La gran
pregunta que deberíamos hacernos en estos tiempos de turbulencias, es si
estamos de parte de la civilización o la barbarie. Porque de eso se trata cada
vez que nos posicionamos a favor de unos y en contra de otros. La civilización,
entendida como el triunfo de la razón, el sentido común y la humanidad; como motor
al servicio de la justicia y el bienestar social; como la capacidad de crear
cultura impulsora de la creación y la libertad; en definitiva, la civilización
al servicio de la paz, la solidaridad y el progreso. En frente, la barbarie,
como instrumento de poder de determinada clase dirigente que sólo entiende el mundo
cuando está al servicio de sus intereses; como acto de violencia contra quienes
no comparten sus propósitos de dominación; como fuerza de sumisión hacia la
gran mayoría de la humanidad, que consideran más siervos a su servicio, que
ciudadanos y ciudadanas con derechos; como destrucción de la convivencia, si
esta es contraria a su estatus de poder económico, político y social; en
definitiva, la barbarie como un estigma que la humanidad sufre cíclicamente a lo
largo de la historia. Y lo más triste es que no hay término medio; no hay
grises. O eres un bárbaro, en el peor sentido de la palabra o estás al lado de
quienes se oponen a la barbarie en nombre de la civilización.
Desgraciadamente
la barbarie se ha manifestado, siempre, como una enfermedad afín a la humanidad.
Mark Twain decía que la historia no se repite, pero rima, y las épocas en que
se han producido guerras salvajes, genocidios, soluciones finales, violencia
desmedida e injustificable o programas de aniquilación, han estado presente, demasiadas
veces, a lo largo de la historia, instaladas en el odio y la destrucción de los
valores que en la actualidad calificamos como derechos humanos, y en el pasado,
aunque no tenían una definición como tales, sí estaban en las ideas de muchos,
que se fueron desarrollando hasta la actualidad del proceso revolucionario que se
inició a finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa, pero que ya venia apuntándose
desde la Ilustración y antes, a saber: Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Locke,
Hume, Francisco de Vitoria, Juan Luis Vives, Jovellanos, Feijoo, Erasmo de
Rotterdam o Tomás Moro. Cabrían muchos más, pero no es necesario alargar tanto
la lista.
Una
barbarie que a lo largo de los siglos ha esgrimido la xenofobia, la desigualdad
y la aporofobia, es decir, el rechazo visceral a la pobreza y la violencia
sobre ella, como argumentos para esconder otros intereses económicos,
territoriales y de acumulación de poder, que son los que esgrimen aquellos y
aquellas que en defensa de sus intereses de clase, son capaces de hacer o
justificar cualquier barbaridad. Incluso, como se puede observar en los últimos
tiempos, destruir un territorio y masacrar a su población hasta el exterminio,
para seguir manteniéndose en el poder y evitar conflictos judiciales o
electorales.
Hace
falta tomar conciencia del momento crítico en el que nos encontramos, con las
élites que manejan el poder, en muchos casos otorgado estúpidamente por la
ciudadanía, con toda su artillería lanzando fuego contra la civilización. Con
el resurgir de la extrema derecha, que no es más que el brazo ejecutor de la barbarie,
colonizando espacios, territorios y mentes, con el único fin de destruir la convivencia,
el progreso y la democracia, para instalar a la humanidad en un tiempo de oscuridad
y miedo.
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