Quizá en
alguna ocasión coincidí con Almudena Grandes por los pasillos de Filosofía B;
ambos estudiamos la misma carrera, Geografía e Historia, en la misma facultad
de la Universidad Complutense de Madrid, y aunque ella es un poco más joven, yo
empecé la carrera un poco más tarde de lo que me tocaba por edad. Conclusión:
que casi con toda seguridad compartimos pasillo, cafetería o biblioteca. Pero
lo que nunca pude llegar a imaginar es que esa muchacha desconocida llegara a
ser una de las mejores escritoras que ha habido en el siglo XX y principios del
XXI en España. Ni que sería un referente que con los años influiría tanto en mis
novelas, en la manera de enfocar la literatura como un ejercicio para entender
la historia de los que nunca salen en los libros de texto, pero que han sido y son
la clave de bóveda en la que se sostiene todo nuestro pasado histórico.
Porque Almudena Grandes nos ha
enseñado tantas cosas a través de sus novelas y artículos que es imposible no tenerla
en un lugar preferente de nuestra memoria literaria y democrática. Nos enseñó
en un momento en el que el sexo de adolescentes
era un tabú, que hay un mundo multicolor más allá de la grisácea ideología
dominante que pretende que todo lo veamos en una sola dirección, la suya, con
aquella primera novela publicada en 1989 que tanto escandalizó: Las edades
de Lulú. Y a partir de ahí, fue desgranando toda una literatura que sacaba
a la luz la intrahistoria de una sociedad, con personajes que tienen dudas, no
son el primero de la clase, ni ejercen un poder tan deslumbrante que acaba ocultando
todo lo que le rodea. Son los sufridores
de la historia, pero también los que albergan un mensaje de esperanza en el futuro,
porque en ellos se sostendrá siempre el devenir de la sociedad, como esas vigas
que sujetan los cimientos de un edificio, que se derrumbaría si no estuvieran allí.
Lo hemos podido leer en obras como Malena es un nombre de tango, Los aires
difíciles, Atlas de la geografía humana y esa novela maravillosa que
enfrenta a una familia de perdedores de la historia contra otra de triunfadores,
en este caso de la Guerra Civil, pero que no deja de ser una historia de supervivencia,
en la novela El corazón helado.
Hasta que Almudena Grandes escribe
una de las grandes obras de la literatura española, quizá la que perdure en el
tiempo a la altura de Los episodios nacionales de Pérez Galdós, con su
serie Episodios de una guerra interminable, donde hace una radiografía certera
y aleccionadora de algunos de los aspectos más lúgubres de la postguerra española,
otra vez con personajes que tienen que sobrevivir a la historia de los
vencedores. Y aunque siempre ha sido así a lo largo del tiempo, la magia de la literatura
de Almudena Grandes es que ha dado voz a los que no la tienen, en un país donde
uno de los pasatiempos preferidos del poder es silenciar a quien no lo detenta
o entiende que si emerge a la luz pondría en peligro su papel triunfante en la Historia.
Inesperadamente nos ha dejado,
sumiendo a las letras españolas, en su extensión universal y geográfica, en una
tristeza de duelo. Porque su muerte no es solo la pérdida de una persona,
todavía joven, a la que como se dice vulgarmente, no le tocaba. Su muerte nos
deja huérfanos de muchas obras que ya no van a ver la luz; esa luz o lucidez
que se ha apagado para siempre.
Descansa en paz, muchacha
desconocida de los pasillos de Filosofía B, que nosotros te llevaremos siempre
en nuestra memoria y en tus libros.
Que bonito homenaje, José Manuel, insuperable como literata y como persona, descanse en paz.
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