Publicado en Levante de Castellón el 31 de mayo de 2019
Me resulta imposible no hablar
esta semana de las elecciones del 26 de mayo.
No de todas, porque las europeas no merecen más comentarios que
felicitar al PSOE por su rotundo triunfo, en unas elecciones de distrito único,
que son en las que se puede calibrar, sin margen de error, el apoyo que tiene
una formación política en todo el país. Parece que hay una corriente de
esperanza en Pedro Sánchez, como el dirigente que puede encauzar algunos de los
males que la derecha ha enquistado en España durante los últimos años, como el
conflicto territorial y la desigualdad versus pobreza y explotación. No es una
responsabilidad pequeña la que tiene por delante; si en estos cuatro años
consigue la mitad de las expectativas que los españoles tienen puestas en él,
habrá Pedro Sánchez y PSOE para rato, si no caerá en el abismo de la
indiferencia, que es lo peor que le puede ocurrir a un político.
Superando
esa miopía centralista que nos impide ver el país como una entidad con vida propia más allá de las
lindes de Madrid, hay algunas consideraciones importantes, que arrojan estas
elecciones municipales y autonómicas. Una de ellas, otra vez, es la victoria
del PSOE en la mayoría de los grandes ayuntamientos, con crecimientos
espectaculares, como por ejemplo en Castellón, que pasan de 7 a 10 concejales
(no puedo dejar de acordarme en estos momentos de mi amigo Toni Lorenzo, y la
gran labor que ha hecho estos años al frente de la vicealcaldía municipal). Igualmente,
el PSOE ha obtenido el apoyo mayoritario de la población en las comunidades
autónomas, ganando en todas ellas, en algunas incluso barriendo. Ese es el
resultado objetivo, que no puede quedar empañado por la pérdida de
gobernabilidad que va a tener en muchos lugares, por los pocos escrúpulos de la
derecha nacional en pactar con la extrema
derecha.
Se
equivocaría Pablo Casado si pensara, que por tener al alcance el gobierno
municipal y autonómico en Madrid sus problemas y los de su partido se van a
solucionar. El PP sigue en descenso imparable, él lo sabe, igual que sabe que
sobre su cabeza pende la espada de Feijoo, y la volatilidad de Rivera en su estrategia de
cordones sanitarios, cuando se dé cuenta que facilitar gobiernos de la mano de
Vox le va a generar demasiados problemas. Aunque creo que en Ciudadanos,
Partido que nació financiado por la extrema derecha europea, están donde quieren estar, como unos hooligans
de nacionalismo fascistón del que hacen gala últimamente.
Ciudadanos
debería saber que no le han salido ninguna de las cuentas que tenía como
objetivo ni en estas elecciones ni en las del 28 de abril. No ha habido sorpasso;
sigue siendo irrelevante en una parte considerable del territorio nacional; ha
perdido 1,4 millones de votos en comparación con las generales, y ve cómo se le
escapa ese liderazgo de la oposición que con tanta sobreactuación pretende su
líder.
Lo
de Podemos no tiene nombre, o sí: imbecilidad. Esa estupidez mesiánica de la
izquierda que la lleva siempre a servir en bandeja los gobiernos a la derecha,
aunque ellos no lo pretendan. Demasiadas peleas, demasiados egos y demasiado
adanismo. A todo esto hay que añadirle la incontinencia verbal de su líder,
Pablo Iglesias; este no sobreactúa, pero tiene un yo tan grande como su alter
ego en la derecha, Albert Rivera, lo que lleva a que cada vez que abre la boca
le esté regalando 100.000 votos a sus adversarios. Lo cierto, es que Podemos se
ha convertido en un Partido marginal y prescindible en la mayoría de
ayuntamientos y comunidades autónomas, que lo debilita, y mucho, para la
negociación del futuro gobierno de España. Aunque le pese a Monedero y todos
aquellos que han jugado en estas elecciones al diablo cojuelo.
Cierta
humildad para estos dos dirigentes de nuevo cuño en la política española no
vendría mal. Sobre todo, para que reflexionen que en democracia, por lo menos
en Europa, el Partido es más importante que su líder, y que con sus sueños de
salvapatrias sólo han conseguido que el bipartidismo se afiance, y en el caso
de Rivera, que la extrema derecha haya salido de las catacumbas nostálgicas del
franquismo.
Por último, y
una vez más, los ciudadanos no nos damos cuenta del importante papel que
jugamos en una democracia. La fuerza que tenemos, no sólo como sociedad civil
que debe estar al pie del cañón frente al poder político, sino como votantes
con capacidad de poner y quitar gobiernos. Una vez más, la abstención va a ser protagonista
de la pérdida de alcaldías y gobiernos autonómicos, al no sumar suficiente para
gobernar. Pero esto, jamás lo aprenderemos. “Qué inventen ellos”, decía
Unamuno.