra. Lo que no pueden pretender algunos es que todo el coste, todo el esfuerzo recaiga sobre los trabajadores y clases medias, igual que en la crisis del 2008.
Hoy hablaba en una emisora de radio un dirigente de una patronal y decía que el bienestar común se podía mirar desde diferentes puntos de vista. Nada que objetar. Pero aquí no estamos hablando de eso. Hablamos de la salud y la vida de las personas, de no quebrar un sistema sanitario que nos alberga a todos, que sin esto no hay bienestar común que valga, a no ser que haya quien piense que está inmunizado y que de todas las crisis siempre sale indemne. No han entendido nada. Hasta las ocho.  


domingo, 29 de marzo de 2020

Decimoquinto día de cuarentena. Cambio de hora


Decimoquinto día de cuarentena. Un día raro con lo del cambio de hora. A mí, por ejemplo me ha pillado desprevenido y me pongo a escribir más tarde que nunca, casi a la hora de comer. En definitiva, no debería afectarnos demasiado, cuando el regulador horario de nuestras vidas ha quedado en suspenso: no tenemos hora para ir a trabajar, a recoger a los niños al colegio, de ir al gimnasio, de hacer la compra, de…, si os fijáis todo lo que hacemos está controlado por el reloj. Pero ahora no, el único reloj que puede dirigir nuestra vida somos nosotros, cada uno de nosotros, y ahí es donde está lo complicado.
Acostumbrados a que alguien o algo organice lo que hacemos, rutina lo llamamos, se nos hace difícil ser nosotros mismos los que nos imponemos esta rutina. Estamos acostumbrados a romperla, a sentirnos dueños de nuestras vidas cuando lo hacemos y percibimos un soplo de libertad. Pero si la rutina la imponemos nosotros, no tiene gracia romperla, no hay sensación de transgresión y mucho menos de libertad. Por eso, en estos días de confinamiento balconero, no sé si es bueno volver  al reloj como organizador de nuestra vida o dejar que está fluya como le dé la gana, dentro de lo que nos permite el coronavirus. Creo que ya he escrito algo a este respecto. El cambio de hora nos afectará, de pendiendo de si somos rutinarios o no.
Aunque ninguno estamos exentos de los horarios, ni los más ácratas. Yo, por ejemplo, escribo esto todos los días a la misma hora, y si me fijo, hago casi todos los días lo mismo sin que lo haya planificado. En el fondo, sin la usanza, que diría Sancho, no somos nada.
Y mientras nosotros estamos a lo nuestro, alguno siguen con sus ocurrencias. La última: banderas a media asta. Pronto a alguien se le ocurrirá que salgamos a  los balcones a rezar el rosario. Si ya estamos de luto, ¿cómo vamos a salir a aplaudir y montar una fiesta todos los días con los vecinos desde la ventana de nuestra casa? No sé, no lo veo muy claro.
Recordad que hoy a las ocho será de día en algunos sitios del país. Ojo con lo que nos ponemos para salir al balcón.

sábado, 28 de marzo de 2020

Decimocuarto día de cuarentena. Aplausos contra supremacistas


Decimocuarto día de cuarentena. Los aplausos a quienes están en la primera línea de este combate mundial contra un enemigo invisible, que jamás hubiéramos imaginado ni en las mejores películas de invasiones a la Tierra, se extienden por todas las ciudades del planeta. Es la reacción solidaria de la gente común, de aquellos y aquellas que vemos como los días pasan y no se atisba el final de esta amenaza. Los balcones han dejado de ser ese elemento decorativo de las fachadas de los edificios, para convertirse en zonas seguras de la retaguardia, desde las que podemos relacionarnos con nuestros semejantes, aunque solo sea con la simpleza de una aplauso diario. Si el mundo es global, ahora lo está siendo más que nunca, a pesar de que muchos, cegados por sus intereses económicos, políticos o de cualquier otra índole, no parece que quieran entenderlo.
Contrasta con esa solidaridad planetaria el comportamiento de dirigentes políticos de algunos países, que no pueden disimular su ideología de supremacía racial, que los convierte en otro foco de peligro para humanidad, con sus discursos xenófobos y racistas. Eso es lo que hemos podido leer tras la cumbre de jefes de estado de la UE (me voy a fijar solo en este asunto, porque si hablo de los del otro lado del charco, no acabo).
Esa supremacía racial que despliegan gobiernos como el holandés, el alemán, y otros del norte de Europa, creyéndose que ellos lo hacen todo bien y que el resto lo hacemos mal, dice muy poco en favor de los valores que, supuestamente, defiende la UE. Cuando un jefe de estado sale acusando de repugnantes a otros después de una reunión, es que algo más allá de los límites normales de una negociación ha sucedido.
Parece que el coronavirus no va con esos países, como si creyeran que su genética es mucho más poderosa que la de los demás; qué olor a naftalina histórica, que todavía no se han podido expurgar. Cómo si el calificarse como  ricos les proporcionara una vacuna contra la pandemia.
Quieren darnos lecciones para no ser solidarios y no se dan cuenta que están poniendo en jaque mate el futuro de la UE; que están alimentado muchos “brexit” por su egoísmo xenófobo.
Ellos, que no están siendo transparentes con sus datos, ocultando contagiados y muertos, para aparentar lo que no son: supuestos eficientes norteños. Acusan a los países del sur de descontrol; a los que están siendo más transparentes con  la crisis. Luego cuando la realidad se les eche encima y ya no tengan donde esconder sus enfermos, copiarán lo que estamos haciendo por aquí. Pero ellos seguirán creyéndose los ricos inalcanzables, en un mundo que ya ha empezado a cambiar en los balcones de todas las ciudades. Hasta las ocho.


viernes, 27 de marzo de 2020

Decimotercero día de cuarentena. Un poco de calma


Decimotercero día de cuarentena. ¿Somos un país de maledicentes, que nos gusta echar la culpa de todo lo que nos pasa a quien no es como nosotros? Me van a perdonar que haga esta pregunta tan retórica, de la que todos ya sabemos la respuesta, pero es que no hay forma de tener un poco de calma, de que las fieras se aplaquen y dejen de babear ante el olor a carnaza del incauto que se pone a su tiro. Escriben hoy en El País un grupo de profesores universitarios de la salud pública, pidiendo un poco de sosiego a nuestras ansias de despedazar (esto lo digo yo, no ellos): «Responder con eficacia y justicia a la gravedad de una pandemia sin precedentes para los millones de personas que la sufrimos en todo el planeta requiere valores (honestidad, civismo, solidaridad), conocimiento (ciencias, humanidades) y acción (política, social y personal). La ambición ética, política y económica de la respuesta nos atañe a todos: instituciones, organizaciones sociales, empresas y ciudadanos. Y la confianza entre todos debe ser lo más amplia posible; para una cultura latina como la nuestra, confiar en las instituciones suele ser un reto. Aceptemos con tranquilidad que todos podemos errar, también los científicos y los políticos. En los próximos meses, máxima prudencia, serenidad y comprensión.»
Me van a disculpar que me haya extendido tanto en la cita, pero es necesario que todos seamos conscientes de nuestras limitaciones y nuestras posibilidades. Solo así dejaremos de morder a quien no nos gusta.
Digo esto porque vengo leyendo desde la calma chicha de mi casa «pintada no vacía», como escribió nuestro gran poeta Miguel Hernández, que ha empezado la veda para buscar culpables de la extensión de la pandemia en España, y como no puede ser de otra manera, el ojo siempre se pone en lo que más molesta al conservadurismo “biempensante” de nuestro país. Es decir, ahora le está tocando el turno al feminismo convocante de la manifestación del 8-M. Para alguno parece que todo empezó ahí, en esa manifestación de mujeres alocadas pidiendo igualdad, y como no, la culpa la tiene el gobierno por autorizarla y, especialmente, la ministra de Igualdad. La prueba de tanta negligencia es que la propia ministra se contagió de coronavirus. ¡Vaya! Igual que la presidenta de la Comunidad de Madrid, que no estuvo en la manifestación. ¿Qué coincidencia, verdad?
Hay que dar caña al mono, y el mono ahora es la manifestación del 8-M, en la que por cierto participaron todos los Partidos, incluidos los que ahora reniegan de ella, salvo Vox, que hizo su propio acto de homenaje a la mujer (captemos la diferencia entre hacer un homenaje y pedir igualdad), y acabaron, no se sabe cuántos contagiados por el virus. Pero claro, de este acto la culpa la tuvo el gobierno por no prohibirlo, según palabras de Santiago Abascal.
Hay que demonizar el feminismo, que tan poco gusta a la derecha y algunos. No importa que en esos días se siguieran celebrando misas, habiendo aglomeraciones deportivas fuera de los estadios, llenos los bares, los centros educativos, los mercados y mercadillos… todo el país se estaría contagiando igual que en la manifestación del 8-M, pero las culpables son ellas. Hasta se celebró la feria de la cerámica en Valencia, con profusión de profesionales italianos,  cuando en Italia el coronavirus ya estaba haciendo estragos. Nadie dijo nada, porque nadie sabía o no quería saber.
La mejor manera de que los agoreros y los oportunistas callen es no hacerlos caso. Seguir nuestro confinamiento cuanto haga falta y hacerles ver que nosotros somos uno, por mucho que ellos quieran sembrar la cizaña de la división. Hasta las ocho.

jueves, 26 de marzo de 2020

Duodécimo día de cuarentena. El entrenador que llevamos dentro.


Duodécimo día de cuarentena. Todos los españoles tenemos un entrenador dentro. Esta frase refleja perfectamente la idiosincrasia de una sociedad en la que todo el mundo se cree que es más listo que el resto. Aquí, todos los aficionados al fútbol lo harían mejor que el entrenador de su equipo, sin lugar a duda. Hay otra frase más burda aún: “Esto lo arreglo yo en dos patadas”. Esa ya es del libro gordo del cenutrio. Además, las dos patadas suelen ser siempre en la boca del estómago de todos nosotros, porque detrás de quien piensa así, siempre hay un pequeño dictador.
Ahora, a toro pasado, todo el mundo habría hecho las cosas mejor que el gobierno: la oposición, los expertos de tertulia, los que llevan un entrenador dentro y mucha más gente. Algunos, debe ser que poco viajados, sacan el dedo acusador contra el gobierno por no haber previsto antes lo que iba a pasar. Como si fuéramos el único país del mundo donde el coronavirus ha pillado con los deberes sin hacer.
Cuando escucho que el gobierno es culpable de que no haya mascarillas, veo más una intención política, de postureo, que un interés por hacer las cosas que se puedan bien. Parece que solo a nosotros nos faltan los equipos de protección. Que Francia, Alemania, Italia, EEUU, el resto de Europa y el  mundo entero, está nadando en la abundancia de mascarillas y como el gobierno tiene una eficacia mínima (sic Cayetana Álvarez de Toledo), aquí no hay nada.
Miro en la hemeroteca. ¿Alguna Comunidad Autónoma se preocupó de provisionarse de estos equipos cuando en China el coronavirus había confinado a más de 11 millones de personas? Si son ellas las que tiene la competencia en sanidad ¿por qué no lo hicieron? ¿Por qué no alertaron del peligro que había al gobierno, en vez de mirar para otro lado? Quizá, porque como en el resto del mundo, no le dieron la importancia que ahora se sabe que tiene.
¿Alertaron los expertos sobre la que se nos venía encima? No se si alguno lo haría, pero debió hacerlo muy bajito, porque nadie lo oyó en el mundo, ni siquiera en los despachos de quienes ahora se creen con el derecho a cuestionar todo lo que hace el gobierno.
Esto nos ha pillado con el culo al aire a todos: políticos, expertos, medios de comunicación, tertulianos, sindicatos, trabajadores, y sociedad en general, que en ningún momento nos hemos alarmado, hasta que no lo hemos tenido encima. Por eso me gustaría que no nos convirtamos en alguien que lo arregla todo en dos patadas. Lo que hay que hacer ahora es dejarse de tanta palabrería, cumplir las normas que nos están pidiendo, y dar un voto de confianza a un gobierno que está poniendo toda la carne en el asador para superemos lo antes posible y con el menor daño posible esta pandemia. Y por supuesto, todos los días aplaudir. Nosotros, no el entrenador.   



miércoles, 25 de marzo de 2020

Undécimo día de cuarentena. Ni orden ni caos


Undécimo día de cuarentena. No sé si a ustedes les pasa lo mismo que a mí, que tengo dificultad para saber en que día estoy. Esta monotonía que nos hace vivir todos los días la misma circunstancia,  a mí me empieza a crear un despiste enorme con el calendario. No alcanzo a saber si es martes, miércoles o jueves. Ni siquiera el día del mes en el que vivo. Claro que pueden pensar que es una exageración, que solo con abrir el ordenador o mirar el teléfono ya puedo saber en qué día vivo. Ya, pero es que  no lo miro. No es solo despiste, es que tampoco pongo voluntad en ello. No quiero convertirme en un esclavo de los días, interesándome solo, y para escribir este comentario, el día de cuarentena en el que estamos.
De la misma manera que soy incapaz de planear nada. Solo falta que me ponga a planificar lo que tengo que hacer, para que luego no lo cumpla y al encierro le añada frustración. Voy transitando por las horas haciendo lo que surge o me apetece; tengo tiempo para ello. Ora recojo la casa, ora leo, ora miro por la ventana, ora me conecto al ordenador, ora veo la TV, ora toca una película. Y a pesar de todo, no puedo dejar de tener horas fijas, no hay una anarquía total en mi vida. Es hora fija comer, sacar al perro, escribir este comentario, acostarme, levantarme (tengo que hacerlo porque  mi hija a las diez empieza la conexión de las tareas del cole) y salir al balcón al aplauso diario, que no debemos dejar.
Fíjense. Muchos de ustedes, seguro que piensan que estoy aprovechando este tiempo para escribir, y salir de esta con una novela en el bolsillo. Siento decepcionarles, o echar un jarro de agua fría a esa imagen que muchos tienen  del escritor abnegado, que aprovecha cualquier momento para estar sentado delante de la pantalla del ordenador. Desde que estamos en cuarentena no he escrito ni una palabra de la novela que tengo empezada no hace mucho.  Mi cabeza no da para tanto y ahora la tengo, como muchos de ustedes, en la incertidumbre de cuando se va a acabar esto y cómo nos va a cambiar la vida, si es que lo hace.
También miro por la ventana buscando algún animal de esos que están paseándose por las ciudades. Hasta ahora no he visto ninguno, salvo a algún racional haciendo lo que los irracionales no harían jamás, si vieran su vida en peligro. Pero esto, es asunto de otro escrito.

martes, 24 de marzo de 2020

Décimo día de cuarentena. A pesar de todo, no desfalleceremos


Décimo día de cuarentena. Estamos en un momento delicado del confinamiento. La tozudez de las cifras no son, precisamente, un bálsamo para animarnos y la perspectiva de dos semanas más encerrados en casa, nos coloca ante una durísima situación, que puede quebrar muchas voluntades. Se contagia mucha gente, muere mucha gente, y ya vemos como en nuestro entorno empieza a haber casos, que son como un cerco que poco a poco se va cerrando sobre nosotros. Es comprensible, que a mucha gente se le empiece a hacer cuesta arriba la situación. Por eso son tan importantes los aplausos de cada día, para que como seres gregarios que somos, podamos sentir el calor de los demás, el apoyo a  nuestro esfuerzo, el mensaje de que no estamos solos, ni nosotros ni quienes están en primera línea.
Lo que no es comprensible, es que se empiece a levantar la veda de las críticas a quienes están llevando el mando de la situación. O que una dirigente autonómica siembre dudas sobre la honestidad del gobierno al mandar una carta pidiendo que no se bloquee el material sanitario que ella ha pedido. ¿Qué pretende esta señora con este tipo de comportamiento? ¿Esconder el desastre de la sanidad pública madrileña, que ha ido siendo desmantelada desde hace 25 años por su partido político? ¿Ocultar su incapacidad para afrontar el problema con seriedad? Le iría mejor si asumiera, como lo ha hecho el alcalde de Madrid, con una gran dosis de sentido común, que es mejor estar en segunda línea y ponerse al servicio del gobierno, que ir haciendo el ridículo en las redes sociales.
Qué ya tengamos en Cataluña un presidente descerebrado, al que sólo le interesa el confinamiento de la comunidad autónoma, para vivir su ensoñación independentista al margen del resto de España, ya lo damos por descontado. A nadie le asombra. Pero que a la fiesta del chivo se una la madrileña, solo puede indicar que ambos no pueden justificar por qué sus comunidades son las que más casos están teniendo, algo que no es ajeno a la privatización de la sanidad puesta en marcha en los dos territorios.
Solo puedo entender que el comportamiento de estas personas y la de otros, es una falta de respeto hacia todos los que estamos cumpliendo con disciplina la cuarentena; hacia los que están padeciendo el riesgo de contagio diariamente. Es una falta de consideración hacia la sociedad movilizada en torno a las medidas del gobierno, con el único fin de salvar su culo o vivir en la virtualidad de los sueños.
Tiempo habrá de valorar si lo que se ha hecho en España y en el mundo ha sido lo correcto, porque todos estamos en la misma situación. Mientras tanto, seguimos resistiendo como si fuéramos un ejército de hoplitas,  hasta que el virus acabe siendo derrotado  con el esfuerzo de  todos.

lunes, 23 de marzo de 2020

Noveno día de cuarentena. ¡¡Hasta mañana!!


Noveno día de cuarentena. Ayer, al terminar ese acto de convivencia social en el que se han convertido los aplausos diarios de las ocho de la tarde, se oyó en mi calle un sonoro ¡¡Hasta Mañana!! Era la voz de una niña de no más de 5 o 6 años, que define con una claridad imposible de creer hace unas semanas, el momento que estamos viviendo, más allá de las cifras de contagiados. En España hay una hora que es la de la convivencia con los demás, con  nuestros vecinos desconocidos hasta la fecha, con esas caras que vemos habitualmente por la calle o el supermercado, que nos suenan, pero que nos son ajenas a nuestra vida diaria. El hasta mañana de la niña nos hace comprender que los aplausos diarios ya no son solo para agradecer su esfuerzo a sanitarios, fuerzas de seguridad y todos aquellos que están al pie del cañón para que esto se pueda vencer. No. Las ocho de la tarde se ha convertido en un acto de socialización, en el que también nos homenajeamos a nosotros mismos, a todos los que salimos al balcón o la ventana de nuestra casa, incluso a los que no salen, porque cada uno de nosotros también somos héroes en silencio, viendo como pasan las horas y los días confinados, encerrados el tiempo que haga falta. Todos somos esa infantería en la retaguardia que desde  nuestras casas, con mucha resignación y disciplina, estamos contribuyendo a que este virus que tantas cosas va a cambiar, se termine y podamos volver a abrazarnos y brindar como siempre lo hemos hecho: a corta distancia. Estamos ahí, en la lucha, y seguiremos hasta el final.
Porque ese final se empieza a barruntar a pesar de que las cifras nos sigan pareciendo terroríficas. En China, en Corea del Sur, ya lo están consiguiendo; en Italia, ayer ha habido 142 muertos menos; en España, empiezan las primeras altas de UCI y aumenta el número de altas de la enfermedad y parece que el ritmo de velocidad del contagio se está reduciendo. Todo llegará si aguantamos y seguimos reuniéndonos todas las tardes, desde la distancia de nuestros balcones, porque esa es nuestra fuerza. Hasta las ocho.

domingo, 22 de marzo de 2020

Octavo día de cuarentena. Juntos somos eternos


Octavo día de cuarentena. No por esperada la noticia deja de tener impacto: la cuarentena se va a prolongar 15 días más. Voy a tener que empezar a aplicar mi técnica de contaje cuando voy a nadar. Normalmente suelo hacerlo dos o tres veces por semana. Cuarenta largos sin parar de una piscina de 25 metros. Cuando uno está nadando se busca sus estrategias para contar los largos que lleva y que la monotonía no te acabe agobiando, si te pones a pensar lo que llevas y lo que te falta, porque eso es malo, y al final, se nada a disgusto, deseando terminar. Lo mejor es pensar solo en el largo que estás, repitiéndotelo como un mantra hasta que llega el próximo. Les aseguro que funciona.  
Ya les he comentado en algún escrito anterior que va a llegar un momento en que la novedad del encierro se difuminará y caigamos en la monotonía y el aburrimiento; va a ser así y debemos estar preparados para ello. Por eso, independientemente de las estrategias que cada uno se construya, le recomiendo que no piensen en lo que llevamos de cuarentena y, mucho menos, lo que falta. Lo mejor es el día a día, el partido apartido como decía un entrenador de fútbol, porque además, es inútil planificar nada a futuro, cuando no sabemos qué día va a llegar ese futuro.
Mientras tanto, veo una sociedad de la que sí tenemos que sentirnos orgullosos, con ese orgullo que no dan las banderas, ni las glorias imperiales, ni la España eterna, como clamaba hace unos días un dirigente político en el Congreso. Aquí lo único que hay es gente que se ha puesto a trabajar, a mostrar ese lado tan maravilloso, que hace que la humanidad merezca la pena. Me refiero a la solidaridad. Por todo el país surgen iniciativas particulares que tratan de paliar la urgente necesidad de cariño, material y apoyo, que ahora mismo tiene la sociedad española. Son hombres y mujeres que desinteresadamente están ofreciéndonos sus conocimientos en áreas que son imprescindibles, como el arte, la música, la literatura, el apoyo psicológico, el mantenimiento físico ; que se han puesto a trabajar tejiendo mascarillas, ideando métodos para que los test se hagan más rápido y seguros, o los respiradores se puedan obtener en un corto espacio de tiempo. Empresas  que están poniendo sus instalaciones y trabajo al servicio del gobierno y las instituciones. Universidades y laboratorios que trabajan sin descanso para encontrar medicamentos y vacunas contra este virus que está cambiando el mundo. Y, por su puesto, todos a aquellos y aquellas que están en primera línea de fuego, exponiéndose, más allá de sus obligaciones. Todos y cada una de ellas son el motivo de orgullo nuestro.
Es en eso en lo que tenemos que pensar, para que esta cuarentena sin fecha de caducidad se nos haga más soportable. Porque cuando uno se siente orgulloso personal y colectivamente, todo se aguanta. Ya lo dijo alguien hace mucho tiempo: “Uno a uno, todos somos mortales. Juntos somos eternos”.

sábado, 21 de marzo de 2020

Sèptimo día de cuarentena. Sobran estúpidos y ególatras


Sexto día de cuarentena. Empieza a asomar esa estupidez egoísta que tenemos los humanos. Mientras la gran mayoría de la población está aguantando estoicamente las medidas de confinamiento, algunos prefieren pensar solo en sí mismo, como si todo lo que está sucediendo no fuera con ellos, y su bienestar de casita de fin de semana estuviera por encima de los miles de contagiados y muertos que estamos padeciendo como sociedad. No merece la pena hablar más de esta gente, solo que la policía haga su trabajo y les salga caro su incívico comportamiento.
Claro, que no es de extrañar que haya gente que piense que el gobierno se está pasando con tanta medida que les estropea su vida, cuando empieza a haber políticos que ya no aguantan más tiempo callados,  y tienen que salir a decir lo que sea, y qué mejor que poner en cuestión lo que se está haciendo, para que parezca que ellos hacen algo.
Entiendo que estos días estar en la oposición es difícil, y no tienen  mucho margen de maniobra para chupar cámara, principal razón de ser de muchos dirigentes políticos. Pero, de verdad, las cayetanas, torras y ayusos, sobran en estos momentos, no necesitamos escucharlos como una letanía, que solo tiene como fin sacar tajada de los errores que el gobierno y toda la gente que está trabajando duro cometen; sería imposible que todo se estuviera haciendo bien. Además, ante una pandemia de estas características, lo único que no hace falta es cuestionar medidas, porque el efecto que esto puede tener en la población puede ser demoledor para controlar el virus.
Mientras, los demás seguimos confinados, encontrando ese aplauso de las ocho de la tarde como uno de los  momentos estrellas de nuestra vida social. Seguimos intentando que la moral no decaiga, que el ánimo de cada uno se convierta en subsidiario del ánimo de su familia, de su calle, de la colectividad en su conjunto. Necesitamos sentir que pertenecemos a una comunidad con un objetivo común: acabar con el virus. No hay otro futuro y, por eso, nuestro granito de arena de cada día, simplemente respetando el encierro en casa, es fundamental para que podamos escuchar un día, que la pandemia ha terminado y podemos volver a nuestra vida, que espero sea más sensata que la anterior. Esta será la mejor manera de neutralizar a los estúpidos y los ególatras.  
  

viernes, 20 de marzo de 2020

Sexto día de cuarentena. La primavera


Sexto día, con sol a ratos. Dicen que hoy empieza la primavera. Hasta en eso nos convertimos en unos pejilgueros de la precisión -nos dicen hasta la hora que llega-. Antes estudiábamos en el colegio que la primavera empezaba a día fijo, y nadie se atrevía a hacer puntualización alguna. El 21 de marzo abrías la ventana y la primavera entraba por ella a raudales, aunque lloviera. La estación había cambiado y nuestro ánimo también. No había margen para la duda ni la discusión. Era un mundo mucho más fácil, cuando algunas cosas se sometían a una regla que admitíamos sin rechistar. Lo demás, eran cuestiones de científicos, que al común de los mortales nos importaba un bledo.
    En estos días, también, nos importa poco la llegada de la primavera. Casi mejor que no venga, porque solo nos faltaba que  afuera los días se vayan convirtiendo en un espectáculo de lujuria ambiental y nosotros solo pudiéramos verlo desde la ventana. Por alguna razón los monjes se esconden en los monasterios, alejados del mundanal ruido y la pecaminosa naturaleza.
Pero seguimos aguantando, aplaudiendo, bailando, ofreciendo conciertos desde los balcones, charlando y viendo la vida pasar frente a nosotros, sin inmutarnos. Algo bueno debemos estar encontrando en el encierro, para que no haya gente que se tire desde el balcón.
Protesta. En la Comunidad de Madrid se ha autorizado que una cadena de pizzas y otra de sándwiches den de comer a los niños damnificados por el cierre de los comedores escolares. Chapeau a estas empresas por su buena voluntad solidaria. Pero manda narices que a la presidenta madrileña, tan ocurrente siempre con sandeces, le parezca bien que los infantes madrileños no coman todos los días un menú de comida saludable.   Eso demuestra el interés que tiene los dirigentes madrileños por la salud de la población, más allá de los problemas que les está causando el coronavirus. Han tenido que salir algunos ayuntamientos al quite de tamaño despropósito, para garantizar una comida saludable a las niñas y los niños de sus municipios que no puedan tenerla a diario.
Aplauso. Se lo doy a Ximo Puig, presidente de la Comunidad Valenciana, por hablar poco y hacer mucho. La idea de construir tres hospitales de campaña con un total de 1.100 camas en las tres capitales valencianas, merece nuestro aplauso, porque no solo supone una anticipación a que las cosas se pongan peor, sino que va a ser un alivio para la sobrecarga que algunos hospitales de la Comunidad empiezan a tener.
Pienso que en estos días debemos ser cautos en la crítica a los gobernantes, porque es necesario hacer piña para que nadie se venga abajo en el ánimo. Pero hay cosas que claman al cielo y ni siquiera ahora deben silenciarse. Y entre ellas está la salud de los más pequeños y la protección de los más débiles.     

jueves, 19 de marzo de 2020

Quinto día de cuarentena. Ciudades vacías


Quinto día de cuarentena. Las ciudades vacías ejercen sobre mí una fascinación magnética. Quizá porque son la gran obra de la humanidad en el planeta. Por alguna razón, cuando veo las avenidas desérticas no me siento solo. Debe ser, que se activa en mi memoria ancestral la necesidad de seguridad, que las ciudades han proporcionado a ese miedo atávico, que tenemos los humanos al vacío a la soledad no deseada.
 En este día del Padre, que ya solo adquiere la categoría de fiesta en algunas regiones de esta España vaciada, y no me refiero al campo, salgo a pasear con mi perro y mi mascarilla (un tormento que no para de empañarme las gafas) y me encuentro con calles vacías, aparentemente sin vida, iluminadas por un sol calimoso de primavera. Es una sensación rara, no como la que se tiene cuando a uno se le hecha la noche encima y vuelve a su casa de madrugada. Es distinto. Es un silencio diferente, porque sabes que detrás de cada ventana, de cada balcón, la vida está bullendo, reinventándose, recuperando el tiempo perdido entre prisas y olvido de nosotros mismos.
Se oye música que se escapa por la ventana de alguien; incluso una tabla de gimnasia: ¡¡¡un, dos tres, aaarriba; aguantamos yyyyy abajo!!!. Hay vecinas que charlan de balcón a balcón, como los que ya no somos jóvenes recordamos que se hacía antes. Suena un clarinete de alguien que está ensayando, y no echo de menos el ruido de los coches, sustituidos por gente paseando perros. Mascarillas, cada vez más, como si estuviéramos cayendo en la cuenta de que es un elemento protector, que algo hará.
Hay un mundo que se está construyendo al margen de la calle, quizá con fechad de caducidad y producto de la supervivencia. Estamos constatando que somos gregarios, qué nos necesitamos para las cosas más nimias, que, a fin de cuentas, son las más importantes. Qué la vida, a pesar de los mensajes de exaltación del individuo de algunas corrientes político/filosóficas, no es nada sin el otro, sin la aprobación o reprobación de los que nos rodean.  
Feliz Día del Padre a todos y todas, y a los Pepes, también. Y esperanza de que aunque sea solo un poquito estemos haciendo lo correcto, para que podamos volver a abrazarnos, aunque se vuelvan a llenar las calles.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Cuarto día de cuarentena. Qué el relámpago nos ilumine


En el cuarto día de cuarentena todo sigue igual: el número de afectados aumenta y contenemos la respiración para que pronto esa famosa curva, que se ha hecho tan popular como “La curva de la dama blanca”, que tanto espanto nos daba de jóvenes, empiece a suavizarse, trayéndonos la buena noticia de que el virus está siendo vencido, y pronto podremos volver a nuestra vida anterior. Sin embargo, tengo una duda: ¿Nuestra vida va a ser igual después de la pandemia? Si es así, poco o nada habremos aprendido de esta crisis mundial, social e individual.
Escribía Víctor Hugo en su novela “Los miserables”: Las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina. ¡Genial! No se puede expresar mejor la oportunidad que nos brinda este momento. Podemos superar el miedo a decidir por nosotros mismos, que tan afín se muestra a la humanidad. Oscuridad o luz.
Esto no es una crisis al uso del capitalismo, como las que recurrentemente se producen para ajustar los desvaríos inherentes a este modelo de producción y sociedad. Ni siquiera es una crisis política, por mucho que algunos carroñeros de la democracia quieran hacernos ver. No, debemos ser conscientes de que la magnitud de esta crisis de índole sanitaria, que nos ha encerrado en casa y paralizado todo el mundo, es mucho mayor de lo que podemos pensar. Porque, va a concernir a  nuestra manera de ser y ver la vida, es decir, a nuestra psique social y particular. A ese pathos que definían los griegos como todo lo que se siente o experimenta: estado del alma, tristeza, pasión, padecimiento.
¿Qué otra cosa nos puede producir un encierro de supervivencia como este? Y no me refiero a la supervivencia de cada uno, sino a la de los otros, a la de quiénes se ven afectados por un virus leve, con consecuencias letales para una parte de la población. Esa es la grandeza de nuestro comportamiento, aunque no seamos, todavía, muy conscientes de ello. La fortaleza que nos transmitimos unos a otros en silencio, sin vernos, sin tocarnos, sin hablarnos, para que todo termine con la menor cantidad de damnificados posibles.
Debemos estar preparados para los peores días, cuando el tiempo haya barrido la excitación inicial de vivir una situación nueva, diferente, tan cambiante de nuestros comportamientos habituales. Porque todo pasará y no podemos sucumbir en el intento, por muy duro que se nos haga. Tenemos que hacer que ese relámpago del que hablaba Víctor Hugo nos ilumine, y seamos capaces de cambiar algunas cosas en nuestras vidas, en la sociedad, de las que no estábamos muy contentos. Aprovechar la oportunidad de esa luz para mejorar, para tomar conciencia de que solos no somos nada: un átomo perdido en la inmensidad del universo social. Que solo cuando estamos perfectamente ensamblados unos con otros, podemos evitar otro Big-Bang, que lo mande todo al carajo. Puede ser la hora de darnos cuenta de que tras la tristeza se esconde un mundo de esperanza y menos canalla.
Me acuerdo del poema de Miguel Hernández “Canción última”, cuando de Pintada no vacía:/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias, pasamos a Florecerán los besos/sobre las almohadas./Y en torno de los cuerpos/elevará la sábana/su intensa enredadera/nocturna, perfumada…. Dejadme la esperanza.

martes, 17 de marzo de 2020

Tercer día de cuarentena. Esperanza y agoreros


Día tres de cuarentena. Hoy he vivido cosas que me parecían imposibles. La cola que he tenido que hacer para entrar a comprar en el supermercado, me ha recordado, sin hacer ningún esfuerzo para ello, los años de Telón de Acero, y todas aquellas imágenes que  nos llegaban de enormes colas para comprar el pan o lo que hubiera en algunos países del éste, los que estaban bajo el dominio soviético. Ha sido como vivir una falsa realidad, con la cola, el guardia de seguridad dando paso, la falta de algunos productos en las estanterías, la gente con mascarillas, poca, la verdad. Todo ajeno al mundo que hace una semana vivíamos. Y no sé por qué me ha venido a la cabeza la película “Good bye Lenin”. Por cierto una obra maestra del cine que os recomiendo, si es posible encontrarla en alguna plataforma, para estos días de tedio creciente.
Llegan de Italia algunas noticias esperanzadoras. Según el diario La Reppublica, el número de víctimas en Italia empieza a descender. Os dejo el enlace por si lo queréis ver: https://www.repubblica.it/cronaca/2020/03/16/news/coronavirus_oggi_rientra_in_italia_il_comandante_della_diamond_princess-251404715/?ref=RHPPTP-BH-I251423878-C12-P5-S2.4-T1
No todo es mal tiempo, como el que hoy sigue haciendo, para acompañarnos en nuestro retiro. Aunque quizá yo peque de optimista, y quiera ver la luz donde muchos solo ven oscuridad. Pero si no pensamos que todo va a ir bien; si nos apartamos de los agoreros, esos que solo hablan para decir que esto va a ir a peor, ¿cómo vamos a ser capaces de soportar un encierro de tanto tiempo entre las cuatro paredes de nuestra casa?
Ahora parece que todo va a peor: sube el número de víctimas, todos los días nos dicen  que los hospitales se van a colapsar, el mundo se fronteriza y los países se pliegan sobre sí  mismos, nos dicen que en China han aumentado bastante las demandas de divorcio después de la cuarentena. En fin, nada bueno hay bajo el sol, salvo la noticia de Italia.  Pero a mí los agoreros me cansan, me aburren solemnemente, porque si las cosas van a ir a peor, ya nos enteraremos, pero mientras, que nos dejen vivir con ese pequeño rayo de esperanza, de que esto va a durar poco.  Por lo menos, así, somos algo más felices, aunque haya que hacer cola para entrar en el supermercado.   



lunes, 16 de marzo de 2020

Primer día laboral de la cuarentena


Segundo día de cuarentena. Llueve, aunque no hace demasiado frío. La verdad es que el día no invita a salir. Buena noticia. Como Dios aprieta y  no ahoga, podría estar lloviendo todos estos días (con moderación, por su puesto, a ver si va a caer otro diluvio y se va a freír  monas la cuarentena), y así estamos más a gusto en casa y rellenamos los pantanos.
Hoy es el primer día laboral después del toque de queda permanente decretado el sábado y veo con consternación que todos esos cantos de sirena al teletrabajo, con entrevistas incluidas a supuestas teletrabajadoras (digo esto porque he observado una cierta dosis de machismo, al ser las entrevistadas casi todas ellas mujeres; debe ser que el teletrabajo es cosa de féminas, para que puedan hacerse cargo de los niños) cantando las alabanzas de esta creciente forma de trabajar, que tantos costes ahorra a las empresas; aunque no he visto que se haya preguntado mucho sobre el tema en los barrios ahora llamados periféricos, antaño llamados “obreros”.  
La respuesta ha venido hoy, cuando los transportes públicos se han vuelto a llenar de gente, a pesar de las restricciones a la movilidad. Pero es que la gente tiene que trabajar, y la realidad es siempre un bofetón no deseado al  mundo virtual. Parece que algunos planificadores no se enteran de que para la mayoría de los trabajadores el teletrabajo es una entelequia, algo imposible, por la simple razón de que tienen profesiones en las que el teletrabajo no cabe. No voy a poner ejemplos.  
Visto lo visto, en este segundo día de cuarentena nacional, pienso si no sería posible que la gente de las grandes empresas, de esas que ganan siempre y si no lo hacen las autoridades acuden presto a su rescate, se quedaran en casa. ¿A caso no pueden soportar pagar a sus empleados un par de semanas sin trabajar, por seguridad nacional y sus propios trabajadores? No tiene sentido que se nos confine en nuestras casas, que se esté insistiendo constantemente en que la vacuna del coronavirus es nuestro aislamiento, y luego miles o millones de trabajadores y trabajadoras tengan que exponerse a ser contagiados o a contagiar en sus puestos de trabajo o en los desplazamientos a los mismos.
Si el país tiene que aislarse, lavarse las manos y establecer una distancia de seguridad entre unos y otros, que se haga, pero que se haga solo con las excepciones de aquellos trabajos y servicios esenciales para combatir el virus, garantizar la seguridad y el funcionamiento de las infraestructuras básicas.  



domingo, 15 de marzo de 2020

Seguimos ahí


Hoy, primer día del Estado de Alarma, veo la vida desde mi ventana. Todo está igual, pero todo parece distinto. El paisaje sigue siendo imperturbable con sus edificios y el gran campo, que se extiende a lo lejos con sus palmeras, cipreses y el recuerdo de lo que hace años fueron huertos de naranjos; la calle, los coches aparcados y los árboles que la flanquean. Nada ha cambiado a simple vista. Sin embargo, el recuerdo de aquella famosa bomba de neutrones, de la que se habló tanto hace años, me asalta. Es como si en algún lugar desconocido hubiera explosionado y todo vestigio de vida desaparecido de la faz de la tierra, quedando solo en pie nuestra obra.
Miro la calle y me parece estar en una realidad virtual, en un Matrix que se ha revelado sin previo aviso, para decirnos que, a pesar de lo que podamos creer, todo es mentira, que en realidad no existimos, sino que somos una construcción logarítmica, que nos da la apariencia de lo que queremos ser.
Con las calles carentes de vida, desde mi ventana siento un vacío, una especie de temor a lo desconocido, una ausencia que me deja ensimismado, por otro lado, en la poética de la nada, en ese silencio perturbador al que no estamos acostumbrados, que nos fascina y nos aterra a la vez, igual que los cuentos de H.P. Lovecraft, aquellos Mitos de Cthulhu, en los que sentimos el  miedo atávico a lo ignoto, pero que no podíamos dejar de leer.
Confinados en casa, perdidos entre los rincones del paisaje más reconocible que habitamos, de repente descubrimos que no estamos solos. En la calle vacía, carente de vida, empiezan a sonar aplausos, sonidos reconocibles, incluso música. Los balcones se llenan de gente y una enorme algarabía se levanta sobre el silencio. Entonces comprendo, que la aislamiento no deja de ser una construcción mental, que seguimos estando todos ahí, a pesar de que un virus nos esté bajando los humos de sociedad opulenta e individualizada. Hay esperanza desde mi ventana.     

sábado, 14 de marzo de 2020

De cobardes, precavidos y estúpidos.


Vengo pensando, en esta segunda anotación de tiempos de pandemia, que el  miedo es libre, a pesar de que en muchas ocasiones sea inoculado. Pero es libre. Por eso podemos entender, que ante una situación excepcional, la gente adopte comportamientos inexplicables, que nada tienen que ver con la etiqueta que habitualmente llevamos puesta a la espalda de seres racionales.
El  miedo tiene dos efectos en nuestro comportamiento: nos puede hacer cobardes o precavidos. No es posible las dos cosas a la vez, porque solo un cobarde atemorizado se comporta de manera irracional y agota las existencias en los supermercados, sin pensar si hay desabastecimiento o no. El cobarde, por naturaleza es egoísta, incapaz de pensar en el bien común, y al final, en una situación como la actual, en la que solo nos piden ser precavidos, nos quedamos sin papel higiénico en el supermercado, por aplicar una metáfora a la situación de desabastecimiento que estamos viendo estos días a media mañana, sin motivo alguno que la justifique.
El precavido, sin embargo, tratará de estar alerta, pero nunca provocará situaciones de riesgo innecesarias. Sabe comportarse como un ser social y pensar que el bienestar de la colectividad es también el suyo. Afortunadamente, creo, que la mayoría de nuestros semejantes está en esta categoría, aunque yo soy, por naturaleza, un poco optimista.
Por último, estos días está aflorando una especie, que en raras ocasiones saca la cabeza más allá de algunos comportamientos individuales, porque realmente, estos no tienen justificación, ya que no se mueven por motivos exógenos, como pueden ser los del cobarde. Me estoy refiriendo a la estupidez, esa manera de comportarse como si no pasara nunca nada; que todo es muy relativo y que por tanto puedo hacer lo que me venga en gana. Es el género de la inconsciencia que piensa que las cosas pueden pasarles a otros, nunca a ellos.  Y, por supuesto, ellos jamás son culpables de nada, salvo de su propia estupidez. Ni siquiera son egoístas, simplemente, su cabeza está tan abotargada de majadería que no da para más. Así, vemos como la costa, sobre todo la mediterránea, se está llenando de turistas del coronavirus, esos que se han pensado que el gobierno nos ha dado por la gracia de Dios o de Pedro Sánchez, unas vacaciones sin fecha de término. Ni siquiera son capaces de entender el concepto “quedarse en casa”; en realidad su casa también es la de la playa. Pero no es suya la decisión de no propagar una epidemia, porque sus entendederas no dan para tanto.


viernes, 13 de marzo de 2020

El valor de aburrirse


¿Y ahora qué hacemos? confinados en nuestras casas, cuando llegue el momento de estar hartos de tanta tele, tanto Internet y tanto móvil y nos encontremos a un paso de descubrir el placer del aburrimiento. Sí, sí, como lo digo: EL PLACER DEL ABURRIMIENTO. De no hacer nada, de sentirnos indolentes, abúlicos, sin nada que agitar en nuestro horizonte vital. A lo mejor, empezamos a pensar que ese pánico al aburrimiento, a no estar constantemente haciendo cosas (ni siquiera paramos cuando estamos de vacaciones); a no ser esclavos de estrés permanente por hacer algo, es una condena. A lo mejor, nos damos cuenta de que en el aburrimiento desplegamos una enorme capacidad de pensar, de reflexionar sobre la vida, de lo que nos rodea, de la familia, del trabajo, de  la propia indolencia del aburrimiento, y nos damos cuenta de que hay un mundo propio, nuestro, que está por descubrir, una vez perdido en la vorágine que nos impone la vida moderna hiperconectada e hiperactivada. A lo mejor, detrás del aburrimiento, miramos con otros ojos menos ciegos a nuestra pareja, a nuestros hijos, a nuestros vecinos, amigos y compañeros; incluso, gracias al aburrimiento nos podemos dar cuenta que tenemos capacidad de empatizar con los demás y salir de la burbuja de yoísmo que nos envuelve. Incluso, a lo mejor, cogemos un libro y descubrimos que todo lo que nos pasa ya está escrito, y en muchos casos de una manera mucho más divertida y sugerente que nuestra vida.   

jueves, 5 de marzo de 2020

No me gusta una sociedad sin igualdad


No me gusta una Comunidad Valenciana donde la violencia sobre las mujeres es el pan nuestro de cada día. Mujeres agredidas por sus parejas; mujeres agredidas por empresarios que abusan de su condición de mujer para la explotación laboral, con contratos parciales y jornadas completas, con graves diferencias salariales y con condiciones precarias de trabajo. No me gusta que se siga utilizando a la mujer como reclamo publicitario, o que sean las grandes perdedoras del sistema público de pensiones. No me gusta, que las amas de casa sean un cero a la izquierda o que las trabajadoras carguen con la mayoría del trabajo doméstico. Pero tampoco me gusta, que haya unos horarios laborales, escolares, etc., imposibles para la conciliación familiar de hombres y mujeres. Ni me gusta ese feminismo de “estamos hasta le culo de tanto macho chulo”, porque al final se acaba por no distinguir el trigo de la paja y todos los hombres terminamos siendo machos chulos. Ni el de “queremos una Comunidad Valenciana de dones”, porque siempre he pensado que la igualdad entre hombres y mujeres es cosa de dos, que no es posible alcanzarla sin la complicidad de los hombres, porque la sociedad será igualitaria cuando todos, hombres y mujeres, entendamos que es una tarea común.
Sí entiendo que el 8 de marzo sea un día exclusivo para que las mujeres se reivindiquen como sujetos de la historia y la sociedad actual. Para que transcendiendo muchos otros roles, reclamen su papel en un mundo que sin ellas sería imposible, y no me estoy refiriendo solo a la natalidad. Pero el resto del año, si la igualdad no es una tarea común, seguirá quedándose en un reivindicación sin resultados tangibles de avance. La sociedad no tiene por qué ser feminista, con todos los respetos y reconocimiento de la labor del feminismo; la sociedad tiene que ser igualitaria, que es la única manera de acabar con la discriminación, la invisibilidad, el vacío, las brechas, la marginación y el olvido.
Esa es la sociedad que me gustaría, pero me temo que falta mucho para ella, por eso el 8 de marzo va a ser imprescindible durante mucho tiempo.  
     

miércoles, 4 de marzo de 2020

Amas de casa. Las grandes olvidadas


En unos días se celebra el día internacional de la mujer. Reivindicaciones necesarias contra la violencia de género, la brecha salarial, la igualdad de oportunidades, etc., estarán en la calle. Incluso se hablará más de la ausencia de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, que de aquellas que después de toda una vida sosteniendo la sociedad como amas de casa, llegan a la edad de jubilación sin derecho a pensión. Digamos que son las grandes olvidadas de cualquier debate sobre la igualdad de género.
Mujeres que no han trabajado o dejaron de trabajar por la imposición de una concepción machista del mundo laboral; que han sido el soporte donde se han sostenido las familias, que es como decir la organización básica de la sociedad; que han limpiado la casa, cuidado a los hijos en la salud y la enfermedad; atendido al marido para que fuera a trabajar con la ropa planchada; fregado, cocinado; se han encargado de toda la logística familiar; han sido cuidadoras de padres, hijos o maridos dependientes. Mujeres sin las cuales nada habría funcionado, porque el mundo se sustentaba sobre su trabajo, siguen siendo las grandes olvidadas.
En un momento de reivindicación del papel de la mujer en la sociedad, no podemos dejar al margen a todas esas mujeres: nuestras madres, hermanas, tías, amigas, que han trabajado sin descanso, sin horarios, sin vacaciones, sin ningún tipo de regulación laboral,  por mucho que nos parezca que esos tiempos son para olvidar.
Lo menos que la sociedad podría hacer como reconocimiento a  su papel es poner en valor el trabajo que han hecho  a lo largo de su vida, no solo con palabras, sino con hechos. Las amas de casa deberían tener derecho a una pensión, que las permitiera saber que su trabajo ha sido relevante más allá del ámbito de su familia.
Está bien que se consiga romper la jaula de cristal por arriba y todas las mujeres compitan en igualdad de condiciones y oportunidades. Pero por abajo hay un suelo de barro que oculta una realidad que casi nadie quiere reconocer. Porque las amas de casa han sido y siguen siendo las grandes marginadas y sufridoras del machismo que impera en la sociedad. 


La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...