El
Partido Popular de Núñez Feijoo dice que va a estar en la vanguardia de la
defensa de los derechos LGTBI. Curioso, cuando está sucumbiendo, sin poner
demasiadas objeciones, a las intenciones de la extrema derecha, que ya, sin
pudor alguno, se ha lanzado contra todo lo que se mueva más allá de la hombría,
el sexo casto bendecido por la Iglesia y el amor como un sentimiento
reproductivo. Difícil encajar esa defensa en un ambiente tan hostil contra
quienes se sienten y son sexualmente diferentes a los cánones establecidos por
la Biblia, ya sean del Antiguo o del Nuevo Testamento, queriendo aparecer,
aparentar diría yo, como adalides de esos derechos, cuando le cedes el bastón
de mando y el relato a la extrema derecha.
Sólo
tenemos que darnos una vuelta por todos aquellos ayuntamientos y comunidades
autónomas en donde el Partido Popular de Núñez Feijoo ha dado alas de poder a
la extrema derecha, para descubrir que todo es una mentira, que sólo tiene como
finalidad reducir el impacto electoral que puede tener la entrada de Vox, como
elefante en cacharrería, en las instituciones. Porque, realmente, lo que está
haciendo Núñez Feijoo es tirar la piedra y esconder la mano, no vaya a ser que alguien
se la muerda, electoralmente hablando, claro.
En
definitiva, como probablemente dijo Enrique IV de Francia, allá por el siglo
XVI, cuando renunció a sus principios hugonotes y se convirtió al catolicismo
para obtener la corono francesa: París bien vale un a misa. Para Núñez
Feijoo y su Partido la Moncloa bien vale un blanqueamiento del franquismo. Y en
esa renuncia a los ideales de progreso que nos quieren hacer ver que son el
faro de sus políticas, entra el acoso y derribo de la tolerancia que, hasta
hace poco, este país ha tenido con el sentimiento LGTBI. No sólo tolerancia.
También importantes avances en derechos que han convertido a España en uno de
los territorios más avanzados del mundo en legislación LGTBI. Y todo eso,
ahora, está a punto de escurrirse por el sumidero de la extrema derecha con el
beneplácito del Partido Popular.
No
quiero decir que en la derecha democrática española (cada vez me cuesta más
encontrarla) no haya personas que defiendan esos derechos y que, quizá, estén
escandalizados por lo que está sucediendo y va a suceder, si Santa Urna del
23-J no lo remedia. Claro que los hay, y posiblemente no pocos, igual que en la
izquierda hay gente a la que le repatea todo esto de la normalización de las
diferentes maneras de sentir la sexualidad o el género; ni la vida ni las ideas
son compartimentos estancos en los que todo el mundo se tiene que mover,
afortunadamente. Aunque esa sea la pretensión de los que ahora quieren ponernos
un bozal y obligarnos a marcar el paso que ellos dictan.
Lo
más grave es que el problema que la extrema derecha, bendecida por Núñez
Feijoo, está creando, no atañe sólo a las leyes y derechos. Es una cuestión de
tolerancia, de pérdida de respeto hacia aquellos colectivos sociales que se
salen de la norma, tal como la entiende el binomio de poder que está germinando
en España: PP+Vox. Desde hace tiempo el colectivo LGTBI viene sufriendo una
campaña de desprestigio en los medios más conservadores del país, que se
traduce en un aumento de los ataques, no solamente psicológicos, también
físicos. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación: agresiones en
el transporte público, en la calle, en los lugares de ocio…, cada vez más
recurrentes y cada vez más producto de un sentimiento de impunidad de los
agresores.
¿Esta
es la España que queremos? ¿La España por la que las generaciones más mayores
lucharon cuando murió el dictador, que ahora se reivindica y se blanquea? Una
España en la que el odio se normalice como ingrediente en las relaciones
sociales, camina, a paso ligero, hacia el pasado reciente más retrógrado e
indeseado. En la que el miedo al poder, y no sólo político, acabe en un país
triste y agazapado en sus temores. Donde nadie se atreva a mostrarse como es o
como siente o como piensa. Es el principio del Gran Hermano que tan lúcidamente
relató George Orwell en su novela 1984 (los que no la hayan leído que
aprovechen a hacerlo, porque no es de extrañar que se pueda acabar prohibiendo,
igual que ya se ha prohibido la representación de una obra de Virginia Woolf en
una localidad de la Comunidad de Madrid, porque no era del gusto del concejal
de cultura de Vox).
Y es
que realmente, aunque se trate de esconder, estás elecciones también van de
eso. De impedir que España y la sociedad española sufra un retroceso en
libertades y derechos, algo que ni Núñez Feijoo ni el Partido Popular va a
frenar, porque París bien vale una misa. Todo eso nos jugamos el 23-J.
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