Nos dijeron que teníamos la mejor
sanidad pública del mundo, y nos lo creímos. Tanta era nuestra fe, que no nos dimos cuenta del
deterioro que venía produciéndose desde hacía algunos años. Luego vino la
crisis del 2008 y los recortes, que acentuaron el deterioro y la pandemia, que
puso al descubierto todas las carencias que tenía el sistema. Nos volvieron a
decir que la sanidad pública era una prioridad y pensamos que los años de
listas de espera, de déficit de personal sanitario y de apostar más, en algunas
comunidades autónomas, por la sanidad privada, habían llegado a su fin. Nos
volvimos a equivocar y hoy seguimos igual que antes, incluso me atrevería decir
que peor, pues la atención primaria está bajo mínimos en todo y no parece que
nadie, ni gobierno central ni gobiernos autonómicos, tengan intención de
revertir el problema. Es más, los vientos políticos que soplan apuntan a un
agravamiento de la situación, apostando por la sanidad privada como alternativa
a la pública, que defienden algunos políticos y se empieza a materializar en
todo el país.
Parece que unos por desidia y
otros por ideología vamos caminito de convertir la sanidad pública en un
trampantojo político, más parecido al sistema estadounidense, en donde la gente
se muere por no tener para pagar los tratamientos y los seguros médicos, cuando
son muy caros, se hacen los suecos.
No nos damos cuenta de que en
España, por ejemplo, en comparación con un ciudadano USA, desde el punto de
vista de la sanidad, somos millonarios, y si no, imagínense que tuviéremos que
pagar, de nuestro bolsillo, los 30.00
euros que cuesta en tratamiento de cáncer en el país de las delicias del
liberalismo económico; el mismo por el que muchos suspiran. Solo por poner un ejemplo.
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