domingo, 19 de diciembre de 2021

El MACVAC apuesta por la gran fotografía del siglo XX en MARTE Feria de Arte Contemporáneo de Castellón



La fotografía es la gran aportación del siglo XX a las artes visuales. Su capacidad para captar el instante, mostrar la realidad de una forma certera y la inmediatez del resultado hizo/ha hecho de ella una manera de expresión artística que a lo largo del tiempo ha transitado por las vanguardias artísticas de las primeras décadas del siglo pasado, como es el caso de Man Ray y sus retratos a caballo entre el dadaísmo y el surrealismo, o Esther Ferrer, ya en el último cuarto del siglo XX, y sus fotografías que se asemejan a una performance; entre el foto periodismo que ha retratado los conflictos más lacerantes de los últimos 100 años y el costumbrismo/realismo sin el cual nuestra contemplación de la realidad actual o pasada sería otra muy distinta, como es el caso de Henri Cartier-Bresson, Robert Capa o Grete Stern

La mirada fotográfica del siglo pasado, queda recogida en esta muestra de fotografías que el MACVAC expone en MARTE Feria del Arte Contemporáneo, como homenaje a un género artístico  de indudable belleza y fuerza creativa, capaz de mostrarnos el lado más luminoso de la vida y/o la sombra más oscura que nos acecha, y que muchas veces no queremos ver. Además, lo hace con una perspectiva de género al incorporar a la mujer artista, creadora y escrutadora de la realidad con una mirada propia, de forma natural, mostrando que el arte no es patrimonio ni de hombres ni de mujeres, sino, más bien, la más alta manifestación de inteligencia que ha desarrollado la humanidad, como lo atestiguan las fotografías de Esther Ferrer, Germaine Krull, Man Ray, Grete Stern, Henri Cartier-Bresson, Eugene Smith, Robert Capa y Dora Maar, que conforman esta exposición.      
























martes, 30 de noviembre de 2021

La Renta Básica Universal y el derecho a una vida digna

 


Muchas veces nos preguntamos cuál es el futuro que nos espera como sociedad y como individuos. Si nos encaminamos hacia una sociedad distópica, en donde la brecha social sea un abismo y la desigualdad se convierta en un fenómeno estructural aceptado por todos, ya sean ricos o pobres, con el deterioro innegable de la democracia, que sería subvertida en regímenes plutocráticos y autoritarios, como ya está sucediendo en muchos países del mundo, en los que se ha convertido en la cortina de humo perfecta para el nacimiento de dictaduras. O si por el contrario, se abrirá camino un modelo de convivencia capaz de doblegar la desigualdad y por tanto fortalecer la democracia, no olvidemos que esta solo se sostiene sin el peligro de sucumbir a los populismos cuando es capaz de distribuir la riqueza entre todos los ciudadanos. Lo que no quiere decir que no haya diferencias de riqueza, si no que los ricos no lo sean indecentemente, y los pobres dejen de serlo, para llevar una vida digna.

Es un debate que nos enfrenta a lo más profundo de nuestra alma ciudadana, que nos obliga a elegir entre el individualismo, cada vez más egoísta, que defiende el liberalismo ultracapitalista existente actualmente, del sálvese quien pueda; o la construcción de una sociedad comunitaria, donde la libertad de cada uno reside en el bienestar colectivo y se sustente en el respeto a los demás y en la búsqueda de modelos de distribución de la riqueza. Y en ese debate, que empieza a salir de los límites de una izquierda minoritaria al encontrar eco en un número creciente de instituciones mundiales, nada sospechosas de defender tomas de la Bastilla o palacios de invierno,  debe posicionarse la socialdemocracia, inmersa en una crisis ideológica autodestructiva, como instrumento necesario de discusión y cambio moderado. Pero también, tiene que estar la derecha democrática, la populista ya sabemos que solo tiene una pareja de baile: la extrema derecha. Porque no se trata de enfocarlo como la discusión tradicional entre modelos de derecha e izquierda. Tiene que trascender esos límites, es decir, no está regañada la defensa de los intereses de clase, con un modelo diferente de organización de la sociedad. Nadie se atrevería hoy a negar la existencia del derecho a la sanidad o la educación como un bien público. Otra cosa es que se discuta sobre diferentes formas de gestión, pero siempre respetando su titularidad pública y universal. Los únicos que se atreven a cuestionar ese derecho son los ultraliberales que tienen como principio que cada uno tenga lo que se gane, y el que se queda atrás es porque es un vago; o los diferentes fascismos que están surgiendo en Europa y en el mundo, que ya de por sí son enemigos de la democracia.

No es un secreto que el modelo de crecimiento permanente de la economía es incapaz de impedir la desigualdad y la pobreza, además de revelarse como insostenible para la supervivencia de la humanidad desde criterios ecológicos y medioambientales. En el umbral de una nueva era, seguir con modelos de desarrollo pertenecientes a la Revolución Industrial, solo conduce al desastre social y medioambiental, como podemos constatar día a día. Además, las nuevas tecnologías, que llevan años introduciéndose en los distintos sectores productivos, solo están abocando a un desempleo creciente, que no se va a poder eludir, tal como vienen advirtiendo numerosos estudios que nos avisan de un futuro en el que no va a haber trabajo para todos, si seguimos persistiendo en el modelo laboral actual. A lo que hay que añadir la crisis de ingresos de los regímenes de Seguridad Social, al sustituir trabajadores/as que cotizan, por máquinas que no lo hacen.

Por tanto, la búsqueda de un nuevo sistema productivo que no solo atienda al beneficio sin control del capital, solamente puede pasar por el reparto del trabajo, no olvidemos que el salario es el mayor distribuidor de la riqueza que existe, junto a un sistema fiscal equitativo, que responda a los nuevos retos de la sociedad y el bienestar de la población en general. Y en este contexto, la única manera de asegurar unos ingresos mínimos para toda la población que mitiguen la desigualdad que puede provocar la pérdida de puestos de trabajo por la mecanización laboral y romper con la brecha entre riqueza y pobreza que ahora existe en la sociedad, es lo que se ha llamado en denominar: Renta Básica Universal, para que nadie se quede descolgado de poder tener una vida digna. Hay otros factores que contribuyen al progreso no desigual de hombres y mujeres, entre otros la educación como ascensor social, la no discriminación por razones de género, sexo, raza o cualquier otra causa, etc.

A simple vista, un ingreso garantizado para toda la población puede parecer insostenible para los Estados si evaluamos este con criterios actuales, en donde lo público está cada vez más amenazado por los intereses privados, con el consentimiento de los gobiernos, que se han descolgado de la obligación moral de contribuir al desarrollo no desigual de la sociedad. Pero si introducimos en el debate un nuevo modelo de relaciones sociales, en donde el criterio principal sea el bienestar de la ciudadanía, la quiebra de las desigualdades y la sostenibilidad del planeta, estaremos apostando por un futuro menos incierto y negro para la mayoría de la población, y aquí entraría en juego la Renta Básica Universal.

En contra de todas las informaciones interesadas; los análisis pagados por los grupos de presión económicos; la defensa a ultranza del ultraliberalismo capitalista, como pareja de baile del sálvese quien pueda; los mensajes apocalípticos dirigidos a inocular el miedo a los cambios en la población; y las falsedades, mentiras y engaños que se lanzan desde el establishment del poder actual, una renta básica universal es posible, no solo ya desde criterios morales, sino como impulsora del desarrollo económico, a pesar de las cifras mareantes de aumento de gasto que se ponen encima de la mesa, en donde no se cita el ahorro que supondría en subvenciones y ayudas; ni el aumento de la recaudación fiscal, solo en impuestos indirectos; ni el crecimiento de la actividad económica al haber más población con capacidad de gasto y ahorro, lo que supondría más empresas, más empleo y más consumo, siempre que este sea sostenible y no derrochador de recursos. El argumento de que generaría vagos es un discurso obsoleto e interesado para criminalizar el estado de bienestar.

El derecho a una vida digna alejada de la pobreza, ya sea desde el punto de vista individual, que permita planificar la vida con perspectiva de futuro, ya sea colectiva al preservar la sostenibilidad del planeta y la igualdad, alejada de políticas de un crecimiento económico insostenible, que solo beneficia a unos pocos, debería ser el objetivo de una sociedad enferma, que languidece en un tiempo de cambios rápidos que están haciendo tambalear todos los principios que han servido hasta la actualidad, y el principal fin de la democracia. Y aquí la Renta Básica Universal tendría que ser el pilar donde se apoyan todos los demás factores de los que hemos hablado en este artículo. Como todo en esta vida, es posible si se quiere hacer. No hay nada inmutable, porque la humanidad no lo es, a pesar de que muchos se crean invulnerables e indestructibles, porque lo que hace el hombre (entiéndase este en su aceptación genérico), el hombre lo puede deshacer, cambiar, modificar y mejorar.

          

 

 


domingo, 28 de noviembre de 2021

Adiós a Almudena Grandes, muchacha desconocida de Filosofía B

 


Quizá en alguna ocasión coincidí con Almudena Grandes por los pasillos de Filosofía B; ambos estudiamos la misma carrera, Geografía e Historia, en la misma facultad de la Universidad Complutense de Madrid, y aunque ella es un poco más joven, yo empecé la carrera un poco más tarde de lo que me tocaba por edad. Conclusión: que casi con toda seguridad compartimos pasillo, cafetería o biblioteca. Pero lo que nunca pude llegar a imaginar es que esa muchacha desconocida llegara a ser una de las mejores escritoras que ha habido en el siglo XX y principios del XXI en España. Ni que sería un referente que con los años influiría tanto en mis novelas, en la manera de enfocar la literatura como un ejercicio para entender la historia de los que nunca salen en los libros de texto, pero que han sido y son la clave de bóveda en la que se sostiene todo nuestro pasado histórico.

Porque Almudena Grandes nos ha enseñado tantas cosas a través de sus novelas y artículos que es imposible no tenerla en un lugar preferente de nuestra memoria literaria y democrática. Nos enseñó en un  momento en el que el sexo de adolescentes era un tabú, que hay un mundo multicolor más allá de la grisácea ideología dominante que pretende que todo lo veamos en una sola dirección, la suya, con aquella primera novela publicada en 1989 que tanto escandalizó: Las edades de Lulú. Y a partir de ahí, fue desgranando toda una literatura que sacaba a la luz la intrahistoria de una sociedad, con personajes que tienen dudas, no son el primero de la clase, ni ejercen un poder tan deslumbrante que acaba ocultando todo  lo que le rodea. Son los sufridores de la historia, pero también los que albergan un mensaje de esperanza en el futuro, porque en ellos se sostendrá siempre el devenir de la sociedad, como esas vigas que sujetan los cimientos de un edificio, que se derrumbaría si no estuvieran allí. Lo hemos podido leer en obras como Malena es un nombre de tango, Los aires difíciles, Atlas de la geografía humana y esa novela maravillosa que enfrenta a una familia de perdedores de la historia contra otra de triunfadores, en este caso de la Guerra Civil, pero que no deja de ser una historia de supervivencia, en la novela El corazón helado.   

Hasta que Almudena Grandes escribe una de las grandes obras de la literatura española, quizá la que perdure en el tiempo a la altura de Los episodios nacionales de Pérez Galdós, con su serie Episodios de una guerra interminable, donde hace una radiografía certera y aleccionadora de algunos de los aspectos más lúgubres de la postguerra española, otra vez con personajes que tienen que sobrevivir a la historia de los vencedores. Y aunque siempre ha sido así a lo largo del tiempo, la magia de la literatura de Almudena Grandes es que ha dado voz a los que no la tienen, en un país donde uno de los pasatiempos preferidos del poder es silenciar a quien no lo detenta o entiende que si emerge a la luz pondría en peligro su papel triunfante en la Historia.

Inesperadamente nos ha dejado, sumiendo a las letras españolas, en su extensión universal y geográfica, en una tristeza de duelo. Porque su muerte no es solo la pérdida de una persona, todavía joven, a la que como se dice vulgarmente, no le tocaba. Su muerte nos deja huérfanos de muchas obras que ya no van a ver la luz; esa luz o lucidez que se ha apagado para siempre.

Descansa en paz, muchacha desconocida de los pasillos de Filosofía B, que nosotros te llevaremos siempre en nuestra memoria y en tus libros.  

    

viernes, 19 de noviembre de 2021

Club de lectura IES Matilde Salvador

 


En tiempos difíciles para la cultura es una buenísima noticia el nacimiento de un club de lectura, y mucho más si este se encuentra ubicado en un centro educativo, lo que dice mucho en favor de quienes lo han puesto en marcha. Porque no nos engañemos, si la literatura no asienta bien sus raíces en la educación y la lectura no se convierte en un hábito entre los jóvenes, su futuro será más pobre, más triste y difícil. Leer es un ejercicio contra la ignorancia, además de bastante divertido, lo que supone tejer un antídoto contra el miedo que día a día nos inoculan para paralizarnos y convertirnos, poco a poco, en seres diletantes y acríticos con el mundo que nos rodea, incluido el nuestro propio. Pero además, es una acto de socialización, porque más allá de la soledad que representa el acto de la lectura, nos introduce en una comunidad de lectores que comentan, hablan, discuten, recomiendan y sienten pertenecer a un cosmos que tiene un espacio reconocible por todos: el de la lectura. Los humanos somos gregarios y leer contribuye a fortalecer esos lazos de socialización necesaria para nuestro bienestar mental.

Volviendo al principio: participar en el nacimiento de un club de lectura es un privilegio y un honor como escritor, y a mí, ayer, me tocó vivirlo en el Club de Lectura del IES Matilde Salvador en Castellón de la Plana. El entusiasmo, la ilusión y las ganas de crear un ámbito cultural y social en torno a los libros y la lectura se podía palpar entre sus miembros, la gran mayoría mujeres, por cierto, como viene siendo habitual en estos menesteres.

Iniciativas como la que se está llevando a cabo en el Matilde Salvador, deberían ser imitadas en todos los institutos del país, para que el alumnado perciba que leer es un acto normal, compatible con sus gustos, modas y formas de comunicarse. Y para ello, el empuje de profesores y profesoras es muy importante en la tarea de lograr que los libros sigan siendo un patrimonio cultural y social imprescindible para el progreso, la convivencia y el ocio.

Enhorabuena a las impulsoras del club de lectura, a los miembros que participan en la iniciativa y al IES Matilde Salvador, por facilitar su puesta en marcha. Y felicidades a toda la comunidad educativa del centro, porque, aunque muchos no lo sepan todavía, el instituto ha crecido como centro de formación y espacio abierto al conocimiento universal que dan los libros. Que tontería, solo con poner en marcha un club de lectura. 

 


martes, 16 de noviembre de 2021

MÁS ALLÁ DE LA TRISTEZA (Novela de María García-Lliberós)

 


María García-Lliberós es una de las escritoras más prolíficas que tenemos en el panorama literario de la Comunidad Valenciana. Con más de una decena de obras publicadas, la mayoría de ellas novelas, su trayectoria como escritora ha ido evolucionando en un crescendo de calidad, que hace de sus últimas novelas una lectura imprescindible. He tenido la fortuna de leer sus últimas cinco novelas y puedo dar fe de ello: Babas de caracol, Lucía y la fragilidad de los fuertes, Diario de una sombra y La Función perdida. A las que tengo que añadir su última obra Más allá de la tristeza.

Es de esta novela de la que quiero hablar, pues, una vez más, la autora hace un ejercicio de equilibrismo literario al tratar en una misma trama varios temas de por sí complejos, con un estilo sencillo, que hace fácil la lectura, sin perder por ello un ápice de calidad. Porque tratar en una misma novela temas como las adopciones de niños extranjeros, el acoso escolar, la xenofobia y la pederastia, es embarcarse en una aventura que no siempre llega a buen puerto. Pero María García-Lliberós lo consigue mediante un juego literario que le da a la novela un ritmo tranquilo, pero no exento de cierta tensión emocional.

La aceptación de la culpa en una familia rota por una mala gestión derivada de la adopción de un niño peruano, que acaba desembocando en un fatal suceso, es un brindis al triunfo del amor, como única expiación de esa culpa, que magistralmente conduce la autora mediante un artificio narrativo que provoca en el lector empatía con los tres personajes de la historia, de tal manera que ninguno aparece como culpable, ni tampoco deja de serlo del todo. Para ello se sirve de la confesión, en primera persona, de Bernardo (padre) y Diego (hijo) de su responsabilidad en los acontecimientos que llevan a la ruptura familiar. Esta ausencia de narrador hace que su historia tenga mucha más verosimilitud y el lector se identifique con ellos. Sin embargo en el tercer personaje, el de Alicia (madre), aparece un narrador externo, que nos relata la situación de enfermedad mortal que vive esta, entremezclándose con sus recuerdos, que vuelven a ser en primera persona, pero en este caso más como la necesidad de perdonar y ser perdonada, que alivie la pena y el dolor que durante años ha albergado en su corazón.

Hay mucha sabiduría en esta manera de contarnos algo que podría haberse complicado mucho, pero que María García-Lliberós, como ya he dicho más arriba, hace sencillo. En definitiva, Más allá de la tristeza, publicada por la editorial Sargantana, es una novela que no deja indiferente, al conseguir que el lector o la lectora se implique en la confesión y el deseo de perdón de unos personajes que nunca han dejado de amarse y que nos lega un mensaje de esperanza, de triunfo del amor.                

lunes, 8 de noviembre de 2021

Al poder no le asusta el cambio climático

 

¿En algún  momento hemos creído que las grandes corporaciones internacionales iban a dejar de obtener beneficios estratosféricos porque el planeta se esté recalentando y convirtiendo en un microondas? ¿Nuestra ingenuidad es tan grande que nos hace invulnerables a la mentira y la manipulación? Al gran capital solo le interesa amasar dinero, porque la plata, como diría una argentino, proporciona lo que más anhela cualquier ser humano: el poder. Y el poder disuelve cualquier neurona capaz de empatizar con los problemas de la población. A fin de cuentas, si en algún momento la vida en la tierra se vuelve imposible, ellos ya tendrán su alternativa de salvación, como bien nos recuerda la ciencia ficción en libros y películas.

En una situación de deterioro del medio ambiente y la naturaleza como la que estamos viviendo sin que nadie con autoridad lo remedie, con la aquiescencia de la ciudadanía que sigue apoyando con su voto, en los países democráticos, a los mismos que están arruinando la vida tal como la hemos conocido hasta ahora; eso sin contar que cada vez se apoyan más a los movimientos de extrema derecha, que no dejan de ser la sublimación del neoliberalismo más salvaje por  mucho que traten de disimular con sus discursos populistas, no nos ha de extrañar que las predicciones más distópicas estén más cerca de lo que se puede llegar a creer.

A veces pienso que el interés de la ciencia, no tanto de los científicos como de quien los paga, por encontrar  nuevos mundos habitables, no es más que un barniz que oculta, con brillo, las verdaderas intenciones del poder, que  no son otras que las de asegurarse un lugar confortable en el universo conocido, si la cosa se pone mal para vivir en la Tierra. No quiero parecer agorero, pero…

Hace muchos años, cuando los de mi generación éramos felices e indocumentados (parafraseo el título de un libro de García Márquez publicado en 1973) y empezábamos a pelear contra la energía nuclear, sí, esa que ahora muchos quieren mostrarnos como una alternativa limpia contra el cambio climático, un amigo mío escribió en una revista de barrio que la energía solar, entonces no se hablaba de energías alternativas, solo avanzaría cuando las grandes multinacionales energéticas se hicieran con el negocio. Lucidez meridiana la de mi amigo Luis.

Nada de economías locales y sostenibles ni de producción energética dispersada en pequeños proyectos viables. Ya se encargan los gobiernos de que así no sea. Si el gran capital no mete la mano en el futuro energético nos encontraremos con un mundo parecido al de Elysium, película de 2012, dirigida por Neill Blomkamp.

Aunque siempre queda una esperanza, la de que la sociedad se organice en la búsqueda de un futuro más sostenible, seguro y viable, protestando en la calle y votando a quienes sí estarían dispuestos a cambiar el rumbo de este  despropósito al que hemos llegado. Nosotros somos incapaces de asegurar un futuro mejor a nuestros hijos y les toca a ellos deshacer el entuerto en el que les hemos metido.

 

martes, 2 de noviembre de 2021

La banca siempre gana

 


¿Alguien pensaba que la salida de la crisis económica provocada por el coronavirus iba a ser  un dechado de amor y solidaridad? ¿De verdad somos  tan ingenuos, hasta el punto de creer que el capitalismo salvaje imperante en el mundo consentiría perder un año de hacer caja, sin hacer nada? Trato de resumir en estas dos preguntas lo que está pasando en la economía global diseñada para que el gran capital pueda hacer y deshacer a su antojo, no ya por encima de las personas, sino también pasándose a los Estados por el Arco del Triunfo de su entrepierna.

Lo que está sucediendo, con la industria paralizada por la falta de componentes, el comercio bloqueado porque empiezan a escasear productos para vender y la energía fuera de todo control político, no es ni más ni menos, que la consecuencia de años de desindustrialización en Europa, deslocalización empresarial y un frágil sistema de comercio global sometido a desajustes cada vez mayores, por cualquier incidente o acontecimiento mundial o local. Una tormenta perfecta, provocada por el gran capital, de la que todo el mundo saldrá perdiendo: trabajadores, pequeños y medianos empresarios, medioambiente, igualdad de género y bienestar social. Todos, menos las grandes empresas que controlan la economía mundial, con el beneplácito de una clase política entregada desde hace tiempo a los intereses de un capitalismo sin freno de ningún tipo, para la obtención de unos beneficios que no paran de crecer.

El coronavirus ha supuesto la creación de grandes bolsas de ahorro, por no haber podido gastar al frenarse el consumo mundial durante muchos meses, y esa creación de un montante dinerario que se cifra en miles de millones (solo entre Francia y España 200.000 millones de Euros) no pasa desapercibida para el gran capitalismo mundial, que hará todo lo posible para que se produzca una transferencia del bolsillo de los particulares y las empresas, a sus cuentas de resultados.

Dicho de otra manera: están dispuestos a hacer lo que sea para quedarse con el botín del ahorro generado por el confinamiento, como haría cualquier pirata frente a un galeón cargado de plata y oro. Y para ello utilizan las armas que mejor saben manejar, léase: aumento de precios frente al estancamiento de los salarios, ya de por sí bajos desde hace años. Se dispara el coste de la energía por un sistema de fijación de precios absurdo; paralizan el comercio mundial para que la demanda justifique la subida de precios; y rompen el sistema de producción industrial, para que occidente se vea atenazado por el miedo al desabastecimiento y por tanto, a corto o medio plazo subir todos los productos industriales.

En definitiva, ganar a costa de lo que sea y de quien sea. Incluso encendiendo la mecha de la inflación, que lo único que va a provocar es una bajada generalizada de salarios, con la excusa de salir de la crisis. Vamos, que en este juego de Monopoly en el que se ha convertido la economía mundial, con actores desaprensivos y nada empáticos con los problemas de la población, la banca siempre gana.

martes, 26 de octubre de 2021

Enésima crisis del capitalismo

 


Parece que la enésima crisis del capitalismo está en ciernes, cuando todavía no hemos salido de la hecatombe económica que ha supuesto la pandemia de coronavirus. Nada nuevo bajo el sol en una sociedad que ha dimitido de sus derechos ciudadanos, para convertirse en un rebaño de ovejas mansas dirigidas por el apetito del dinero y el consumo. Y así vamos encadenando una crisis tras otra -ajustes del capitalismo lo llaman sus más entusiastas seguidores-, que parece ser es ya la única manera de que las grandes corporaciones, léase multinacionales, que dominan la economía y la política sigan aumentando sus beneficios sin control.

La nueva crisis de falta de todo que se avecina, no sé por qué nos extraña, en un mundo globalizado que solo ha servido para que los capitales puedan ir y venir a su antojo por esos caminos del Señor y que la industria se haya deslocalizado a zonas del mundo donde las regulaciones laborales o medioambientales son escasas o inexistentes. Si en este caso Europa se ha desindustrializado por el auge del pensamiento neoliberal que solo busca la optimización de los beneficios y decidido producir bienes en los países asiáticos, no solo se está creando un problema de empleo en el continente con el empobrecimiento generalizado de la clase trabajadora, sino que se ha colocado en una situación de dependencia absoluta de países terceros, como hemos comprobado con la falta de material higiénico y médico durante la pandemia, o ahora con la escasez de componentes de todo tipo que puede derivar en una crisis comercial e industrial de incalculables consecuencias.   

Estamos, por tanto, atrapados en una espiral de egoísmo capitalista, que como ya vamos comprobando demasiadas veces, es incapaz de atender a las necesidades de la población, y no me refiero a la necesidad de consumir sin solución de continuidad, sino al bienestar social, la salud, la educación, la movilidad y todo lo que se puede englobar en un ámbito de reparto de la riqueza para mejorar la vida de la ciudadanía.

Nueva crisis, de la que la mayoría de la población no es responsable,  pero ya saben ustedes, que en cada crisis aumenta un poquito más la pobreza y las desigualdades.

    

 

viernes, 24 de septiembre de 2021

Quizá no echemos de menos a Angela Merkel

 


Angela Merkel deja el poder, y el establishment europeo y sobre todo el español, se embarca en un lavado de imagen de la cancillera alemana, porque en definitiva, esta ha representado como nadie las políticas economicistas neoliberales que imperan en la Unión Europea. Erigida en la líder de la derecha continental, ha sabido moverse muy bien entre dos aguas contradictorias, que se resumían en apretar el cinturón a todos los comunitarios que no fueran alemanes, con el aplauso de partidos como el Partido Popular de Rajoy, a los que venía muy bien seguir el dictado de lo que indicaba Merkel, para aplicar los recortes necesarios en su deriva hacia la eliminación del estado de bienestar en España. Sin embargo, por otro lado, en su país esa austeridad que nos exigía a los demás no se trasladaba a los alemanes a los que aseguraba un nivel de vida envidiable en muchos países europeos, a pesar de las grandes desigualdades regionales que no ha sido capaz de limar y la creación de los minijobs, esos contratos exentos de cotización a la Seguridad Social, puestos en marcha para aliviar la precariedad salarial de importantes sectores de la población, como jóvenes, pensionistas, mujeres e inmigrantes, que al final han conducido a una fragmentación del mercado laboral, al convertirse en un modo habitual de contratación a tiempo parcial, eliminando contratos fijos bien regulados por ley.

Pero todo eso ahora no importa. Merkel tiene que pasar a la historia como la gran estadista que controló Europa en momentos difíciles, aunque este control fuese a costa de sus trabajadores. Si bien es cierto, que en su haber hay que poner la determinación política de aislar a la extrema derecha del poder, algo que salvo en países como España, se viene produciendo en muchos países de la UE. Eso y la política de inmigración, que en los últimos años dio un giro, enfrentándola a una sociedad fuertemente xenófoba y a miembros de su propio espectro político. Aunque en este aspecto habría que valorar cuáles son las necesidades de mano de obra barata inmigrante que necesita Alemania. Esas serían dos de las luces en su favor, una potente y la otra mortecina. En cuanto al europeísmo, tengo mis dudas, ya que este siempre se ha movido anteponiendo los intereses de Alemania sobre el resto.

Por todo ello y más que en este artículo no cabe, la ausencia de líderes europeos de talla continental, convencidos de los valores de la Unión,  han hecho de Merkel el tuerto en el país de los ciegos, útil para la derecha, que está construyendo en ella un relato neoliberal imposible de sustituir en el seno de la UE. Sin embargo, uno que ya tiene los años suficientes como para haber visto pasar a varios cancilleres en Alemania, tiene que decir que no ha sido ni la mejor ni la más europeísta ni la más defensora de la igualdad y el bienestar ciudadano. Cualquiera de estos cuatro que voy a citar fueron mejores que ella para su país y para el proyecto europeo: Willy Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl y Gerard Schröder. Pero entonces, había una Europa que todavía creía en los valores de la democracia social y el estado de bienestar.

En conclusión: Angela Merkel ha cumplido el papel que el neoliberalismo internacional había asignado para ella, frenando en muchas ocasiones la integración europea, desvirtuando el estado de bienestar en su país, reduciéndolo en todos los lugares donde ha podido y orillando el grave problema medioambiental que padece el planeta, en defensa de los intereses económicos del gran capital alemán. Es la canciller de la austeridad económica, que tanto daño ha hecho, sobre todo a los españoles, y es así cómo debería pasar a la historia, para que no se vuelvan a repetir los mismos errores. Aunque eso es harto complicado si el establishment neoliberal europeo y sus medios de comunicación se han puesto manos a la obra para lavar su imagen y presentarla como la gran estadista de los últimos años en Europa.  

jueves, 16 de septiembre de 2021

El MACVAC se hace grande con la Colección Fracaral

 


La grandeza de un museo puede venir por muchos caminos, pero qué duda cabe que la importancia de su colección de obras de arte colabora a situarlo en una especie de Olimpo que todo el mundo desea visitar. Porque no nos engañemos, los museos tienen una principal razón de ser, que no es otra que la de albergar arte y mostrarlo al público. Albergar tiene que ver con cuidar, mimar, limpiar, restaurar y proteger la obra de un artista del paso del tiempo y del olvido, porque lo que no se ve acaba desapareciendo de la memoria colectiva. Mostrar es en señar de la forma más adecuada posible, que puede ser cronológica, temática, didáctica, etc., el arte que atesora al público, cumpliendo la función de mantener vivos a los/as artistas y sus obras, además de cómo era el mundo en el que ellos vivieron y lo que es más importante, cómo lo vieron y fueron capaces de transmitirnos lo que sentían. Porque el arte no es otra cosa que atraparnos en ese torbellino de pasión, emociones y sentimientos, que el artista ha experimentado ante la vida que le rodea.

Nada llega por casualidad, y para un museo mucho menos, porque aunque la suerte puede rondar sus puertas, nunca llama si antes no ha habido un trabajo serio, silencioso y meticuloso en el que la gestión acertada es fundamental, pero también la pasión que le ponen todas las personas que trabajan para que su museo sea digno de ser visto y amado.

Esto es lo que viene haciendo el MACVAC, Museo de Arte Contemporáneo Vicente Aguilera Cerni de Vilafamés, desde hace décadas: trabajar sin prisa, pero sin pausa, para consolidar aquella magnífica obra, que es el legado de su fundador Vicente Aguilera y todos los/as artistas que participaron en sus inicios. Consolidar, y ensanchar su catálogo museográfico hasta convertirlo en una pieza fundamental en el puzle museístico español, y esencial si hablamos de arte contemporáneo.

Ese trabajo ha dado un fruto que va a engrandecer de tal manera la obra que alberga, que ya no puede haber vuelta atrás en su ascenso a ese Olimpo al que muchos museos desean llegar. Me estoy refiriendo, concretamente, a la llegada al MACVAC de la Colección Fracaral, del coleccionista cacereño Javier García Martín y sus hijos. Una colección atesorada pasito a pasito durante treinta años, que ahora va a estar a la vista de todos los visitantes del MACVAC, en diálogo con las obras que ya pertenecen al mundo expositivo del museo.

Esculturas de Pablo Serrano, Oteiza y Vostell. Fotografías de Dora Maar, Greta Stern, Germaine Krull. Pinturas de Miquel Barceló, Tàpies, Warhol, Basquiat, Picasso, Pérez Villalta, Loló Soldevilla, Menchu Gual, Motherwell, Hockney, Morandi, Baselitz, Udaltsova y un elenco de artistas que completarán las 24 obras iniciales que ya han llegado al MACVAC y van a internacionalizar más, si cabe, su colección, que si ya transcendía al ámbito rural en el que se encuentra el museo, ahora va a proyectarlo más allá de los límites de cualquier frontera artística. Y todo, gracias a la generosidad de un coleccionista, deseoso de que su obra quede preservada para el futuro y cuelgue de las paredes siempre agradecidas de un gran museo. Pero también, gracias a la laboriosidad, no exenta de pasión, de todo el equipo que trabaja en el MACVAC.

Lo último que se me ocurre decir, es que la Comunidad Valenciana, Castellón y Vilafamés, están de enhorabuena.          

viernes, 27 de agosto de 2021

La ONU ridiculiza al Tribunal Supremo

 


La resolución de la ONU contra la sentencia que apartaba al juez Garzón de la carrera judicial, es un mazazo en toda la regla contra España y coloca al Tribunal Supremo a la altura del T.O.P.; para los que no lo sepan: Tribunal de Orden Público en el franquismo, que se utilizaba para condenar a todos aquellos y aquellas que no le gustaban al Régimen. Eso es lo que pasa cuando el Partido Popular se ha dedicado a copar con jueces afines todas las altas instituciones de la Judicatura con diversas intenciones, que resumiendo pueden ser: frenar los juicios y condenas por corrupción en los que está inmerso; impedir que los delitos cometidos por el franquismo sean juzgados; y, como Franco, tener a la justicia al servicio de sus intereses políticos.

Hace tres años Estrasburgo anuló la condena a Otegui del Supremo por vulneración del derecho a un juicio justo. Los tribunales de distintos países europeos han dejado en evidencia al Tribunal Supremo de España en el caso de Puigdemont. La ONU ya ha fallado en alguna ocasión contra la negativa de España de enjuiciar al franquismo. Ahora la propia ONU da un varapalo sin precedentes a la Judicatura española en el caso del juez Garzón. Ya veremos cómo quedan los recursos presentados en Europa contra la sentencia del “proces”, porque pinta que el Tribunal Supremo no va a salir muy bien parado. ¿Es que nadie va a poner freno a este disparate de la Judicatura en España?

 Pedir que se tomen cartas en el asunto, no solo en el Tribunal Supremo, ojo con el Constitucional, como nueva pareja de baile del Partido Popular, es una quimera imposible. De eso ya se está encargando Pablo Casado y su partido, no renovando el Consejo General del Poder Judicial, que es quien debería pedir responsabilidades a los jueces que han dictado estas sentencias, ni tampoco renovando el Tribunal Supremo y el Constitucional. Y sobre todo acabar con la anomalía jurídica de que el presidente del Tribunal Supremo sea el mismo que el del Consejo General del Poder Judicial. Todos ellos puestos por el PP. Y luego hablan de separación de poderes.

Al final, lo del todo atado y bien atado va a ser cierto, con un Partido Popular de Pablo Casado, cada vez más alejado de la democracia y sus principios de tolerancia, equidad, justicia y solidaridad.   

viernes, 16 de julio de 2021

El desprestigio de la Magistratura

 


El daño ya es irreversible. La resolución del Tribunal Constitucional anulando el confinamiento a expensas de unos partidos a los que solo les interesa desgastar al gobierno, pone blanco sobre negro en algo que muchos venimos pensando desde hace tiempo: que las altas instituciones de la Magistratura están podridas al igual que los partidos que las controlan. Entendemos ahora, mejor que nunca, porqué el Partido Popular se niega a renovarlas, en uno de los actos más vergonzantes que una democracia puede soportar. Y sin embargo, el TC, que se acaba de pasar por el arco del triunfo todo el esfuerzo que los españoles, incluido el gobierno del Estado y los de las Comunidades Autónomas, hemos hecho desde que se declaró la pandemia, ninguneando al Congreso, al Consejo Interterritorial de Sanidad, a las leyes sanitarias y a todas y cada una de las instituciones del mundo que han actuado para frenar los contagios, lleva haciéndose el sueco ya demasiado tiempo ante la escandalosa actitud de la derecha en España, que se permite el lujo de vulnerar la Constitución, que tanto dicen defender, al negarse, por un motivo estrictamente político, a renovar los órganos de gobierno de la Judicatura. Un silencio demasiado cómplice hacia quienes les han colocado en sus cargos. Lo que solo tiene una lectura: son tan deudores ideológicos de la derecha, que no les importa sacrificar esa independencia de la justicia, tan cacareada por algunos, si esto les asegura que  sus afines ideológicos puedan volver a gobernar y mantenerlos a ellos en sus puestos.

Ya no hay vuelta atrás. El desprestigio de la Magistratura es tan grande en este país, que su redención se antoja imposible. Son demasiados los ejemplos de sentencias y resoluciones que benefician a sus amigos ideológicos, en contraste con la severidad y poca empatía que muestran hacia quienes no están en su ámbito ideológico o social.  Y lo peor, es que ya lo hacen sin pudor, como demuestra la resolución de TC  en contra del confinamiento, cerrando el círculo del despropósito iniciado por el CGPJ, El Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional y la desfachatez con que algunos tribunales regionales o de menor rango, están teniendo al tumbar medidas que solo tiene por objeto reducir la incidencia de la pandemia en la salud de las personas y de la sociedad, entre otras muchas cosas.  

A veces uno tiene la sensación de que está todo perfectamente orquestado, que hay una simbiosis entre la derecha política, mediática y la judicatura, con el único fin de derribar a un gobierno que ellos consideran ilegítimo, aunque las leyes democráticas del país avalen su legitimidad. Solo en ese contexto se puede uno imaginar que el TC tumbe el estado de alarma ante una situación de emergencia nacional, proponiendo un estado de excepción, que sí limitaría, y mucho, las libertades, hasta incluso poder suspender el Estado de las Autonomías, algo que la derecha no parece que viera con malos ojos.

Se me escapa cómo, pero urge una solución. España, la de verdad, no la ahogada en el palabrerío de la patria; la de los ciudadanos y ciudadanas que conforman este país, necesita poder salir de este bucle en el que nos encontramos; escapar de este secuestro silente al que estamos siendo sometidos, para que todo parezca que va mal, cuanto peor mejor, y vengan, como los bomberos pirómanos, los salva patrias, los de “esto lo arreglo yo en dos patadas”; los que han sumido a una buena parte de los españoles en la pobreza y la desigualdad, con sus políticas de reformas que solo beneficiaban a sus amigos y aun  modelo de país oligárquico, con la magistratura a su servicio, y plutocrático, en el que solo se gobierna para los ricos.  

El Tribunal Constitucional ha dado un salto en el vacío tan grande en contra del buen criterio jurídico que se le presupone a un estamento de esa categoría, que le ha hecho entrar en el club de las instituciones de la Magistratura que  no ofrecen ninguna confianza a los españoles, convirtiéndose en prescindibles en su configuración y funcionamiento actual. Y cuando un país empieza a no creer en sus tribunales por arbitrarios y dogmáticos, deja de creer en la justicia y se sitúa al borde del caos. Aunque quizá eso sea lo que algunos desean. 

jueves, 17 de junio de 2021

Los indultos, como ejemplo de concordia democrática

 


A nadie que haya ido leyendo mis comentarios en los últimos tiempos, se le escapa que siempre he estado en contra de que se encarcelara a los líderes del procés, no porque sea yo un independentista catalán en ciernes,  sino porque me pareció un despropósito que se metiera a gente en la cárcel acusándolos de delitos de sedición, rebelión, etc., que en España parecen más propios de una dictadura que de una democracia.  

Por eso, solo puedo aplaudir que a ambos lados del Ebro se empiece a imponer la cordura política y se avance en la finalización de un conflicto que ha tenido como actores principales a todos aquellos que les venía bien alimentarlo, para estar vivos en política o para ocultar sus deficiencias como gobernantes.

Los indultos son necesarios por varias razones: por la normalización de las relaciones entre el gobierno central y el catalán; por simple y pura justicia democrática y porque un país no puede vivir de espaldas a la realidad territorial que alberga, nos guste o no nos guste esta. En democracia todo se puede pactar y acordar si hay voluntad para ello. Incluso los que ahora piden mano dura contra el nacionalismo catalán, desde el nacionalismo español, se llenaban de dignidad cuando ETA mataba sin descanso y con desatino en sus postulados nacionalistas, clamando que sin violencia todo cabe en democracia. Parece que ahora eso no vale; quizá porque no se  ajusta a sus intenciones de una España única y universal en su libertad castiza.

Ese nacionalismo español tan justiciero, de Santiago y cierra España, alter ego del nacionalismo independentista catalán de cuanto peor mejor, parece que afortunadamente se está quedando solo, perdido en la inmensidad de la plaza de Colón, como rompeolas de todas las Españas ajenas a la periferia y su otro modo de ver lo que debe ser un país incluyente de todos sus territorios. No solo el Congreso, mayoritariamente, se ha mostrado partidario de los indultos y la nueva vía de entendimiento que se abre entre el gobierno central y el catalán. También los sindicatos, los empresarios, una gran parte de la sociedad civil y muchos demócratas que ponen por delante de la bandera y el himno nacional, el bien de la nación, el respeto a la pluralidad territorial, y el bienestar de los españoles, por encima de todo.

Se quedan solos en su defensa airada del nacionalismo rancio español, testamentario del franquismo y, si vamos más lejos en la historia, heredero de los Decretos de Nueva Planta que impuso la dinastía de los Borbones en España, generando un conflicto que hoy, todavía, no se ha resuelto. Quizá porque necesitan tapar con esa cortina de humo sus corrupciones, la apropiación del aparato del Estado para proteger sus intereses, el olvido de una gran parte de los españoles a los que han abocado a la pobreza debido a sus políticas de desigualdad y protección de los ricos, o aparecer como importantes cuando la sociedad española ya los ha condenado al olvido.

Bienvenidos los indultos, porque son un ejemplo de concordia democrática y pueden ayudar a superar ese nacionalismo en nombre de la unidad de la patria, que tanto daño está haciendo a España. En cuanto a las consecuencias para el independentismo catalán, nadie lo ha explicado mejor que la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie: “Los indultos si llegan no serán un éxito. De hecho, serían una decisión política inteligente del gobierno español contra el independentismo. No sólo porque quedan fuera los exiliados y los 3.000 represaliados sino porque políticamente nos desarman e internacionalmente son nefastos”

 

 

lunes, 31 de mayo de 2021

LA SUERTE DEL PRESIDENTE. Novela de José Antonio Ruiz

 


Entre el 24 de mayo y el 1 de junio de 2018, España vivió unos días convulsos. Tras la sentencia de la Audiencia Nacional condenando al Partido Popular por corrupción, el PSOE presenta una moción de censura contra el presidente del gobierno Mariano Rajoy, proponiendo como candidato a Pedro Sánchez. Pero esta es una historia que ustedes conocen perfectamente y, por eso, José Antonio Ruiz, en su primera novela “La suerte del presidente”, no habla de ello, pero tampoco deja de hablar. Es en este juego de palabras donde reside la gracia de la novela, que sin contarnos aquella historia que llenó las portadas de los medios de comunicación durante días hasta el aburrimiento y mantuvo al país entero sin aliento, unos porque suspiraban para que triunfara y otros para que fuera un fracaso, no deja de ser el armazón que construye la novela.

José Antonio Ruiz hace un artificio literario fantástico al inventarse una historia, incluso podría haber sido cierta, que con mucha maestría engarza en los acontecimientos de la moción de  censura, teniendo al lector absolutamente despistado a lo largo de toda la novela. Mejor que no hagan cábalas sobre lo que realmente está sucediendo en busca de una solución anticipada de la trama, porque será un esfuerzo inútil. Solo puedo decirles, para despistarles un poco más, que la clave está en el título.

Hay un segundo elemento, que participa del enredo al igual que la moción de censura, y este es, ni más ni menos, que el procés independentista y su sumo sacerdote Carles Puigdemont, que al igual que el holandés errante, vaga de país en país para evitar su extradición a España, que tendrá junto a María Dolores de Cospedal, un puesto de relevancia en el elenco de personajes. Pero tampoco cae el autor en la tentación de contarnos los dimes y diretes del procés.    

Además, “La suerte del presidente”, Ruiz tiene la valentía de contarla en primera persona, algo bastante complicado, sobre todo cuando se trata de la primera novela, si no sé quiere acabar escribiendo un biopic, por utilizar un término muy de moda en el cine, o caer en la aburrida narración de la vida de personas que no tenemos gran cosa que contar desde el punto de vista literario. Desgraciadamente, esto suele pasar bastante. Sin embargo, el riesgo que asume Ruiz lo sabe gestionar con bastante soltura, porque en este caso la ficción triunfa sobre la realidad, muy alejada de la vida del autor, aunque se soporte en ella.

Dicho todo lo anterior, la estructura de la novela está muy bien construida, con un excelente manejo de la analepsis; unos personajes que cumplen a la perfección el papel y el perfil que el autor les ha querido dar, incluso los de no ficción, que están magistralmente retratados; y un estilo que es ágil y envolvente, de tal manera que la historia que cuenta acaba atrapando al lector entre los acontecimientos que se narran y sus elucubraciones.

En definitiva, estamos ante una buena novela, que merece la pena leer y disfrutarla, sacando entre sus páginas la didáctica que nos enseña que el poder está inundado de aguas sucias, por no decir fecales, sobre todo cuando se trata de no perderlo. Yo lo único que les puedo adelantar es que todo empieza en París, en la sede de La Française de Jeux, una noche que se acaba de celebrar el sorteo de euromillones, con un sustancioso bote de 250 millones de euros. Hasta ahí puedo y quiero leer.     

           

jueves, 27 de mayo de 2021

Indultos

 


Desde el año 1996 se han concedido 10.652 indultos en España, algunos de ellos sonados, como los de los golpistas Alfonso Armada o Milans del Bosch, entre otros personajes públicos, ligados de alguna manera o de otra al poder y al imperante bipartidismo durante años. Como entonces, los indultados eran de la simpatía de uno u otro bando ideológico, nadie ponía el grito en el cielo cuando se liberaba a algún condenado amigo. Digamos, que había un pacto tácito entre derecha e izquierda para indultar a personajes afines.

En cualquier caso, el indulto es una medida de gracia, que otorga el gobierno y que más allá de las connotaciones políticas, en los casos anteriormente citados, puede tener un fin humanitario o de hacer justicia cuando la ley se muestra injusta con algunas personas. Aunque chirría un poco que la Ley aplicable para indultar sea de 1870, aprobada en plena Revolución de la Gloriosa, cuando se puso fin al reinado de Isabel II y la dinastía de los Borbones en España, aunque fue solo temporalmente. Tiempo ha habido para renovarla después de 150 años. Ya saben que en España hay cosas que nunca se tiene prisa por cambiar.

Pero cómo es preceptivo en este país en los últimos años, la derecha, que parece que tampoco ha cambiado en el último siglo y medio, se ha vuelto a lanzar al monte al igual que lo hace siempre que pierde unas elecciones y el sinfín de oportunidades que les ofrece estar en el gobierno. Y todo, absolutamente todo lo que haga el actual ejecutivo estará mal y supondrá un peligro para la unidad de España y la sumisión de los españoles. Siempre el mismo espantajo, que coloca en una situación de desafección patriótica a la parte del país que entiende que España no es la nación centralista/madrileñista que nos hacen creer, sino la suma de muchos territorios, algunos de ellos con derechos históricos (recordemos que fue el borbón Felipe V el que acabó con ellos, recentralizando España, al aplicar en toda la monarquía las leyes de la entonces Corona de Castilla).

En este contexto de negar la mayor al gobierno en todas sus acciones y de idea centralista de España, es imposible que los indultos a los condenados del procés no se conviertan en munición de alto calibre para la derecha, que ve en ellos una oportunidad para derribar al gobierno actual. Porque no nos engañemos, al Partido Popular los indultos le importan un bledo, para ellos lo importante es tener artillería para que puedan seguir con su acoso y derribo, hasta la victoria final. Nada nuevo que no venga sucediendo a lo largo de los meses de pandemia; ni siquiera en este asunto tan grave para la salud de la población han sido capaces de aflojar la cuerda que tratan de poner en el cuello del gobierno.

Así que, otra vez más, vuelven a agitar los fantasmas de la unidad de España, la bandera y la traición de todo el que no defienda la visión centralista de nacionalismo rancio que ellos tienen. La verdad es que no les funciona mal, porque como se ha demostrado en las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid, una buena dosis de patriotismo barato hace maravillas electorales, tapando todos los problemas que la sociedad tiene y que ellos han acrecentado en sus años de gobierno. Para ello, volvemos a la mentira o al olvido. Cuando Casado y todos sus afines dicen que hace falta arrepentimiento para conceder el indulto a los condenados del procés, está faltando a la verdad. No son pocos los expertos en derecho que sostienen que en ningún lugar de la Ley de indultos se dice que el arrepentimiento sea requisito para su concesión. Incluso, me atrevería a decir que en la mayoría de los 10.652 concedidos en estos veinticinco últimos años, no ha sido condición sine qua non, para su concesión.

El propio presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, ya en 2013, en el caso del indulto al Kamikaze, que fue otorgado por el gobierno de Mariano Rajoy, advirtió en un voto particular junto a otros diez magistrados, que «las razones de un Gobierno para conceder un indulto pueden ser muy variadas y “no siempre exteriorizables”, pues pueden estar relacionadas con la el seguridad pública, política criminal, relaciones internacionales, “e incluso para resolver graves problemas políticos que pueden afectar a la convivencia nacional”». Sin embargo, ahora sostiene, en una intromisión, una más, inaceptable de la adjudicatura en la política, que no sería bien aceptado. ¿Aceptado, por quién? Una vez más tenemos que dirigir nuestra mirada a quienes entienden la política como un coto personal, y los demás solo tenemos el derecho a ser espectadores.

Por último, no somos pocos los que creemos, porque tenemos una visión descentralizada de España, que los indultos pueden favorecer el entendimiento entre diferentes poderes territoriales, aunque nunca se sabe cómo va a responder el independentismo catalán, en su huida constante hacia la nada o lo que es peor, hacia el conflicto. Pero lo que sí sabemos, es que si esta medida de gracia contribuye a serenar las aguas y a consolidar la mayoría parlamentaria del gobierno, la derecha nacionalista española habrá perdido otra oportunidad y va a romper todos los puentes de convivencia política, y lo que es más peligroso, social.

 

jueves, 20 de mayo de 2021

Pasó el Día Internacional de los Museos.

 


Hemos pasado el Día Internacional de los Museos. Parecía que no les íbamos a echar de menos, pero la pandemia nos ha hecho ver qué importantes son para la vida cultural y, por qué no decirlo, para la propia vitalidad de una sociedad, que si no es capaz de reconocerse en sus museos, poco o nada le interesa el pasado y sus circunstancias, manifestadas a través del arte, como sublimación de la inteligencia humana, capaz de expresar con belleza las emociones positivas y negativas que tiene una sociedad en cada momento de su historia.

Nunca debemos perder esa perspectiva sobre los museos como grandes templos que nos muestran cómo el arte leyó el pasado. Lo que no está reñido con la promoción del arte actual, que es la manifestación presente de cómo los artistas entienden el entorno que les rodea, y cómo éste influye en ellos. Es otra lectura, carente de perspectiva histórica, pero que en demasiadas ocasiones nos señala el camino de cómo se está gestando la idiosincrasia de la sociedad de mañana. Para eso, la mayoría de los  museos desarrollan una intensa programación de exposiciones temporales, que en muchas ocasiones son para poder mostrar todo el arte que no se puede exhibir en la exposición permanente, en otras para que el público vea obras que pertenecen a otros museos y, también,  para dar cabida expositiva a las nuevas tendencias artísticas que se están gestando en la sociedad.

Hay un museo excepcional, poco conocido, porque está ubicado en una pequeña población de Castellón de nombre Vilafamés, localidad que además está considerada como uno de los pueblos más bonitos de España. Me refiero al Museo de Arte Contemporáneo Vicente Aguilera Cerni de Vilafamés MACVAC, que en estas fechas cumple 50 años, desde que al crítico de  arte valenciano Aguilera Cerni se le ocurriera la feliz idea de montar un museo en un pueblecito rural, que con el tiempo se ha convertido en uno de los centros de arte contemporáneo más importantes de España. Si alguien quiere conocer cómo ha ido evolucionando el arte contemporáneo, principalmente español, desde los años 50, tiene pendiente una obligada visita al MACVAC, y se quedará prendado de su colección, del edificio del siglo XV de gótico valenciano que la alberga: el Palacio Batlle, y la simbiosis mágica que se crea entre la arquitectura antigua con el arte contemporáneo y el entorno de un pueblo con una belleza singular.  

Además, el MACVAC viene planteando desde hace tiempo, la ruptura de la brecha de género que existe en el arte, poniendo en valor la creación artística desde la mirada de las mujeres, como artistas al mismo nivel que los hombres.

Cuidemos nuestros museos, porque ellos contienen una parte de nuestra memoria histórica y, desde el arte, nos plantean reflexiones cargadas de belleza formal me informal, necesarias para que podamos avanzar hacia el futuro.    

domingo, 16 de mayo de 2021

La fatiga postpandémica

 


La sociedad española está perdida en un imaginario de enfermedades mentales, o eso es lo que nos dicen a diario: estrés, ansiedad, depresión, fatiga emocional y ahora toda una panoplia de desequilibrios psíquicos como causa de la situación pandémica que vivimos. Parece que estamos condenados a vivir perennemente tumbados en el diván, sin que seamos capaces de afrontar una buena sesión de psicoanálisis, no vaya a ser que descubramos lo que no queremos saber.

Tenemos fatiga postpandémica, nos insisten a diario los medios de comunicación, sin que nadie, todavía, haya explicado con claridad qué es eso. Aunque, quizá, ahí es donde reside el éxito del diagnóstico: no saber cuáles son los síntomas científicamente reconocibles, para que cada uno los amolde a sus circunstancias. Porque nuestra verdadera identidad puede que resida en una especie de locura a la carta, capaz de hacer las mayores gestas inútiles que la historia haya conocido. Si no, de qué el loco más cuerdo de la literatura universal es un ancestro colectivo de este país, en el que cada uno de nosotros nos reconocemos, a nuestra manera.

Sin embargo, yo pienso que todo eso son ilusiones construidas para disimular nuestra propensión a la tragedia colectiva; es mejor parecer loco, que asumir que los estamos. Segismundo, en La Vida es Sueño, prefiere aparecer como un alma enfurecida, antes que asumir que está enferma: “Pues la muerte te daré/porque no sepas que sé,/que sabes flaquezas mías./Sólo porque me has oído,/entre mis membrudos brazos/te tengo que hacer pedazos”.

Ignoro cuándo los españoles caímos en las fauces de esa fiera indómita que es la vanidad, el orgullo y el desprecio a lo que ignoramos. Desde qué instante de nuestro pasado nos convertimos en esclavos de las apariencias, tan bien retratadas en El Buscón de Quevedo; cuál es motivo por el que nuestro alma enfermó y decidimos disfrazar la falta de identidad colectiva con locura, hasta preferir la muerte si nuestras expectativas no se cumplen. “Vivo sin vivir en mi/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero”, cantaba San Juan de la Cruz en su Noche oscura del alma; curiosamente los mismos versos escribió Santa Teresa, dos místicos que esperaban que la redención de sus pecados bajara del cielo en forma de amor divino.

Porque no es otra cosa que locura pensar que estamos locos, y así soportar nuestra incapacidad para reconocer nuestros éxitos colectivos, nuestra voluntad de hierro para emprender empresas imposibles, no vaya a ser que fracasemos y el dolor de la derrota se torne en humillación ante los fantasmas que nosotros mismo construimos.

Aunque es posible que todo esto sirva para disfrazar una realidad que nos puede parecer insoportable. Reconocer que nuestra locura no es más que una cortina de humo para esconder lo que no queremos que se vea. Que los que tienen verdaderos motivos para enloquecer, para sumergirse en un trastorno irreversible, son los que menos enferma tienen el alma, porque no tienen tiempo para permitirse otra cosa que no sea sobrevivir, llegar a fin de mes o, simplemente, poner barreras para que la pobreza no les engulla en un pozo sin fondo de difícil retorno.

“El sueño de la razón produce monstruos”, es el título de uno de la Caprichos de Goya. La razón frente a la locura; la fatiga postpandémica como excusa para perdernos, otra vez, en el laberinto de nuestra querencia hacia falsas realidades que nos resultan menos exigentes, pero que nos llevan a confundir los molinos con gigantes.

La verdadera enfermedad metal de la sociedad española es su incapacidad para reconocerse como sujeto colectivo y dejar de confundir lo que soñamos con lo que podemos. Quizá deberíamos hacer caso a Sor Juana Inés de la Cruz, cuando en su poema Procura desmentir los elogios, nos advierte del peligro de la vanidad, que acabará deviniendo en locura:  “Este que ves, engaño colorido,/que, del arte ostentando los primores,/con falsos silogismos de colores/es cauteloso engaño del sentido”.

 

miércoles, 12 de mayo de 2021

La injusta penalización de las pensiones anticipadas

 


Un país no puede vivir instalado en el castigo permanente de aquellos que han colaborado durante años al sostenimiento del Estado con su trabajo y se ven expulsados del mercado laboral por la edad y por un capitalismo cada vez más salvaje, que solo piensa en la optimización del beneficio, excluyendo a quienes ya no les interesa para aumentar las ganancias.

Un país avanzado en bienestar y empático con sus ciudadanos, se sentiría avergonzado cuando se penaliza de por vida la pensión de aquellos que más años han contribuido al sostenimiento del sistema de previsión social, con largas carreras profesionales y años de cotización.

Sin embargo, en España esto es lo que está pasando. Llegados a la cincuentena se expulsa a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras de sus profesiones, con una posibilidad mínima de volver a trabajar y después se les castiga a perpetuidad penalizando sus pensiones, en algunos casos con elevadas cuantías.

¿Es de justicia, que cuando una persona se jubila anticipadamente, habiendo cotizado lo que Ley exige para cobrar el 100% de la pensión que le corresponda, se le penalice? Si además tenemos en cuenta que la gran mayoría se tiene que jubilar anticipadamente por haber sido apartado del mercado de trabajo, la contestación no puede dar margen a la duda. A pesar de que muchos, desde el poder, intenten hacernos creer que si se corrige esa discriminación histórica, el sistema se resentiría, porque tiene unos graves desequilibrios financieros entre ingresos y gastos.

A este respecto, me gustaría hacer alguna observación. En un sistema de ingresos de la Seguridad Social basado en las cotizaciones por trabajadores y trabajadoras, en los últimos 70 u 80 años de expansión de la mecanización e informatización del trabajo, ¿cuántos cotizantes han dejado de serlo al sustituirles una máquina? ¿Cuántos ingresos ha dejado de tener la Seguridad Social al haber menos cotizantes? ¿Cuántos beneficios ha ido acumulando el capital al ahorrarse miles de salarios y cotizaciones? Quizá, si se plantearan cotizaciones por las máquinas o por la producción que estás realizan, mucho más elevada que la humana, a lo mejor la Seguridad Social no tenía tantos problemas de ingresos. Pero claro, esto supondría empezar a distribuir la riqueza de otra manera, menos acumulativa en pocas manos y más repartida en la sociedad. Y llegamos al final del hilo de Ariadna de este laberinto: los planes de pensiones privados, ese negocio multimillonario que ha convertido a algunos fondos en auténticos dueños de la economía mundial, se vendrían abajo. Es muy sencillo: un buen sistema de pensiones públicas, reduce la necesidad de contratar un plan de pensiones privado; eso para el que pueda.

Porque detrás de esa injusticia retributiva a la que se somete a las jubilaciones anticipadas, hay un mensaje, del que tristemente también participan gobiernos de izquierda: contrata un plan privado de pensiones para tu jubilación, porque nosotros estamos haciendo todo lo posible para que tu pensión sea cada vez más baja. Me remito a que siempre que se hace una reforma de la Seguridad Social es para reducir o castigar la pensión pública. No se trata de que  nos jubilemos más tarde y con pensiones más bajas, sino todo lo contrario, se debería facilitar la incorporación al mercado laboral de los jóvenes, incentivando que los mayores se jubilen sin castigos. Pero eso es hacer las cosas en beneficio de la mayoría.

Volviendo al inicio. El ministro de Seguridad Social y el gobierno, deberían dejar de tomar el pelo a quienes están siendo castigados por haberse jubilado anticipadamente teniendo largas carreras de cotización. No solo es injusto, sino que es meditadamente perverso. Solo hay una solución, si es que todavía piensan que una democracia es un sistema político que busca la equidad, la justicia y el bienestar de sus ciudadanos: despenalizar las jubilaciones anticipadas para quienes han cotizado más de 40 años y quienes no hayan cotizado tanto, pero sí lo hayan hecho por el tiempo que marca la Ley para cobrar el 100%, no se les penalice de por vida, sino que cobren la pensión integra cuando cumpla la edad de jubilación que legalmente les corresponde.  No es una cuestión económica, sino política.

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...