Publicado en Levante de Castellón el 4 de abril de 2019
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han
alcanzado las tropas Nacionales sus últimos objetivos militares». Han pasado 80
años del fin de la Guerra Civil y la victoria de Franco y su
nacionalcatolicismo y, tristemente, parece que aquel parte de guerra haya
quedado suspendido en el tiempo. En los últimos meses estamos asistiendo al
blanqueamiento del franquismo por parte de la derecha, en previsión de que
tengan que pactar con el nuevo/viejo fascismo español tras las elecciones.
Pero, no sólo es un lavado de cara por los intereses electorales de los
partidos conservadores, desnortados en su ética democrática y ansiosos por
acaparar el poder; París bien vale una misa. Lo más preocupante es la marea de
fondo que se está produciendo en una parte del poder económico y social de
apoyo a un grupo político, que sin ningún tipo de rubor pasea su fascismo
neofranquista por platós de televisión y emisoras de radio, en una campaña de
propaganda gratuita sin parangón. Una democracia tiene enemigos, y los grupos
de ultraderecha (neologismo para evitar la palabra fascismo) son unos de los
más letales. Sin embargo, eso no deben saberlo los periodistas, que en nombre
de la libertad de información o quizá para mantener sus astronómicos salarios,
no tienen pudor de codearse con aquellos que sus patronos les imponen.
Parece
que ese Podemos de derechas que sugería crear el presidente del banco de Sabadell, no está dando el resultado que ellos
esperaban, y por ello, han dado una vuelta de tuerca, que apriete más las
clavijas de una sociedad que empieza a dar muestras de hartazgo ante el descaro
del poder para reducir derechos y bienestar. Hay que frenar al peligroso Pedro
Sánchez, al igual que frenaron al PSOE en Andalucía, que está lanzando ideas que van en una
dirección bastante contraria de sus intereses, es decir, tenernos atados bien
cortito para que ellos puedan seguir haciendo de su capa un sayo. A fin de
cuentas, es cuestión de meter dinero, algo que les sobra, para que siguiendo
los principios goebbelianos de propaganda (les invito a que los consulten, y
verán la similitud con lo que se está haciendo en la actualidad), acaben
convenciendo a una buena parte de la sociedad que ese fascismo del siglo XXI,
no es tan malo. Al final, de lo que se trata, es de que la izquierda vuelva a
las cavernas de la oposición, para poder gobernar ellos (me refiero al poder
económico) a pierna suelta.
Mientras, se produce el mayor
escándalo que una democracia puede sufrir después de la corrupción, en la que
la derecha está pringada hasta las cejas, que es montar una trama falsa de
noticias y espionaje para desacreditar a un dirigente político y su Partido.
Resulta vergonzoso el vacío informativo que los medios de derecha han aplicado
a este caso, a la vez que se han convertido en voceros de la extrema derecha, o
que el periodista y el medio que ha servido de altavoz para airear tanta
mentira, siga saliendo como colaborador en una cadena de televisión, que ha
puesto por encima su libertad de información, la que dicta su dueño, sobre la
ética democrática.
Ochenta años después, seguimos soportando la
losa del franquismo, esa que no cayó sobre la tumba del dictador, sino más bien
sobre la sociedad española, que sigue sin poder cerrar, de una vez por todas,
las heridas que abrieron los vencedores de la Guerra Civil. Ese poder fáctico,
compuesto por franquistas de nuevo cuño, herederos de los que se instalaron en
la democracia para seguir controlando los resortes del poder, es el que primero
ha tratado de silenciar la dictadura, como si
no hubiera ocurrido, y después la está poniendo en valor como una
solución de unidad nacional, para los problemas que tiene España. Para los que
ellos han creado, no para los que tenemos los españoles.
Ochenta años después, Franco
sigue más vivo que nunca, amparado por los grandes poderes del Estado, y no se
puede ser franquista y demócrata a la vez.
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